Cuando la superstición refleja una realidad política

Un cartel electoral del presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune - REUTERS/RAMZI BOUINA
En la tradición popular magrebí, como en algunas culturas del mundo, la herradura de metal que se clava en la pezuña del caballo, el mulo o el burro, tiene un simbolismo especial que va más allá de su función práctica de proteger las patas de los animales. Se convierte en un objeto ritual cargado de significados mágicos, usado para alejar la mala suerte y repeler el infortunio.

Esta “lámina” se considera en las creencias populares un regalo profundamente simbólico, pues lleva un mensaje codificado que indica que la desgracia ha caído sobre el Palacio de El Mouradia, y que la única forma de deshacerse de ella es devolviéndola a su origen colgando la herradura en su puerta. 

Desde este profundo significado simbólico, regalar una herradura —ya sea de un caballo, un mulo o un burro— no es un acto absurdo, sino una expresión sarcástica del infortunio que pesa sobre quien la recibe. Se dice en la cultura popular que la “herradura de las bestias de carga” se cuelga en las puertas o se entierra en los umbrales, especialmente en casas que se cree están marcadas por la mala suerte, con la esperanza de alejarla. 

Hoy en día, parece el objeto más adecuado para colgar en la puerta del Palacio de El Mouradia, que se ha convertido en algo parecido a una “fuente de mala suerte” para la diplomacia argelina y un centro emisor de aislamiento tanto regional como internacional. 

En el contexto político actual, si esta herradura se ofreciera como un regalo simbólico a los ocupantes del Palacio de El Mouradia, expresaría de forma sarcástica y contundente la mala suerte crónica que caracteriza la política exterior de Argelia, que ya solo cosecha fracasos: desde el colapso de iniciativas regionales hasta la pérdida de influencia diplomática y el creciente aislamiento magrebí e internacional. 

Es, simplemente, una herradura que refleja como un espejo la realidad de un fracaso: una política atrapada en los rincones del infortunio, una diplomacia tan incapaz que solo encuentra consuelo en rituales folclóricos que pretenden devolver algo de equilibrio a lo que se ha derrumbado. 

En conclusión, por muchas cenas rituales o amuletos que se utilicen, la amarga verdad sigue siendo que la mala suerte no proviene de una maldición externa, sino que es el resultado de decisiones absurdas, políticas cerradas y una ideología hostil que ha dejado a Argelia prisionera de su pasado y asfixiada por sus propias posturas. Al final, ni siquiera la herradura —símbolo de paciencia y resistencia en el folclore popular— podrá ayudar a una diplomacia alimentada por el rencor y gestionada con terquedad y desconfianza. 

Lahoucine Bekkar Sbaai, Abogado en el Colegio de Abogados ante los Tribunales de Apelación de Agadir y El Aaiún, investigador en migración y derechos humano y experto en el conflicto del Sáhara marroquí.