Mi padre, el búho sabio
La política y el periodismo a menudo obligan a las personas a tomar partido, presionándolas para que elijan el bando que menos les desagrada y luego excusen o pasen por alto las malas acciones de ese bando. En un mundo cada vez más marcado por la indignación y la división, la imparcialidad es poco común.
Pero mi padre, Haitham El Zobaidi, era diferente. Se negaba a tomar partido. Cuando le pregunté cómo mantenía la objetividad en su periodismo, me dijo que hay que convertirse en observador, como un búho sabio, que observa en silencio en la noche. Su objetivo nunca fue defender a un bando frente a otro, sino buscar la verdad, por compleja o incómoda que fuera.
Esto es lo que le hacía tan único en el clima polarizado actual: su capacidad para elevarse por encima de la ideología, desprenderse de los prejuicios emocionales y ver con claridad la realidad sobre el terreno. Su profundo rechazo al extremismo en todas sus formas provenía de sus propias experiencias al crecer en Irak, un lugar que ha sufrido profundamente a causa de la división y el radicalismo.
Se definía a sí mismo como un humanista, dedicado a la mejora de todas las personas en Oriente Medio y más allá, independientemente de su raza o religión. Esa creencia no era solo una postura profesional, sino que también moldeó su vida personal. Su amabilidad y generosidad eran rasgos definitorios que todos los que lo conocieron recordarán.
Afrontó su batalla contra el cáncer con un coraje inquebrantable y se negó a rendirse, incluso hasta el final. Aunque su cuerpo se debilitó, su mente siguió siendo muy aguda, una inspiración constante para mí.
En los días posteriores a su fallecimiento, los recuerdos me inundaron como olas: los dos riéndonos de uno de sus chistes secos, las noches que pasamos viendo Star Wars, que despertaron mi amor por la ciencia ficción, y la vez que me llevó al O2 Arena de Londres para ver la WWE en directo, antes de que yo entendiera que la lucha libre profesional estaba preparada (aunque sin duda era impresionante). Son momentos que permanecerán conmigo para siempre, nostálgicos, agridulces y, a veces, como una punzada repentina de dolor.
Pero su amabilidad, generosidad y sabiduría no murieron con él. Siguen vivas en nosotros. Y ahora nos toca a nosotros llevar su antorcha, para ayudar a iluminar el camino en un mundo cada vez más oscuro.