Tributo a Fray Junípero Serra, mártir dos siglos después
Cuando viajas por la costa californiana, siguiendo la carretera 101 conocida por allí como El Camino Real, te topas con veintiuna misiones cristianas fundadas por religiosos españoles entre los siglos XVIII y XIX. Si el ánimo que te ha movido a viajar hasta aquellos maravillosos parajes norteamericanos es empaparte de la cultura y la historia del país más poderoso del mundo, por mucho que te atraiga la oleada represora de los símbolos occidentales tendrás que pararte en esa veintena larga de edificaciones hechas de adobe y humanidad, con muchos años a sus espaldas y una admirable leyenda sobre lo que es la civilización. Aunque te tapes los oídos, tendrás que escuchar una y cien veces el nombre de Junípero Serra, fraile franciscano español nacido en Mallorca que emigró a América para fundar nuevos territorios y contribuir al progreso de sus moradores.
Si paras en el bello pueblo costero de Carmel-By-The-Sea encontrarás la misión de San Carlos Borromeo, enclavada en la península salvaje de Monterrey donde tiene su residencia y su rancho una celebridad del siglo XX, el cineasta Clint Eastwood. Fue construida por Junípero en 1770, y pese a las muchas reconstrucciones que se han hecho en los espacios colindantes, conserva el eje central de la capilla con el sabor de lo añejo, de lo auténtico. A su alrededor hay unos jardines cuidados con esmero en los que emerge una escultura en piedra del fundador, que aún no ha sido derribada en aras a la lucha contra el racismo que sacude el mundo.
La primera que fundó fue la Misión de San Diego de Alcalá, el embrión de la hoy cosmopolita y multicultural San Diego. Nótese la influencia de los nombres de las misiones levantadas en California en aquellos lugares que hoy conocemos: misión San Luis Obispo de Tolosa en San Luis Obispo, misión San Buenaventura en Ventura a medio centenar de millas al oeste de Los Ángeles, misión San Francisco de Asís en San Francisco... Como bien defiende y divulga The Hispanic Council, la herencia de España en la toponimia estadounidense es rica e inmensa.
Despojando al personaje de Junípero de toda la santidad que se le ha dado desde la religión católica, algo que puede molestar a los laicos radicales, el juicio que merece es el que debería corresponder a alguien que vivió y se desvivió por la comunidad nativa de los lugares en los que se asentó. ¿La labor evangelizadora molesta también? Los libros de historia le sitúan como miembro de la Santa Expedición que partió de México hacia el norte para evangelizar California, y por eso Juan Pablo II le beatificó en 1988. Puede que sea esta vertiente de su personalidad la que desata la furia del diablo contra sus estatuas, pero quienes la sienten aparentan desconocer su obra en vida. Enseñó a los nativos a trabajar, a leer y escribir, a cultivar la tierra, les dio de comer y evitó que cayeran en la marginación y fueran pasto de los colonos más lascivos.
Si es el indigenismo radical el que está llevando a cabo esta campaña de acoso a los símbolos que representan al fundador del estado de California, apoyada por círculos de poder blanco como las universidades californianas que deben sentirse responsables de lo que ocurrió con los indígenas americanos, si se trata como digo de una reacción de los descendientes de antepasados autóctonos marginados por el relato de la historia, la educación y la difusión de los valores que transmitió podrían obrar el milagro de que esa equivocada impresión cambie de aquí a un par de lustros. Pero si es como parece un instrumento de la extrema izquierda, que ha anidado en todos los países del mundo apropiándose de cruzadas compartidas por todos y creando cruzadas nuevas que lanzarle a la cara a los que no piensan lo mismo, estamos en un problema de difícil solución. Porque de ser así, lo grave no es el revisionismo histórico al uso, sino el desprecio y acoso constante a todo lo que significa una discrepancia con el pensamiento único y correcto.
Hay una escena de una película de los hermanos Marx, inagotable fuente de paralelismos sobre la realidad del mundo actual, en la que comparten el plano los tres prodigiosos humoristas Groucho, Chico y Harpo (sus hermanos Zeppo y Gummo nunca llegaron al nivel corrosivo de ellos), y el mudo de los rizos rubios examina un papel escrito, y lo destroza presa de la ira. Ante la incredulidad de Groucho, Chico le suelta: “Se enfada porque no sabe leer”. Ese gag me recuerda mucho lo que está ocurriendo con esta “minoría minoritaria” radical, ágrafa y derribamonumentos. Al no comprender el significado ni conocer la vida de aquellos a quienes descabalgan simbólicamente de sus esculturas, están en el fondo demostrando su enfado por su propia ignorancia.
Fotografías: Víctor Arribas, agosto de 2010