África, la herida eterna

Civiles asisten a una reunión organizada por el M23 en el Stade de L'Unite, después de que los rebeldes del M23 tomaran la ciudad de Goma, en Goma, República Democrática del Congo, el 6 de febrero de 2025 - PHOTO/ REUTERS
La República Democrática del Congo y Ruanda protagonizan un enfrentamiento enconado

Llevamos poco de 2025 y, desgraciadamente, estamos asistiendo a una de esas situaciones cuya probabilidad de derivar en una catástrofe humanitaria de enormes proporciones es más que alta

Y lo más triste es que los acontecimientos se están deslizando en esa dirección de un modo que a estas alturas nos debería resultar familiar y por ello fácil de identificar para tratar de poner algún freno.
Pero, de nuevo, el mundo está más ocupado en otros asuntos, que sin duda son importantes y trascendentales, pero que no deberían hacernos apartar la mirada del corazón de África.

Las raíces del conflicto que se vive entre la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda son muy complejas, profundas y prolongadas en el tiempo, y eso ha motivado que, a pesar de ciertos periodos de aparente tranquilidad, este haya permanecido siempre latente. 

Lo cierto y evidente es que mientras el mundo contenía la respiración con toda nuestra atención fijada en la invasión de Ucrania, el conflicto entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, el intercambio de golpes con Irán y el enfrentamiento con Hezbolá en el Líbano, la situación  entre Ruanda y la República Democrática del Congo se ha ido deteriorando significativamente, experimentando una escalada significativa, marcada por enfrentamientos armados, desplazamientos masivos de población y algunos poco efectivos esfuerzos diplomáticos para alcanzar la paz. Y seguro que para muchos esta es la primera noticia que tienen al respecto. 

Este deterioro ha ido acrecentándose especialmente en los dos últimos años, teniendo como foco principal el este de la RDC, donde diversos grupos armados, entre los que se encuentra el conocido como Movimiento 23 de marzo (M23), han incrementado notablemente la violencia con un creciente número de acciones que han provocado el desplazamiento de miles de personas. 

Este grupo rebelde, que llevaba prácticamente inactivo, aunque no desaparecido, una década retomó la lucha armada a principios de 2023. La consecuencia fue una intensificación de los combates especialmente en la provincia de Kivu del Norte, en el este de la RDC, cuya principal consecuencia fue el aumento de las tensiones entre Kinshasa y Kigali debido a las acusaciones del Gobierno congoleño responsabilizando a Ruanda de alentar y apoyar al M23. Acusaciones que evidentemente Ruanda negó.

Las fuerzas de paz de las Naciones Unidas registran detalles de las armas recuperadas de los militantes de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR) después de su rendición en Kateku, una pequeña ciudad en la región oriental de la República Democrática del Congo (RDC), el 30 de mayo de 2014 - REUTERS/ KENNY KATOMBE

A todo el que tiene cierta edad, esta situación nos trae infaustos recuerdos. La región de los Grandes Lagos tiene en lo que podemos considerar sus mayores tesoros su peor castigo. Es una zona de una naturaleza impresionante, que esconde en sus entrañas recursos naturales de todo tipo, algunos de ellos fundamentales. Desde la propia riqueza forestal, pasando por el agua hasta la propia tierra, que favorece el cultivo de café, té, frutas tropicales y cacao, todos ellos, especialmente el último, negocios muy lucrativos. Pero la razón última del interés por esa zona son los recursos minerales. La región es muy rica en diamantes, oro, coltán, estaño, tungsteno y cobalto. Y parte de los principales yacimientos se encuentran a caballo de la frontera entre ambos países, especialmente los de coltán, componente esencial para la fabricación de dispositivos electrónicos.

Precisamente la explotación de estos recursos ha sido un factor muy importante en los conflictos en la región. Tanto gobiernos como grupos armados, así como empresas privadas, en un ambiente de gran corrupción, han luchado por hacerse con el control de las minas, y los beneficios han sido empleados por los grupos rebeldes para financiar sus actividades. Esto no ha hecho sino contribuir a la inestabilidad de una región ya de por sí problemática debido a tensiones raciales y étnicas, generando un círculo vicioso que hace escasamente tres décadas provocó uno de los más horribles genocidios que se han conocido.

