Hamás: trayectoria y vínculo con Irán
La guerra de Gaza entre Israel y Hamás ha centrado la actualidad en los últimos tiempos. La evolución del movimiento palestino ha sido fuerte en las últimas décadas y amenaza la estabilidad de Oriente Próximo.
Introducción
“Tenemos el privilegio, o la desgracia de estar siendo testigos de un momento histórico. Uno de esos momentos que en el futuro se estudiará como uno de los principales hitos en la historia de la humanidad”. Esta frase la he empleado en más de una ocasión durante los últimos años.
Es ciertamente difícil poder establecer con claridad un punto de partida claro y definido. Seguramente más de un analista afirmará rotundamente que el punto de inflexión se sitúa en los ataques del 11-S. Sin embargo, esa rotundidad no esta tan clara, y desde luego, estamos demasiado cerca en el tiempo e involucrados en los acontecimientos como para poder tomar la distancia necesaria que nos permita analizar con la profundidad suficiente la importancia y el significado del momento. Esto será algo que sin duda deberán acometer en un futuro los historiadores.
Con la misma rotundidad se puede afirmar, sin embargo, que estamos en un proceso de cambio en el cual se está reconfigurando geopolíticamente el mundo. Y el resultado será algo totalmente diferente a lo que hemos conocido. Porque los cambios que se avecinan afectarán al orden político, económico, social, a los balances de poder, etc. Y a este devenir no solo están contribuyendo los conflictos bélicos o la pugna entre potencias, religiones, modelos de sociedad y culturas, sino que, como parte de un todo, la naturaleza también está teniendo su papel con desastres naturales pocas veces vistos en nuestra época y con factores tan relevantes como lo fue la epidemia global causada por la COVID-19.
Los elementos más visibles de cara a la sociedad, por su impacto y su crudeza, son sin lugar a duda los conflictos bélicos, pues constituyen por otro lado los que producen efectos tangibles a más corto plazo.
En el escenario actual afrontamos dos conflictos mayores que, sin estar a priori directamente relacionados entre sí, pueden llegar a converger al menos en el campo de los intereses comunes de algunos de los actores. No obstante, lo anterior, ambos tienen algo muy importante en común: la capacidad de desestabilizar a toda una región y la de arrastrar a otros a una guerra que, si no se puede considerar global, se le aproxima mucho.
Desde el final de la segunda Guerra Mundial y a pesar de todas las guerras libradas desde 1945, de forma general, y en Europa en particular, se ha vivido con una aparente sensación de paz. Esta ha sido tan longeva y profunda que nos ha llevado a olvidar que el estado natural de las cosas es precisamente el contrario.
En el flanco este desde hace ya casi tres años se está librando una guerra que involucra directamente a una potencia como Rusia e indirectamente a las naciones pertenecientes a la OTAN, con un grave riesgo de escalada muy cercano y real en algunos momentos. Sin embargo, y a pesar de lo grave de esa situación, el conflicto desatado en Próximo Oriente por Hamás nos traslada una sensación mucho más intensa de peligro y de que esa escalada de incierta pero nefasta evolución pueda darse en cualquier momento.
Ante la situación creada y para entender lo que sucede lo primero que hemos de intentar aclarar es que es Hamás.
Evolución de Hamás
Hasta mediada la década de los 80, el movimiento islámico en Palestina estaba monopolizado por los Hermanos Musulmanes de Palestina (PMB). Desde 1967 y a causa de una serie de hechos la resistencia popular a la presencia israelí se fue convirtiendo en un elemento nuclear de la conciencia palestina. Esto derivó en el estallido de la primera Intifada, durante la cual los hermanos musulmanes se encontraron casi totalmente desconectados de la realidad, lo cual estuvo a punto de acabar con su relevancia en el mundo palestino. En ese estado de las cosas Fatah y la OLP se mostraron prestas a ocupar el hueco de estos. Pero una amenaza mayor surgió en esa pugna, la Yihad Islámica, que en 1985 logró arrebatar la preponderancia de los hermanos musulmanes en el monopolio del islamismo entre los palestinos.
El resultado final fue que, ante la extendida impresión de falta de iniciativa, compromiso y actividad, unido a ciertas acusaciones de connivencia con Israel para deslegitimar a la OLP, los Hermanos Musulmanes crearon Hamás.
