Francia, en llamas
En apenas cinco días de disturbios los ataques, saqueos, incendios, robos y atentados contra escuelas, institutos, alcaldías, transportes y edificios públicos de Francia, el balance de destrozos supera con mucho a las tres semanas de 2005 en que el Gobierno del entonces presidente Jacques Chirac hubo de hacer frente a la explosión de las “banlieues”, las barriadas de la periferia de las grandes ciudades, en donde se concentra gran parte de la inmigración africana.
Esta vez el tono de los incidentes ha subido muchos enteros hasta convertirse en un verdadero desafío al Estado. En esta ocasión, el suceso que ha prendido la mecha ha sido la muerte de un joven magrebí de diecisiete años, al que un policía le disparó al no detenerse en un control. Una vez más, la rabia acumulada por las frustraciones individuales y colectivas ha explosionado con gran violencia, desbordando los supuestos límites de estos barrios marginales para destruir el centro mismo de las grandes y medianas ciudades.
En esa gradación de enloquecida violencia y destrozos aparecen nuevos e inquietantes rasgos. El grueso de los millares de personas que protagonizan estos sucesos está compuesto por adolescentes de entre trece y diecisiete años, procedentes en gran parte de familias desestructuradas, y en donde ha desaparecido la autoridad paterna.
De las confesiones obtenidas tras los centenares de detenciones practicadas se deduce que estos jóvenes actúan sin más motivación finalista que subir a las redes los vídeos de sus “hazañas”, añadiéndoles a veces la contabilidad del día: tantas quemas de automóviles, tantas roturas de escaparates y tantos policías agredidos que han debido ser evacuados a un hospital.
Aparece por primera vez una reiteración en sus declaraciones de no sentirse en absoluto ciudadanos de Francia, pese a pertenecer ya a la tercera o cuarta generación y por lo tanto naturales del país que acogiera a sus abuelos a mediados del siglo pasado. Es un dato escalofriante, en la medida en que basan en esa renuncia la destrucción de las escuelas y liceos en los que se forman supuestamente en los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad, imbuyéndose por lo tanto de la identidad francesa y por extensión también europea.
Si la escuela ha dejado de ser un recinto sagrado y respetable para estos hijos de la inmigración, también han roto con el símbolo igualitario del poder, el que se manifiesta en los ayuntamientos y se encarna en sus alcaldes y concejales. De todos los ataques contra estos representantes del pueblo, elegidos democráticamente, el más grave ha sido el sufrido por Vincent Jeanbrun, alcalde de L´Haÿ-les-Roses, en el departamento de Val-de-Marne. A modo de ariete los atacantes lanzaron contra su domicilio particular un vehículo en llamas, cuyo impacto e incendio hirió de gravedad a su mujer e hijas. El presidente Emmanuel Macron le recibirá este martes en el Palacio del Elíseo junto con los otros 219 alcaldes de otras tantas ciudades devastadas por el vandalismo.
En los debates suscitados a propósito de esta nueva oleada de violencia han vuelto a surgir las críticas a las políticas de integración de la inmigración en Francia. Incluso para quienes defienden la bondad del sistema, hay un fracaso evidente al comprobar que estas nuevas generaciones no se sienten franceses, menosprecian los valores republicanos y rechazan por consiguiente la identidad nacional. La gravedad del problema se acentúa si se tiene en cuenta que sigue sin haber acuerdo en la UE para establecer una política uniforme respecto de la inmigración, justo cuando ésta es más urgente.
La extrema izquierda que encarna el líder de La Francia Insumisa (LFI), Jean-Luc Melénchon, ha sido la única fuerza política en no apaciguar los ánimos, antes bien ha exacerbado sus críticas a los policías, a los que acusa de racistas y de practicar el gatillo fácil. A su vez, la extrema derecha carga las tintas sobre las fallidas políticas de integración. Macron, que representa el centro, se resiste a decretar el estado de emergencia, medida que le exigen, más que sugerirle, la formación conservadora de Los Republicanos (LR).
Si lo más urgente es detener esta espiral de violencia y destrucción, lo inmediato será encontrar alguna vía de solución a un problema que amenaza no solo con disolver a Francia sino a la propia Unión Europea. Y es tan grave que no puede estar al albur de las conveniencias temporales de los políticos de turno. Urgen, pues, medidas acordadas y coordinadas que eviten que las llamaradas de Francia incendien y arrasen a toda Europa.