Las elecciones a la Presidencia de la República en Italia, sin un “candidato de bandera” y abiertas a cualquier posibilidad
Este día 24 comienzan en Italia las votaciones para elegir al sucesor del presidente de la República saliente, el siciliano Sergio Mattarella, cuyo mandato finaliza oficialmente el 3 de febrero. Y, más allá de que este tipo de votaciones sean extraordinariamente complicadas por diferentes circunstancias (voto secreto, la necesidad de una amplia mayoría, etc.), ya podemos decir que tendrán lugar sin lo que se considera un “candidato de bandera” (es decir, alguien pactado de antemano por la mayor parte de las fuerzas políticas y que sale ya en la primera votación) y, precisamente por ello, abiertas a múltiples posibilidades en la normalmente imprevisible política italiana.
No obstante, el que no haya un “candidato de bandera” no quiere decir, ni mucho menos, que no haya importantes candidatos. Porque quien ha presentado oficialmente candidatura es nada más y nada menos que Silvio Berlusconi, cuatro veces presidente del Consejo de Ministros, tres veces ganador de elecciones generales y la persona que más tiempo (llegó a rebasar la cifra de los 3.500 días como “premier”) ha estado al frente de un Ejecutivo en Italia desde que la actual República de Italia naciera el 2 de junio de 1946. Y, claro está, conocida la extraordinaria habilidad de Berlusconi, todo ello está alterando, y de qué manera, a numerosas fuerzas políticas: particularmente, a las del centroizquierda, que desde que “Il Cavaliere” irrumpiera en política allá por 1994, no han hecho más que perder elecciones (recogiendo, por cierto, el “testigo” del ya extinto Partido Comunista Italiano, que sólo pudo ganar a la Democracia Cristiana las elecciones europeas de 1984, perdiendo todas las demás desde 1946 hasta 1987) salvo en 1996 y 2006 (más la victoria “pírrica” de 2013 y el espejismo de 2018 con Cinco Estrellas), las dos únicas ocasiones en que el centroderecha fue derrotado en las urnas.
La candidatura de Berlusconi parte de una base tan lógica como real: el centroderecha (cuyo partido, Forza Italia, es uno de los tres integrantes de la coalición) es el mayoritario tanto a nivel parlamentario como a nivel social (todas las encuestas le dan como ganador desde septiembre de 2018), y, además, los dos compañeros de coalición de Berlusconi (Salvini por la Liga y Meloni por Hermanos de Italia), no pueden ser candidatos, ya que la Constitución vigente establece que el presidente de la República ha de tener cumplidos, en el momento de ser elegido, los 50 años de edad, y Salvini aún está en los 48 y Meloni en los 44, con lo que el camino queda allanado para un Berlusconi que el pasado septiembre cumplió los 85 años de edad.
El presidente de la República, por otra parte, es elegido por el llamado “Colle”, que está integrado por hasta 1.007 electores: 630 diputados, 320 senadores y casi sesenta delegados enviados por las 20 regiones que integran el país (menos el Valle de Aosta, que solo puede enviar uno). Así que la mayoría cualificada (dos tercios de la Asamblea), que es la que se debe lograr en primera, segunda o tercera votación, queda establecida en 672 sufragios, mientras la simple, que es como se realiza la votación a partir del cuarto escrutinio, se reduce a los 504 apoyos.
El pasado día 4 Roberto Fico, como presidente de la Cámara Baja, estableció el lunes 24 de enero como primer día para votar. Como es lógico y esperable, había temor a que esta fecha tuviera que ser retrasada por el elevadísimo número de contagios por coronavirus que ha tenido el país en las últimas semanas (entre los 100.000 y 180.000 positivos diarios), pero la realidad es que, llegada la semana anterior al inicio de las votaciones, tan solo 29 diputados y 8 senadores se encuentran en cuarentena, con lo que existe el “quorum” más que necesario para poder elegir al nuevo inquilino del Palacio de El Quirinal. Eso sí, de aquí a que se vote, los positivos por coronavirus no podrán ejercer su derecho desde casa, al ser el voto secreto y necesariamente depositado en una urna de las que tendrán a disposición los electores en el Parlamento.
Berlusconi sabe que, con los votos de todo el centroderecha, su candidatura no puede salir adelante ni por mayoría absoluta ni por mayoría simple, de ahí que se haya puesto a hacer campaña y que sus colaboradores estén llamando a los parlamentarios de otras formaciones. Se trata de puro postureo, porque fuerzas realmente decisivas, como el Partido Democrático (PD) o el Movimiento Cinco Estrellas, en principio nunca le votarían porque han estado abiertamente enfrentados durante años. Y el primero que sabe todo esto es el ex primer ministro lombardo, por lo que hay que preguntarse cuál es el planteamiento táctico que hay detrás del anuncio de su candidatura. Conocida su capacidad para lograr lo que otros no son capaces de hacer, cabe interrogarse por si lo que en realidad está haciendo es allanar el camino para que alguien de su partido pueda ser finalmente votado. Y lo cierto es que posee buenos candidatos, de los que daremos cuenta a continuación.
