Los talibanes se apoderaron del país afgano tras la salida de las tropas internacionales

Afganistán, misión no cumplida

AFP/WAKIL KOHSAR - Un combatiente talibán junto a un cartel con la imagen del difunto comandante afgano Ahmad Shah Massoud en la Plaza Massoud en Kabul

La guerra de Afganistán es uno de los grandes experimentos fallidos de Estados Unidos y sus aliados. El intento de establecer una democracia al estilo occidental ha costado innumerables recursos económicos, materiales, y, sobre todo, humanos. El objetivo, veinte años después, no se ha conseguido, y las tropas se retiran dejando al país sumido en el caos. Es ahora el momento de volver la vista atrás y hacer un análisis de cómo empezó, qué se hizo y para qué ha servido.

El talibán y las etnias de Afganistán

Durante la invasión soviética, muchas mujeres y niños afganos tuvieron que emigrar a Pakistán para no ser víctimas de la guerra. Durante este tiempo, su educación fue llevada por madrasas financiadas por Pakistán y Arabia Saudí. Estos huérfanos de la guerra engrosarían las filas de los estudiantes fundamentalistas conocidos como “talibán” (estudiante en pastún) que pronto llevaron la palabra de Allah en lo que alguna vez fueron las tierras de sus padres y abuelos.

En Afganistán, este movimiento surgió en los años 90, y fue bajo el liderazgo del mullah Omar cuando comenzaron a fortalecerse y a tomar el control de ciertas ciudades de gran relevancia, hasta tomar control de Kabul en 1996, arrebatando el poder al presidente Rabbani. También es importante señalar la procedencia étnica de los actores implicados.

Se pueden diferenciar dos etnias mayoritarias en Afganistán, los pastunes, que a su vez se pueden subdividir entre los ghilzai y los durrani, y los tayikos. Los ghilzai son, en su conjunto, una tribu de las montañas, nómadas y trabajadores del campo. De este grupo se nutre la mayoría de los talibanes. Por el contrario, los durrani son una tribu urbana, descendientes del fundador de Afganistán,  Ahmad  Durrani,  y  suele  ser  la  casta  que  gobierna  el  país.

La segunda etnia mayoritaria de Afganistán son los tayikos, en su mayoría comerciantes, aunque también se dedican a la agricultura. Gobernaron Afganistán en la época post soviética, hasta que fueron derrocados por los talibanes en 1996. Huyeron al norte formando la conocida como “Alianza del Norte”.

Desarrollo del conflicto

En octubre de 1999 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la resolución 1267, en la cual se establecía la conexión entre Al-Qaeda y el movimiento integrista musulmán conocido como talibán. Esta decisión surgió tras un auge de la popularidad del líder Osama bin Laden. Ya entonces, tanto Al-Qaeda como los talibanes fueron descritos como grupos terroristas, sentando así una base que daría legitimidad a la invasión que tendría lugar dos años después.

Tras el atentado contra el Pentágono y el World Trade Center, el 11 de septiembre de 2001, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, declaró la “guerra contra el terrorismo”. Aunque ninguno de los que perpetraron el infame ataque era afgano, la base logística de Al-Qaeda estaba en Afganistán, y el país se puso entonces en el punto de mira.

El Ejército estadounidense, apoyado por algunos aliados, lanzó la Operación Libertad Duradera, más conocida como OEF (Operation Enduring Freedom), que tenía como objetivo la lucha contra el terrorismo, tanto en Afganistán como en otros países. En un principio, la OEF- Afganistán consistía en el bombardeo de zonas estratégicas apoyado por la Alianza del Norte, una coalición de etnias afganas, en su mayoría tayikas, que tenía entre sus líderes al presidente derrocado por los talibanes, Burhanuddin Rabbani, aunque terminó siendo una operación sobre el terreno exclusivamente anti-insurgente.

El inicial éxito de la misión supuso el retroceso de los talibanes y la huida de Osama bin Laden, que estaría en paradero desconocido durante años. Este escenario dio pie a que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la resolución 1378, según la cual Naciones Unidas jugaría un rol central en el establecimiento de una administración de transición para Afganistán. En diciembre de 2001 distintas facciones políticas de Afganistán firmaron, bajo el auspicio de la ONU, el Acuerdo de Bonn, que establecía a Hamid Karzai como líder interino del nuevo Gobierno afgano. En 2002, Karzai fue elegido oficialmente presidente del Gobierno de Transición.

Otra resolución, la 1378 promovía el envío de tropas para la reconstrucción y la promoción de la estabilidad, así como el envío de ayuda humanitaria. Siguiendo esta decisión, se estableció la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad o ISAF (International Security Assistance Force), que, a partir de agosto de 2003, sería liderada por la OTAN y tendría como objetivo asegurar Kabul. Las tropas del ISAF, inicialmente compuesta por alrededor de 5.000 soldados, se ampliaron hasta alcanzar en 2006 los 65.000 integrantes.

