La filosofía de las enseñanzas del Islam (18)

Concluíamos la entrega 17 mencionando el signficado del alcanfor y el jengibre mencionados en el Santo Corán.

Respecto a las personas que rechazan la verdad, el Sagrado Corán estipula:

“En verdad, hemos preparado para los incrédulos cadenas, argollas y un fuego ardiente”. (76:5).

Esto significa que para aquellos que rechazan la verdad, y que nunca muestran intención de aceptarla, Dios ha preparado cadenas, argollas y un fuego ardiente. El sentido es que aquellos que no busquen a Dios con un corazón puro sufrirán una reacción severa. Su inmersión en los asuntos terrenales no les permite dar un paso, como si tuvieran encadenados los pies, y se hallan tan inclinados hacia las actividades de este mundo que parece como si tuvieran argollas atadas al cuello que no les permitieran levantar los ojos hacia los cielos. Desean con ardor las cosas de este mundo: bienes, autoridad, dominio, riqueza, etc ... Ya que Dios Altísimo les halla indignos, y entregados a deseos impuros, les impone estos tres sufrimientos.

Esto nos indica que a cada acción humana corresponde una acción de Dios. Por ejemplo, cuando una persona cierra todas las puertas y ventanas de su habitación, la oscuridad subsiguiente es resultado de una acción divina. Todas las consecuencias inevitables de nuestras acciones, decididas por Dios según las leyes naturales, son realmente acciones de Dios, porque Él es la Causa de todas las causas. Por ejemplo, si un hombre toma veneno, este acto humano iría seguido de un acto divino: la muerte de esta persona. Del mismo modo, si una persona contrae una enfermedad por haberse comportado indebidamente, su acción provocará una reacción divina: la enfermedad. De esta forma, observamos claramente que en este mundo cada una de nuestras acciones conlleva un resultado inevitable, y este resultado es un acto de Dios Exaltado. La misma ley se aplica igualmente a cuestiones religiosas. Por ejemplo, se dice:

“En cuanto a los que se esfuerzan en Nuestro camino, han de saber que, en verdad, los guiaremos por Nuestras sendas; pues Al’lah está ciertamente con los que hacen el bien”. (29:70)

Esto significa que, como consecuencia de la plena dedicación de las personas en la búsqueda de Dios, Su acto inevitable es el de guiarles por los caminos que conducen hacia Él.

Por el contrario se dice:

“Por tanto, cuando se desviaron del camino recto, Al’lah hizo que sus corazones se extraviasen”. (61:6). Cuando se desviaron del buen camino, y rehusaron seguirlo, Nuestra acción subsiguiente fue hacer que sus corazones se pervirtieran.

Se explica más ampliamente este punto en el siguiente versículo:

“Pero el que es ciego en este mundo, será ciego en el Más Allá, e incluso más extraviado del camino” (17:73). Esto nos indica que los virtuosos hallan a Dios en esta vida, y ven al Verdadero Amado en este mundo. El sentido de este versículo es que la base de la vida celestial se halla en este mundo, y que la raíz de la ceguera infernal es la vida ciega e impura en este mundo.

Además se dice:

“Y anuncia la buena nueva a los que creen y hacen buenas obras, que para ellos hay Jardines bajo los cuales corren arroyos” (2:26).

En este versículo, al comparar la fe con jardines bajo los que fluyen arroyos, se nos indica que la fe está relacionada con las buenas obras, como un jardín está relacionado con el agua del río o del arroyo. Así como un jardín no florece sin agua, así también la fe no sobrevive sin buenas obras. La fe sin buenas acciones es vana; las acciones sin fe son mera exhibición. La realidad del paraíso islámico estriba en que es un reflejo de la fe y las acciones del hombre en esta vida, y no algo que se le otorga al hombre desde fuera. El paraíso de cada hombre se desarrolla dentro de él, y el paraíso de cada uno es su fe y sus buenas acciones, donde ya en esta vida comienza a probar sus deleites, percibiendo los jardines y arroyos ocultos de la fe y las buenas obras, que se manifestarán plenamente en la otra vida. La Santa Enseñanza de Dios nos revela que la fe pura, perfecta y firme en Dios, en Sus atributos y Sus designios, es un hermoso jardín de frutales, y las buenas obras son arroyos que riegan el jardín.

