Escenarios para una encrucijada
Lo sucedido el pasado viernes no viene sino a confirmar lo que en este espacio y en el programa “De cara al mundo” hemos aseverado prácticamente desde el 8 de octubre de año pasado: “La reacción de Israel no va a detenerse en la guerra contra Hamás. El país hebreo nunca más permitirá que algo como lo sucedido el 7 de octubre se repita, y, eso pasa, necesariamente, por sacar también a Hezbolá de la ecuación, algo que llevará a término cuando considere que ha llegado el momento adecuado”.
Y si algo ha quedado claro es que la guerra total contra Hezbolá ya ha comenzado, y con ello la confirmación de nuestras afirmaciones. Eso sí, hemos de decir para ser honestos que en un formato y siguiendo una estrategia que absolutamente nadie podía imaginar.
El inicio de esta operación podemos situarlo en el momento en que se dio la orden de activar el proceso que llevó a la explosión de todos los “beepers”. Como apuntamos la semana pasada, esta primera fase tenía como objetivo no sólo eliminar a cuantos cuadros de mando de medio y alto nivel fuera posible, sino provocar el pánico de tal manera que llevara a la organización a utilizar medios alternativos de comunicación y a no tomar todas las medidas de seguridad adecuadas, realizando comunicaciones en claro.
Con ello, los elementos de inteligencia israelíes obtendrían información muy valiosa sobre elementos no identificados aún, localizaciones, estructura de mando y nuevos sistemas de comunicación que poder seguir, intervenir y de los que obtener más información. Y todo con una sola finalidad: poder eliminar a toda la estructura de mando de la organización, de tal modo que, o bien ésta quedara tan degradada permitiera considerar alcanzado el objetivo final o, en su caso, si fuera necesario rematar la operación con una intervención terrestre en el Líbano, que ésta fuera a costa del menor número posible de bajas propias.
Israel ha anulado prácticamente de forma total el sistema de mando y control de la milicia chií, y lo ha hecho eliminando a toda la cúpula y un gran número de cuadros intermedios. De ese modo, las unidades desconocen cuál es la estrategia que seguir, qué deben hacer y, al mismo tiempo, dentro de un gran número de estas unidades no hay un líder claro que en un momento dado pueda tomar la iniciativa.
La consecuencia es más caos y más errores. Todo lo anterior, sumado a la certeza de que la penetración de los servicios de inteligencia de Israel en Hezbolá es enorme, está permitiendo que uno tras otro, los depósitos de armas más importantes de la organización estén siendo destruidos. El motivo es claro. Esa es la mayor amenaza para los civiles israelíes y la principal herramienta de respuesta con que contaba Hezbolá. Israel está asegurándose de que sus acciones no tengan respuesta por parte de la milicia proiraní y de que su población no sea afectada por las represalias. Nadie puede poner en duda que esta operación lleva meses planificándose y que está pensada al milímetro.
La gran pregunta en estos momentos es “¿y ahora qué?” “¿Cómo van a afectar las acciones de Israel a la región?” Y estas cuestiones se realizan evidentemente con la mirada puesta en Irán.
El temor a que esto suponga una guerra a gran escala en toda la región aún permanece presente, pero, disminuye día a día a la vista de los acontecimientos. Ese sería en todo caso el escenario más peligroso, pero a su vez el menos probable. De materializarse, conllevaría una respuesta contundente por parte de Irán, que sería secundada por las milicias chiíes de Irak y Yemen (hutíes), que obligaría a Israel a devolver el golpe entrando en una espiral que podría incendiar toda la región, obligando a Tel Aviv a replantear la operación terrestre en el Líbano y a verse envuelto en una confrontación larga, sangrienta y de incierto final.
Pero hay elementos que nos llevan, no a descartar esta posibilidad, pero sí a reducir su probabilidad. Por un lado, ni las milicias en Irak, ni los hutíes tienen capacidad para llevar ataques a gran escala, por lo que su efectividad sería muy limitada. Por otro, Irán lleva tiempo amenazando con una respuesta contra Israel y sin embargo no ha hecho absolutamente nada. La operación de los “beepers” ha sembrado el temor dentro del régimen de Teherán, y después del ataque contra Israel de hace unos meses quedó claro que el coste de una “guerra de salvas” entre Irán e Israel sería mucho más alto para el primero y que el pretendido apoyo del mundo musulmán no se produciría.
Pero aún hay más. Esta vez ni siquiera la retórica del régimen de Teherán ha sido tan vehemente como en ocasiones anteriores. Ni siquiera cuando se ha conocido que un destacado miembro de la fuerza Quds se encontraba junto a Nasrralah en el momento del ataque corriendo su misma suerte.
Todos estos indicadores nos llevan a pensar en un escenario en el que la temida respuesta iraní no se producirá. Al menos no en la forma de ataque directo a Israel. En resumen, por los siguientes motivos:
- El temor por haber sufrido una infiltración similar a la padecida por Hezbolá que desencadene un ataque similar.
