El Sahel, los orígenes

La región saheliana afronta muchos problemas enraizados en cuestiones del pasado que hay que conocer 
Miembros de clanes tuareg mientras pastorean ganado en la tierra entre Koygma y Tombuctú, en el norte de Mali - AP/JEROME DELAY
Miembros de clanes tuareg mientras pastorean ganado en la tierra entre Koygma y Tombuctú, en el norte de Mali - AP/ JEROME DELAY

De nuevo regresamos al Sahel. Y por desgracia seguirá siendo tema preferente durante mucho tiempo. Son muchas las aristas del problema y mucho lo que nos jugamos. Y no se puede afrontar con garantías aquello que no se conoce. Por ello, toda la luz que arrojemos para tratar de que se entienda lo que allí sucede siempre será poca. 

Tras el periodo de la Guerra Fría, los fenómenos extremistas violentos de todo tipo se convirtieron en una de las principales preocupaciones a nivel mundial. La escalada de esta clase de extremismo en Mali en 2012, y su posterior propagación a los vecinos Níger y Burkina Faso, a pesar de que sorprendió a muchos, tiene profundas raíces históricas.  

 Mapa que muestra la localización de los ataques yihadistas atribuidos al grupo Daesh u otros grupos yihadistas desde 2021 hasta el 21 de julio de 2023 en la región del Sahel<br />
PHOTO/AFP
 Mapa que muestra la localización de los ataques yihadistas atribuidos al grupo Daesh u otros grupos yihadistas desde 2021 hasta el 21 de julio de 2023 en la región del Sahel
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El Sahel es una región donde a lo largo del tiempo se ha producido la convergencia de elementos multidimensionales como el fanatismo religioso, las rebeliones tuareg, las repercusiones de la guerra civil argelina de 1992, las secuelas de la crisis libia y la crisis fulani en Mali Central, unido todo ello a ancestrales rivalidades tribales, raciales y de modos de vida enfrentados desde casi el origen de la presencia humana en la zona (pastores nómadas y agricultores), lo cual  ha contribuido a la eclosión del fenómeno a la que estamos asistiendo.  

Desde la década de los sesenta, y especialmente tras el proceso de descolonización, algunos de estos factores se han ido intensificando progresivamente, probablemente agravados por la especial relación, sobre todo en materia económica, con la antigua metrópoli, y, aún hoy, en 2024, siguen desarrollándose. Esta evolución histórica es la base sobre la que se asienta la proliferación de organizaciones extremistas y violentas que operan en Mali, Burkina Faso y Níger, convirtiendo la región del Sahel en el que probablemente sea el principal foco de inestabilidad para Europa, con capacidad para llevar al caos al Viejo Continente. 

Fotografia de archivo, combatientes tuaregs de la Coordinación de Movimientos del Azawad (CMA) de Kidal, en el norte de Mali - PHOTO/AFP
Fotografia de archivo, combatientes tuaregs de la Coordinación de Movimientos del Azawad (CMA) de Kidal, en el norte de Mali - PHOTO/AFP

Lo inquietante es que, a pesar de los datos que corroboran lo que estamos afirmando, se continúa sin dar a la situación la importancia que requiere. Según el Instituto para la Economía y la Paz, en uno de sus informes elaborados en 2023, los movimientos extremistas en el Sahel causaron más muertes en 2022 que en el Sudeste Asiático, Oriente Medio y Norte de África juntos. Además, las muertes en el Sahel representaron un cuarenta y tres por ciento del total mundial en 2022, lo que contrasta fuertemente con el escaso uno por ciento registrado en 2007. Los números hablan por sí solos. No hay que explicarlos. 

Los jefes de Estado de Mali, Assimi Goita, el general de Níger, Abdourahamane Tiani, y el capitán de Burkina Faso, Ibrahim Traore, asisten a la apertura de la primera cumbre ordinaria de jefes de Estado y de gobierno de la Alianza de Estados del Sahel (AES) - REUTERS/MAHAMADOU HAMIDOU
Los jefes de Estado de Mali, Assimi Goita, el general de Níger, Abdourahamane Tiani, y el capitán de Burkina Faso, Ibrahim Traore, asisten a la apertura de la primera cumbre ordinaria de jefes de Estado y de gobierno de la Alianza de Estados del Sahel (AES) - REUTERS/MAHAMADOU HAMIDOU

