La gran escalada de tensión entre Israel e Irán
Esta semana es imposible abstraerse de la actualidad y tocar cualquier otro tema que no sea el conflicto en Próximo Oriente.
La escalada entre Israel e Irán ha alcanzado límites hasta ahora inimaginables, y la inesperada participación de Estados Unidos, al menos en el tiempo, han elevado como es lógico el nivel de tensión y preocupación en todo el mundo por temor a las posibles repercusiones.
Por ello, hemos creído conveniente adentrarnos en este asunto para tratar de arrojar alguna luz y presentar los posibles escenarios a los que podemos enfrentarnos próximamente.
Comenzaremos por tratar de exponer por qué ahora y con qué fin, refiriéndonos al paso dado por Israel atacando Irán.
Tras lo sucedido el siete de octubre de 2023, una de las conclusiones extraídas por Israel fue que algo así no volvería a pasar nunca más. La determinación por definir unas fronteras seguras no tuvo desde ese momento vuelta atrás. Y el país hebreo asumió que lo lograría a cualquier precio.
Esa decisión pasaba lógicamente por identificar las amenazas a sus fronteras, y estas estaban meridianamente claras: las milicias proxies empleadas por Irán, Hamás y Hezbolá eran el objetivo para batir. Dado que Hamás fue el responsable de la masacre de octubre, estaba claro que era el primero en la lista, y ello nos llevó a la invasión de Gaza. No se trataba de una simple operación de castigo como muchos pensaron en su momento, sino de búsqueda y destrucción con el objetivo de eliminar para siempre la capacidad militar de la milicia, aunque ello supusiera el sufrimiento que estamos viendo en la población gazatí. Esa es una de las cosas que Israel estaba dispuesto a asumir: la condena internacional y la pérdida de reputación.
En este sentido, hemos de reconocer que en no pocas ocasiones las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) han cruzado la línea de lo tolerable, y que muchas de las acusaciones están fundamentadas. Sin embargo, tampoco debemos olvidar que la población palestina residente en la Franja de Gaza ha sido el verdadero rehén y víctima de una milicia radical e implacable, sobre todo con los suyos, ni que ningún país musulmán de la región, empezando por Egipto, se ha prestado a facilitar ayuda o refugio a los palestinos que huían de la guerra.
Cuando se consideró que las operaciones en Gaza habían alcanzado sus principales objetivos y que la capacidad de Hamás estaba lo suficientemente degradada (que no eliminada por completo), Israel pasó a una segunda fase, tomando como objetivo a la milicia libanesa Hezbolá. El objetivo era el mismo, degradar su capacidad militar de tal forma que no pudiera llevar a cabo ninguna acción de envergadura nunca más contra, o dentro de territorio hebreo.
Durante este periodo asistimos a operaciones espectaculares desde el punto de vista de su preparación y de la inteligencia como la explosión simultanea de miles de “beepers” que causaron estragos en la cúpula de la organización, dejándola prácticamente sin cuadros de mando intermedios y, por consiguiente, anulando su capacidad de mando y control.
El otro momento álgido fue la eliminación sistemática de su cúpula y de aquellos que sucesivamente fueron tomando el control tras la caída de la anterior. Todo un ejemplo de capacidad de obtención de inteligencia y por supuesto de su aptitud de penetración e infiltración.
Es obvio que ambas operaciones, mantenidas de forma simultánea han consumido y fijado gran parte de los recursos de las IDF. Y aquí hemos de hacer un inciso para citar a la tercera milicia proiraní que, si bien inicialmente no era tenida muy en cuenta, ha demostrado, como ya mencionamos semanas atrás, una capacidad. Esta no es otra que la milicia hutí. Desde Yemen han sido capaces de hostigar a Israel de una forma bastante eficaz, gracias como no, al material suministrado por Irán. Hasta tal punto que cuando Hamás y Hezbolá estaban contra las cuerdas han sido los únicos que suponían una amenaza de cierta entidad contra territorio israelí. Al mismo tiempo, dada su estratégica situación geográfica, han forzado a que una coalición naval internacional se despliegue en el golfo de Adén para proteger las líneas de comunicación marítimas que estaban siendo objetivo de sus ataques mediante el uso tanto de drones marítimos como aéreos. Dicha coalición y las acciones de EE. UU. contra los propios hutíes en tierra, atacando sus bases y sitios de lanzamiento, han llevado a que Israel haya tenido que limitarse solamente a derribar los misiles que de tanto en tanto han sido lanzados desde Yemen contra su territorio.
