Opinión

Chile se pone en manos de independientes

photo_camera chile

Hasta un 68% de los candidatos a los 155 escaños de la Asamblea Constituyente chilena carecían de etiqueta partidista. De entrada ese porcentaje significa una desaprobación explícita de los partidos políticos tradicionales, tal y como reconocía el presidente Sebastián Piñera al término de las dos jornadas electorales –primer caso en la historia latinoamericana-, en las que se elegían a los redactores de la nueva Constitución del país. 

En el país del hemisferio sur americano que mejor ha gestionado la pandemia del coronavirus (49,1% de la población inmunizada), se elegían también a los gobernadores regionales y a los alcaldes y concejales de las 346 comunas y 345 municipalidades. De estas el dato más relevante es la conquista de la Alcaldía de Santiago por el Partido Comunista. La derecha perdía también otros ayuntamientos importantes, como los de Viña del Mar, Maipú o Estación Central.

Pero, la elección más relevante era la de los constituyentes, proceso pospuesto a causa de la pandemia, y consecuencia directa de los violentos disturbios que estallaron en 2019 y que pusieron contra las cuerdas no solo al presidente Sebastián Piñera sino al conjunto institucional de Chile, considerado el país más democrático y desarrollado de todo el ámbito iberoamericano. 

La primera consecuencia de estos comicios es que el espectro conservador ha sufrido una severa derrota, por cuanto tanto Piñera, como su aliado, el Partido Republicano, situado aún más a la derecha, no alcanzan los 52 escaños que se consideran imprescindibles para negociar con suficiente fuerza el articulado de la nueva Carta Magna del país. Solo una hipotética alianza con los independientes, que contra todo pronóstico han conseguido 30 asientos, podría traducirse en cierta impronta en el próximo texto fundamental que establezca las reglas de convivencia en Chile. 

A priori será la izquierda, conformada por Apruebo y Apruebo Dignidad, y sus más de 50 escaños en conjunto, la que pueda exhibir mayores posibilidades de acuerdos con una buena parte al menos de los independientes. Apruebo es en realidad la etiqueta que sustituye a la antigua Concertación, que gobernara Chile entre 1990 y 2010, tras el fin de la dictadura del general Augusto Pinochet. Apruebo Dignidad engloba tanto al Partido Comunista como al Frente Amplio, que aglutina a toda una panoplia de agrupaciones de la izquierda clásica a la extrema izquierda.

Deshacer definitivamente el legado de la dictadura

Los trabajos de los constituyentes comenzarán ya en junio, con la misión principal de erradicar las causas de la desigualdad de las que se acusaba a la Constitución de 1980, redactada aún bajo la dictadura, y que habrían motivado el estallido de la violencia en 2019. 

Si se tomara al pie de la letra la abominación del ya fenecido texto constitucional chileno, el nuevo tendría que rebajar el poder del presidente de la nación, considerado desproporcionado por los sectores izquierdistas, y en paralelo habría también que regionalizar y descentralizar el poder asentado de manera aplastante en la capital. Tampoco es menor la cuestión relativa a la inclusión del indigenismo en la ley fundamental. Desde su independencia, las instituciones chilenas han sostenido una pugna, nunca resuelta, con el pueblo mapuche. Ahora, 17 de los 155 escaños constituyentes están reservados a los pueblos originarios de Chile, que exigen su reconocimiento expreso o incluso la instauración de un sistema plurinacional. 

No es menor tampoco el modelo de desarrollo económico que los constituyentes implantarán en Chile, y según lo que elijan ello afectará a instituciones fundamentales como la autonomía del Banco Central de la nación o el papel mismo del Tribunal Constitucional, y por supuesto el de los actores sociales, a los que la izquierda pretende dotar de una gran jerarquía en las grandes decisiones económicas del país. 

Es por lo tanto una asamblea cuya misión trascenderá las fronteras del propio Chile. La experiencia de su modelo, tanto si es exitosa como si fracasa, servirá para que tomen nota otros países iberoamericanos, en los que los problemas inherentes a las fuertes desigualdades, cada uno con sus propias peculiaridades, son bastante parecidos.