Recordando a Manuel Albiac i Tutusaus
Paco Soto
Pie de foto: El empresario catalán Manuel Albiac i Tutusaus.
El 16 de mayo de 2003, 45 personas fueran asesinadas en varios atentados terroristas que se llevaron a cabo en Casablanca, la capital económica de Marruecos. Era un viernes. Los terroristas pertenecían a un movimiento salafista, La Vía Recta, vinculado al Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) y a la red Al Qaeda. Los atacantes eran jóvenes y procedían de un miserable poblado de chabolas anclado en Sidi Moumen, una barriada popular de Casablanca. En aquella época yo vivía en Rabat, donde era corresponsal de varios medios españoles. Cubría Marruecos y el conjunto del Magreb. Yo vivía en Marruecos desde el año 2001. Trabajaba mucho y a diario, sobre todo para la agencia Colpisa de Madrid, cuyo subdirector era el actual director de Atalayar, Javier Fernández Arribas, y el periódico barcelonés AVUI, que todavía no había caído en manos de la empresa editora ultranacionalista del periódico El Punt de Girona. Me avisó de los atentados un buen amigo marroquí, profesor universitario y analista político, Mustafá Sehimi. Eran las 10 de la noche. Empecé a buscar información, llamé por teléfono, mandé las primeras crónicas, y así durante 24 horas, sin parar ni media hora para dormir. Un primo mío que había venido de España con su mujer, panadero de profesión, me ayudó a seleccionar noticias de diversas agencias: Efe, AFP, MAP… La mayoría de los terroristas tenían entre 20 y 23 años. Atacaron con explosivos varios lugares de Casablanca. El primer atentado se llevó a cabo en el restaurante de la Casa de España, donde varios yihadistas se inmolaron en este recinto, asesinando a numerosos seres humanos. El segundo atentado tuvo lugar en el Hotel Farah, donde murieron un portero y un guardia.
Españoles muertos
Después, otro terrorista asesinó a tres personas cuando intentaba llegar al antiguo cementerio judío de Casablanca para hacer estallar una bomba. Como no pudo alcanzar su objetivo, el terrorista se suicidó antes. Otros dos terroristas hicieron explotar una bomba en la Alianza Israelí, perteneciente a la comunidad judía, sin causar daños humanos al encontrarse el edificio vacío. Finalmente, un atacante se inmoló en la entrada del restaurante ‘Le Positano’ delante del consulado belga matando a dos policías. De los 45 muertos en los atentados de Casablanca, 13 eran terroristas. Más de un centenar de personas resultaron heridas. Cuatro víctimas mortales tenían nacionalidad española, tres eran franceses, uno italiano y el resto marroquíes. La policía marroquí, que colaboró estrechamente con la española, detuvo a unos 3.000 presuntos islamistas radicales, de los que unos 1.000 fueron inculpados en los atentados y 17 condenados a muerte. Muchos otros yihadistas detenidos fueron condenados a largas penas de cárcel. El principal acusado de organizar y coordinar los atentados fue Abdelhak Mul Sebbat, detenido el 25 de mayo. Murió al día siguiente cuando iba a ser trasladado a un hospital desde las dependencias policiales donde estaba siendo interrogado. Oficialmente, falleció a causa de un ataque. Algunos colectivos defensores de los derechos humanos plantearon la hipótesis de que muriera tras ser torturado salvajemente por la policía. En abril de 2008, nueve terroristas condenados se fugaron de la prisión de Kenitra.
Un pequeño empresario
Uno de los españoles asesinados en la Casa de España era Manuel Albiac i Tutusaus, un pequeño empresario de Tarragona que residía en Casablanca. Conocí a Manuel unas semanas antes de que perdiera la vida. Mejor dicho, hablé con él por teléfono porque le quería hacer una entrevista para la sección de Economía del diario AVUI. Después, me llamó él por teléfono para concretar una cita previa a la entrevista. Fue el día 14 de mayo por la mañana en la cafetería de la estación de ferrocarril de ‘Casa-Port’, en Casablanca. Quería conocerme personalmente y que preparáramos la entrevista. Tras saludarnos, nos sentamos en la cafetería y tomamos café. Le pregunté si tenía algo que ver con el filósofo y pensador Gabriel Albiac. “Es primo mío”, me dijo Manuel. Hablamos de muchas cosas relacionadas con la entrevista, de la situación económica en Marruecos, de las dificultades que tenían los pequeños empresarios españoles que trabajaban en este país… Le llamó al móvil su esposa, Pilar Cruixent, y él le dijo que estaban hablando con un periodista catalán. “¿Es de La Vanguardia?”, le preguntó Pilar. “No, de AVUI”, le contestó Manuel.