Como sucede en gran parte del continente africano, las divisiones territoriales que definen a las naciones no se corresponden en gran parte con lo que podríamos llamar divisiones históricas o naturales. Ceñirse a estas últimas es, no obstante, o, mejor dicho, habría sido de todos modos, una tarea casi imposible debido a la complejidad de las relaciones tribales y la volatilidad de estas. Pero lo cierto es que la realidad no ayuda precisamente a facilitar las cosas. Concretamente en la región de los Grandes Lagos la rivalidad étnica primero, transformada con el tiempo también en política entre las comunidades hutus y tutsis ha sido la principal causa de inestabilidad, debiendo añadir también la competencia por el control de los recursos naturales. Todos esos factores han provocado la aparición de grupos armados de todo tipo que por una razón u otra encuentra motivos para tomar el camino de la lucha violenta.

Un voluntario clasifica huesos humanos de las víctimas del genocidio de Ruanda tal como se descubren en la casa de Jean Baptiste Hishamunda en el distrito de Huye, sector de Ngoma, al suroeste de Ruanda, el 23 de enero de 2024 - REUTERS/ JEAN BIZIMANA

En concreto, la relación entre Ruanda y la República Democrática del Congo ha sido históricamente tensa y conflictiva, y ha estado marcada por ciclos de violencia y desconfianza mutua. Si bien existen diversos factores como los que hemos mencionado anteriormente, que se retroalimentan entre sí, las secuelas del genocidio ruandés aún perduran. Y esta es una de las principales causas de la situación actual.

El genocidio de 1994 en Ruanda, donde extremistas hutus masacraron a tutsis y hutus moderados, dejó una profunda cicatriz en la región.

El asesinato en abril de ese año del general Juvénal Habyarimana y el avance del Frente Patriótico Ruandés desencadena una multitud de masacres en el país contra los tutsis que forzó un desplazamiento masivo de personas hacia campos de refugiados situados en la frontera con los países vecinos, en especial Zaire, (hoy República Democrática del Congo). En agosto de 1995 tropas zaireñas intentaron expulsar a estos desplazados a Ruanda, devolviendo a casi catorce mil personas, mientras que otras 150.000 se refugiaron en las montañas. 

Obreros trabajan en un pozo abierto de la mina de coltán SMB cerca de la ciudad de Rubaya en el este de la República Democrática del Congo - REUTERS/ BAZ RATNER

Durante el tiempo que duró el genocidio, más de 800.000 personas fueron asesinadas y casi todas las mujeres que sobrevivieron al genocidio fueron violadas. Se calcula que aproximadamente el 75 % de la población tutsi fue masacrada. Sin embargo, la realidad nunca es blanco o negro, y en este caso hay muchos elementos, principalmente económicos y de control del poder que considerar, llevándonos a la conclusión de que no fue exactamente un genocidio de hutus por un lado contra tutsis, por otro, sino que fue una facción radical y mayoritaria de los hutus  la que preparó el aniquilamiento masivo tanto de tutsis como de hutus moderados u opositores del régimen de Habyarimana y cercanos al Frente Patriótico Ruandés (FPR) para de ese modo conservar el poder y el control de los recursos naturales, por ello el genocidio no puede considerarse sólo de carácter étnico, sino también político. 

También es importante señalar que hubo víctimas y barbarie por ambos bandos, miles de hutus murieron a manos de miembros del Frente Patriótico Ruandés.

Tras el genocidio, el Gobierno radical hutu y casi dos millones de miembros de su etnia huyeron a la ciudad de Goma, estableciendo el mayor campo de refugiados del mundo.

Vista del pabellón de mujeres destruido en la prisión central de Munzenze, donde las prisioneras murieron en la fuga y el incendio mientras otras escaparon cuando la ciudad fue tomada por los rebeldes del M23, en Goma, Kivu del Norte, República Democrática del Congo, el 10 de febrero de 2025 - REUTERS/ ARLETTE BASHIZI

Poco tiempo después de esa barbarie, en 1996, el nuevo Gobierno ruandés, con el apoyo de Uganda, intervino en el Congo bajo el pretexto de buscar a los responsables del genocidio, iniciando lo que se conoce como la primera guerra del Congo.

Desde entonces, las tensiones entre Ruanda y la República Democrática del Congo se han mantenido en una situación de tensión que en ocasiones ha llevado a choques armados. Se ha de tener en cuenta además la inestable situación del Congo, donde se contabilizan hasta cerca de cien grupos armados.

Entre estos grupos está el mencionado M23, formado por excombatientes del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo. Esta organización firmó un acuerdo de paz con el Gobierno de Joseph Kabila; sin embargo, parte de sus integrantes acusaron al Gobierno de incumplir los acuerdos y crearon este nuevo grupo. Sus miembros son mayoritariamente congoleños de etnia tutsi, y desde los inicios de su actividad el Gobierno de Kinsasa ha acusado a Ruanda de estar detrás de sus actividades.

