Italia, el inacabable problema migratorio

La pasada tragedia frente a las costas de Calabria no constituye más que un episodio más de un problema que cumple ya más de una década de vida. Lo llamativo en todo esto es que haya tenido lugar frente a las costas de la llamada “punta de la bota” (como se conoce popularmente a la región de Calabria, gobernada por el centroderecha desde hace años), porque normalmente suelen ser la pequeña isla de Lampedusa y la región de Sicilia las que más acusan el problema migratorio. 

Comencemos por recordar que el asunto migratorio es, en el caso de la tercera economía de la eurozona, un tema que viene de la segunda mitad de los noventa, cuando miles y miles de albaneses intentaron llegar a las costas italianas a través del estrecho de Otranto. En concreto, todo se desencadenó a partir del fatídico año 1997, cuando la economía albanesa se contrajo nada más y nada menos que 10,9 puntos del Producto Interior Bruto (PIB), con una población nacional cuya renta “per cápita” en aquel momento era de tan solo 630 euros anuales (lo que oyen, anuales, no mensuales). La situación seguiría siendo hasta finales de 1999, momento en el cual la economía albanesa comenzó a adaptarse al libre mercado y vivió un continuo crecimiento que ha llevado a que, en el pasado año 2021, su economía creciera casi nueve puntos sobre PIB nacional y la renta “per cápita” se situara en los 5.400 euros anuales. 

Una vez anulado el continuo flujo de inmigrantes albaneses, las autoridades transalpinas pudieron estar tranquilas hasta la célebre “Primavera Árabe” de 2011, materializada en el fin de la dictadura de Hosni Mubarak en Egipto (11 de febrero de 2011) y la caída de Muamar El Gadafi, ajusticiado por los suyos el 20 de octubre de ese mismo año de 2011. Recordemos que Mubarak llevaba en el poder desde el año 1981, mientras, en el caso de Gadafi, hay que remontar el inicio de su dictadura a nada más y nada menos que 1969. 

La realidad es que estos dos auténticos “sátrapas” constituían una garantía plena para los países europeos que son ribereños del mar Mediterráneo, además, de que, en el caso libio, esta nación del Magreb constituía una importantísima fuente de recursos energéticos para Italia. Pero, con su caída, todo cambió. Libia, que hace casi un siglo era una colonia italiana (la llamada “Tripolitania”), entró en una fase de fuerte inestabilidad que le ha convertido en una suerte de Estado “fallido”. Lo que han aprovechado las mafias traficantes de seres humanos para utilizar las costas de este país como punto de partida de numerosas barcazas (en su mayor parte llenas de inmigrantes irregulares que vienen del África subsahariana) y tratar de llegar de cualquier manera a las costas de la vecina Italia.  

La consecuencia es que las autoridades transalpinas se vieron, a partir de 2013, invadidas por masas de inmigrantes irregulares, para los que sobre todo en un primer momento no había trabajo (porque regiones como Sicilia, Calabria, Puglia, Abruzzos o Basilicata hace décadas que envían a sus jóvenes al norte del país, hasta el punto de que solo Lombardía concentra, con sus 16 millones de habitantes, el 26-27% de la población total del país) y que, en principio, deberían haber sido redistribuidas hace tiempo por el conjunto de la Unión Europea (UE).  

Pero la realidad es bien distinta: nadie quiere a estos inmigrantes. Alemania, principal economía de la Unión Europea y con una población envejecida, necesita mucha mano de obra, pero, en el caso de la cualificada, es necesario el manejo de una lengua tan compleja como la de su país. Francia, a su vez, también tiene un país envejecido, y en su caso esos inmigrantes irregulares sí hablan el idioma del país, pero la mayor parte de ellos no tienen ningún tipo de cualificación y la población se encuentra tan preocupada por los problemas de inseguridad en las calles que, en las últimas elecciones presidenciales, la formación de ultraderecha Frente Nacional no sólo llegó a la segunda vuelta, sino que se acercó a casi el 40% de apoyos.  

