Bolivia oxigena el eje bolivariano
Evo Morales tendrá que esperar. Su proyectado viaje triunfal de vuelta de su exilio en Argentina, lejos de simbolizar el triunfo arrollador de la candidatura del Movimiento al Socialismo (MAS) en las elecciones presidenciales, podría acentuar la polarización de un país partido desde el pucherazo electoral del propio Morales en 2019. El ganador de los comicios, Luis Arce, multiplica los mensajes conciliadores, consciente de que su victoria se ha cimentado no sólo sobre los incondicionales votos indígenas sino también sobre una clase media que ya apreció su rigor como ministro de Economía del propio Morales. Una clase media que no votó a Morales en 2019, y que le censuró su apego al poder al desoír la limitación constitucional de mandatos.
Arce y el que será su vicepresidente, David Choquehuanca, saben que su incuestionable y legítima victoria electoral se vería empañada por el regreso de un Evo Morales sobre el que aún pesan acusaciones de delitos de sedición, terrorismo, financiación ilícita e incitación para delinquir, todos ellos relacionados con las manifestaciones de protesta, sabotajes y bloqueos de carreteras realizados por sus seguidores. Una vuelta, pues, de Morales, sin que todo ello se haya sustanciado en los tribunales, facilitaría de nuevo el enfrentamiento y abonaría la tesis del revanchismo.
Para evitar esa previsible polarización, Luis Arce ha rebajado la euforia que su triunfo ha desatado en el llamado eje bolivariano, formado por Cuba, Venezuela y Nicaragua, en cuyas felicitaciones a los candidatos vencedores del MAS iba implícito el reclutamiento del dúo Arce-Choquehuanca para restablecer el proyecto chavista en el continente latinoamericano, condensado en “la patria grande feliz” del mensaje de la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández, viuda de Kirchner. Mensaje que su “protegido”, el presidente Alberto Fernández, llevó más lejos, al calificar la victoria de Arce como “un acto de justicia ante la agresión sufrida por los bolivianos”.
El venezolano Maduro, fiel al argumentario chavista, definió la victoria como “una derrota al golpe de Estado que le dieron a nuestro hermano Evo”; por supuesto, sin admitir que fue el propio Morales el que diera su propio autogolpe de Estado. El más eufórico fue el expresidente de Ecuador y prófugo de la justicia Rafael Correa, que jaleó el triunfo del MAS como “castigo a la criminal derecha boliviana, a su prensa cómplice, a Almagro [secretario general de la Organización de Estados Americanos, OEA] y a sus secuaces”. Correa, al que se llegó a considerar un verso suelto dentro del eje bolivariano, no oculta sus deseos de revancha, considerando que el actual presidente Lenin Moreno, que fuera su vicepresidente, le traicionó al cambiar radicalmente las políticas de Correa.
En todo caso, está por ver que Arce-Choquehuanca retomen esa senda. De hecho, la política económica de Arce bajo el mandato de Morales ya se diferenció sustancialmente del resto del eje, combinando el acento sobre las reivindicaciones sociales con importantes desarrollos industriales e infraestructuras. Por otra parte, los cambios surgidos en los países vecinos hacen suponer que estos no van a permitir que el evidente totalitarismo que campea en Cuba, Venezuela o Nicaragua se extienda a sus territorios. No es probable en absoluto que Iván Duque (Colombia), Jair Bolsonaro (Brasil), Luis Lacalle Pou (Uruguay) o el propio Lenin Moreno (Ecuador) eviten la confrontación que parecen buscar denodadamente los integrantes de un eje bolivariano, debilitado por la corrupción y el narcotráfico, y tan azotado o más que el resto por la pandemia del coronavirus.
En cuanto a la propia Bolivia, las fuerzas conservadoras deberían haber aprendido la lección de dónde conduce su propia división. Si el candidato Carlos Mesa no ha logrado llegar al balotaje con Arce, es decir que este no le hubiera sacado más de diez puntos porcentuales en la primera vuelta, es porque Camacho, el líder de Creemos, fuerte en la zona más próspera de Santa Cruz de la Sierra, decidió ir por su cuenta, restándole a Mesa ese casi 15% de los votos que hubiera facilitado la segunda vuelta. Mesa ha aceptado el resultado ensalzando los valores de la democracia, dispuesto desde la oposición a “fiscalizar y exigir al futuro Gobierno que actúe para enfrentar a la crisis sanitaria, económica y de corrupción” que padece Bolivia, y que, obviamente, no es privativa exclusiva de aquel país.