¡¡¡¡Que vienen los lobos feroces!!!!

Vladimir Putin, presidente de Rusia y Donald Trump, expresidente de Estados Unidos y candidato republicano - PHOTO/ATALAYAR
Los lobos de todo tipo asoman de nuevo

Cuando estos días escucho a propios y a ajenos -incluso o mejor dicho, aún más, a aquellos que no han tenido nunca ni tienen ahora ni puñetera idea sobre el tema- hablar con mucho énfasis y cierta vehemencia de las amenazas rusas, las capacidades de sus materiales bélicos de todo tipo y sobre sus posibilidades reales de invasión del territorio, me vienen a la memoria aquellos tiempos pretéritos en los que siendo un cuasi imberbe comandante, alumno de primer curso en la Escuela de Estado Mayor del Ejército de Tierra (década de los ochenta), teníamos que estudiar y hasta memorizar unos tochos de reglamentos forrados con tapas rojas -para impresionar aún más-, que eran un compendio detallado de lo que entonces se vino a denominar el Enemigo Convencional y que habían llegado España pocos años antes cuando empezamos a abrirnos a la OTAN. 

Los mencionados libros conocido como “rojos” -por el susodicho color de sus tapas- no eran más que una directa, total y completa traducción de lo que los norteamericanos introdujeron en la mente de todos los occidentales (militares o no) en lo referente a lo que ellos y sus sistemas de inteligencia y espionaje decían haber identificado y definido como las Grandes Unidades (Brigadas, Divisiones, Cuerpos de Ejército, Ejércitos y hasta Grupos de ejército) del Ejercito de la URSS y principalmente de Rusia.

Aquellas apabullantes cifras de material y personal y las capacidades de los materiales en ellos reflejados, constituyeron las peores preocupaciones y malos sueños o pesadillas y hasta noches en vela de todos los que teníamos que aprenderlas de memoria y trabajar con dichas cifras y capacidades para hacerles frente y hasta vencerles, en un supuesto combate total contra nuestras unidades; que, por supuesto, no eran ni tan numerosas y estaban mucho peor dotadas.

Fueron pocos los que cayeron en la cuenta, o al menos así lo manifestaron, que aquello no era más que un cuento y una vil patraña política y económica de envergadura, inventada por el omnipotente “protector”, el tío Sam para que nuestros gobiernos se acogieran fervientemente a la total dependencia de ellos en materia de defensa y seguridad a través de la OTAN y, al mismo tiempo, gastaran ingentes cantidades de dinero en la adquisición del necesario material bélico, que fundamentalmente procedía de empresas norteamericanas, del surplus de sus fuerzas armadas o se montaban de primeras en el viejo continente, aunque siempre bajo su licencia o tutela.

Argucia ésta muy bien mantenida y ensalzada por ciertas prebendas difíciles de descubrir en aquellos tiempos, ocultos acuerdos entre Estados a ambos lados del Atlántico y, sobre todo, por la propaganda y la industria del cine bélico, de mucho consumo tras la Guerra Mundial II, que nos mantuvo muy o totalmente entretenidos y convencidos a todo aquél por el que no corriera sangre soviética por sus venas ni su cerebro pensara o destilara las mismas ideas de aquellos.

Una inmensa mayoría de la gente estaba convencida que había que estar preparados para una hipotética invasión soviética, que se había que fabricar refugios y hasta mantener una especie de reservas estratégicos individuales y colectivas para resistir durante un cierto tiempo. 

En cualquier caso, por la desmembración de la URSS, tras la caída del mundo de Berlín, supimos que aquellos libros rojos no eran más que una enorme mentira, que no existían tales unidades y que el escaso material que poseían estaba viejo, obsoleto o fuera de uso totalmente. Habíamos sido engañados como niños durante años, pero nadie o muy pocos dijeron nada cuando se supo la verdad.  

Al mismo tiempo, la paulatina llegada de los conocimientos sobre las armas nucleares y sus medios de transporte o proyección y los grandes avances en la lucha por la conquista del espacio también llevaron a la carrera por la fabricación y almacenamiento de dichos materiales o la simple adquisición de los que fabricaban otros.