En este escenario, por lo tanto, confluyen dos operaciones militares en Afganistán: la ISAF y la OEF-Afganistán.

Diferencias entre ambas misiones

A pesar de lo difícil que puede resultar diferenciar ambas misiones, la ISAF y la OEF-A tenían objetivos diferentes. La primera, que contaba con el mayor contingente de las dos, se encargaba de las operaciones de apoyo a las tropas afganas y a la estabilización de la región, incidiendo mucho en el apoyo local para combatir a los insurgentes. La segunda, formada en gran parte por unidades de operaciones especiales y de la fuerza aérea estadounidense, se dedicaba exclusivamente a la lucha contra el terrorismo. Esta operación era llevada a cabo principalmente por EEUU y Reino Unido, aunque otros países también participaron.

La OEF-A fue sin duda la misión que generó mayor controversia. La construcción de la prisión de Bagram por Estados Unidos es uno de los eventos más recordados por los métodos de interrogación utilizados. Asimismo, esta operación militar provocó numerosas bajas de civiles, muchas de las cuales estuvieron bajo el foco mediático. Todo esto generó un importante rechazo hacia las tropas extranjeras y dañó la reputación de la ISAF, así como sus relaciones con la población afgana, provocando retrasos importantes en el apoyo afgano para la lucha contra los talibanes.

Las distintas misiones dentro de la ISAF tenían un carácter más conciliador y menos militar. A través de los Equipos de Reconstrucción Provincial (PRT, por sus siglas en inglés), se dedicaron a la limpieza de zonas minadas, la reconstrucción de pueblos y ciudades y el entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas. Aunque estaban liderados por militares, los PRT contaban con personal civil. Su objetivo era lograr un acercamiento a los diferentes líderes locales para promover la legitimidad del Gobierno de transición instaurado por Naciones Unidas. Sin embargo, este trabajo se vio en demasiadas ocasiones empañado por las acciones de la OEF-A.

En enero de 2015, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, finaliza esta operación y en su lugar da comienzo la operación Centinela de la Libertad (OFS, por sus siglas en inglés), que reducía drásticamente el número de efectivos desplegados en el terreno, enfocándose en dar apoyo y entrenamiento a las fuerzas de seguridad afganas.

¿Se han conseguido esos objetivos?

En noviembre de 2006, en la Cumbre de la OTAN celebrada en Riga, el secretario general Jaap de Hoop Scheffer estableció el 2008 como fecha límite para que el Ejército afgano tomase control de todas sus fuerzas de seguridad. El fortalecimiento de Al-Qaeda, sin embargo, obligó a la OTAN a enviar, en 2009, 5.000 efectivos adicionales para entrenar al Ejército y la policía afgana. A finales de ese mismo año, el gobierno estadounidense anunció el envío de 35.000 militares, que habrían de sumarse a los 65.000 que ya se encontraban en Afganistán.

En mayo de 2011, Obama anunció que el Ejército había eliminado a Osama bin Laden, que se encontraba en Pakistán, y que por tanto se empezaría a reducir el número de efectivos en el terreno. Pero los años que siguieron estuvieron marcados por un incremento gradual de la violencia en el país. En el año 2017, tanto Estados Unidos como la OTAN seguían teniendo 13.576 militares en Afganistán. Los talibanes estaban demostrando que estaban muy lejos de ser derrotados, y que las fuerzas de seguridad de Afganistán no podían hacer frente a la amenaza que suponían. La captura de Sangin en 2017, tras una ofensiva de los talibanes marcada por el gran golpe contra una base militar afgana en Mazar-i-Sharif, entre otros eventos, evidenciaron su fortalecimiento.

En 2020 las negociaciones entre Estados Unidos y los talibanes, iniciadas dos años antes en Doha, empezaron a dar sus frutos. En noviembre de ese año, el secretario de Defensa de EEUU, Christopher Miller, anunció que se reducirían a la mitad el número de tropas en Afganistán en enero del 2021. Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, advirtió de que una retirada demasiado temprana de las tropas podría dar pie a que Afganistán se convirtiera en un “espacio seguro” para grupos terroristas y para que el Daesh reconstruyera su califato.

A día de hoy, desde que el recientemente electo Biden anunciara la retirada de la totalidad de las tropas estadounidenses de Afganistán, los talibanes han seguido ganando terreno al Gobierno afgano. Actualmente ya ocupan la totalidad del territorio, tras su entrada triunfal en Kabul. Tras veinte años de guerra, en Afganistán parece que no se ha conseguido nada.

Los pocos avances obtenidos durante estos años, como la incorporación de niñas y mujeres al sistema educativo o el surgimiento de nuevos medios de comunicación, podrían resultar inútiles si se instaurara un régimen talibán. Uno de sus principales objetivos es imponer la ley islámica, que además cuenta con el apoyo de cierta parte de la población. Esto implicaría un retroceso en los avances sociales logrados por el actual sistema de gobierno.