Durante la Intifada la nueva organización se consolidó como un elemento de resistencia popular bien integrado en la sociedad palestina. No obstante, fue al final de esta cuando su relación con las organizaciones rivales quedo al descubierto, y tras los Acuerdos de Oslo de 1993 se sintió traicionada por aquellas, siendo como era un movimiento de resistencia armada. Hamás interpreto los acuerdos de Oslo como un intento de Israel de controlar a los palestinos a través de un gobierno títere, y fue entonces cuando identifico a la Autoridad Palestina como su mayor adversario, tomando además el papel de actor principal de la resistencia armada contra Israel.
Paralelamente, Arafat, sintiendo amenazada la hegemonía de su movimiento trato de dar a este una mayor carga religiosa tanto durante la intifada como después.
Israel favoreció la creación de la Autoridad Palestina y la financió, en gran parte para que ejerciera de contrapeso a Hamás. Estos respondieron con un aumento de acciones armadas buscando hacer fracasar los Acuerdos de Oslo, lo que los llevó a entrar en conflicto directo con Fatah. Esta respondió arrestando a cuatrocientos miembros de la organización radical en una de sus primeras medidas cuando se hizo con el poder.
Los choques entre ambas organizaciones y los atentados se sucedieron durante toda la década siguiente, afectando a la seguridad de Israel. Con la firma de los acuerdos de Camp David la Autoridad Palestina perdió credibilidad apareciendo como “cómplice” de Israel, una imagen que Hamas se encargó de difundir y exacerbar negándose por ejemplo a participar en las elecciones de 1996.
Con el inicio de la segunda Intifada, Hamás tomó el liderazgo en el movimiento de resistencia frente a Israel, contrastando su imagen con la de una organización deslegitimada por los casos de corrupción interna, acusaciones de conspirar junto a Israel y con un liderazgo en cuestión por la elevada edad de estos. Fue en este momento cuando Hamás desbancó a Fatah y se sintió en condiciones de expandir su liderazgo y reclamar su legitimidad en todos los territorios palestinos.
Una vez pasada esa época tempestuosa ciertos sectores comenzaron a plantear que Hamás, a pesar de todas las sospechas que se cernían sobre el régimen, debía buscar espacios de actuación conjunta con la AP. A pesar de todo ambos eran movimientos palestinos y lo verdaderamente importante y necesario era intentar conseguir la unidad. Entre otros, apoyando esta vía, se destacaron figuras como Ahmad Bahhar, Ismail Haniyya y Khalid al-Hindi.
Sin embargo, las desavenencias entre Hamás y Fatah llegaron a un punto crítico con la elección de Hamás en la Franja de Gaza. Esto produjo escaramuzas y choques de mayor intensidad entre partidarios de ambas facciones, llevando Arabia Saudí a liderar un intento de mediación a través de los Acuerdos de La Meca en 2007, estableciendo un gobierno de unidad nacional palestino.
Durante la segunda Intifada la Autoridad Palestina, aprovechando el momentáneo cese de los enfrentamientos entre ambas organizaciones, se marcó como objetivo reprimir y controlar a Hamás, sin embargo, no pudo alcanzarlo y las numerosas fuerzas de seguridad de Fatah en Gaza hicieron todo lo posible por dificultar las operaciones de Hamás, suponiendo para estos últimos una seria amenaza si la situación derivaba en una posición abiertamente hostil por parte de Fatah.
Hamás sabía que el alto el fuego no podía durar, y los combates no tardaron en reproducirse, teniendo como resultado la derrota de las fuerzas de Al Fatah: finalmente Hamás se había hecho con el control de Gaza.
A pesar de todo, la hegemonía no es completa, tenemos, por ejemplo, la Yihad Islámica, grupo que a pesar de su menor tamaño tiene la capacidad de influir en las tensiones entre Israel y Hamás a través de sus acciones independientes. Al mismo tiempo también conviven con el auge de grupos salafistas yihadistas.
La conclusión es que Hamás debe confrontar a todos esos grupos para mantener esa unidad en la lucha armada contra Israel.
La posición de Hamás de permanente desafío a la Autoridad Palestina y de liderar la resistencia ha sido la génesis de una constante escalada violenta con Israel. Las acciones de Hamás, sus objetivos y su contexto islamista ha llevado a Israel a considerarlas únicamente en el contexto de un Próximo Oriente cada vez más radicalizado, acentuado por la Revolución iraní de 1979 y posteriormente por los ataques del 11-S.
En consecuencia, Israel no ha estado dispuesto a hacer concesiones a Hamás y siempre ha tratado de combatir y destruir sus capacidades.