El Sahel, como en numerosas ocasiones hemos referido, se caracteriza por ser un espacio donde las fronteras son porosas y fluidas, las identidades son múltiples, el pasado se mezcla con el presente y los sistemas políticos y económicos experimentan una evolución y transformación constantes, no siempre en la buena dirección. Su población, en la franja que nos ocupa, se compone de aproximadamente ciento cincuenta millones de personas. Entre ellos encontramos diferentes grupos étnicos, como las comunidades fulani, tuareg, hausa, kanuri, songhai, bambara, zarma, mossi, dogon y árabe. Cada una de estas etnias posee su propia lengua, tradiciones y medios de subsistencia tradicionales, como el pastoreo nómada, la agricultura y el comercio, contribuyendo cada una desde hace siglos al desarrollo de un rico patrimonio cultural de la región.  

Pastores fulani esperan a que su ganado beba en un punto de agua en la aldea de Madina Torobe, región de Matam - AFP/ JOHN WESSELS
Pastores fulani esperan a que su ganado beba en un punto de agua en la aldea de Madina Torobe, región de Matam - AFP/ JOHN WESSELS

Y algo muy importante, todas y cada una de ellas llevan interactuando con las demás el mismo tiempo, con unas dinámicas definidas y con una historia común de afinidades, rivalidades, alianzas, guerras y venganzas. Y ese pasado, irremediablemente, condiciona el presente y define el futuro. Y desgraciadamente, en nuestra atalaya, a veces altiva y despectiva, hemos obviado, deliberadamente o no, ese factor, siendo esta una de las causas del fracaso de las intervenciones llevadas a cabo hasta el momento. 

La religión ha desempeñado un papel importante en el impulso del extremismo violento en el Sahel, y en especial en Mali, Burkina Faso y Níger. Estas organizaciones extremistas islamistas que operan en el Sahel africano utilizan su particular interpretación del islam para justificar sus acciones violentas, reclutar adeptos y movilizar recursos. Actores, hasta hace no mucho, ajenos a la región, o presentes, pero con poco protagonismo como Al Qaeda y el Daesh, se han visto beneficiados por la situación, y han sacado ventaja de la misma para promover sus intereses, hasta el punto de que son quienes pueden determinar el futuro de la zona. 

Soldados de las Fuerzas Armadas de Mali aseguran la pista entre Goundam y Tombuctú, en el norte de Mali, el 2 de junio de 2015, durante la operación conjunta La Madine 3, parte de la Operación Barkhane, una operación antiterrorista en el Sahel - AFP/ PHILIPPE DESMAZES
Soldados de las Fuerzas Armadas de Mali aseguran la pista entre Goundam y Tombuctú, en el norte de Mali, el 2 de junio de 2015, durante la operación conjunta La Madine 3, parte de la Operación Barkhane, una operación antiterrorista en el Sahel - AFP/ PHILIPPE DESMAZES

El punto de partida de los acontecimientos que nos han llevado al punto actual es la guerra civil argelina. Un acontecimiento histórico clave que propició la aparición y propagación del extremismo religioso violento en el Sahel. La guerra tuvo lugar entre 1992 y 2002 y se gestó en la crisis política causada por la anulación de las elecciones en 1992.  

En enero de ese año, el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganó abrumadoramente las elecciones municipales derrotando al gobernante Frente de Liberación Nacional (FLN). Sin embargo, en lugar de aceptar la victoria de los islamistas, los militares intervinieron rápidamente evitando la realización de elecciones parlamentarias, prohibiendo el FIS y deteniendo a sus líderes. La causa inmediata fue la decepción y el descontento generalizados de la población argelina, que derivó en protestas cada vez más violentas y, finalmente, en un cruento conflicto armado. La guerra civil enfrentó principalmente a las Fuerzas Armadas y de Seguridad argelinas contra el Grupo Islámico Armado (GIA), el Ejército Islámico de Salvación (EIS) y a organizaciones de voluntarios afiliadas, como el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), origen de lo que posteriormente se conocería como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). 

Un veterano de la guerra civil argelina sostiene un cartel que dice "Todos unidos por una justicia independiente" durante una protesta en Argel, Argelia, el 29 de marzo de 2019 - PHOTO/AP
Un veterano de la guerra civil argelina sostiene un cartel que dice "Todos unidos por una justicia independiente" durante una protesta en Argel, Argelia, el 29 de marzo de 2019 - PHOTO/AP

El conflicto que entonces se vivía en el vecino Mali y el caos que trajo asociado fueron de gran utilidad para los militantes islamistas argelinos. El movimiento transfronterizo se vio facilitado por la porosidad de las fronteras entre el norte de Mali y el sur de Argelia. En esta vasta región, dura y prácticamente inhóspita, no existe la acción del gobierno, y es una encrucijada para todas las redes de tráficos ilícitos. Fue precisamente la libre circulación de personas y armas lo que permitió a los grupos islamistas argelinos buscar refugio y reagruparse en el norte de Mali. 

