Fracaso total de la Administración Biden en Afganistán
Lo que está ocurriendo en Afganistán es según los expertos norteamericanos el peor de los escenarios que se tuvieron en cuenta cuando se planificó la retirada de las tropas después de veinte años de guerra. El presidente Biden tenía obsesión en que el abandono no diese la impresión de una derrota bélica, como la de Vietnam, y la planificación fracasó tanto en el campo militar como en el político.
El despliegue de tropas y medios ha supuesto centenares de víctimas y un derroche de miles de millones de dólares sin obtener a cambio nada cuantificable ni valorable en resultados de carácter social o geopolítico. Al presidente apenas le queda la explicación de que no fue él quien promovió la invasión y la guerra consecuente ni tampoco quien determinó el final.
La presencia en Afganistán tenía dos objetivos, el primero terminar con la amenaza de los talibanes y sus afines yihadistas, y segundo sentar unas bases democráticas que garantizasen la libertad de los ciudadanos ante la amenaza de los fanáticos. Los militares consiguieron con muchas dificultades preservar la existencia de un endeble Gobierno civil en Kabul, pero la existencia de ese Gobierno enseguida se reveló incapaz de mantener el control y previsiblemente efímero.
El primer fracaso fue el intento de creación de unas fuerzas armadas nacionales, modernas y cohesionadas. En cuanto trascendió que los norteamericanos y sus aliados de la OTAN se marchaban, ese nuevo ejército se vino abajo. Algunos de sus miembros eran simpatizantes, sino militantes de los talibanes, y el resto, que optaron por dispersarse en menos tiempo de lo que se tarda en contarlo, demostraron que carecían de sentido militar y moral combativa.
La creencia en Washington era que el Gobierno y los militares forjados en sus escuelas y bases mantendrían por lo menos año y medio la farsa que dejaban. Los análisis erraban de partida en la creencia de que los nuevos oficiales y soldados cuando menos defenderían su estatus económico lo cual garantizaría el sostén temporal de la situación.
Una vez más el Pentágono se encontró con la diferencia entre los informes teóricos y optimistas de sus estrategas, seguramente bien planificados, pero ajenos a la realidad, y otra cosa distinta enfrentarse a un enemigo desconocido, motivado por convicciones religiosas ancestrales y formado en el odio a los intrusos que intentaban imponerse a sus creencias y cultura.
Ahora los objetivos han cambiado: evitar mayores daños personales en el pésimo proceso de evacuación y al mismo tiempo, planificar la reacción diplomática ante la nueva situación del panorama internacional e intentar revitalizar la imagen de un presidente que había arrancado bien su mandato y acababa de dar un traspiés que marcará su biografía para el resto de su etapa en la Casa Blanca.