Para Hamás es importante mantenerse firme a pesar de los ataques de Israel y no dar la imagen de ceder ante el empuje israelí. Esa actitud es clave para preservar su credibilidad como líderes de la resistencia. Además, hay una razón mucho más importante: permanecer como el principal objetivo de las fuerzas de seguridad israelíes es la garantía de poder seguir reclutando personal y aglutinar a la mayor parte de los palestinos en torno a la organización.
Es innegable que la ocupación israelí de 1967 seguida de la aplicación de una política económica liberal y el establecimiento de asentamientos de colonos desempeñaron un papel importante en la creación de Hamás y su posterior radicalización. Del mismo modo, la percepción que Israel tenía de Hamás también desempeñó un papel importante en la configuración de su estructura política. La participación de Hamás en la primera Intifada tuvo como resultado el arresto por parte de Israel de más de mil quinientos miembros de Hamás, entre ellos el jeque Yassin, uno de los líderes y fundadores de la organización.
El impacto que tuvo en Hamás llevó a que Abu Marzouq formulara inmediatamente una nueva estrategia que garantizara su supervivencia en caso de que Hamás volviera a enfrentarse a un desafío semejante. En lo sucesivo, la acción militar se separaría de los órganos administrativos y sociales de Hamás mediante la formación de células que funcionarían de forma independiente bajo la autoridad de un ala militar separada, las Brigadas Qassam. La dirección interna residiría en Gaza, y un comité político externo se establecería en Ammán. Tras la mejora de las relaciones entre Jordania e Israel el comité se trasladó a Damasco en 1993.
El resultado pudo comprobarse tras los posteriores ataques y consecuentes detenciones, pues, aunque pusieron a Hamás en el punto de mira de muchos palestinos, el daño no fue tan grave como antes de la segunda Intifada. Durante la década de 1990 el aumento creciente de la popularidad de Hamás aseguró un flujo constante de voluntarios y reforzó su capacidad de reclutamiento. El objetivo de Israel de acabar con sus dirigentes tuvo un efecto contraproducente, pues no hizo sino reforzar su estatus y su determinación de liderar la resistencia. Es importante resaltar que durante este periodo las acciones de Hamás se caracterizaron por una especial violencia, demostrando su compromiso con la resistencia mediante la venganza. Un ejemplo muy ilustrativo fue la serie de ataques llevados acabos tras la matanza de Goldstein en 1994.
Este círculo vicioso se transformó en una espiral de violencia en la que cada parte alimentaba a la contraria, pues cada acción de Israel eliminando a los líderes de la organización provocaba a su vez olas de ira en toda Palestina que proporcionaban más apoyo a Hamás y reforzaban su capacidad de reclutar nuevos combatientes.
Pero a pesar de ello Hamás comenzó a acusar el golpe y trato de dar marcha atrás ofreciendo un alto el fuego casi al final de la segunda Intifada. El plan consistía en un alto el fuego de 10 años a cambio de una vuelta a las fronteras de 1967. Incluía un Estado palestino en Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, así como un compromiso a largo plazo con el “derecho al retorno”. Las condiciones ofertadas eran a todas luces inasumibles para Israel, máxime cuando su estrategia de tomar como objetivo, de manera sistemática a sus líderes tuvo éxito al tiempo que favoreció las rencillas internas entre aquellos miembros que habían sido apartados de la cúpula y que aprovecharon los asesinatos del Mossad para llevar a cabo venganzas personales.
La situación se volvió tan critica que al final de la segunda intifada casi toda la cúpula ubicada Gaza había muerto, lo que amenazó seriamente la continuidad de la organización a pesar de que el apoyo por parte del pueblo palestino hacia ellos se vio reforzado, pero la principal preocupación era saber cuánta violencia podrían soportar los palestinos, pues la presión de Israel no dejaba de aumentar.
Esto incluiría un Estado palestino en Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, así como un compromiso a largo plazo con el “derecho al retorno”. En los años siguientes se hicieron ofertas similares para cesar las hostilidades, pero Israel mantenía el convencimiento de que Hamás es un grupo extremista y panislámico empeñado en su destrucción.
Esta postura y el rechazo israelí del alto el fuego ponen de manifiesto el planteamiento general israelí respecto a Palestina, los Estados árabes y el islamismo después de 1979 y después del 11-S, pero sobre todo después de la victoria electoral de Hamás. Israel se sentía más amenazada que nunca, y el recuerdo de lo sucedido durante la década de los noventa justo después de los intentos por parte de Isaac Rabin de lograr una solución pacífica, haciendo concesiones hasta entonces inimaginables, marco un cambio radical y profundo no solo en la política de Israel, sino también en su sociedad.