En los momentos iniciales de su actividad en Mali, y teniendo como nexo en común su enfrentamiento al poder establecido, los yihadistas se alinearon con el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (NMLA), pero esta simbiosis no duró mucho y los grupos islamistas se impusieron rápidamente a los rebeldes tuaregs a los dos meses de capturar el norte de Mali, expulsándolos de ciudades clave como Gao y consolidando el control de la región. Esto supuso un cambio significativo, ya que los yihadistas de AQMI pasaron rápidamente de operar en sus santuarios ubicados en el desierto a gobernar centros urbanos, utilizando incluso antiguos edificios administrativos. Vemos cómo el patrón de actuación de estos grupos se repite una y otra vez. Su objetivo es siempre sentar las bases de una estructura asimilada a un gobierno que les de legitimidad ante sus “gobernados” y les permita “vender” la llegada del prometido califato. 

Miembros de la tribu nómada Fulani se sientan en un carro mientras viajan por el bosque Barkedji-Dodji, que forma parte de la Gran Muralla Verde del Sahara y el Sahel en el departamento de Linguere, región de Louga, Senegal, el 14 de julio de 2021 - REUTERS/ZOHRA BENSEMARA
Miembros de la tribu nómada Fulani se sientan en un carro mientras viajan por el bosque Barkedji-Dodji, que forma parte de la Gran Muralla Verde del Sahara y el Sahel en el departamento de Linguere, región de Louga, Senegal, el 14 de julio de 2021 - REUTERS/ZOHRA BENSEMARA

El éxito de los yihadistas puede atribuirse a unas estructuras de mando más coherentes, un equipamiento superior, mayor acceso a recursos financieros y el apoyo de ciertas comunidades locales desencantadas con el laicismo del NMLA. En junio de 2012, estos grupos habían dejado de lado al MNLA y se habían hecho con el control de la mayor parte del norte de Mali. Para financiar sus programas extremistas, AQMI y el Movimiento por la Unidad de la Yihad en África Occidental se dedicaron al tráfico de drogas y al secuestro de ciudadanos occidentales. Los rescates pagados por varios gobiernos, entre ellos Canadá y numerosas naciones europeas, supusieron, en el tramo que va de 2008 a 2012, entre cuarenta y sesenta y cinco millones de dólares. 

Un soldado durante una ceremonia en el campamento militar General Sangoule Lamizana en Uagadugú el 8 de octubre de 2022 - AFP/ ISSOUF SANOGO
Un soldado durante una ceremonia en el campamento militar General Sangoule Lamizana en Uagadugú el 8 de octubre de 2022 - AFP/ ISSOUF SANOGO

Un problema interno, en este caso argelino, fue el detonante para que la chispa del yihadismo prendiera en toda la región, pues la victoria del gobierno de Argelia se logró, en gran parte, empujando y expulsando a los elementos radicales a la región fronteriza con Mali. Y allí, poco a poco encontraron arraigo y apoyo a su causa y visión del islam. Entraron en contacto con grupos criminales con los que fueron colaborando e incluso fusionándose, logrando así la financiación necesaria para sus actividades, crecer y poder marcarse objetivos cada vez más ambiciosos. La aparición de un rival en su esfera de control, el Daesh, más violento y activo, especialmente en el exterior, pareció eclipsar a los herederos de los yihadistas argelinos. Sin embargo, siguieron ahí, y esa rivalidad entre ambos grupos ha vuelto la situación mucho más peligrosa e inestable. Como tantas otras veces en la región, nada es blanco o negro, y la rivalidad, cuando es necesario, se torna en alianza, y viceversa. 

Ahora, con la entrada de actores extranjeros que han llegado incluso a desplazar a las antiguas colonias colonizadoras y sus aliados, Europa parece más perdida que nunca. Y el peligro real es que la región se convierta en el nuevo campo de batalla donde esos nuevos actores continúen su enfrentamiento. Si no se cambia esa deriva, el desastre está asegurado.