Se reactiva la guerra de los treinta años en África

Soldados congoleños rebeldes del Movimiento M23
Desde el genocidio de Ruanda (1994) la enemistad entre este país y su vecino, la República Democrática del Congo (RDC) no han cesado de provocar enfrentamientos en una guerra intermitente que dura ya treinta años

Ambos se enfrentaron directamente en 1996 y 1998 mientras que desde 2012 lo hacen supuestamente de manera indirecta a través de los rebeldes congoleses del M23 (Movimiento del 23 de Marzo), apoyados y sostenidos por el presidente ruandés, Paul Kagame, y el ejército regular de la RDC, que preside Félix Tsisekedi. 

Los combates se disputan en la región de Kivu, en especial en la extensa zona de su capital Goma, de la que están saliendo precipitadamente los residentes extranjeros, especialmente norteamericanos y británicos a instancias de sus respectivas embajadas.

Los enfrentamientos militares se intensificaron fuertemente tras el fracaso de la mediación encargada por Naciones Unidas a Angola, y de la cancelación el pasado mes de diciembre de un encuentro directo entre los presidentes de Ruanda y Congo. 

Desde entonces han huido de la región medio millón de personas, que se unen a los siete millones de desplazados y refugiados en esta zona de los Grandes Lagos de África, lo que convierte la correspondiente crisis humanitaria de esta zona en la mayor del mundo, por encima incluso de la registrada hasta ahora por las guerras del Oriente Medio.

A este respecto, si Turquía se ha erigido en un actor importante en las negociaciones sobre el futuro de Siria tras el derrocamiento del régimen de Al-Assad, también aspira ahora a serlo en esta crisis agravada en el Este de África, al ofrecer su mediación después del fracaso de Angola. 

El origen de la disputa hay que buscarlo en el genocidio mismo de Ruanda, y especialmente en los fugitivos de aquella masacre, que se refugiaron en gran parte en la zona oriental del entonces Zaire, gobernado a la sazón con mano de hierro por el dictador Mobutu Sese Seko. 

En 1996, dos años después de la masacre ruandesa, Paul Kagame lideró los apoyos exteriores del líder rebelde congolés Laurent Kabila para el derrocamiento de Mobutu. 

Kagame arguyó entonces que su “único propósito” era perseguir a los responsables hutus de haber causado 800.000 muertos y un éxodo entonces de dos millones de refugiados al vecino Congo. 

Las hostilidades prosiguieron tras la caída de Mobutu, entre otras razones porque el inmenso país que es el Congo (2,3 millones de Km2, 11.000 kilómetros de fronteras nada menos con nueve Estados) ha estado sometido siempre a las tensiones internas entre sus numerosos grupos étnicos. 

Al mismo tiempo, ha servido de santuario a los grupos rebeldes que se enfrentaban al poder en los países limítrofes. Todo ello, aderezado con la presencia e influencia de las grandes empresas extranjeras explotadoras de las inmensas riquezas que alberga el subsuelo congoleño.

En consecuencia, este país, probablemente el más rico potencialmente del continente junto con Sudáfrica, no ha sido capaz aún de construir verdaderamente su Estado-nación desde la proclamación de su independencia de Bélgica en 1960. 

Tras el derrocamiento de Mobutu, los países que habían encumbrado a Laurent Kabila pronto le retirarían su apoyo, e incluso se dedicaron a apoyar, armar y financiar a los numerosos grupos rebeldes que se disputaban regiones enteras del Congo. 

Ruanda y Uganda unieron fuerzas incluso para encabezar una rebelión de gran envergadura contra Kabila. Fue lo que dio en llamarse la guerra mundial africana (1998-2003), concluida formalmente con los Acuerdos de Pretoria. 

Desde entonces, los periódicos brotes de violencia se han sucedido con mayor o menor intensidad, la tragedia de los refugiados y desplazados no ha hecho más que aumentar, y, en definitiva, persisten cada vez más agudizadas las luchas por los ingentes recursos naturales del país, además de otros conflictos relativos a la propiedad de la tierra, la reforma del sector de la seguridad y el permanente conflicto étnico político entre Ruanda, Uganda y Congo. 

Y, por si fuera poco, hay que añadir las tensiones regionales y globales, con las correspondientes influencias del Reino Unido y China, a las que hay que añadir la de las gigantescas corporaciones empresariales e industriales, que condicionan, cuando no dictan directamente, las políticas de los estados involucrados.  

El continente, que ya está sometido en el norte y centro a la tensión proveniente de los grupos terroristas yihadistas, tiene enquistado en su corazón tropical uno de los conflictos más complejos de su existencia, en el que se involucran multitud de actores e intereses que hacen, por lo tanto, muy difícil una solución permanente. 

Por el contrario, la proyección del agravamiento de sus tensiones tendría importantes consecuencias geopolíticas, no sólo para toda África sino también para el resto del mundo, y especialmente para el vecino continente europeo.