La actitud de Hamás ha contribuido al arraigo de una conciencia hostil, casi paranoica hacia los palestinos desde esa época, transmitiendo la imagen dentro de Israel de un grupo panislámico con fuertes lazos tanto con Irán como con grupos terroristas de corte suní como Al-Qaeda con los que comparte su odio hacia los judíos. Esta imagen es la que Israel trata de trasladar a su vez hacia el exterior, mostrándose a sí misma como la primera línea de defensa frente a estos grupos terroristas.
Las consecuencias de lo anteriormente expuesto se reflejan en la política interna de Israel, provocando que los grupos políticos del ala más a la derecha, siempre proclive a la respuesta agresiva hacia Hamás, sean los que dominen el panorama interno, hasta el punto de que los acuerdos de Oslo, que tan lejos nos parecen ya, aun sean vistos más como un “logro” del Gobierno de izquierdas de Rabin, como una simple concesión a los terroristas. De ahí que cualquier oferta de alto el fuego sea siempre recibida con un total escepticismo.
En 2004 comenzó el pan de retirada de Gaza con el desmantelamiento de algunos asentamientos, pero la victoria de Hamás en 2006 supuso un cambio radical y el objetivo principal pasó a ser privar a Hamás del poder. En esa política jugó un papel esencial el control por parte de Israel del paso de Karni, pues limitó el transporte hasta tal punto que tuvo serias consecuencias en la economía de la franja.
La respuesta no se hizo esperar y en junio de ese mismo año Hamás atacó la base de Kerem Shalom capturando al soldado Gilad Shalit. Esa acción, unido a los sucesos en el Líbano con Hezbollah elevaron la tensión enormemente, sobre todo después de la visita de Nasrallah a Gaza, que fue interpretada como la constatación de una alianza islámica contra Israel.
El intento en 2008, por parte de Egipto, de mediar para lograr un alto el fuego tuvo un éxito parcial, pero no fue capaz de llegar a la raíz del problema y volvió a poner de relieve la dificultad de satisfacer los objetivos de ambas partes. Ello no hizo sino reforzar ambas posiciones y la convicción a ambos lados del muro de que la violencia es la única forma de alcanzar sus respectivos objetivos.
La triste realidad es que, hasta el momento, desde 2006, ninguna de las dos partes ha logrados sus objetivos. Hamás se ha perpetuado en el poder negando la posibilidad de nuevas elecciones y hostigando a Israel reiteradamente e Israel ha continuado con el bloqueo y respondiendo a los ataques sistemáticamente.
Sin embargo, es el compromiso de Hamás de liderar una resistencia agresiva y la interpretación de Israel de que se trata de un complot panislámico para destruirlo lo que ha llevado a este punto muerto.
Una situación en la que, todo hay que decirlo, errores cometidos por Israel y políticas poco acertadas han colaborado a que Hamás se presente ante gran parte de la opinión pública como la víctima, o por expresarlo más correctamente, como la única víctima. Y con una situación enquistada, se ha ido creando el caldo de cultivo perfecto para, aprovechando ese papel de víctima ir inoculando la animadversión y el odio en todas las capas de la sociedad palestina, comenzando como no, desde los más pequeños en las escuelas.
El contexto actual
Y esa situación, a todas luces insostenible, ha sido aprovechada por quien tiene otras aspiraciones, pretendiendo ser la potencia regional y a su vez ocupar el lugar que considera que le corresponde dentro del mundo musulmán.
Hamás, en definitiva, se ha convertido en otro de los proxies que utiliza Irán como instrumento de su política exterior. Un proxy a la altura de Hezbolla, las milicias chíes en Irak o los Houties en Yemen. Porque si hasta el momento hay algo que ha servido de elemento aglutinador de las sociedades musulmanas en el mundo, ha sido la causa palestina. Causa que ha agitado Irán siempre que le ha convenido con el fin de desestabilizar la región y obtener beneficios.