Tan grande fue dicha carrera, que hubo que poner cierto corto a estas armas, su búsqueda, fabricación y almacenaje. Misión encomendada aparentemente a la ONU, pero que realmente estaba basada en los acuerdos, convenciones y convenios bilaterales entre EEUU y la URSS y posteriormente con Rusia al desaparecer dicha Unión.

Cosa parecida también sucedió con el resto de las armas de destrucción masiva (ADM) y más concretamente con las biológicas, las químicas y las radiológicas, que no pocos quebraderos de cabeza han aportado al mundo al ser consideradas por muchos como las “armas nucleares del pobre” por su bajo coste y los grandes efectos que producen en comparación con estas.  

Ha bastado que Putin se lanzara a la conquista de Ucrania hace tres años y que Donald Trump, como consecuencia derivada de su incomodidad ante la extensión en el tiempo y el coste de dicha guerra, haya empezado a abrir su bocaza para lanzar sus muchos improperios y lanzar gestos o puras amenazas sobre el papel real de la OTAN y de su futuro en función del grado de participación y compromiso de gasto en materia de seguridad y defensa de sus aliados europeos -que, dicho sea de paso, llevan ochenta años viviendo de las rentas- para que todo el mundo se volviera a poner las pilas.

El paso del tiempo, la dejadez continuada de unos cada vez menos preparados e importantes proceres europeos había llevado al viejo continente a pensar que todo era jauja, que nos podíamos dedicar a la dolce vita sin preocuparnos más que de regularlo todo, que nunca iba a pasar nada y que, en el hipotético caso de que eso sucediera, sería de nuevo el primo del zumosol el que nos vendría a sacar las castañas del fuego como cuando ocurrió, hace unos pocos años, con el escudo antimisiles para defendernos de misiles con cabezas nucleares procedentes de Rusia o Irán, que estuvo y sigue estando a cargo principalmente de fuerzas y medios norteamericanos.  

La prolongación en el tiempo de la mencionada guerra de Ucrania, sin que se hayan conseguido grandes resultados, incluso tras algunos cientos de miles de bajas humanas y un enorme gasto en material ofensivo y defensivo por ambas partes, no es un grave indicador de que Rusia esté ciertamente en grado y capacidad de lanzar ataques de este tipo contra países ribereños o incluso aún más allá de sus confines compartidos.

No obstante, las mencionadas amenazas del abandono de la OTAN por parte de las fuerzas y medios norteamericanos han dejado al descubierto la mala o patética de situación de defensa en la que nos encontramos los europeos. Si bien es cierto, que algunos lo estamos más que otros, debido principalmente a la incompetencia de sus dirigentes, la falta de previsión y visión sincera de sus estrategas al cargo de la seguridad nacional o las presiones internas a o en sus gobiernos de coalición. 

Todo ello, es más que suficiente para pensar que al estar tan mal capacitados y tan escasos de material, algo importante debe llevarse a cabo, pero sin dejarse llevar de nuevo por la histeria individual y colectiva.

Hemos vuelto a los libros rojos, los refugios y hasta a los quids de supervivencia; a hacer todo deprisa y corriendo, sin fundamento, organización, plan ni presupuesto adecuados para ello. 

Me temo que varios gobiernos se esforzarán en meter todo tipo de gastos en la hucha de los correspondientes a la defensa, sin tener nada que ver en ella; pero firmemente creo, que tiempo de los trileros está tocando a su fin

Por último, y solo de momento, se ve claramente que hemos caído en el grave error sobre el que he venido advirtiendo en varias ocasiones; parece obvio que cada país tratará de mejorar y lanzar su industria de armamento sin una planificación adecuada con los aliados o vecinos porque son muchas las empresas europeas del ramo que se dedican al mismo tipo de elementos y, sin embargo, hay otras grandes necesidades en material y munición que no quedan apenas cubierta por nadie.

Los lobos de todo tipo asoman de nuevo, pero muchos pensamos que con tanto mareo de la perdiz y la profusión de reunión inútil e improductiva como hasta la fecha, no lo vamos a solucionar

Por lo que veo, somos incapaces de discernir y ni siquiera prever claramente cuál es el auténtico camino que nos queda por recorrer. De momento no asoma un solo plan por doquier y nadie es capaz de asegurar si serán suficientes los medios económicos pensados y el margen de tiempo que nos hemos dado inicialmente.