Todo lo anterior nos lleva a interpretar que la decisión por parte de Tel Aviv de atacar Irán ha sido fruto de lo que se denomina “Explotación del éxito”. Explicado de otro modo, las relativamente satisfactorias campañas contra Hamás y Hezbolá han creado las condiciones necesarias para que, al atacar Irán, la única respuesta posible de Teherán contra Israel fuera el lanzamiento de drones y misiles. Y teniendo en cuenta que el nivel de protección que ofrece la propia Fuerza Aérea israelí y la “Cúpula de Hierro” es más que aceptable, la situación ha evolucionado creando las condiciones óptimas para que Israel tomara la decisión de atacar a lo que podemos denominar “la cabeza de la serpiente”, es decir, la raíz de sus amenazas, el elemento que adiestra, financia y arma a las milicias a las que está combatiendo junto a sus fronteras.
De ese modo, logra dos objetivos; por un lado, disminuye la capacidad de Irán para seguir sustentando a lo que queda de Hamás y Hezbolá y, por otro, volver a retrasar el programa nuclear, evitando así que Teherán logre fabricar cabezas nucleares propias.
Para este último objetivo, y de manera en cierto modo sorpresiva, ha contado con la imprescindible ayuda de Estados Unidos, que ha visto también la oportunidad de lanzar un mensaje a sus potenciales enemigos. Se ha escrito mucho sobre los bombarderos “Stealth” B2 y sobre las bombas GBU 57 A/B, y no vamos a repetir todo lo dicho. Lo que sí diremos es que, con esta operación, Estados Unidos no sólo ha ayudado a su sempiterno aliado, sino que, en cierto modo, le ha forzado a terminar este intercambio de golpes con Irán, del mismo modo que el mensaje recibido en Teherán ha sido contundente y extensivo a todos los testigos de lo sucedido. El ataque aéreo sobre Fordow ha representado la exhibición de una formidable capacidad que está fuera del alcance de ningún otro país, como tampoco está al alcance de nadie la munición empleada.
Irán ha tomado buena nota de ello y en su ataque de represalia, una vez más hemos de señalar, se cuidó muy mucho de no causar víctimas norteamericanas informando por varios canales a Washington de su ataque. La lectura que podemos hacer es a priori muy simple: Irán es perfectamente consciente de su inferioridad ante EE. UU.., pero también debemos hacer otra: esto puede ser un claro indicador de la debilidad interna del régimen, necesitado de alimentar a la población con el espejismo de un país capaz de hacer frente a la primera potencia mundial.
El gran temor a la reacción de Irán pasaba por su capacidad para bloquear el estrecho de Ormuz. Sin embargo, esta medida habría perjudicado sobre todo al propio Irán y a uno de sus más firmes aliados, China, que además es el principal comprador de su petróleo. Por lo tanto, las opciones de respuesta se vieron disminuidas.
No obstante, y aunque el régimen se resienta de las pérdidas sufridas entre sus cuadros de mando, no parece que haya sido suficiente para provocar una reacción interna que lleve a la caída de los ayatolás. Y ello, en sí mismo, crea un problema mayor. Tras todo lo sucedido, el régimen iraní se enquistará aún más. Buscará más resortes a los que agarrarse para perpetuarse en el poder y, desde luego, no cejará en su empeño de hacerse con el arma nuclear. Irán tiene su mirada puesta en Corea del Norte, un país que, aunque anclado en el pasado, con grandes carencias, y una economía de supervivencia, se ha convertido en intocable gracias a las armas nucleares. Desde luego, si Teherán hubiera estado en posesión de éstas, ni Israel ni nadie se habría atrevido a bombardear su territorio.
Por ello, podemos concluir afirmando que tanto Irán como Israel han alcanzado sus objetivos, al menos de manera temporal. EE. UU. ha realizado una imponente demostración de fuerza y ha contribuido al cese de hostilidades, y mientras tanto, la Rusia de Putin ha sacado tajada por la subida de los precios del crudo y por haber disfrutado de un periodo en el que el foco de atención ha estado puesto en otro conflicto.
Veremos en qué afecta lo sucedido al apoyo que está prestando Irán a Rusia en su guerra contra Ucrania, y lo que es más importante, cuanto tarda el programa nuclear de Irán en volver a ser una preocupación. Desgraciadamente, esto se dará más pronto que tarde.