Estalla el nacionalismo étnico en Etiopía
Envuelta en una crisis internacional de grandes proporciones a propósito de la construcción y puesta en marcha de la gigantesca Presa del Renacimiento sobre el Nilo Azul, Etiopía se ve arrastrada ahora además a un conflicto armado civil con el pueblo tigray, vecino y tradicional aliado de la hermética y empobrecida Eritrea. Incluso ya con el inicio de la ofensiva militar por parte del Ejército etíope.
El estallido se veía venir desde que el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, de la etnia oromo, impulsara en diciembre de 2019 la disolución de todos los grupos políticos étnicos que habían conformado hasta entonces el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE). El objetivo de Abiy Ahmed era diluir las taifas y crear una auténtica nueva ciudadanía etíope bajo un gobierno central y un sentimiento auténticamente nacional. Un proceso que en toda África se ha ido aceptando con muchas dificultades, numerosas guerras y mucho derramamiento de sangre. La tribu y la etnia, como bases de la organización política y social, están muy arraigadas en la multisecular cultura africana, de manera que la unificación en territorios muchas veces trazados con regla y cartabón en las antiguas cancillerías de las metrópolis europeas, se considera por los directamente afectados como una agresiva imposición exterior.
El Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT) nunca aceptó de buen grado su disolución e integración correspondiente en el recién creado por Abiy Ahmed Partido de la Prosperidad. Para los tigray ello constituía una evidente pérdida de poder e influencia. Constituido en 1974 como partido político socialista marxista, el FLPT contribuyó a la caída del Negus, el emperador Haile Selassie, bajo cuya autoridad como León de Judá mantuvo el país unido incluso bajo la dominación de la Italia fascista de Mussolini.
La caída de la monarquía abisinia, sucedida por un Consejo Administrativo Militar Provisional (Derg), daría origen tras numerosas revueltas al régimen comunista de Mengistu Hailé Mariam, que rigió al país con mano de hierro y fiel aliado de la Unión Soviética. La explosión de ésta aceleraría también el derrocamiento de Mengistu, que en 1991 daría paso al Gobierno multiétnico del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope. Este movimiento siempre estuvo dominado precisamente por los tigray, uno de cuyos líderes, Meles Zenawi, sería ininterrumpidamente primer ministro de Etiopía desde 1995 a 2012. En ese tiempo convirtió a Addis Abeba en la tercera capital del mundo, por detrás de Nueva York y Bruselas, con mayor densidad de diplomáticos, merced a la instalación definitiva como sede de la Unión Africana, al tiempo que concluía importantes acuerdos financieros con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, eso sí a cambio de renunciar a la ideología marxista-leninista y alinearse con las democracias liberales.
Replegados en su estado regional de Tigray, los antiguos guerrilleros no solo han desobedecido sistemáticamente las directrices de Addis Abeba sino que, según las acusaciones del primer ministro Abiy Ahmed, han estado creando y equipando milicias armadas, con uniformes sospechosamente similares a los del Ejército de Eritrea, país con el que Etiopía se enfrentó en una larga guerra, concluida con un acuerdo de paz en 2018, firmado por el presidente eritreo, Isaías Afewerki, y el primer ministro etíope Abiy Ahmed, por el que a éste le concedieron el Premio Nobel de la Paz en 2019.
Ahora, el desencadenante del choque civil y étnico en Etiopía ha sido el ataque del FLPT a una base militar, con el propósito de robar equipamiento militar, acción en la que habrían causado “numerosos muertos, heridos e importantes daños materiales”. En su declaración televisada, el Premio Nobel de la Paz y primer ministro etíope, señalaba que el FLPT “ha cruzado la última línea roja, por lo que el Gobierno federal se ve obligado a un enfrentamiento militar”.
Previamente, el resurgido FLPT había dado un auténtico golpe de Estado en su región, al celebrar elecciones en septiembre, desautorizadas por Addis Abeba, con lo que implícitamente se negaba a reconocer la legitimidad del Gobierno y el Parlamento federal de Etiopía y consumar una secesión de facto. Al mismo tiempo, el lenguaje de las autoridades tigray daba cuenta en declaraciones a medios europeos, como la agencia France Press, de su disposición a “defenderse”.
Además de los lazos afectivos que unen a los tigray con sus vecinos eritreos, empiezan a difundirse sospechas respecto de maniobras diplomáticas que tenderían a azuzar la guerra civil, debilitar al líder de Etiopía, y consiguientemente obstaculizar la consumación del gran proyecto nacional que es la Presa del Renacimiento, la única causa, según el presidente Al-Sisi, por la que Egipto se enfrascaría en una guerra.