Otra matanza en Darfur
Estamos en Navidad y no disminuyen las matanzas en al menos tres lugares: Ucrania, Gaza y Sudán, país al que me quiero referir hoy. No me atrevo a usar la palabra genocidio sin que las pertinentes instituciones internacionales determinen su existencia.
Es un término demasiado grave como para utilizarlo sin el debido rigor y a pesar de ello últimamente vuelve a salir a la luz con sorprendente desparpajo en relación con lo que ocurre en Gaza y también en Darfur, una región del Oeste de Sudán a la que los Estados Unidos ya lo aplicaron hace ahora veinte años. Y ahora se reproducen las matanzas en ese desgraciado país.
Cuando el dictador Omar al-Bashir, que había apoyado a principios de siglo las violaciones, expolios y crímenes en Darfur de las milicias musulmanas de los Janjaweed fue derribado por un golpe de Estado en 2019 y sigue en prisión en Jartum (el Tribunal Penal Internacional sigue esperando poder juzgarle) se abrió para Sudán un rayo de esperanza, pero el Gobierno civil fue muy pronto marginado por dos señores de la guerra, los generales al-Burhan, que controla las Fuerzas Armadas, y el general Hamadan (conocido como Hemedti) que controla las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido, herederas de las criminales milicias Janjaweed. El primero tiene el apoyo del vecino Egipto, que le surte de armas, y el segundo goza del respaldo ruso y de los Emiratos Árabes Unidos, que también le dan armas y a cambio de quedarse con el oro que produce Sudán en la región de Darfur.
Al principio, ambos se entendían, robaban y se repartían como buenos amigos las riquezas del país que esquilmaban, pero los desacuerdos tardaron poco en producirse y el pasado mes de abril estalló entre ellos una pelea que desembocó en una brutal guerra civil que empobrece aún más a un país de 45 millones de habitantes donde un tercio de la población vive bajo el umbral de la pobreza, forzando a millones de sudaneses a buscar refugio en países vecinos o a desplazarse internamente en busca de seguridad en condiciones atroces pues Sudán, país pobre donde los haya, acoge hasta un millón de refugiados de países vecinos todavía más desafortunados, gentes que escapan de conflictos en Eritrea, Yemen, Siria o Libia. Y es que, a perro flaco todo son pulgas, como dice el refrán.
La actual ola de violencia está afectando de manera muy especial a la martirizada región occidental de Darfur donde el general Hemedti ha lanzado a sus Fuerzas de Apoyo Rápido, integradas por árabes de religión musulmana, contra las tribus autóctonas de los Fur, los Masalit y los Zaghawa, agricultores y pastores cristianos o animistas de raza negra que no hablan árabe. Al parecer las matanzas, las violaciones, los saqueos y los despojos han forzado ya la huida de tres millones de personas ante unas milicias brutales que parecen buscar una limpieza étnica con características próximas al genocidio, al decir de los expertos. Las FAR han ocupado ya cuatro de las cinco ciudades más pobladas de Darfur, derrotando a un Ejército regular desmoralizado y peor armado, y obligando a los fugitivos a buscar refugio en El Fasher, la única gran ciudad que aún no ha caído en manos de las Fuerzas de Apoyo Rápido, donde esperan temerosos la ofensiva de las milicias musulmanas ante la relativa indiferencia del mundo que no presta a este conflicto la atención que merece.
Lo que me lleva a pensar que pervive en nuestras mentes una especie de racismo estructural, del que ni siquiera somos probablemente conscientes, que nos lleva a conceder menos importancia a la vida cuando su propietario es una persona con piel de color oscuro. En Gaza hemos llegado ya a los 17.000 muertos en medio de un justificado escándalo internacional, pero ¿alguno de ustedes sabe que en la guerra entre Eritrea y Etiopía entre los años 2020 y 2022 murieron 600.000 personas? ¿O que no están contadas las que a diario mueren actualmente en el Congo con un trasfondo de coltán y de diamantes? Pero esos muertos, como los de Sudán, no son de raza blanca...
Estamos muy cerca de la Navidad. ACNUR pide ayuda para los refugiados sudaneses. Les deseo unas felices fiestas y les animo a dedicar 135 euros, que es lo que cuesta una tienda donde albergar a una familia que lo ha perdido todo. Aunque ellos nunca hayan oído hablar de la Navidad.
Jorge Dezcallar, embajador de España