Los XXXIII Juegos Olímpicos y la otra historia olvidada
Como centenares de millones de habitantes de la Tierra, me quedé absorto hasta el apoteósico final de la llama olímpica en el globo aerostático de Montgolfier símbolo de nuestra casa común estelar.
Fue un espectáculo prodigioso de técnica, arte y folklore moderno, para algunos algo excéntrico, que ni la persistente lluvia fue capaz de ensombrecer.
Pudimos constatar el poderío de la Francia imperial, de la Francia de las ciencias y las artes, con escenas surrealistas y postmodernas, algunas poco comprensibles. Un espectáculo de cinco horas que sedujo y cautivó al planeta. Al César lo que es del César.
En todo su desarrollo plástico la ceremonia fue magistral, no así en el contenido que, como no podía ser de otro modo, mostró la naturaleza intrínseca del sistema que sostiene los Juegos Olímpicos y de la nación que las ejecuta. Fue un canto a Francia, como lo vieron los que lo concibieron, en el que los que deberían haber sido sus protagonistas principales, los atletas, mujeres y hombres, pasaron a segundo plano.
Hechas las alabanzas artísticas y tecnológicas ampliamente merecidas, no puedo por menos de preguntarme: ¿hubo discriminación en la organización de estos Juegos Olímpicos? Para mí, la respuesta es sí. No fueron los “Juegos de la Paz”, no fueron los “Juegos de la Fraternidad y la Solidaridad”; no podían serlo; tampoco era su función. Llevados a cabo en medio de dos grandes guerras, Ucrania-Rusia y Palestina-Israel, y de muchas pequeñas guerras, los 33 Juegos Olímpicos premiaban a unos y castigaban a otros. Rusia y Bielorrusia fueron marginadas, estigmatizadas y condenadas por su guerra “de agresión e invasión” en Ucrania; mientras que Israel tuvo un sonoro reconocimiento llevando en su pancarta la guerra “de agresión e invasión” de Palestina. Dos casos, dos actitudes, dos respuestas.
Tanto Rusia como Israel esgrimían razones que justificaban sus actos bélicos. Moscú respondió al cruento golpe de la Revolución del Maidán en 2014 que acabó con la vida de miles de habitantes del Donbass, región que Rusia reivindica históricamente. Tel Aviv respondió de igual manera o parecida al ataque violento cometido por el movimiento palestino Hamás el 7 de octubre de 2023 que se saldó con 1.200 muertos y más de 200 rehenes israelíes. Rusia e Israel respondieron con la guerra, de agresión para unos, de defensa para otros; pero ambas naciones han sido castigadas la primera y premiada la segunda. En un lado de la trinchera se alude al terrorismo, en el otro a la defensa del país. Ni el Comité Olímpico Internacional (COI), ni el país anfitrión Francia, han hecho ninguna distinción, ni han explicado su comportamiento opuesto en ambos casos. Hablar de paz es una patraña.
Al presidente del Comité Olímpico Internacional, el organismo que decide quién participa y quién no, Thomas Bach, se le llenó la boca de palabras de amistad, solidaridad, espíritu olímpico, fraternidad entre los atletas, que aquí somos todos iguales, que no hay racismo ni discriminación. Pero no dijo una sola palabra de los cerca de mil atletas sancionados, rusos y bielorrusos, por las políticas de sus Gobiernos, ni de los 340 miembros del Comité palestino muertos en los bombardeos israelíes.
Para salvar un poco el deshonor, a Thomas Bach se le ocurrió constituir un Grupo Individual Neutral de Atletas (ANI), sin bandera, sin himno, sin identidad de países, en el que meter unos cuantos de los atletas represaliados como apestados, vigilados día y noche por la policía y los soplones del sistema; menos de un diez por ciento del total de atletas de ambos países. Muchos de ellos, no han aceptado participar en solidaridad con sus compañeros atletas de Rusia y Bielorrusia; como el luchador Shamil Mamedov, las tenistas Aryna Sabalenka y Victoria Azarenka; y muchos más en bloque. Otros sí, algo más de 50.
