Ojo por ojo y diente por diente
En la Biblia la ley del talión (Éxodo 21, 23 -25), contrariamente a la creencia general, no es una ley de venganza, sino precisamente un medio para poner límites a las acciones de réplica destructiva de creciente violencia en el mundo de hace cuatro mil años.
Pese al tiempo transcurrido desde entonces, en la práctica totalidad de Oriente Medio el espíritu de la ley del talión sigue muy arraigado, de manera que dejar sin respuesta o castigo una agresión se considera un signo de debilidad por parte del agredido.
Bajo estas premisas, en los tiempos actuales Israel está procediendo a una respuesta sistemática a los atentados y agresiones. Desde la creación del Estado de Israel en 1948 por decisión de Naciones Unidas, los judíos encontraron por fin una patria tras casi dos mil años de exilio y de vagar como parias por el mundo. Los dirigentes del nuevo Estado adquirían de inmediato el compromiso firme de proteger a sus ciudadanos con todas sus consecuencias. Ello lleva implícito no sólo no abandonarles nunca y en ninguna circunstancia, recuperar en su caso sus restos mortales para darles digna sepultura y no descansar hasta encontrar y hacer pagar a quienes propiciaron su muerte, cueste lo que cueste.
Viene todo ello a cuento para explicar la espiral de acciones que se están produciendo en los últimos días, especialmente las tres realizadas por Israel en lo que va de esta semana: el atentado que mandó al otro mundo al comandante militar de Hezbolá, Fouad Shukr en el Líbano; el bombardeo de Hodeida en Yemen, y la eliminación del líder político de Hamás, Ismail Haniyeh.
El primero tenía un amplio historial de ataques contra Israel e intereses occidentales, pero lo que propició la rápida operación quirúrgica para matarlo fue que ordenara disparar el misil sobre los ocupados Altos del Golán, que destrozó la vida de una docena de niños que estaban jugando al fútbol. El segundo fue la respuesta al dron lanzado sobre Tel Aviv por los milicianos hutíes de Yemen. Y el tercero, líder político de Hamás en el exilio, pagaba con su vida los interminables regates en las infructuosas negociaciones para recuperar a los rehenes capturados en la operación terrorista realizada el 7 de octubre, saldada con 1.200 muertos, más de 3.300 heridos y 250 personas secuestradas.
Israel ya le había dado más que un toque de atención cuando con un solo misil mató a tres hijos y tres nietos de Haniyeh que, residente en Doha, reaccionó con la impasibilidad de quién está firmemente convencido de su destino.
El mensaje principal que Israel envía tanto a sus destinatarios más directos como a la comunidad internacional es que no habrá lugar en el mundo para poner a salvo a quienes hayan atentado contra ciudadanos o intereses de Israel. Bien lo demostró a través de la paciente persecución y eliminación sistemática de quienes atacaron y asesinaron a los atletas israelíes en la Villa Olímpica de Múnich en 1972.
Respecto de Hamás, la lista de los Top 5 declarados por Israel como objetivos a abatir ya se ha cobrado tres piezas: Saleh al-Arouri, que fuera número 2 de la Oficina Política de Hamás; Mohamed Deif, comandante del brazo armado de Hamás, o sea las Brigadas de Izadín Al Qasam, y ahora Ismail Haniyeh, jefe de la Oficina Política de Hamás en el exilio. Quedan aún otros dos: Yayha Sinwar, máximo jefe de Hamás en la Franja de Gaza, y Jaled Meshal, que fuera antecesor del propio Haniyeh, y contra el que ya atentó el Mossad en 1997, provocando entonces una crisis diplomática entre Jordania e Israel.
De manera también bastante directa, Israel vuelve a advertir a Irán de que no está fuera de su alcance. Que haya sido precisamente Teherán el lugar en el que ha ejecutado a Ismaeil Haniyeh mediante un misil lanzado desde el exterior, señala a Teherán que Israel no está dispuesto a dejarse arrojar sin lucha “desde el río hasta el mar”.
Toda la comunidad internacional está ahora pendiente de la presumible respuesta de Irán que, por el mismo principio de la ley del talión, no puede mostrar signos de debilidad. Y una vez más vuelve entonces a hacerse más patente el peligro de una escalada que propicie el incendio total de toda la región del Medio Oriente. Una amenaza que se terminará consumando si convergieran muchos intereses geopolíticos de golpe. Y eso está cada vez más cerca de suceder.