- La falta de capacidad de las milicias restantes.
- La falta de apoyos en el mundo islámico.
- La capacidad demostrada por Israel en un enfrentamiento basado en salvas.
Pero todavía hemos de añadir un factor más: la reacción del pueblo libanés. Del mismo modo en que vimos como en Gaza parte de la población no mostró precisamente su apoyo a Hamás al inicio de los ataques de Israel, en el Líbano grupos de ciudadanos incluso se han enfrentado a militantes de Hezbolá cuando estos últimos se manifestaban.
Tal vez estemos asistiendo a una de las evoluciones más importantes que pueden darse en la región: que la propia población palestina y libanesa sean conscientes del lastre que supone la actuación impune de las milicias iraníes, que manipulan sus respectivas causas y problemas en favor de Irán sin importarles los más mínimo estas, y que los vean como un freno a su progreso y desarrollo.
Pero entonces, ¿cuál es el otro escenario que se nos abre y que parece ser el más probable?
En primer lugar, hemos de regresar a la reacción, o mejor dicho “no reacción” de Irán. El país persa es consciente del aislamiento que supuso para ellos la firma de los acuerdos de Abraham, y mucho más del impacto en los apoyos a la causa palestina.
Desde entonces, su política exterior que hasta el momento le había funcionado basándola en la acción de sus milicias y agitando el problema palestino, se vio limitada. Países como Arabia Saudí, Estados Unidos e Israel perdieron el miedo a golpear intereses iraníes de un modo u otro sin que Teherán fuera capaz de responder más allá que mediante acciones más encaminadas a su consumo interno. Pero al mismo tiempo se comenzó a percibir un cierto desencuentro entre Irán y sus milicias. Éstas comenzaron a actuar en cierto modo por cuenta propia y se tuvo la sensación de que la fuerza Quds había perdido parte de su control sobre ellas.
El culmen de esta situación fue el atroz ataque del 7 de octubre, del cual parece ser que Irán no tenía conocimiento o al menos no estaba al tanto de la magnitud de lo planeado. Todo lo anterior puede llevarnos a plantear como posibilidad que el relevo en la cúpula de Hamás y Hezbolá, así como la reconstrucción de estas milicias, no sea algo que desagrade al líder supremo iraní, pues puede ser la mejor forma de volver a tomar el control total de éstas, sobre todo teniendo en cuenta que ahora más que nunca van a necesitar del apoyo de su valedor.
Esto además puede abrir la posibilidad de que Irán busque una acción exterior menos basada en el empleo de sus milicias y más centrada en relaciones de otro tipo, muy necesarias para levantar el degradado tejido económico iraní.
Pero un factor muy interesante de este nuevo escenario que puede plantearse es que, si bien los Acuerdos de Abraham aislaron y limitaron los apoyos a la causa palestina, especialmente del mundo islámico, una nueva situación sin la presión de Hamás y Hezbolá puede significar la implicación de esos mismos países en la reconstrucción de Gaza, el sur del Líbano, y la búsqueda de opciones que verdaderamente ayuden a salir a ambos territorios de la terrible situación que hasta ahora han vivido.
Y este es probablemente el factor más crítico e importante de todos. Ahora que todo apunta a que el yugo opresor de estas milicias terroristas no va a tener el poder necesario sobre palestinos y libaneses, si estos no perciben que se les escucha, apoya y tienen en cuenta, si ven que todo va a seguir igual, podemos estar seguros entonces de que una nueva generación de terroristas más duros y radicalizados tomarán el lugar de los que ahora han caído. Y el problema, lejos de solucionarse, se agravará.
Un escenario en el que se incentive y promueva el desarrollo del Líbano y se apoye la reconstrucción de los territorios palestinos, colaborando además al establecimiento de un tejido económico que ayude a prosperar a sus habitantes, auspiciado todo ello por los países musulmanes firmantes de los acuerdos de Abraham, sería la clave para dar estabilidad a toda la región reforzando los propios acuerdos. Además, dejaría a Irán como el verdadero elemento discordante en la zona, sin olvidar desde luego a Siria, país que puede tomar el relevo como fuente de problemas en la región, pero esta vez sin la fuerza de sus milicias, lo que le obligaría a buscar formas más convencionales y menos traumáticas de ejercer su acción exterior.
Acabamos de dibujar la forma más utópica del que consideramos el escenario más probable, cuya base es la ausencia de una respuesta dura y airada por parte de Irán. No obstante, no se debe olvidar un punto clave: Israel debe entender la situación y no sólo tratar de ser lo más comedido que permitan las circunstancias para alcanzar sus objetivos, sino facilitar las acciones posteriores que hemos mencionado. De lo contrario todo volverá a ser totalmente imprevisible.