Crónica de una tormenta anunciada

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Las protestas en las calles de La Habana han pillado a muchos por sorpresa, aunque no tanto a los que seguimos de cerca el día a día de la realidad cubana. El malestar social ha ido aumentando en los últimos años, y era solo cuestión de tiempo que explotara de alguna manera. Con la pandemia de COVID-19, la situación económica y sanitaria se ha vuelto crítica, y se ha convertido en el detonante de unas protestas masivas, que sin duda pasarán a la posteridad por su significado histórico. Sin embargo, no se puede considerar que la pandemia haya sido la causa de este malestar social, o desde luego, no la única causa. Ha habido una confluencia de factores: la situación económica y la falta de oportunidades, la democratización del acceso a internet, la desafección de la población hacia su Gobierno, la desigualdad racial y de clases, el embargo de Estados Unidos o la presión ejercida desde el exterior para forzar cualquier tipo de cambio en el inmovilismo cubano son factores a tener en cuenta en un análisis sobre lo que está pasando actualmente en la isla caribeña.

La economía, al centro de las protestas

A mediados del 2019, la situación económica del país comenzó a empeorar de manera exponencial. En septiembre de ese año, la falta de petróleo paralizó por completo al país durante unas semanas. Se disparó el precio de las antiguas y pesadas bicicletas chinas, que antes nadie quería, y que se convirtieron en el único medio de transporte disponible. Se sucedían las colas en las tiendas para comprar aceite y jabón. No había pollo, ni huevos, ni otros mil productos básicos. Los pocos que sí había tenían precios desorbitados, y algunos se pudrían en las baldas de los mercados, sin que nadie los pudiera comprar.

La situación de por sí no era nueva, pero se parecía demasiado a la del tan temido periodo especial de los 90, uno de los capítulos negros de la historia de Cuba. Tan negro que, en numerosas ocasiones, se evita hacer referencia a esa época, como si nunca hubiese ocurrido. Fueron años de escasez, de hambre, de falta de oportunidades. Los niños recuerdan con un escalofrío sus meriendas de pan con aceite, lo único que había. Los adultos, las largas horas muertas, sin trabajo, ni perspectiva de tenerlo.

La falta de oportunidades es causa de un profundo malestar en la isla. Al entablar conversación con cualquier taxista de La Habana es común descubrir que tienen una carrera en sociología, un máster en economía, o incluso un doctorado en biotecnología, y que aceptan resignados que el turismo da más dinero que la investigación. La sociedad cubana tiene una de las mejores tasas de escolarización del mundo. Sin embargo, falta el mercado laboral que dé cabida a personas tan educadas.

El PIB del país se contrajo en un 11% en el 2020, y un 2% adicional en lo que llevamos de año. A esto se suma una inflación del 500% tras la eliminación de la doble moneda. A principios de 2021 se dio muerte de manera oficial al CUC, la moneda convertible equivalente al dólar americano. Esta impopular medida, por las consecuencias que habría de acarrear, se anunció ya a finales del 2019. Tenía como objetivo facilitar la inversión extranjera, incapaz de operar en un país con dos divisas oficiales. Sin embargo, abrió la puerta a otras monedas extranjeras como el dólar, el euro o la libra esterlina, que se convirtieron en las monedas de cambio y la única manera de obtener ciertos productos. Esta “dolarización”, junto a la devaluación del peso cubano, ha disparado los precios de los productos básicos, dejando a una mayoría de la población dependiente de la exigua cartilla de racionamiento.

La resignación con la que la población se enfrentó a los años 90 se ha perdido, y ha sido sustituida por el inconformismo de los más jóvenes. Una de las causas de este cambio social es sin duda la democratización del acceso a internet.

Internet: una apertura al mundo

Fue precisamente en 2019 cuando el Gobierno cubano redujo los precios de internet, que aun así eran excesivamente caros para los sueldos de la mayoría. Una hora de conexión costaba un dólar americano. Un sueldo medio no llegaba a los 40 dólares mensuales. A pesar de lo prohibitivo de los precios, los cubanos exprimieron al máximo el acceso a las redes sociales.

La llegada de internet abrió una ventana al mundo, y los más jóvenes fueron expuestos a otras realidades, otras formas de vida, y, sobre todo, de gobierno. En Twitter y Facebook, los canales de comunicación más utilizados, se empezaron a escuchar las protestas ante la situación económica, política y social del país. Bajo el estricto régimen castrista, no era sencillo escuchar voces que contradijeran la narrativa oficial. Sin embargo, durante ese año, y los que siguieron, los cubanos fueron perdiendo el miedo. Empezaron a organizarse, a movilizarse. La máxima expresión del poder de las redes llegó en 2020, con las manifestaciones organizadas en solidaridad con el llamado Movimiento San Isidro (MSI), cuyos integrantes fueron encarcelados tras exigir la liberación del rapero Daniel Solís.

