¿Vuelta al estado de naturaleza?
Crónica de Semana Santa en un país católico, apostólico y romano. Tiempo de pandemia. Miércoles Santo. Una noticia: Un padre de familia que trató de proteger a su hijo fue asesinado por unos 10 delincuentes en un barrio de Bogotá. Los criminales trataron de robar al hijo, la madre se dio cuenta y empezó a gritar, el padre fue en auxilio del hijo… El hijo logró correr hacia la vivienda, el padre fue atacado por los asaltantes con “piedras y palos, incluso con un arma blanca”. La familia lo llevó al hospital, pero falleció minutos más tarde.
Jueves Santo. Bogotá. Escena deprimente y perturbadora, casi en frente de la casa. Un hombre moreno de gran tamaño persigue a otro de estatura media. El hombre fuerte le asesta al otro algunos golpes con una varilla. Esa barra de acero luce peligrosa, es seguro que los huesos del sujeto insignificante y con cara de tonto no deseaban chocar con ese artefacto. El individuo corpulento lo golpea y le grita: “Trabaje, rata hijueputa”. Como se sabe ‘hijueputa’ o ‘hijo de puta’, es una expresión malsonante y popular ampliamente utilizada en las Américas para insultar a quien se juzga ‘mala persona’. El de la cara de tonto trató de robar al rudo, así que asiente y repite: “Sí señor, pero no me pegue más”. Los vecinos asoman las cabezas por las ventanas y le gritan al hombre fuerte: “Dele más duro”. Otra voz dice: “Mátelo. Acabe con esa rata”. Solo una mujer desde la calle le espeta al hombre fuerte: “No le pegue más”. Otra mujer se va aproximando con un bate para respaldar al fortachón. El ladrón no se deja llevar a la Estación de Policía y, finalmente, logra escabullirse. Huye. Se marcha corriendo tan rápido como puede. Es posible que aquel ladrón de poca monta, como los sicarios y los asesinos del padre de familia se persignen y encomienden a Dios y a la Virgen María, aunque contradigan los preceptos y mandamientos de su fe que en todo caso podrían tener más valor para ellos que la Constitución o las leyes del Estado.
Domingo de Resurrección. El principal diario del país señala que según los estudios de seguridad del Distrito hay una mejora en casi todos los indicadores, pero que nada pueden hacer las estadísticas al lado de hechos que ocurren en vivo y en directo y que inciden en la "percepción ciudadana". Los ciudadanos están "convencidos de que la inseguridad está disparada porque así nos lo demuestran las evidencias del vídeo de turno o los relatos que se repiten sin fin. Y la consecuencia de esa especie de paranoia colectiva es la secuela que está dejando en nuestras vidas" (Cortés, E. 4 de abril de 2021. El Tiempo. p.4.3). El mismo periódico trae en primera plana un titular que informa que el uso de armas de fuego en el robo de celulares creció un 65%. La noticia empieza señalando que unos vecinos en un barrio de Bogotá no aguantaron más la inseguridad y "se armaron con palos para defenderse". Más adelante destaca que en los atracos también se usan objetos contundentes, por ejemplo, a un ciudadano lo impactaron con un "ladrillo" en el rostro para robarlo. El periodista cita un estudio del centro de pensamiento Futuros Urbanos, el informe destaca que hubo una reducción en los hurtos a personas en Bogotá. Sin embargo, el uso de pistolas o de armas de fuego durante los atracos en la vía pública aumentó entre 2019 y 2020. Así las cosas, en 2018 hubo 6.718 robos con arma de fuego, en 2019 contabilizaron 5.595 y, en 2020, registraron 6.424. En la mayoría de los hurtos referidos (63%) el objeto robado fue el teléfono móvil. De todas formas, en las cifras globales del robo de celulares, la mayoría (54%) fueron hurtados sin ningún tipo de arma. Cada hora, solo en Bogotá, los atracadores se roban en promedio siete celulares, es decir, unos 59.136 teléfonos móviles al año. El uso de armas de fuego en medio de un atraco en Bogotá, solo en los meses de enero y febrero de este año, dejó 65 muertos (Murillo, O. 4 de abril de 2021. El Tiempo. Véanse la portada y las páginas 1.2 y 1.4).
