Cómo rendirse sin condiciones y clamar estar muy satisfecho, contento y feliz
Hablo de la rendición incondicional, la mayor satisfacción que puede ejercer una alta autoridad civil o militar ungida por prescripción divina o por receta médica, en representación de un estado, gobierno o colectivo que ha fracasado en su misión y regala o vende a precio de saldo lo que haga falta.
La rendición sin condiciones, sin contrapartidas, suele ir acompañada de agachar la cabeza, en contados casos, de postrarse de rodillas ante el adversario. También se manifiesta con la entrega de las llaves de la ciudad, la espada, el sable o el arma personal… como muestra de que la fuerza más débil, la derrotada, queda a merced de la más poderosa.
Pero hay otros signos de rendición incondicional. Consiste en poner “a mal tiempo, buena cara”, alabar, elogiar y hacer cumplidos al vencedor y, sobre todo, hacer muecas de agrado o incluso sonreír. Sonreír ligeramente una y otra vez mirando a la galería, para disimular lo mucho que escuecen algunas partes del cuerpo.
Un preacuerdo apasionado
Y es que poner sobre la mesa iniciativas para dividir, enfadar y enfrentar a los españoles es todo un refinado mérito, un sublime placer que pocas veces ha ejercido un jefe de gobierno de España con el desparpajo con el que actúa el presidente Sánchez.
La inmensa mayoría de los líderes políticos de las naciones del resto del mundo se esfuerzan en la vulgaridad de hacer lo posible por encontrar razones para estrechar la unión, la concordia y la armonía entre sus connacionales. Lo dicho. Una vulgaridad.
Pero ese líder planetario que es Pedro Sánchez, en un alarde de sus incontables valores éticos, ha encontrado la piedra filosofal para acrecentar las desavenencias, el desacuerdo y la discordia entre los españoles. Su intención última es que los enfados, al final, revienten en un mayor amor entre unos y otros.
El amado presidente afirmó en la reciente presentación del informe semestral del gobierno que, en aras a lograr la investidura de Salvador Illa, el pacto alcanzado entre ERC y el Partido de los Socialistas de Cataluña “es un magnifico preacuerdo, que defiendo con pasión”. No se atrevió a decir que estaba radiante, muy posiblemente, para evitar la chufla de muchos de los presentes.
Su propuesta para exacerbar enfrentamientos se basa en el modelo de negociación progresista que practica. Lo ha hecho en reiteradas ocasiones y lo seguirá haciendo con tal de llevar a sus afines a las máximas cotas de progreso personal, de ahí lo de gobierno pro-gre-sis-ta.
Pasos intermedios de la rendición incondicional
Su envidiable método consiste en entablar negociaciones con el fin último de alcanzar la suma perfección política, que no es otra que la rendición incondicional ante su oponente, al que se colma de parabienes, como muestra inequívoca de ser el más débil de las dos partes.
La rendición sin condiciones tiene varios pasos intermedios. El primero es negarlo a bombo y platillo. En ello, Sánchez emplea a sus dóciles y fieles ministros. Tampoco hace remilgos a negarlo en persona. Lo ha hecho, por ejemplo, con el indulto y la amnistía a los procesados separatistas catalanes y lo hará las veces que haga falta ¡Ojo! Y sin ruborizarse lo más mínimo.
El segundo paso consiste en afirmar que “bueno, ya veremos” y dar largas. Y el tercero en proclamar las innumerables ventajas de la rendición incondicional. En la última de ellas, en la previsible cesión de la soberanía fiscal a Cataluña en detrimento del resto de Comunidades Autónomas, Sanchez ha afirmado estar “muy satisfecho, muy contento, muy feliz”.
Muchos no alcanzan a comprender las superiores razones que impulsan a Sánchez a obrar en pos de dividir y enfrentar a los españoles. Hay que ponerse en su piel de cocodrilo para darse cuenta que, de lo que se trata, es de conseguir que el PSC a través de Illa se haga con el poder… a costa de lo que sea, no importa qué.
Es sabido que altos cargos del PSOE han negado en varias ocasiones la posibilidad de un concierto económico que ceda la totalidad de los tributos al ejecutivo de Cataluña Pero ¡qué más da! Así es que reitero una vez más: “te conozco bacalao, aunque vengas disfrazao”.