La actividad del grupo ha sido intermitente desde su creación, pero desde hace aproximadamente una década esta casi había desaparecido. Su área de actuación ha sido normalmente la región de Kivu del Norte, donde se sitúa la importante ciudad de Goma que ya en el pasado fue escenario de fuertes enfrentamientos e incluso de la toma por el M23.

Voluntarios de la Cruz Roja buscan los cuerpos de las víctimas que murieron en una fuga y un incendio en la prisión central de Munzenze, mientras que otros escaparon, durante la captura de la ciudad por parte de los rebeldes del M23, en Goma, provincia de Kivu del Norte, República Democrática del Congo, el 10 de febrero de 2025 - REUTERS/ ARLETTE BASHIZI

La relativa calma finalizó en 2022 cuando el M23 intensificó sus ataques en la región, especialmente contra las Fuerzas Armadas congoleñas. Esto tuvo como primera consecuencia el desplazamiento de miles de personas, y nuevas acusaciones a Ruanda de apoyar las acciones del movimiento. Con el avance del conflicto la violencia fue aumentando, causando ambos bandos un gran número de víctimas civiles. A nivel regional se decidió intervenir y la Comunidad de África Oriental (EAC) desplegó fuerzas de paz en la región, dentro de las fronteras de la RDC para tratar de estabilizar la situación.

A lo largo de 2024, el M23 intensificó sus operaciones militares, capturando áreas estratégicas en Kivu del Norte, incluyendo la región minera de Rubaya, rica en coltán, algo que el lector puede comprender que no es casual. Lo que subyace bajo todas las tras causas del conflicto es el control de las zonas mineras, especialmente de aquellas que contienen recursos críticos para la industria electrónica.

Estos avances aumentaron las tensiones entre la RDC y Ruanda, con acusaciones mutuas de apoyo a grupos rebeldes. Se ha de tener en cuenta también la presencia en la región de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), un grupo rebelde hutu que opera en el este de la RDC y que representa una de las principales preocupaciones de Kigali, pues lo vincula al genocidio de 1994.

A principios de 2025, el M23 lanzó una fuerte ofensiva capturando Goma, la ciudad más grande del este de la RDC. Este avance causó de nuevo cientos de víctimas y una crisis humanitaria, con hospitales desbordados y numerosos desplazados. El mayor temor de la comunidad internacional es la posibilidad de que en esta ocasión, la escalada lleve a una guerra a gran escala entre la RDC y Ruanda.

Soldados congoleños de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC)  - REUTERS/ GRADEL MUYISA

La situación en estos momentos es incierta, y las imágenes de las fuerzas de paz internacionales rindiéndose ante los rebeldes, no sólo auguran nada nuevo, sino que nos deberían hacer pensar sobre la efectividad de ciertas misiones y la verdadera implicación de los países participantes en colaborar a resolver el conflicto. 

Tenemos, por un lado, al M23 y a las FDLR por otro, cada uno de ellos supuestamente respaldado por Kigali y Kinsasa respectivamente. Pero tampoco podemos olvidar los enormes intereses que se mueven a lo largo de esa frontera, donde diversos grupos armados se amparan en la ancestral rivalidad étnica y otras excusas para dar cierta justificación a acciones que solo buscan controlar parte de la explotación de los lucrativos recursos naturales. Del mismo modo, la corrupción que afecta gravemente a ambos gobiernos no ayuda en absoluto a buscar opciones de estabilización de la región, y las iniciativas, siempre regionales o con misiones de la ONU que podemos considerar sin ambages como testimoniales o de segunda, se han demostrado una tras otra totalmente ineficaces cuando no otro foco de problemas.

Todo ello conforma un cóctel muy peligroso en una zona donde aún quedan muchas cuentas pendientes que conviven con enormes intereses económicos, no sólo de ambos gobiernos, sino de un buen número de compañías que no tienen sus sedes precisamente no ya en el país o la región, sino ni en el mismo continente, y a las que cierto grado de inestabilidad, les viene bastante bien.

Lo que ahora nos parece un capítulo más de las inacabables guerras africanas puede convertirse en un conflicto a gran escala que provoque una catástrofe humanitaria sin precedentes y con un impacto económico (que lastimosamente parece que es lo único que merece nuestra atención) de alcance global. Y entonces nos veremos obligados a intervenir en un escenario en el que nadie quiere estar.
P.D. El firmante de este artículo tuvo la oportunidad en 2005 y 2006 de convivir durante casi 7 meses con un batallón ruandés en el marco de una operación de la Unión Africana en Darfur.