El principal problema para Italia es que esos inmigrantes irregulares acaban atrapados en su país, porque ni Francia ni Austria ni Eslovenia (los tres miembros de la Unión Europea que poseen frontera con los italianos) dejan entrar a esos inmigrantes, ni menos aún lo van a hacer los suizos, donde la seguridad en sus calles es algo que sencillamente no se debate. Pero lo peor para la tercera economía de la eurozona es que las autoridades comunitarias no quieren aceptar que Italia es el confín meridional de la Unión Europea, siendo, en cambio, percibida como un país con su propia soberanía nacional que ha de hacer frente a este problema migratorio. Un problema que ha alcanzado cifras gravísimas: en los años 2013-2018, la media de inmigrantes irregulares se situaba en los 150.000-200.000 personas anuales.  

No resulta por tanto de extraño que, cuando en junio de 2018, el lombardo y miembro de Lega Matteo Salvini se convirtió en ministro del Interior, lograra que su agresiva política de puertos cerrados a la inmigración obtuviera un 70% de apoyo dentro del país, y que ese mismo Salvini, en las elecciones europeas, obtuviera nada más y nada menos que el 34% de los votos, una cifra de apoyo sensiblemente impensable para un partido como la Lega que, fundado en 1987 por Umberto Bossi, se ha movido tradicionalmente entre el 10 y el 14% de los sufragios emitidos. 

Caído Salvini en septiembre de 2019 tras su fallido intento de ir a elecciones anticipadas que le convirtieran en presidente del Consejo de Ministros, el presidente de la República, Sergio Mattarella, decidió tomar cartas personalmente en el asunto nombrando a la Prefecta Lamorgese nueva titular de Interior. Así, tanto en la coalición PD-Cinque Stelle (septiembre de 2019-febrero de 2021) como en el Gobierno Draghi (febrero de 2021-octubre de 2022), el tema parecía estar bajo control. Es más, desde febrero de 2022 los que comenzaban a llegar masivamente no eran africanos, sino ucranianos que huían de su país tras ser invadidos de la Rusia de Putin. 

Pero ahora ha vuelto a haber una nueva tragedia migratoria y al Gobierno Meloni le han caído todo tipo de críticas. La realidad es que sólo hay dos posibilidades de transformar esta realidad: a corto plazo, pagar las autoridades libias para que impidan a las barcazas zarpar de sus costas (como España financia a Marruecos para que no crucen el estrecho de Gibraltar y los países de la Europa del Este, a su vez, pagan a la República de Turquía para que el Gobierno de Erdogan actúe como “tapón” hacia todo lo que viene del mundo asiático); y a medio y largo plazo, invertir fuertes sumas de dinero en desarrollar el antiguo mundo colonizado y donde Francia y Reino Unido deberían asumir el coste mayor, ya que ellos fueron los que colonizaron masivamente el continente africano y los que decidieron marcharse hace ya más de medio siglo sin haberles dado a sus antiguos colonizados la capacidad de autogobernarse.  

En todo caso, ya puede comenzar la Unión Europea a dar soluciones y fondos al Gobierno Meloni, porque ya en su momento la ultraderecha, el populismo y el antieuropeísmo (representados en Italia por la Lega de Salvini) llegaron a obtener sustanciales avances en las diferentes elecciones convocadas en sus respectivos países. Y es que no hay que olvidar que, en este momento, un país de fuerte tradición democrática y donde ya se implantó el estado de bienestar entre la Primera y Segunda Guerra Mundial (hablamos de Suecia, principal país escandinavo junto a Noruega), hace meses que está gobernada por la xenófoba y racista formación Demócratas de Suecia. Es solo un caso, pero las autoridades comunitarias deberían perder menos el tiempo en criticar al Gobierno Meloni y ayudarles así a poder afrontar un tema cada vez más grave: Italia volvió al europeísmo primero de la mano del PD y luego del Ejecutivo gobernado por Draghi, pero ahora es la derecha centralista romana la que gobierna el país, y, por si fuera poco, el ultranacionalista y antieuropeísta Salvini constituye un partido clave para la gobernabilidad del país. ¿Quedará lo sucedido en las costas de Calabria como una tragedia aislada, o nos espera un verano con más episodios de lo mismo? En unos pocos meses podremos responder a este inquietante interrogante. 

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor en la Universidad Camilo José Cela y autor del libro “Historia de la Italia republicana” (Silex Ediciones, 2021).