Dice el Santo Corán:

“¿Acaso no ves como expresa Al’lah la semejanza de una palabra buena? Es como un buen árbol, cuya raíz es firme y cuyas ramas llegan al cielo. Produce su fruto en todas las estaciones por mandato de su Señor” (14:25-26). Esto significa que una palabra de fe, libre de todo exceso, defecto, falsedad y vanidad, una palabra perfecta en todos los sentidos, se parece a un árbol libre de defectos, cuya raíz está firmemente arraigada en la tierra, y cuyas ramas alcanzan los cielos. El árbol da fruto durante todo el año, y sus ramas nunca se hallan sin frutas. Al comparar una palabra de fe con un árbol siempre fructífero, Dios Altísimo ha llamado la atención sobre tres de sus características:

La primera es que su raíz, es decir, su verdadero sentido, esté firmemente arraigada en el suelo del corazón o sea que su verdad y realidad sean aceptables a la naturaleza y la conciencia humanas.

La segunda característica esencial es que sus ramas alcancen al cielo, es decir que estén apoyadas por la razón, concordando con la ley divina de la naturaleza, que es obra de Dios. Dicho de otro modo, que de las leyes de la naturaleza se deduzcan pruebas de su verdad, y que dichas pruebas estén por encima de toda crítica.

La tercera característica es que dé fruto incesantemente, sin límites; es decir que las bendiciones y los efectos que se deriven de la palabra sigan manifestándose continuamente, y que no dejen de manifestarse después de cierto período.

De nuevo dice:

“Y el símil de una palabra mala es como el de un árbol malo, cuyas raíces se han salido de la tierra y no tiene estabilidad” (14:27). Esto significa que la naturaleza humana la rechaza, y ni la razón ni la naturaleza o conciencia humana la pueden sustentar. Tiene tan poca fuerza como un cuento inútil. El Santo Corán ha señalado que los árboles de la verdadera fe portarán en el futuro uvas, granadas y otras buenas frutas, mientras que del mal árbol, el árbol de la incredulidad, que se llama Zaqqum.

Dice el Santo Corán:

“¿No es eso mejor como lugar de hospedaje, o acaso lo es el árbol del Zaqqum? En verdad, lo hemos convertido en una prueba para los malvados. Es un árbol que brota del fondo del Infierno. Su fruto es parecido a las cabezas de las serpientes?” (37:63-66). Este es un árbol que brota de la raíz del Infierno, y que crece por la arrogancia y el egoísmo (1). Sus yemas son como las cabezas de Satanás; es decir, quien coma de él se arruinará.

Más tarde se dice:

“Ciertamente, el árbol de Zaqqum. Será el alimento del pecador.  Al igual que el cobre fundido, hervirá en sus entrañas. Como el borboteo del agua hirviente. Agarradle y arrastradle al centro del Fuego llameante” (44:44-47).

Se ordenará al pecador:

“¡Pruébalo! Tú que te consideraste poderoso, honorable”. (44:51)

Esta es una expresión de la ira de Dios, que significa que de no haber sido arrogante, y de no haberse apartado de la verdad, por orgullo y por una idea falsa de su dignidad, no habría tenido que sufrir de esta forma. Este versículo indica que la palabra Zaqqum es un compuesto de Zuq, que significa “pruébalo”, y “amm“ que se forma de la primera y la última letra del resto de la frase. El uso repetido ha transformado la letra “dal” en “zá”.

Dios Altísimo describe, pues, las palabras de fe pronunciadas en esta vida como árboles del Paraíso. Del mismo modo describe las palabras de infidelidad pronunciadas en esta vida como el árbol del infierno, que Él denomina “Zaq­qum”, mostrando así que la vida celestial y la vida infernal tienen su raíz en esta vida.

(lpbD) – la paz y las bendiciones de Dios sean con él.

[Continuaremos con la entrega 19, donde concluiremos con los versículos del Sagrado Corán con respecto al castigo espirirtual que se impone a los incrédulos y e iniciaremos el tema de cómo establecer una relación espiritual perfecta con Dios].