Yihadismo y violencia en el Sahel (I)

Miembros de la tribu nómada fulani se sientan en un carro mientras viajan por el bosque Barkedji-Dodji, que forma parte de la Gran Muralla Verde del Sahara y el Sahel en el departamento de Linguere, región de Louga, Senegal, el 14 de julio de 2021 - REUTERS/ZOHRA BENSEMARA
Miembros de la tribu nómada fulani - REUTERS/ZOHRA BENSEMARA
Burkina Faso se considera actualmente el epicentro de un conflicto regional y transnacional que comenzó hace más de diez años en Mali y en el que han participado diversos actores locales y externos

En los últimos años han proliferado los grupos armados que persiguen objetivos político-religiosos transnacionales, aprovechando la carencia de presencia estatal a lo largo de la frontera entre Mali y Burkina Faso. 

Pero eso es sólo una parte del problema. La falta de control, la ausencia del Estado en vastas regiones y la escasez de futuro para miles de jóvenes también ha facilitado la proliferación de grupos criminales cuya actividad principal son los tráficos ilícitos de todo tipo. Estos grupos tarde o temprano acaban relacionándose con los de corte religioso, cuando no son directamente absorbidos por estos, dado que su actividad es altamente lucrativa y los grupos yihadistas necesitan financiarse. 

Pero la otra cara de la moneda es que esa asociación no sucede en todos los casos, o no al menos de manera pacífica, llevando a luchas y enfrentamientos por hacerse con el control, bien de las actividades, bien del territorio, lo que añade mucha más inestabilidad a una zona ya de por sí problemática, y afectando principalmente, como siempre sucede en estos casos, a la población civil.

Dada la complejidad de conflicto, la ausencia de una verdadera pedagogía sobre el mismo que lleva a malas interpretaciones, y la importancia de las consecuencias que nos afectan de pleno, es interesante hacer un recorrido por los entresijos de este deteniéndonos en sus principales actores.

El punto de inflexión en la actitud de Burkina Faso hacia estos grupos lo marcó un mortífero atentado en enero de 2016 en el corazón de Uagadugú, capital del país, reivindicado por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Este marcó el inicio del enfrentamiento de las autoridades de Burkina Faso con las organizaciones extremistas violentas que desde hacía tiempo ya venían operando en su territorio a lo largo de la frontera con Mali. Fue entonces el grupo Ansarul Islam el responsable de la escalada de violencia. Sus acciones estuvieron provocadas por un sentimiento creciente de injusticia social entre los pastores de etnia fulani, a la que pertenecen los miembros del grupo. Pero ¿quiénes son los fulani? 

La etnia fulani constituye el grupo nómada más grande del mundo, y su presencia se extiende por toda África occidental y central, desde Senegal hasta la República Centroafricana. Suelen estar vinculados a otros grupos étnicos, como los hausas, con los que conviven desde hace mucho tiempo. Algunos se refieren a ellos como hausa-fulanis, pero son grupos diferentes.

Los fulani son pastores nómadas que viajan cientos de kilómetros con sus rebaños en busca de pastos. Siempre están armados como una forma de proteger su ganado y a menudo se producen enfrentamientos con agricultores, quienes los acusan de dañar sus cultivos y no controlar a los animales. 

Por su parte, los fulani acusan a estos de atacarles indiscriminadamente y robarles su ganado, por lo que siempre dicen actuar en su propia defensa y en la de su medio de vida. Este es el ejemplo más claro de cómo las mismas causas de conflicto que provocaron guerras hace miles de años continúan vigentes en pleno siglo XXI, y de que no se puede dar una solución o respuesta simplista a un problema que superpone causas ancestrales, motivaciones religiosas e intereses económicos propios de la edad contemporánea. 

Es interesante hacer aquí un apunte, y es que, al menos en el continente africano, los desacuerdos sobre el uso de recursos esenciales como tierras agrícolas, áreas de pastoreo y agua entre pastores y agricultores locales se consideran la mayor fuente de conflicto.

Entre la etnia fulani hay extremistas islámicos y, de acuerdo con el Índice Global de Terrorismo 2023, los extremistas fulani son el cuarto grupo más letal del mundo. 