Si en las zonas apartadas y rurales el Estado no termina de llegar y de afianzar su presencia institucional, es decir, no hay Estado, en las grandes ciudades la inseguridad es un hecho que ofrece cuadros tan lamentables como los descritos. Pese a todo, en 2020 los homicidios disminuyeron en Colombia. La tasa de homicidios fue la más baja en los últimos 46 años con 23,79 homicidios por cada 100.000 habitantes. La tasa más alta se registró en 1992, por cuenta del terrorismo, con 79,4 homicidios por cada 100.000 habitantes. La disminución paulatina en la tasa de muertes violentas ha tenido lugar desde 2013. De acuerdo con cifras de la Policía, durante 2020 los homicidios se redujeron en un 4,6 %, al pasar de 11.609 muertes violentas entre el 1º de enero y el 4 de diciembre de 2019, a 11.070 homicidios en ese mismo periodo durante 2020. “El informe de las autoridades destaca la reducción de muertes en medio de riñas”. En 2019 fueron 2.663, mientras que en 2020 hubo 2.238 riñas (11 de diciembre de 2020. El Tiempo). A menos riñas, menos muertos. ¡Sirvió el confinamiento durante la mayor parte del año!
Los ciudadanos colombianos exponen sus vidas y, como muestran las estadísticas, cientos de personas tienen desenlaces trágicos. O, también, están aquellos que terminan por asumir que, ante la inseguridad y la falta de Justicia, deben tomar la justicia por su cuenta, para salvarse y salvar a los suyos o para sentar precedentes en una suerte de sálvese quien pueda y como pueda. ¡Piedras, ladrillos, palos, machetes, bates, varillas y cualquier objeto que sirva para matar, atacar o defenderse! Y a este panorama sombrío la senadora María Fernanda Cabal anhela sumar el porte de armas de fuego porque los ciudadanos están a “merced del crimen”. Por cierto, la seguridad y el fortalecimiento del Estado en términos securitarios han sido las principales banderas de la derecha colombiana representada en el uribismo. Lo de Cabal plantea inquietudes: ¿Sería una forma de legitimar el accionar del paramilitarismo en Colombia? ¿Considera en alguna medida el fracaso ya no solo del Gobierno de su Partido Centro Democrático, sino del Estado? Ni siquiera en su colectividad parecen dispuestos a aceptar los despropósitos de esta senadora trumpista que no hace honor a su apellido.
Se entiende que un Estado en su acepción moderna detenta el monopolio legítimo de la coerción o de la violencia y se encarga de resguardar su territorio y garantizar la seguridad al interior de sus fronteras claramente delimitadas. Se supone que la razón de ser de las instituciones, los poderes y los agentes del Estado, a quienes los ciudadanos confieren atribuciones y ceden parte de sus libertades para adquirir seguridad efectiva y justicia racional en el marco de un Estado de derecho, se justifica a partir de la respuesta oportuna y eficaz que debe dar ese Estado para evitar que su sociedad vuelva a un estado de naturaleza. O, dicho de otro modo, las instituciones y los agentes del Estado a través de la Constitución, las leyes, la Justicia y diferentes procedimientos, están obligados a garantizar la igualdad ante la ley y el imperio de la ley —hacer que los ciudadanos actúen como sujetos de derechos y de obligaciones legales y constitucionales, se comporten como individuos con civilidad y cumplan con lo que establece la Constitución, respeten el bien y/o la propiedad ajena y, por supuesto, la vida de los otros—, so pena de recibir un juicio justo y/o una sanción efectiva y proporcional al delito cometido.
*Clara Riveros es politóloga, analista política y consultora en temas relacionados con América Latina y Marruecos. Autora de los libros Diálogo transatlántico entre Marruecos e Iberoamérica y Diálogos transatlánticos, Marruecos hoy. Directora de la plataforma CPLATAM que promueve ideas liberales y el seguimiento de la coyuntura política en los países de América Latina y el Magreb.