El último triunfo de Mohamed VI
Las recientes elecciones generales en Marruecos han compulsado el éxito el modelo de Estado forjado pieza a pieza por el rey, Mohamed VI, desde que accediera al trono, hace poco más de 20 años, para suceder a su padre, Hassan II. El actual monarca, que habla correctamente el castellano y ostenta también la máxima autoridad religiosa de su país, ha elegido el camino de la modernización, industrialización y el liberalismo económico frente al estancamiento del islamismo arcaico que pugna constantemente por dominar la vida y las horas de los marroquíes.
El antiguo sultanato, víctima recurrente de invasiones y ocupaciones a lo largo de los siglos, culmina así su vuelta a la soberanía internacional de la mano de un monarca que ha sufrido la burla, cuando no el ostracismo, de sus “iguales” europeos, especialmente los españoles, tan dados a calificar de “sátrapa” lo que no entienden con ciertas ínfulas de superioridad que delatan panfilismo en el manejo de los tiempos.
El triunfo del rey, a quien yo preferiría llamar sultán, ha sido hacerse no solo con los hilos de la ciudadanía, que por tradición le veneran pública y privadamente, sino también con los de la geopolítica y la potestad que da a su país, cuna y escenario de tantas mezclas civilizacionales, étnicas, culturales y lingüísticas, su posición como llave atlántica y mediterránea para recuperar su rango de tierra del Occidente musulmán, que es lo que su nombre significa en árabe.
Las urnas le dieron el pasado día 8 de septiembre ese certificado con la imparable subida del partido de su amigo Aziz Akhannouch, Reagrupamiento Nacional de Independientes (RNI), y segunda máxima fortuna (número 12 en la lista de Forbes para África) de Marruecos tras la de Palacio, con 102 escaños en el Parlamento de 395 diputados, frente a la colosal debacle del Partido de la Justicia y el Desarrollo, el máximo representante de los islamistas, que gobernó los últimos diez años y ha pasado de ocupar 125 escaños a solo 13.
El vuelco en la voluntad de los ciudadanos cabe achacarlo, por un lado, a la gestión de la pandemia o la creciente contestación social por la marginalidad y la frustración en la calle y, de otra parte, a la madeja empresarial del nuevo primer ministro, que maneja con desahogo la economía nacional con múltiples palos, que van desde la producción y comercialización de leche o agua hasta el petróleo y su distribución, y que ha sabido transferir su propio marketing y comisiones a una campaña política en la que la competencia han sido los imanes y clérigos de las mezquitas.
Como los resultados también refrendan al Partido Autenticidad y Modernidad, fundado en 2008 por Alí Fuad el-Himma, que es hoy por hoy el principal consejero del monarca, con 87 diputados; y mantienen en su sitio al nacionalista Istiqlal (81), seguido de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (34), el Movimiento Popular (28), el Partido del Progreso y el Socialismo (22) y la Unión Constitucional (18); sin duda, quien ha ganado las elecciones por goleada ha sido el propio Mohamed VI, que ve así consolidarse el escenario decisivo para seguir con sus reformas, privatizaciones e inversiones industriales, sobre todo en el polo de Tánger, donde se concentra la mayor parte de las factorías automovilísticas, aeronáuticas y tecnológicas, incluido el pujante puerto de Tánger Med; pero también con sus zonas francas en Kenitra, Mohammedia, Casablanca, Tetuán, Oujda y más recientemente El Aaiún y Dajla; esta última región de fuerte controversia internacional por el conflicto eterno del Sáhara Occidental.
Las herramientas reales están claras: la posición cada vez más firme y exigente de Marruecos en su contexto geográfico mediterráneo y atlántico; su condición de dique de contención contra el islamismo radical y para la emigración económica de los países subsaharianos; su fuerte alianza con los Estados Unidos y Europa; su posición predominante en el Magreb, frente a una Argelia decimonónica, oscura y exsatélite de la antigua URSS; sus atenciones de convergencia con los países del África negra; su cada vez mayor influencia en el seno de la CEDEAO y la UA y, por último, la caída del Frente Polisario y sus tesis independentistas por desgaste, un factor decisivo sobre todo en España y Canarias, tradicionalmente abducidas por las tesis de Tinduf.
Parece ser que todo el mundo se ha dado cuenta ya de la importancia incontestable y conveniente de Marruecos para la paz en esta parte del planeta, aunque persistan sonoras y anacrónicas excepciones a una dinámica imparable trazada a escuadra y cartabón por el último sultán del norte del continente cercano.