Guerra entre guerras

Separatistas del sur de Yemen

El puzle bélico de Yemen no tiene fin. No termina una guerra y ya empieza otra. Todo parece confabularse contra la paz de los treinta millones de uno de los países que tiene la suerte aparente de estar asentado sobre dos continentes, rodeado de dos mares históricos desde los tiempos bíblicos de la reina de Saba -el Arábigo y el Rojo- y enclavado en el centro el golfo de Adén, desde el que se controla el grueso del tráfico marítimo del petróleo entre Oriente Próximo y Europa.

Yemen es el único país de la zona que no está gobernado por una monarquía feudal, el que despierta mayores tentaciones entre sus vecinos, el más rico en historia y más pobre en recursos naturales, y el más agitado por las luchas tribales a las cuales han venido a sumarse últimamente los enfrentamientos entre los fanatismos religiosos. El Norte del país, fronterizo con Omán y Arabia Saudí, es independiente desde 1918, gracias a la desintegración del imperio Otomano.

El Sur, en cambio, permaneció bajo dominio inglés hasta 1967 en que se proclamó república. Durante un tiempo, marcado siempre por el enfrentamiento entre las dos partes, el territorio se mantuvo dividido en dos estados: la República del Yemen con capital en Saná y la República Popular del Yemen con capital en Adén, sostenido por algunos países comunistas. La intervención internacional consiguió ir venciendo las diferencias y en 1990 se consiguió la unificación con la capital en Sana, el reconocimiento oficial de Naciones Unidas y la presidencia de Alí Abdalá Saleh.

Pero la convivencia nunca fue fácil, y se fue complicando por la intromisión con fuerte poder de expansión, entre una población empobrecida y una administración corrupta, de la organización islamista Ansar al-Sharia, de la órbita de Al-Qaeda. La ausencia de una autoridad política con influencia en todo el país y el creciente enfrentamiento de raíces religiosas, y enseguida, políticas, derivado de la creciente influencia de intereses de Arabia saudí y el Irán chiita, fue enredando cada vez más una confusión en la que muchas veces no se sabía quién luchaba contra quién.

Tras las convulsiones propiciadas por las primaveras árabes, en que la tensión fue cobrando fuerza en la zona, en 2015 estalló el conflicto abierto en el Norte donde la numerosa tribu hutí de fe chiita, apoyada por Teherán, se enfrentó al Gobierno que presidía Saleh. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) enviaron tropas y moderno equipamiento militar que, contra lo esperado, se reveló insuficiente para resolver al conflicto con rapidez. Cinco años después, la guerra continúa, aunque en estos momentos atraviesa una frágil tregua.

El presidente Saleh, que había maniobrado para modificar la Constitución y poder mantenerse en el poder indefinidamente, fue asesinado en 2017 y fue sustituido por el vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, quien tras sufrir también un atentado, dimitió y se exilió en Arabia, pero para regresar unos días después para instalar la capital provisional en Adén -aunque él personalmente sigue viviendo en Riad- desde donde “telegobierna” el desbarajuste global en que se halla sumido el país. Además de los dos gobiernos que se reparten el grueso del territorio, cinco provincias no aceptan a ninguno de los dos y mantienen sus propias administraciones respondiendo a intereses nacionalistas y fanatismos religiosos. 

En Sana, la capital oficial, a pesar de la resistencia del propio ejército y de saudíes y emiratíes, el grueso del poder lo detentan los hutíes, liderados por el caudillo Mahidi al Masha. En el Sur, entre tanto los independentistas seguían reivindicando de nuevo la división del país a pesar de que oficialmente mantienen al presidente oficial de la nación y la capital provisional. En el mes de agosto del año pasado ya intentaron controlar los centros neurálgicos del poder y proclamar la autodeterminación, aunque la presencia de las fuerzas emiratíes, instaladas en su mayor parte en la isla de Socotra, lograron sofocar el intento.

Pero por poco tiempo. La tregua global que la pandemia de coronavirus ha impuesto en otros conflictos africanos, en el Sur de Yemen ha sido aprovechada por los secesionistas opuestos a todos los enfrentamientos ya activos para proclamar la autonomía como paso previo a la recuperación de la independencia. Para conseguirlo y enredar más aún el rompecabezas en la política del área, ahora lo han hecho con el apoyo de una buena parte de las fuerzas emiratíes que, paradójicamente, se hallan en la región para defender la unidad del Estado.