Las autoridades olímpicas, como los anfitriones franceses, hablaban sin cesar de la paz, de la ética olímpica, del fin de la violencia para resolver conflictos, mientras que los países donantes de armas, dinero y soldadesca a los Gobiernos de Kiev y Tel Aviv, como Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y, por supuesto, Francia, siguen reuniendo grandes fortunas del erario público para armar a sus aliados y atacar en un caso a los malvados rusos en su propio país, en el otro a los “terroristas palestinos” sin distinción de edad. Una paz altamente sospechosa.
Nadie mencionó las declaraciones del Comité Olímpico Palestino, representado con ocho participantes, que denunció que más de 340 atletas, árbitros y personal deportivo han sido asesinados por Israel en diez meses de bombardeos y otros ataques indiscriminados en Gaza y Cisjordania, o como consecuencia de la falta de atención médica por un sistema sanitario colapsado y sin recursos por culpa del bloqueo israelí. De eso no se dijo nada.
Los organizadores de los Juegos y las autoridades anfitrionas insistían en que la guerra de Rusia va en contra de los principios de la Carta del Olimpismo, que siempre se ha respetado. Falso totalmente; la carta fundacional del olimpismo puede decirlo, sí, pero pocas veces se ha respetado. La historia nos lo cuenta así.
En 1956 se celebraron los Juegos Olímpicos de Melbourne, siendo presidente del COI Avery Brundage, tachado por muchos como racista y antisemita, que permitió y ensalzó al régimen sudafricano del apartheid y que pilotó el Comité Olímpico durante 20 años. En esas 16ª Olimpiadas, las de Melbourne, Francia, que estaba en plena guerra colonial en Argelia, tuvo al igual que en ocasiones anteriores su puesto de honor. Nada de reproches ni de sanciones.
Pero ya, anteriormente, durante la Primera Guerra de Indochina, 1946/1954, se celebraron dos Olimpiadas en 1948 y 1952, en las que Francia participó con todos los honores, aun siendo el ocupante agresor de Vietnam, Laos y Camboya. Tras la histórica derrota de los ejércitos coloniales franceses en Diem Bien Phu en 1954, tomaron el relevo de la guerra de Indochina los Estados Unidos hasta 1975, en que fueron a su vez derrotados por el Ejército vietnamita y las guerrillas de Camboya y Laos, apoyados por la Unión Soviética y China, y una extensa opinión pública estadounidense. Tampoco esta vez, en los Juegos Olímpico de 1956, 1960, 1964, 1968 y 1972, es decir cinco Olimpiadas, hubo ningún tipo de sanción contra los Estados Unidos por su guerra invasora y devastadora en el Extremo Oriente indochino. La única nota discordante fue la protesta que hicieron los tres atletas negros estadounidenses, campeones de los 200 metros en las Olimpiadas de 1968 en México, que en el podio levantaron el puño enguantado en negro a la manera del movimiento Poder Negro, como protesta contra la falta de derechos civiles en Estados Unidos. También ahí se lució Avery Brundage, quien sancionó a dos de ellos expulsándolos del Comité Olímpico de Estados Unidos y de las instalaciones deportivas, pero sin tomar medidas contra el causante de la ignominia, el Gobierno de los Estados Unidos.
Por lo que no se puede hablar de Olimpiadas de la Paz, de la Fraternidad y de la Solidaridad. Los atletas no son todos iguales; han sufrido las inclemencias de la Guerra Fría en el pasado, del colonialismo franco-británico del siglo XX, y de la desigualdad Norte-Sur actual. Constatarlo es un merecido reconocimiento; hacerle frente, una virtud.
Miembros de la delegación del Comité Olímpico de Argelia protagonizaron una ceremonia paralela, lanzando flores al Sena en homenaje a los argelinos asesinados y arrojados al río en 1961 cuando manifestaban por la independencia de su país. La delegación de Níger hizo un saludo militar al pasar delante de la tribuna oficial en donde estaba el presidente francés Enmanuel Macron, recordándole que su país ha dejado de pertenecer al paraguas colonial. Está claro que aún queda por descolonizar el deporte, que, al igual que el resto de las disciplinas humanas, sigue siendo un arma de control masivo. No podemos contemplar las Olimpiadas al margen de todo esto.