Hablamos también de cuestiones más trascendentales y Manuel me hizo preguntas sobre el islam y el terrorismo. “¿Crees que los musulmanes odian a Occidente?, me preguntó Manuel Albiac. “Hay de todo. Los musulmanes, como los cristianos, los judíos o los ateos, no son una realidad homogénea, sino plural. Son seres humanos, como nosotros. Esencialmente, somos parecidos y aspiramos a lo mismo: vivir lo mejor posible e intentar ser felices”, le dije a Manuel. Me gustó la charla con este pequeño empresario tarraconense. Manuel Albiac era un hombre afable, muy agradable y sociable. Me invitó a que nos viéramos un día en la Casa de España de Casablanca para cenar y tomarnos unas copas. Le dije que sí, por supuesto. Hace años que me hago la misma pregunta: ¿Qué hubiera pasado si hubiese quedado con Manuel el viernes 16 de mayo, día de los atentados, en la Casa de España de Casablanca? No tengo respuesta a esta angustiosa pregunta.
Llamada telefónica
A las seis de la mañana del día 17 de mayo me llamó una chica catalana que vivía en Casablanca y me dijo que llevaba varias horas intentando comunicar con Manuel Albiac. “Sé que se encontraba en la Casa de España, le he llamado un montón de veces al móvil pero no contesta, no sé dónde está. Llámalo tú también, por favor, Paco”, me dijo esta chica. Lo llamé varias veces. No obtuve respuesta. Varias horas más tarde, la misma chica me llamó al móvil y me dijo que Manuel Albiac había muerto en el atentado contra la Casa de España. Otra persona que se encontraba en este lugar me lo confirmó. Después, conversé por teléfono con el corresponsal de TV3 en Rabat, Pepe Garrigas, quien me explicó que se había visto en la obligación de reconocer los cuerpos calcinados de algunas víctimas del atentado contra la Casa de España. Lloré durante varios minutos. No podía dejar de pensar en Manuel y en todas las víctimas de esa masacre. 12 años después me sigo haciendo la misma pregunta: ¿En hombre de qué se puede matar impunemente a un ser humano? ¿En nombre de Dios? ¿De la revolución social? ¿De la independencia de Euskadi? ¿En defensa de la causa palestina? No hay ninguna causa, aunque ésta sea noble, que justifique la matanza de inocentes, y hay que ser un fanático y un canalla, o un desequilibrado mental, para justificar el terrorismo.
No me importa si ese terrorismo defiende objetivos políticos o utiliza a Dios y la religion como coartada ideológica para cometer sus crímenes. Un terrorista es un criminal, además de un cobarde y un miserable, y punto. Bienvenidos sean los terroristas que abandonen las armas y se arrepientan, siempre y cuando cumplan con la Justicia. Los que se empeñen en seguir asesinando a inocentes deben saber que la cárcel es el mejor lugar para ellos. La cárcel o el cementerio. Yo no celebraré nunca con cava la muerte de ningún terrorista, porque intento no ser como ellos, y no quiero que el odio se apodere de mí. Pero tampoco soy completamente tonto, y puesto a escoger, entre la muerte de un terrorista y una de sus víctimas, siempre escogeré la del asesino. Ya sé que decir esto no es políticamente correcto, pero me da igual. No veo por qué motivos tengo que amar o ser comprensivo con los que quieran acabar con la vida de un inocente. No quiero venganza, pero sí justicia. Se lo debemos a Manuel Albiac y a todas las víctimas del terrorismo en todas partes.
Un hombre bueno
Manuel Albiac i Tutusaus era un hombre bueno que nunca hizo daño a nadie. Su muerte dejó a una viuda y tres hijos –Manuel, Xavier y Mónica- desamparados. Según contaron los medios de comunicación en aquella época, los Albiac eran muy conocidos en Tarragona. Durante dos generaciones se dedicaron a la fabricación del betún. Manuel Albiac estudió en el Instituto Químico de Sarriá, en Barcelona, y durante un tiempo dirigió una empresa familiar en el pueblo tarraconense de Els Pallaresos. La empresa tuvo que cerrar sus puertas. En 1992, Manuel se estableció en Marruecos. El pequeño empresario catalán era socio del grupo Cofatec, dedicado a la producción de bebidas refrescantes y productos químicos. Su hijo Xavier regentaba el restaurante ‘Pigal’ en Tarragona. El 20 de febrero de 2010, el Ayuntamiento de Tarragona inauguró una calle a Manuel Albiac i Tutusaus en la ciudad. Fue un sencillo y sincero homenaje de la corporación local a uno de sus ilustres vecinos. La placa conmemorativa se instaló en la pared de la casa de la familia, en la bajada de acceso a la playa de la Savinosa.
El acto reunió a un centenar de personas junto a representantes del Ayuntamiento y varios miembros de la Associació Catalana de Víctimes d’Organizacions Terroristes. En este acto emotivo, su hijo Xavier Albiac glosó la figura de su padre, destacando su espíritu emprendedor, su generosidad y su infinito aprecio a Tarragona. Manuel Albiac i Tutusaus nació en el año 1944 en la ciudad de Tarragona. No debió morir el 16 de mayo de 2003 en Casablanca. Él no murió, fue asesinado por unos terroristas fanáticos que despreciaban la vida de los demás y la suya propia. Por mi parte, he querido a través de este artículo homenajear a un hombre bueno, a un hombre bueno que fue víctima de la barbarie terrorista. Sigue descansando en paz, Manuel.