La coexistencia pacífica entre Israel y Hamás se ha demostrado algo claramente imposible si nos atenemos a la carta fundacional de esta en 1988. Aunque, a decir verdad, en la práctica, Hamás ha ido mucho más allá de lo reflejado en esta, ajustando cuidadosa y conscientemente su programa político durante años y, como hemos visto, enviando repetidas señales de que podría estar dispuesta a iniciar un proceso de coexistencia con Israel, aunque siempre bajo la sospecha de que eran maniobras para tomar oxígeno en sus momentos más delicados.
Numerosas declaraciones nos ofrecen la idea de que la hostilidad de Hamás hacia los judíos no tiene una motivación principal basada en la religión. Su posición se basa en la creencia fundamental de que Israel ha ocupado una tierra que es intrínsecamente palestina e islámica, aunque no se puede pasar por alto el trasfondo religioso de esta afirmación. Pero sea como sea, el reconocimiento de Israel significaría para Hamás negar la legitimidad de su causa, y, por lo tanto, la convertiría en algo indefendible a los ojos de los palestinos y del resto de mundo musulmán. Por ello, los “Acuerdos de Abraham” y lo que estos han implicado a la hora del reconocimiento del Estado de Israel por parte de numerosos países como Egipto, Jordania, Emiratos y la manifiesta voluntad de hacerlo por parte de Arabía Saudí y otros supusieron un golpe a la línea de flotación de Hamás y casi de su propia existencia.
Queda constatado que Hamás, como organización islámica que es, no transgredirá la “sharía”, que entiende que le prohíbe el reconocimiento de Israel. Sin embargo, a lo largo del tiempo ha formulado algunos mecanismos que le permiten hacer frente a esta realidad como un hecho consumado. Estos mecanismos incluyen los conceptos religiosos de tahadiya y hudna.
La tahadiya se refiere a un período de calma a corto plazo entre las partes en conflicto durante el cual no se dejan de lado las diferencias. Fue la aplicación de este concepto lo que detuvo la mayor parte de la violencia entre Hamás e Israel de junio a diciembre de 2008. La hudna es una tregua durante un periodo específico, que se basa en la práctica del Profeta Mahoma y en acontecimientos posteriores de la historia musulmana. Hamás ha indicado en varias ocasiones su voluntad de acceder a una hudna con Israel, si asume los derechos básicos derechos palestinos básicos establecidos en la Iniciativa de Paz Árabe y el propio concepto de Hamás de "legitimidad palestina", término empleado por Hamás para describir su disposición a considerar aceptar un tratado de paz vinculante, como la propuesta de la API, siempre y cuando el tratado sea ratificado primero por el pueblo palestino en referéndum. Aunque Hamás, por lo expuesto anteriormente no participaría directamente en las negociaciones de paz con Israel, ha manifestado en diferentes ocasiones que estaría dispuesta a formar parte de un Gobierno de coalición palestino con Al Fatah, y bajo ese Gobierno sería Al Fatah quien negociaría el tratado propiamente dicho.
La conclusión que se puede obtener de todo lo relatado hasta el momento es que, si bien la convivencia entre Israel y Hamás es algo que rodea los límites de la imposibilidad, también es cierto que la instrumentalización del problema palestino por parte de Irán, convirtiéndolo en uno de sus ejes en lo que a política exterior se refiere, cierra el paso a cualquiera de los intentos o posibilidades de cierta relajación en las tensiones.
Y precisamente en esa instrumentalización y en el peligro real que supuso para su efectividad los frutos que se estaban cosechando por los “Acuerdos de Abraham”, podemos enmarcar los sucesos del siete de octubre.
Aún nos falta mucha información, y a tenor de la reacción posterior de Irán surgen ciertas dudas sobre el papel del país de los ayatolas en esta acción.
A pesar de todo, hay puntos concretos que no suscitan duda alguna: el ataque se estuvo preparando durante meses, requirió de un minucioso estudio, de la recopilación de información y elaboración de inteligencia y el posterior diseño de los planes. Logísticamente fue preparado al detalle. Fue necesario establecer centros de mando y control capaces de coordinar las operaciones por tierra, las que se lanzaron desde el mar y las que se llevaron a cabo por los paramotores.
Todo ello hubo de requerir el adiestramiento específico de miles de hombres y numerosos ensayos y prácticas de cada una de las fases. Y algo así, necesitó indefectiblemente de la colaboración de Irán a través de las fuerzas Quds, responsables del adiestramiento, formación, equipamiento y financiación de todos los proxies iranies. El punto al que nos lleva esta afirmación es claro: Irán conocía lo que iba a suceder. Entre otras cosas porque le objetivo, que era dinamitar los resultados que estaban surgiendo del nuevo escenario creado en Próximo Oriente sólo beneficiaba al régimen iraní.