No es de extrañar, por tanto, que la primera medida adoptada por el Gobierno tras el estallido de las protestas fuera precisamente cortar el acceso a internet.

El cambio institucional

Es también fundamental tener en cuenta el impacto que ha tenido en la sociedad el cambio institucional promovido por el Partido Comunista. El gran error de Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, fue no tener en cuenta la desafección del pueblo cubano hacia su Gobierno una vez desaparecieran los Castro de la vida política. Díaz-Canel no ha obtenido la legitimidad para gobernar que tuviera en su momento Fidel Castro, ni parece que la vaya a conseguir.

El pueblo cubano siempre ha mostrado su lealtad a su dirigente Fidel Castro, y aún hoy es una figura venerada por la mayoría. Sin embargo, los actuales dirigentes políticos, por mucho que se presenten como el gobierno de “continuidad”, no cuentan con la confianza ciega de la sociedad cubana. Ese respeto que se tenía por la autoridad de Fidel, que con su lucha logró liberar al pueblo de la dictadura y la ocupación de Estados Unidos, ya no existe. Las nuevas generaciones, que no han vivido bajo ese gobierno, y solo lo conocen por las historias, ya no sienten ese respeto por la revolución, y exigen unos cambios que están tardando demasiado en llegar.

El embargo estadounidense

En su comparecencia ante los medios estatales de comunicación, Díaz-Canel culpaba de la situación, una vez más, a Estados Unidos. El embargo al que ha estado sometido la isla durante 60 años es sin duda una de las mayores causas de la grave crisis económica que vive Cuba en la actualidad. Por su carácter extraterritorial, Estados Unidos impide que lleguen a la isla productos de primera necesidad como comida o medicamentos, así como petróleo y otros productos de importación, e impide a su vez la inversión extranjera en la isla, condenándola así a la autarquía.

Sin embargo, es importante destacar que el Gobierno cubano, durante demasiado tiempo, se ha aprovechado de su condición de víctima y ha explotado al máximo la narrativa antiamericana. Siempre es más sencillo culpar a otros. Es uno de los principales mecanismos de defensa del ser humano. Pero Díaz-Canel se ha aprovechado demasiado de esta situación, y los cubanos se han hartado.

Piden libertad para expresarse, para viajar, para emprender, para ser. Piden una mayor apertura económica para evitar sumirse aún más en una crisis que impide que la población vea sus necesidades más básicas, como son el acceso a comida o agua potable, cubiertas. Cambios, estos, que nada tienen que ver con EEUU.

Las desigualdades en un país comunista

Parece imposible tildar al país cubano, uno de los últimos bastiones del comunismo, de país desigual. Pero al racismo institucionalizado se suman unas enormes diferencias de clase. Son estas una lastra que impide la unidad social del país, y que polariza, cada día más, a la sociedad cubana. Mientras la clase más alta, perteneciente siempre al Partido, vive sin preocupaciones, los médicos o profesores del país apenas pueden alimentar a sus familias.

Los más afortunados han heredado un coche de los años 50, y dedican su vida a pasear por las calles de la ciudad a turistas despreocupados. Otros, tienen una habitación libre que alquilan por cuatro duros. Para el resto, las remesas enviadas desde el exterior son el único salvavidas al que se puede aferrar uno. Se escuchaba de vez en cuando, por las calles de La Habana, que para sobrevivir un cubano ha de tener fe: familia en el extranjero. Sin embargo, en el 2020 las remesas se redujeron drásticamente después de que la administración del expresidente Donald Trump incluyera a la institución financiera Fincimex en su lista negra, poniendo en una situación complicada a aquellos que dependían de sus familias.

La desigualdad racial también es evidente, aunque sin duda sigue siendo un tema tabú. La población negra, que no es una minoría, sigue siendo objeto de una profunda discriminación. Por eso, solo algunos acceden a estudios universitarios u ocupan cargos de poder. El gobierno cubano implantó un sistema de cuotas para intentar reducir estas diferencias, pero no tuvo resultados sustanciales.

Una mirada al futuro

Es fácil ahondar en las posibles causas de estas protestas históricas, pero no lo es tanto prever las consecuencias. Es probable que no las haya, al menos de momento. No es el fin de una era, como algunos auguran. Sin embargo, el gobierno cubano tiene la posibilidad de aprovechar este momento y ganarse esa legitimidad que tanto necesita. Debe dar comienzo a un proceso de renovación económica, política y social en un país que lleva años suplicándolo, pero que hasta ahora no se ha hecho oír. Asimismo, es hora de que la comunidad internacional presione con más ímpetu al Gobierno norteamericano. El embargo al que tiene sometido a la isla está causando demasiado daño a la población, y no debe permitirse la perpetuación de una medida injusta e ilegal.