Sin intermediarios: la autosuficiencia de las aldeas marroquíes
Son preciosas. Desgraciadamente, nadie podrá ser testigo de su belleza ni del duro trabajo que ha invertido en crear la intrincada alfombra que lleva la historia y las tradiciones marroquíes entretejidas entre lana e hilo. Aunque no es por falta de esfuerzo por su parte, se debe a la falta de acceso a los mercados.
Los mercados están demasiado lejos, el intermediario se lleva demasiado dinero -ni siquiera cubre el coste de los materiales necesarios para las piezas hábilmente tejidas- y el mundo más allá de su aldea no tiene conocimiento de su existencia ni del trabajo que realiza. Por desgracia, no se trata de una simple historia de ficción, sino de la realidad de muchas familias de agricultores y artesanos marroquíes cuyas horas de trabajo acaban en un almacén en lugar de en sus casas, y cuyas cosechas enriquecen a las grandes empresas en lugar de a las comunidades. Pero ¿y si el fruto de su trabajo se quedara en esas comunidades? ¿Y si la solución no fuera sólo proporcionar financiación, sino invertir específicamente en capacitación con la intención de ayudar a aliviar el estado de pobreza a largo plazo?
El valor añadido se define como “la cantidad en que aumenta el valor de un artículo en cada etapa de su producción, excluidos los costes iniciales”, lo que explica por qué las familias de agricultores marroquíes suelen vender sus cosechas o productos sin beneficiarse plenamente de su trabajo. La puesta en marcha de programas que ayuden a estas cooperativas y a los agricultores a aprender a procesar, envasar y comercializar sus productos a personas no sólo de sus pueblos, sino también de zonas urbanas y a visitantes, puede contribuir al enriquecimiento de las comunidades. Atraer a estos nuevos clientes ayudará a reactivar la economía y a aumentar el dinero en circulación, lo que puede mejorar la calidad de vida. Estos efectos deben dirigirse a tres grupos: los agricultores, las cooperativas de mujeres y los agricultores de cultivos especializados.
En primer lugar, los agricultores representan el 43 % del empleo, y el 78 % de ellos viven en zonas rurales. Un porcentaje de esos agricultores plantan productos que se cosechan y se venden a bajo precio a otras personas de los pueblos. Pero para garantizar que los cultivos no se echen a perder, una gran parte de la cosecha se vende a empresas que almacenan estos cultivos y los venden posteriormente con un alto margen de beneficio. Proporcionar a los agricultores molinos, secadoras, cámaras frigoríficas y transporte puede ayudarles a procesar o almacenar sus cosechas y conservar la utilidad que se cede a los intermediarios. De hecho, el 85% de los beneficios obtenidos van a parar a estos intermediarios, y proporcionar a los agricultores los conocimientos y el equipamiento puede ayudarles a trasladar todos los beneficios que se derivan de su duro trabajo en el campo.
En segundo lugar, en el caso de las mujeres de las cooperativas, es necesario impartirles formación sobre comercialización para que obtengan beneficios económicos. Los datos recogidos por la Fundación del Alto Atlas (HAF) muestran que la mayoría de las cooperativas solicitan o necesitan formación en marketing para atraer clientes. HAF y otras organizaciones han realizado una labor admirable ayudando a estas cooperativas a aprender a comercializarse correctamente, pero son muchas más las que necesitan esta formación. Por ejemplo, una cooperativa puede acabar vendiendo parte de su inventario, pero no alcanza el objetivo necesario para que las mujeres puedan mantenerse sin tener que asegurarse un segundo empleo.
Por último, para los agricultores, la agricultura de valor añadido -convertir las aceitunas crudas en aceite, o los granos de argán en productos cosméticos- puede contribuir a enriquecer a una mayoría de olivareros y arganeros. Este problema afecta a los agricultores y a sus cooperativas que venden esos cultivos en bruto. Transformar estos cultivos en bruto en un producto comercializable y utilizable requiere maquinaria, formación y mercados, a los que la mayoría de las comunidades agrícolas no tienen acceso suficiente.
En conclusión, la mujer sentada junto a sus alfombras sin vender no es sólo un símbolo, es una llamada a la acción. Su historia y las de la mayoría de los agricultores y artesanos marroquíes demuestran que el talento y el trabajo duro no bastan cuando los sistemas se construyen para favorecer a los intermediarios y las empresas. Para ayudar a aprovechar el potencial que beneficia a los intermediarios y redirigirlo hacia los productores rurales marroquíes, tenemos que proporcionarles lo necesario para que conserven el valor de la transformación, la comercialización y la venta. De ese modo, podemos ayudar a estructurar un futuro en el que los pequeños propietarios rurales ya no trabajen sólo para sobrevivir, sino para prosperar.
Ethaar Gwary es estudiante de la Universidad de Virginia y becaria de la Fundación del Alto Atlas en Marrakech (Marruecos).