La duda surge a posteriori cuando vemos la actitud del gobierno de Teherán. Sin variar su retórica agresiva y de amenazas a Israel, EE. UU. y Occidente en general, es muy evidente su intento de desmarcarse de lo sucedido. Encontrar una razón para ello no es fácil con los acontecimientos tan próximos en el tiempo. Sin embargo, se pueden esbozar algunas opciones: la respuesta esperada por parte no ya de los gobiernos de los países de la región, sino de la masa social, no ha sido la esperada (con el tiempo las nuevas generaciones ven el tema palestino como algo más lejano y que les atañe menos). Los gobiernos de esos países han entendido que el horizonte que les plantea la nueva situación les ofrece más beneficios que seguir enquistados siguiendo la retórica iraní. La reacción de EE. UU. desplazando fuerzas de una entidad tan significativa a la zona se ha entendido como algo más que una acción disuasoria. Las imágenes de cómo se llevó a cabo la operación, convertida en una orgía de sangre y muerte pocas veces vista antes asemejándola o incluso sobrepasando las acciones del Daesh han provocado rechazo en el propio Teherán que no desea ni por lo más remoto ninguna asimilación a dicho grupo.
Probablemente la respuesta final sea una combinación de todas las opciones expuestas. Pero la realidad que tenemos hoy es que después de ese fatídico día de octubre todo ha cambiado en la región y seguramente en el mundo.
Por ello, es interesante, llegados a este punto analizar la situación actual y su posible evolución.
El centro de gravedad
En toda operación militar, durante la fase de estudio del enemigo, uno de los pasos clave consiste en identificar lo que se conoce como el centro de gravedad de este. La definición de este concepto lo describe como:
Para ello se tienen en cuenta sus fortalezas, vulnerabilidades, capacidades críticas y sus oportunidades.
Con todos esos datos, los analistas tratan de encontrar lo que de una forma coloquial podríamos denominar la piedra angular sobre la que descansan sus operaciones. Hablamos pues, no de algo etéreo o gaseoso: nos referimos a algo físico, tangible, o a una capacidad “atacable", si se me permite la licencia lingüística. Un elemento el cual, si conseguimos eliminar de la ecuación, impediría a nuestro enemigo alcanzar su objetivo.
En el escenario que nos ocupa, lo primero que debemos hacer es identificar al enemigo. Y esta no es una cuestión menor a pesar de que parece una obviedad, y por si sola ya es objeto de discusión. Si nos atenemos al plano actual, pocos tendrán dudas sobre la respuesta, señalando a Hamás como tal. Pero estamos en un escenario muy particular donde se puede considerar a esta organización como una herramienta del verdadero enemigo que no es otro que Irán.
Ello nos lleva a una primera duda: ¿hemos de centrarnos solo en Hamás o debemos subir un escalón? La respuesta a ese dilema la encontramos si respondemos a otra pregunta: en el supuesto de que se eliminara a Hamás o sus capacidades fueran degradadas hasta el punto de convertir a la organización en un actor irrelevante, ¿desaparecería toda amenaza para Israel? ¿Se lograría la estabilidad de la zona y la solución al problema palestino?
Creo que la respuesta a ambas preguntas es unánime: no.
Por lo tanto, ello nos conduce a un escenario que de seguro otros han entendido con mucha más anticipación que nosotros.
Como en otros muchos casos, la solución a este problema no es solo militar. Y no hay duda de que, de un modo u otro, esa solución pasa por la fórmula de los dos Estados, lo cual exigirá irremediablemente, concesiones y un esfuerzo por parte de Israel. Pero parte de la solución sí que pasa por la intervención militar, y es una condición insalvable la anulación o eliminación de Hamás. Y esto ha de ser así no solo como consecuencia de los hechos del siete de octubre, sino porque es una condición esencial para avanzar en la estabilidad regional y, seguramente, lo que es más importante, para permitir que el pueblo palestino tome conciencia de sí mismo y pueda tomar las riendas de su destino dejando de ser rehén de intereses ajenos.
Curiosamente, si estudiamos los factores mencionados al principio, puede que nos encontremos con la sorpresa de que extrañamente, el Centro de Gravedad tanto de Hamás como el de Irán, son coincidentes.
Si consideramos este razonamiento valido, el punto de decisión al que nos lleva esa conclusión es muy delicado.