Uno de ellos es, evidentemente, su “mano derecha” desde hace años: Antonio Tajani (68 años), expresidente del Parlamento europeo y eurodiputado desde junio de 1994. Tajani es abiertamente europeísta (con lo que continuaría la línea marcada por Napolitano y Mattarella), no se ha granjeado enemistades en la política transalpina y es persona de carácter, pero también de talante conciliador. Como inconvenientes fundamentales tiene no haber sido nunca parlamentario nacional ni haber formado parte de ningún Gobierno, circunstancia ésta que no se ha dado nunca en ninguno de los doce anteriores jefes del Estado.
Es precisamente ahí donde puja con fuerza la figura de Maria Elisabetta Alberti Caselatti, actual presidenta del Senado. Subsecretaria de Justicia en varios Gobiernos y antiguo miembro del Consejo Superior de la Magistratura, está en la edad perfecta (75 años cumplió el pasado agosto, dos más de los que tenía Mattarella cuando fue elegido en 2015), es figura muy respetada y su trayectoria personal es intachable. ¿Su punto débil? Lisa y llanamente que es mujer, en un país que, en 75 años de historia republicana, ha tenido doce presidentes de la República todos hombres y hasta 31 presidentes del Consejo de Ministros también todos hombres. Y donde solo en una ocasión hubo un Gobierno considerado “paritario”: el de Matteo Renzi, entre febrero de 2014 y diciembre de 2016.
Claro que puede que su condición femenina juegue a su favor, quién sabe. No hay que olvidar que las parlamentarias del Partido Democrático (PD) se encuentran muy enfadadas con la dirección de su partido porque, cuando se formó el último Gobierno (febrero de 2021), y se les ofreció tres carteras, la dirección del partido decidió concedérselas todas a hombres. Así que esta elección, y parapetadas bajo el voto secreto, puede constituir la ocasión perfecta para toda una “vendetta” de diputadas y senadoras del PD con respecto a su partido, sacando presidenta de la República a una mujer (la citada Casellatti) que ha tenido tradicionalmente buenas relaciones con todo el arco parlamentario. Algo a lo que se añadiría la Italia Viva de Matteo Renzi, con casi medio centenar de votos, y algunas formaciones más.
Por otra parte, Casellatti, como otros (por ejemplo, Pera, quien presidió la Cámara Baja hasta 2006), tiene una baza muy importante que jugar: es presidenta de una de las dos cámaras parlamentarias, y la tradición nos dice que más de la mitad de los presidentes de la República han sido antes presidentes de Cámara Parlamentaria. Y, además, en su caso, respecto a esta legislatura, el de la baja (Fico) no es rival para ella, ya que pertenece a un partido (el Movimiento Cinco Estrellas) con los días cada vez más contados.
Claro que más de uno se preguntará: ¿y Draghi, actual presidente del Consejo de Ministros y la figura de más prestigio del país, no tiene nada que hacer en esta elección presidencial? La respuesta es que puede que sí y puede que no. Explicaremos por qué. Hace justo un año era todo un “candidato de bandera”: retirado en su casa de Las Marcas tras ocho brillantísimos años como presidente del Banco Central Europeo (BCE), no hubiera tenido rival alguno para salir elegido en la primera votación. No le habría votado el Movimiento Cinco Estrellas, que con tal de “dar la nota” es capaz de votar a cualquiera menos a todo aquel que no entre en la lógica de todo parlamentario. Pero, en el momento (3 de febrero), en que aceptó el “incarico” del presidente Mattarella de formar Gobierno, perdió casi todas sus posibilidades de salir elegido nuevo presidente de la República. Porque sacar a Draghi de la Presidencia del Gobierno para mandarle al Quirinal es casi como convocar elecciones anticipadas, algo que temen todas las fuerzas políticas con la excepción de Meloni y Salvini, que no disponen entre ambos de los votos para elegir precisamente a Draghi nuevo jefe del Estado. Y ese es precisamente el problema de Draghi: que le quieren al frente del Ejecutivo hasta marzo de 2023, en que finaliza la actual legislatura.
Veremos qué nueva sorpresa nos depara la política transalpina. La misma política que en 1978 votó presidente a un anciano (84 años) llamado Sandro Pertini que ya había hecho las maletas para irse de vacaciones; la misma que ofreció a un independiente (Ciampi) la Presidencia de la República cuando todos los anteriores jefes del Estado habían tenido militancia política; o la misma que votó a un Sergio Mattarella que vivía felizmente retirado de la vida pública y se dedicaba a dar conferencias a jóvenes en su Palermo natal, y al que el también muy hábil Matteo Renzi se lo sacó de la manga cuando nadie lo esperaba. Así que, a menos de una semana de que todo comience, podemos apreciar que está todo más abierto que nunca. Pero sí hay algo claro: el centroderecha parte con clara ventaja, y de su habilidad para moverse entre otras formaciones saldrá el que el nuevo presidente de la República para el septenio 2022-29 salga de esta parte del arco parlamentario. En unos días, la respuesta a tanto interrogante.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro ‘Historia de la Italia republicana, 1946-2021’ (Madrid, Sílex Ediciones, 2021).