Estados Unidos despliega en órbita a toda prisa una nueva generación de satélites espía
La saliente administración Biden, con el respaldo del departamento de Defensa que dirige el general Lloyd J. Austin III, de 71 años, y la amplia comunidad de inteligencia de Estados Unidos que hasta ahora coordina la abogada Avril Haines, de 55, está empeñada en dejar en herencia al nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, una nueva y extensa red de pequeños pero avanzados satélites espía.
Por lo que pueda pasar con Rusia, China, Corea del Norte e Irán en un próximo futuro, a lo largo en tan sólo cinco meses, entre mayo y octubre, los lanzadores Falcón 9 de Elon Musk ‒el hombre elegido por Trump para estar al frente del nuevo departamento de Eficiencia Gubernamental‒ han enviado al espacio cuatro misiones de una nueva generación de satélites de reconocimiento. Son propiedad de la poco conocida y muy discreta Oficina Nacional de Reconocimiento, NRO por su acrónimo en inglés.
La NRO está lejos de ser una mera oficina. En realidad, es una gran agencia especializada del gobierno norteamericano, cuya responsabilidad es concebir, construir, lanzar y mantener operativos en órbita los ingenios de reconocimiento y vigilancia de Estados Unidos. Su finalidad última es la de proporcionar a las 18 organizaciones militares y civiles de inteligencia norteamericanas las imágenes, señales electrónicas y datos digitales para proteger la seguridad nacional y conseguir que Washington mantenga su liderazgo mundial.
El proyecto más ambicioso de la NRO fue hecho público en 2023 por su director, Chistopher Scolese, ingeniero informático y ex alto cargo de la NASA hasta que en agosto de 2019 fue la persona elegida precisamente por Trump para llevar las riendas de la singular Oficina. Lo que pretende Scolese y su equipo es, en tan sólo una década, multiplicar por cuatro el número de satélites de la NRO en el espacio y aumentar por diez el volumen de imágenes y datos que proporcionan a las agencias hermanas.
La piedra angular de la iniciativa se llama constelación proliferada, una nueva arquitectura de pequeñas plataformas posicionadas en las orbitas bajas de la tierra ‒entre los 160 y 2.000 kilómetros de altura‒ para localizar, identificar y rastrear objetivos sobre la superficie terrestre en tiempo casi real. Scolese la ha calificado como un “enjambre de satélites, que proporciona imágenes de la Tierra con rapidez y una resolución razonablemente alta”.
Para incrementar la resiliencia
Considerada como la mayor red de satélites del gobierno de Estados Unidos, el cuarto lote de mini ingenios de los seis previstos para 2024 ha volado al espacio el 24 de octubre. Partieron en la misión NROL-167 desde la base espacial de Vandenberg, en la costa de California y, aunque envueltos en el máximo secreto, se especula que una veintena más de los secretos ingenios han sido posicionados en órbita.
Los tres vuelos anteriores despegaron el 6 de septiembre ‒misión NROL-167‒, el 29 de junio ‒misión NROL-186‒ y el 22 de mayo ‒misión NROL-146‒, todos ellos también desde Vandenberg y con entre 17 y 21 satélites embarcados en cada Falcón 9. De ser cierto, ya hay desplegados alrededor de 80 satélites, que sumarán cerca de 120 antes de 2025, si se cumplen las previsiones de lanzar otras dos misiones en lo que resta de año.
El subdirector de la NRO, Troy Meink, durante su intervención en el Simposio Espacial celebrado en abril en Colorado Springs, dio algunos claves de la nueva constelación, como que “aumentará las modalidades de observación y mejorará nuestra resiliencia, con lo que cualquier ataque sobre nuestros satélites nos causará menores daños globales”.
Otro logro es que, con tantos ingenios en órbita, “disminuye el tiempo para volver a observar un mismo punto de interés”. Es lo que se llama revisita, que permite comparar la evolución temporal a que son sometidas instalaciones tácticas y estratégicas extranjeras. Tales revisitas proporcionan imágenes electroópticas, radar e infrarrojas térmicos, así como datos electrónicos de gran importancia para la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial (NGA), la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) y el Departamento de Defensa.
Bajo la batuta de Christopher Scolese y con la constelación proliferada, la NRO ha modificado su enfoque. Ha pasado de desarrollar y fabricar pocos, grandes y costosos satélites al año a apostar por producir centenares de pequeños ingenios y posicionarlos en la órbita baja terrestre, para recopilar ingentes cantidades de datos con los que obtener mayor flujo y calidad de inteligencia. La NRO también ha ampliado las compras a empresas comerciales de teledetección, como BlackSky, Maxar y Planet, lo que le permite compartirlas con sus aliados al no estar sujetas a restricciones de seguridad.
De decenas de satélites espía a centenares
El resultado es que la NRO ha diversificado sus fuentes y métodos de observación y deja en entredicho los esfuerzos de aquellas naciones que hacen todo lo posible por ocultar sus proyectos de ataque y defensa más amenazadores. La nueva constelación de satélites espía pretende profundizar en los secretos nucleares y estratégicos de China, Rusia, Corea del Norte e Irán, al mismo tiempo que hacer muy difícil que los cuatro países citados estén en condiciones de cegar, neutralizar o destruir las capacidades de espionaje espacial de Estados Unidos.
Con el enorme volumen de datos que ya comienzan a recibir los analistas de inteligencia norteamericanos, se limitan aún más los márgenes de imprecisión y la información que se extrae resulta más fiable en su cometido de ayudar a tomar decisiones trascendentes a las altas autoridades civiles y militares. De ese modo, “nuestros adversarios no pueden esconderse, porque estamos constantemente mirando y analizando lo que vemos y escuchamos”, subraya Scolese.
Según todos los indicios, la NRO aprovecha la enorme cadena de producción de satélites Starlink de SpaceX ‒la floreciente empresa espacial de Elon Musk‒, para producir los pequeños satélites de algo menos de una tonelada de peso al despegue, que serían derivados de los Starshield, la versión para usos militares de Starlink. La tecnología miniaturizada a bordo, tanto de escucha como de observación, parece ser que corre por cuenta de la corporación tecnológica Northrop-Grumman, pero sus capacidades llevan el sello de “top secret”, en especial los trabajos relacionados con hacer viable una futura teledetección cuántica.
Una ventaja más de la constelación proliferada es que permite a la NRO ser más ágil a la hora de responder a la aparición de nuevas amenazas o tecnologías. Si los analistas de inteligencia identifican que los adversarios de Washington han puesto en órbita un nuevo tipo de sensor o tecnología disruptiva, la NRO, SpaceX y Northrop-Grumman, están en condiciones de reaccionar con rapidez y modificar los equipos a bordo de los satélites.
La nueva concepción espacial exige a la NRO modificar y mejorar su estructura. Y en ello también está inmersa. Para finales de año, el director de la NRO prevé tener más de un centenar de estos nuevos satélites en órbita y los lanzamientos continuarán hasta 2028. Así es que “pasar de varias decenas satélites a centenares conlleva cambiar muchas cosas, y estamos en proceso de hacerlo”, ha puntualizado Scolese.