Centrémonos inicialmente en Hamás, ¿cuáles son sus fortalezas? En primer lugar, tenemos el apoyo de su población, forzado o no pero mayoritario, así como el apoyo de la opinión pública en general y la del mundo árabe en particular. A esto hemos de añadir su capacidad de reclutamiento, así como la de regenerar sus pérdidas. La permanencia en el poder y en el terreno, con años de preparación de este es otro factor por añadir en esta lista. El apoyo incondicional de potencias externas. Por último, hemos de mencionar su especial capacidad para manejar el dominio informativo, llevando a cabo estudiadas campañas dirigidas a difundir su mensaje y presentarse como víctimas.
Después de sus fortalezas hemos de relacionar sus capacidades críticas. Entre estas tenemos la capacidad de atacar a Israel con medios de largo y medio alcance. La capacidad de saturación de las defensas antimisil. Su facilidad de infiltración para llevar a cabo acciones directas, así como la estructura de instalaciones subterráneas.
En el apartado vulnerabilidades tenemos el sostenimiento logístico, especialmente en lo que se refiere a la munición y el combustible. La dependencia financiera de actores externos. La imposibilidad de dispersión de sus centros de mando y recursos críticos. Así mismo, también debemos considerar como una vulnerabilidad la dificultad de justificar sus últimas acciones y la asimilación de estas a las TTP empleadas por el Daesh, pues ha provocado rechazo incluso en parte de sus principales valedores.
Por último, y para tratar de delimitar el centro de gravedad de Hamás hemos de tener en cuenta cuál es su objetivo. En este apartado seguramente se suscitarán discrepancias y puede ser objeto de debate. Sin embargo, si nos atenemos a las propias declaraciones de sus lideres y a lo recogido en sus documentos fundacionales, el objetivo final de Hamás es el establecimiento de un Estado islámico que vaya desde las orillas del Mediterráneo hasta el mar Rojo. Y ello pasa inevitablemente, como también han manifestado, por la desaparición de Israel como Estado. Por lo tanto, el objetivo inmediato de la organización es acabar con la existencia de Israel.
¿A que nos lleva todo lo que hemos ido desgranando hasta este momento? Pues la conclusión es que el centro de gravedad de Hamás no está en Gaza. Como tampoco está en Qatar, emirato en el que se esconden sus máximos lideres disfrutando una vida regalada. Si, por ejemplo, entendiéramos que el centro de gravedad es la capacidad de lanzamiento de cohetes deberíamos plantearnos: ¿la anulación de esa capacidad provocaría la desaparición o la derrota de Hamas? Y del mismo modo con el resto de las capacidades que hemos ido mencionando. La respuesta es de nuevo una negativa.
Sin embargo, toda la potencia, la capacidad operativa y el sostenimiento de la organización, descansa en un solo pilar: la fuerza Quds de la IRGC. Esa unidad especial cuyo anterior jefe, Soleimani no fue eliminado por EE. UU. por casualidad, es la responsable de mantener, financiar, adiestrar, equipar y controlar a todas las milicias chiíes que Irán utiliza como proxies en todo Próximo Oriente. De ella dependen Hezbollah, Hamás, los hutíes y las milicias chiitas que actúan en Irak.
Como ya expusimos en dos trabajos anteriores publicados en la revista “Atalayar” y recogidos en el libro “Visión Global: un mundo en constante evolución”, esas milicias son un elemento esencial de la acción exterior de Irán. Mediante ellas interfiere en los asuntos internos de los países de la región y las utiliza para tratar de expandir su modelo de revolución islámica. Y el llamado problema palestino ha sido a su vez un elemento recurrente que Irán ha empleado a través de esas milicias para movilizar a las sociedades musulmanas en su propio beneficio.
Las acciones de las milicias auspiciadas por la fuerza Quds no solo tienen capacidad de influencia en los países donde operan, o incluso a nivel regional. Sino que como está quedando patente con los últimos acontecimientos en el mar Rojo con la actividad de los hutíes desde territorio yemení las consecuencias de sus acciones pueden ser globales. Esto es lo mismo que decir que Irán tiene la capacidad de provocar consecuencias globales de gran importancia con sus acciones.
