Opinión

La respuesta del Islam a problemas del mundo contemporáneo (51)

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ENTREGA 51. LA PAZ POLÍTICA.

Hablaremos en esta entrega del “Mul’lahismo” (Mul’lah: clero ortodoxo musulmán).

(Pueden consultar las referencias del Sagrado Corán en https://www.ahmadiyya-islam.org/es/coran/

Mul’lahismo.

Este es el punto de vista riguroso de la así denominada ortodoxia, que llegaría a un entendimiento con las tendencias democráticas modernas del pueblo musulmán, sólo a condición de que se garantizase al Mul’lah (traducción aproximada del “clero” musulmán) el derecho definitivo a juzgar la validez de las decisiones democráticas, basándose en la Shariah.

Si se aceptase, esta demanda sería equivalente a situar la autoridad legislativa definitiva no en las manos de Dios, sino en las manos de los ortodoxos o de alguna otra escuela del clero. Si se considera el enorme poder puesto en sus manos en el escenario de las diferencias fundamentales que prevalecen entre el mismo clero musulmán en lo que se refiere a su comprensión de lo que es y lo que no es Shariah, las consecuencias se presentan horrendas. Hay demasiadas escuelas de jurisprudencia entre los ortodoxos. Incluso dentro de cada escuela de jurisprudencia, el clero no se muestra siempre unánime ante cualquier decreto. De nuevo, su posición en cuanto a cuál es la verdadera Voluntad de Dios según lo expresado en el Shariah Islámica, ha ido cambiando en los diferentes períodos de la historia.

Esto representa un problema complejo para el mundo contemporáneo del Islam, el cual todavía parece estar en busca de su verdadera identidad. Cada vez se está haciendo más aparente para los intelectuales musulmanes que el único punto de encuentro entre el clero es su demanda intransigente de que se ejecute la Shariah.

Las masas están confundidas. ¿Preferirías la Palabra de Dios y la del Sagrado Profeta del Islam (lpbD) o la de los hombres en una sociedad sin dios y sin temor para que guíen y conformen tus declaraciones políticas? Esta cuestión es extremadamente difícil para una persona común, que se encuentra a sí misma en estado de desconcierto y confusión. Las masas de muchos países musulmanes adoran el Islam y estarían dispuestos a morir por la Voluntad de Dios y el honor del Santo Profeta del Islam (lpbD). Aún así, hay algo dentro de todo el escenario que les deja confusos, molestos y muy intranquilos. A pesar de su amor a Dios y al Santo Profeta (lpbD), les evoca muchos recuerdos sangrientos de gobiernos del pasado que estaban bajo la influencia de los Mul’lahs o que explotaban el Mul’lahismo para su beneficio político.

En cuanto a los políticos musulmanes, parecen estar divididos e indecisos. Algunos no pueden resistirse a explotar esta situación, poniéndose del lado de los Mul’lah y favoreciéndoles. Sin embargo, acarician la esperanza secreta de que a la hora de las elecciones, no serán los Mul’lah sino ellos, los elegidos como firmes defensores de la Shariah. Las masas preferirían confiar más en ellos como guardianes de la Shariah, que en los Mul’lah. La vida sería más sencilla y más realista en sus manos que bajo el control obstinado e inflexible de los “custodios del cielo”. Los más escrupulosos de entre los políticos, son los previsores que consideran este un juego peligroso. ¡Ay! Se están convirtiendo rápidamente en una minoría. La política y la hipocresía y la verdad y los escrúpulos, o cualquier virtud noble en ese asunto, no parecen ir de la mano. En general, los intelectuales se inclinan cada vez más por la democracia. Aman el Islam, pero tienen miedo de un gobierno teocrático. Ven la democracia, no como una alternativa al Islam, sino que creen genuinamente que como filosofía política, es el mismo Sagrado Corán el que propone la democracia:

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“Los que escuchan a su Señor, cumplen la oración y deciden sus asuntos por consulta mutua, y gastan de lo que les hemos proporcionado”. (42:39)

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“Y consúltales en asuntos importantes; y cuando estés decidido, pon tu confianza en Al’lah. En verdad, Al’lah ama a quien pone en Él su confianza”. (3:160).