En dos grandes oleadas de violencia en 2023, el grupo invadió ciento sesenta aldeas y asesinó a más de quinientos cristianos. Además, se destruyeron dos mil hogares y veintiocho iglesias, lo que provocó el desplazamiento interno de treinta mil cristianos que tuvieron que huir para salvar sus vidas, principalmente en Nigeria y Burkina Faso.
Los factores de conflicto en Burkina Faso son múltiples y la violencia es un síntoma de problemas mucho más profundos y antiguos. Las estructuras de poder en pugna mantienen el país fragmentado, y los distintos gobiernos centralizados han hecho poco por resolver las fisuras generalizadas entre el Gobierno y las comunidades locales y entre las propias comunidades.

El mencionado grupo Ansarul Islam, cuyo nombre significa “defensores del islam” es un grupo salafista yihadista fundado por Ibrahim Malam Dicko. Dicko era un comandante fulani vinculado a Ansar Al-Din que fue detenido por las fuerzas francesas en Mali en 2015 y posteriormente liberado. El grupo permanece activo en Burkina Faso y Mali. Su aparición en escena se remonta a diciembre de 2016 cuando reivindicó, mediante un comunicado fechado el 22 de diciembre y firmado por el imam Ibrahim Malam Dicko, el ataque de Nassoumbou llevado a cabo el 16 del mismo mes. En esa acción murieron doce soldados de una unidad antiterrorista del Ejército burkinés. Sus bases se encuentran en los bosques fronterizos de la zona de Mondoro entre ambos países. 

Tras el primer ataque Ansarul Islam multiplicó sus acciones violentas para promover el islam “auténtico” y restaurar el reino fulani del Macina fundado a principios del siglo XIX por Seku Amadu. Sus acciones comprendieron ataques a puestos de seguridad, a policías y amenazas contra maestros y “malos musulmanes”. 

En la actualidad, Ansarul Islam está compuesto en gran parte por combatientes fulani y lleva a cabo ataques en el norte y el este de Burkina Faso, además de operar al otro lado de la frontera con Mali. Se cree que está en estrecho contacto con miembros de Katiba Macina, así como con Almansour Ag Alkassoum (antes de su muerte) y sus combatientes. También actúa cada vez más a lo largo de la frontera de Burkina Faso con Níger. Cuando Malam Dicko murió en 2017, fue sustituido por su hermano, Jafar Dicko, como líder.

A partir de 2019, las actividades de otros grupos armados se incrementaron exponencialmente. Entre estos se incluían el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM), afiliado a Al Qaeda, y a su rival, El Estado islámico en la provincia del Sahel (ISSP). 2022 fue el año más mortífero jamás registrado en Burkina Faso, con un total de 1.135 muertes relacionadas con el terrorismo.

En este contexto, los grupos armados y las redes criminales han proliferado justificando su actividad en los agravios sociopolíticos y económicos. En este escenario, el Ejército se ha visto incapaz de hacer frente con eficacia a las amenazas tanto simétricas como asimétricas. Además, los grupos terroristas han explotado los sentimientos de abandono y marginación para enfrentar a las comunidades locales con el Estado central, al que consideran responsable de su marginación.

Dos golpes militares sucesivos en el plazo de nueve meses, la expansión de los grupos extremistas violentos, y una crisis humanitaria cada vez más grave muestran las consecuencias desestabilizadoras que el conflicto está teniendo para Burkina Faso. La legitimidad del Estado ha sido cuestionada a múltiples niveles y su capacidad de gobierno ha llegado a un punto de ruptura a medida que la espiral de inseguridad se ha ido afianzando e incrementando.

Debido a la ausencia de mecanismos formales para canalizar las reivindicaciones por parte de los actores sociales o de la propia población, para expresar las quejas, el uso de la violencia se ha convertido en una importante herramienta de presión política en la relación de las comunidades locales con las instituciones estatales.

La violencia en Burkina Faso puede estar muy localizada, pero las dimensiones transnacionales de este conflicto lo hacen complejo de gestionar. La persecución de grupos yihadistas a través de las fronteras nacionales lleva a que Burkina Faso esté rodeada de inestabilidad. Los enfoques contradictorios entre los actores que luchan por poner fin al conflicto han dado lugar a escasos avances, mientras que el JNIM y el ISSP siguen fortaleciendo sus puntos de apoyo y las divisiones sociales impulsadas por la inseguridad continúan creciendo.