Las acciones de las milicias chiíes de Yemen, al igual que las de Hezbollah, están controladas y reguladas por el régimen de Teherán. Y sin lugar a duda obedecen a un plan establecido. A la vez que ambos grupos se alternan golpeando a Israel con la finalidad de provocar aún más al país hebreo, dañarlo económicamente, desgastar sus capacidades militares mediante la tensión constante en varios frentes, así como la capacidad de aguante de su propia población civil, los ataques a buques en la zona de Bab el Mandeb tienen como finalidad demostrar el daño que pueden provocar a escala global. Es una demostración de fuerza a un coste por cierto muy bajo, tanto político o reputacional como económico. Técnicamente no es Irán quien está actuando, y con unos simples drones de un coste no superior a unas decenas de miles de dólares ya se ha provocado que las principales navieras eviten la zona y se haya de organizar una coalición internacional para proteger la navegación por la zona.
Conclusiones
Si observamos con detenimiento podríamos decir que estamos asistiendo a un “juego” donde Irán va sacando y jugando sus cartas una a una. Por el momento sólo se está tomando como objetivo esa zona concreta y el tráfico marítimo provocando ya graves consecuencias, pero aún le quedan bazas como las zonas de producción petrolífera de Arabia Saudí o EAU, que también están al alcance de sus drones y misiles, y provocar una situación parecida en el estrecho de Ormuz. Para esto bastaría con dos o tres acciones que trasladaran una sensación de inseguridad lo suficientemente intensa como para provocar la reacción de las navieras responsable del tráfico de crudo.
La combinación de ambas situaciones podría ser letal para la economía mundial, y la solución no sería sencilla en absoluto, pues, aunque como ya se ha apuntado se conoce perfectamente el origen del problema, la manera de abordarlo no es nada fácil. Cualquier intervención directa podría incendiar toda la región y las consecuencias que actualmente estamos vislumbrando serian nimias en comparación a lo que podría suceder.
Cómo colofón a todo lo expuesto hasta el momento, hay dos puntos que aun no se han tratado y que son derivadas directas de lo que está sucediendo. En primer lugar, hemos de hacer referencia a la guerra de Ucrania y más concretamente a Rusia. Pues si el conflicto de Gaza ha sacado del foco mediático el enfrentamiento en la frontera Este y está afectando negativamente a Ucrania en lo tocante a la ayuda que necesita, no es menos cierto que la situación que se está creando en la región del mar Rojo está contribuyendo a la subida de los precios del crudo, que has pasado en pocos días de estar entre 68 y 69 dólares el barril (algo claramente perjudicial para Rusia) a escalar hasta casi los 75 dólares. Cualquier incidente serio o intervención militar hará subir el precio sin duda alguna hasta los 90 dólares o más. Hay que apuntar a que Irán está suministrando material militar a Rusia para mantener su agresión a Ucrania, por lo que, si bien este no sea el objetivo principal, lograr que quien te compra aumente sus ingresos nunca es visto con malos ojos.
El segundo aspecto es el papel de China. No hace mucho Pekín se involucró directamente en las negociaciones entre los Irán y Arabia Saudí para intentar llegar a un acuerdo y normalizar sus relaciones. En esas negociaciones la actividad de los Houties fue un punto clave. Dejando a un lado la situación a la que pueden llegar esos acuerdos dada la deriva de los acontecimientos, la duda es ¿Qué papel tomará China? Si el país asiático medió en el conflicto fue principalmente por su interés en que el tramo de la nueva “Ruta de la Seda” que recorre todo el mar Rojo se mantuviera estable. Con los sucesos actuales ese objetivo esta más lejos que nunca de alcanzarse, y probablemente el país más perjudicado por el cierre de esa ruta comercial sea China. El papel que decidirá jugar es una incógnita, pero teniendo en cuenta sus posicionamientos generales y alianzas, seguramente tratará de, al menos repartir culpas o de cargar estas sobre el lado que podemos denominar israelí/occidental.
Por último, tratando el tema de las rutas comerciales marítimas, inevitablemente hemos de hacer referencia de nuevo a la ruta del Ártico. Cuan importante sería poder mantener dicha ruta abierta como alternativa al canal de Suez, especialmente para China, aunque de nuevo tenemos a un actor principal que seria si no el primero el segundo mayor beneficiario de dicha situación y que, por cierto, ya ha realizado declaraciones en las que siente amenazada su presencia y derechos en la región ártica debido al ingreso de Finlandia en la OTAN.
Como vemos no se puede hablar de conflictos aislados, y estamos entrando en una fase con varios enfrentamientos que comparten elementos y consecuencias y en la que cualquier derivada inesperada puede llevarnos a un enfrentamiento casi global.
BIBLIOGRAFÍA
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