El incremento de su poder ha dejado en evidencia que las tropas afganas no estaban preparadas para mantener la estabilidad del país. Por consiguiente, nos tendríamos que preguntar: ¿qué ha pasado con el entrenamiento durante años por parte de ISAF/OFS? ¿Realmente fueron efectivas las operaciones realizadas en los 20 años de guerra? ¿Por qué parte de la población sigue rechazando a las tropas extranjeras?

Dificultades de la misión

Afganistán es conocida como la nación de las guerras. Desde 1747, cuando se funda la dinastía Durrani y crea las bases para lo que hoy conocemos como Afganistán, sus ciudadanos no han podido disfrutar de un tiempo prolongado de paz. Esto hace que los afganos, incluyendo a los talibanes, estén, de una manera u otra, acostumbrados a las dificultades de la guerra, indiferentemente de si es entre tribus afganas o contra actores extranjeros. Pero la dificultad de la misión no radica simplemente en la experiencia bélica de los talibanes y de sus simpatizantes, sino en el apoyo del que gozan por parte de la población, los entresijos étnicos entre las diferentes tribus afganas y la geopolítica de la región.

Los talibanes, que no cuentan con mucho armamento avanzado pero sí con el apoyo de parte de la población ghilzai e incluso de pastunes durrani, y con el recurso inagotable de la exportación del opio, resultan una fuerza capaz de hacer frente a la coalición de la OTAN. Es conveniente recordar que el 90% de la heroína mundial proviene de Afganistán, lo que ha convertido a los talibanes en uno de los grupos no estatales mejor financiados.

A estos factores es importante añadir la profunda corrupción del Gobierno afgano y la consiguiente falta de moral entre las fuerzas de seguridad del país. Tanto los policías como los militares afganos no recibían el material adecuado, ni siquiera cobraban con regularidad, ya que sus pagas solían terminar en los bolsillos de sus superiores. La desmoralización entre las fuerzas de seguridad era evidente, y muchos no querían arriesgar su vida por un Gobierno corrupto. Mientras, los talibanes luchaban por sus creencias, una motivación mucho mayor que compensaba un armamento peor al del Gobierno afgano.

Es fundamental tener en cuenta todos estos elementos a la hora de analizar por qué fallaron las misiones internacionales en Afganistán. Las dinámicas internas del país, la corrupción, el narcotráfico, el apoyo de la población local o la localización estratégica de Pakistán son algunos de los elementos que hacen que luchar contra los talibanes sea una misión extremadamente complicada.

Consecuencias de una retirada precipitada

La esperanza que en su momento se tuvo en las negociaciones intra afganas ha ido desapareciendo poco a poco, al evidenciarse su falta de futuro. Los talibanes ya no necesitan dialogar, ni mucho menos ceder ante las exigencias del Gobierno afgano. Los talibanes han ido ganando poder y terreno, mientras el Gobierno ha perdido toda legitimidad a ojos de sus ciudadanos y es defendido por soldados desmoralizados y faltos de recursos. Sin el apoyo de fuerzas extranjeras, el ejército afgano no ha sido capaz de hacer frente a esta amenaza.

Ante los ataques de los insurgentes, algunos antiguos jefes militares afganos han movilizado sus propias milicias privadas. Esto podría llevar a un retorno a los principios de los 90, cuando la guerra de guerrillas acabó con las vidas de miles de civiles y dejó ciudades en ruinas. El desorden político y social podría llevar a una situación de inestabilidad e inseguridad en el país, en el que la población civil sería la más afectada.

Otro de los problemas es que el vacío que dejan Estados Unidos y sus aliados al salir de Afganistán será sin duda aprovechado por otros países. Estos podrían comenzar a proporcionar recursos y armamento a diferentes grupos armados de la zona, implantando así su influencia. Especialmente preocupante es el rol que pueda jugar Pakistán en la financiación de los talibanes. 

Pakistán es la región que tiene mayor interés en tener a Kabul de su parte. Sus problemas fronterizos con Afganistán, el reclamo de una Pashtunistan por algunas tribus y la posible influencia de India en algunos líderes afganos obliga a Pakistán a tener que jugar cartas en el país. Y, desafortunadamente, la mejor mano para Islamabad es la de los talibanes. En este sentido, podemos ver como India y Pakistán mantienen una guerra de poderes en Afganistán influenciando distintos líderes con el objetivo de hacer avanzar los intereses geopolíticos de ambos países.

Desde 2002, la Unión Europea ha destinado más de 4.000 millones de euros a Afganistán, convirtiéndose en el mayor beneficiario de ayuda humanitaria. Sin embargo, esta ayuda es condicional al cumplimiento de ciertos elementos, como son la promoción de valores democráticos o el respeto de los derechos humanos. La llegada de los talibanes al poder podría suponer la interrupción total o parcial de la ayuda humanitaria proveniente del exterior, lo que daría lugar a una auténtica catástrofe humanitaria. Como siempre, la población civil resultaría la más afectada, en especial aquellos traductores que estuvieron apoyando a las tropas de la coalición y las personas más vulnerables, mujeres y niños.