Como claro resultado de esta lucha crítica entre las diversas facciones, los países musulmanes jóvenes, como Pakistán, se encuentran a sí mismos en un galimatías de confusión y contradicción. El electorado es temperamentalmente adverso al retorno de los Mul’lahs a las asambleas constituyentes en número significativo. Incluso en la cima de la fiebre de la Shariah, apenas del cinco al diez por ciento de los Mul’lahs logran el triunfo en las elecciones. Sin embargo, al haberse comprometido a la Ley de Dios a cambio del apoyo adicional de los Mul’lahs, los políticos se encuentran a sí mismos en una posición nada envidiable. En el fondo, están completamente convencidos de que la aceptación de la Shariah es, en realidad, contradictoria con el principio de legislatura a través de una cámara de representantes elegida democráticamente.

Si la autoridad para legislar recae en Dios, lo cual no puede negar un musulmán, entonces, como consecuencia lógica, son los teólogos y los Mul’lahs los que poseen la prerrogativa de comprender y definir la ley de la Shariah. En este escenario, todo el ejercicio de elección de cuerpos legislativos se vuelve inútil y carente de sentido. Después de todo, a los miembros del Parlamento no se les requiere más que firmen solo sobre las líneas de puntos que les indiquen los Mul’lahs.

Es bastante trágico saber que ni el político ni el intelectual han intentado nunca comprender con sinceridad la forma o formas de gobierno que el Sagrado Corán realmente propone o reconoce.

Lealtades divididas entre el estado y la religión.

No hay contradicción entre la Palabra de Dios y la Acción de Dios. No hay choque entre lealtad al estado propio y a la religión en el Islam. Pero esta cuestión no afecta sólo al Islam.

Hay muchos episodios en la historia del hombre en los que un Estado establecido se vio afrontado a esta cuestión.

El Imperio Romano, especialmente durante los tres primeros siglos del período cristiano, culpó a la Cristiandad de lealtades divididas entre el Imperio y la Cristiandad. Esta acusación del estado acabó en la persecución extremadamente salvaje e inhumana de los primeros cristianos en sus hogares, por el supuesto crimen de traición y deslealtad al Emperador.

Esta lucha entre la Iglesia y el Estado ha constituido siempre un factor importante en la construcción de la historia europea. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, culpaba al Catolicismo Romano de dividir lealtades y afirmaba que la primera lealtad se debía al pueblo francés y al gobierno de Francia y que no se permitiría a ningún Papa Vaticano gobernar los asuntos de los católicos romanos en Francia, ni se permitiría al Catolicismo Romano interferir en los asuntos del Estado.

En la historia reciente, nuestra propia comunidad, los áhmadis musulmanes, afrontan en Pakistán serios problemas sobre las mismas bases. Cuando la influencia del clero medievalista empezó a resurgir bajo la protección del General Muhammad Zia-ul-Haq, el dictador militar de más largo gobierno en Pakistán, los áhmadis fueron convertidos progresivamente en víctimas populares de esta vieja acusación de lealtades divididas. El Gobierno de Pakistán bajo el General Zia, incluso procedió a editar una especie de Libro Blanco contra los Áhmadis, proclamando que los Áhmadis no eran leales ni al Islam ni al Estado de Pakistán.

Era el mismo espíritu de locura poseyendo a nuevos sujetos. El vino sigue siendo el mismo, aunque las copas hayan cambiado.

Más recientemente, durante el notorio asunto de Salman Rushdie, los musulmanes de Gran Bretaña y muchas partes de Europa se enfrentaron a un problema similar al ser acusados de poseer lealtades divididas. Aunque su intensidad no llegó al rojo vivo, el fuerte daño que supone para las relaciones intercomunitarias, no debiera subestimarse.

(lpbD) – La paz y las bendiciones de Dios sean con él.

(Continuaremos en la siguiente entrega, la número 52, con un tema que necesita una aclaración especial y es si “¿debe la religión tener autoridad legislativa exclusiva?”)