Ucrania no puede parar los ataques rusos contra infraestructura crítica: faltan Patriot y la cúpula antiaérea ya no protege las ciudades

Una anciana recoge plásticos para tapar las ventanas de su casa, arrancadas tras un bombardeo ruso en Kiev a finales de marzo - PHOTO/MARÍA SENOVILLA
Después de destruir parte de los sistemas de defensa tierra-aire que Occidente envió a Kiev el año pasado, el Kremlin se propone ahora desenergizar las ciudades ucranianas, haciéndolas inhabitables
  1. 4.500 bombas aéreas guiadas
  2. MIM-104 Patriot
  3. Laboratorios de pruebas
  4. Desenergizar Ucrania
  5. Llamada a Europa

El mensaje de alerta hacía vibrar el teléfono móvil a las 2:30 de la madrugada: “Los bombarderos rusos están en el aire. Puede producirse un bombardeo masivo en las próximas horas”. Dos frases escuetas, pero lo suficientemente aterradoras para que miles de ucranianos salieran de sus casas en plena noche y se dirigieran a las estaciones de metro, que funcionan como refugios antiaéreos en Kiev. A las 5 de la mañana se escuchaban las primeras explosiones. Después, las sirenas de los camiones de bomberos y ambulancias.

Esta secuencia –de uno de los últimos bombardeos que han azotado la capital– es la que se vive a diario en las principales ciudades de Ucrania desde hace varios meses. Ciudades que, a pesar de estar lejos del frente de combate, se han convertido en un nuevo campo de batalla. 

En estos momentos, la escalada de ataques contra objetivos civiles ucranianos –infraestructura crítica principalmente, pero también edificios residenciales, hospitales o escuelas– está alcanzando unas cotas que recuerdan a los primeros meses de la invasión rusa a gran escala. 

Sólo en marzo, más de 600 civiles han muerto o han resultado heridos –lo que representa un aumento del 20% con respecto al mes anterior–, según el último informe de la misión de vigilancia de los Derechos Humanos de la ONU, publicado hace unos días. 

Ninguna urbe es segura hoy en Ucrania. Desde Kiev hasta Odesa, pasando por Dnipro, Jersón, Poltava, Sumy o Zaporiyia. Y mención especial merece Járkiv, la segunda ciudad más grande del país y la que se está llevando la peor parte por su cercanía con Rusia –con quien comparte frontera–.  

Destrozos en un barrio residencial de Kiev tras uno de los bombardeos masivos que el Kremlin está lanzando contra las ciudades ucranianas - PHOTO/MARÍA SENOVILLA

“Járkiv necesita una defensa antiaérea robusta. El mundo no tiene derecho a permanecer indiferente mientras Rusia destruye deliberadamente la ciudad a diario, y asesina a personas en sus hogares”, espetaba el presidente Zelenski, indignado, después de los últimos bombardeos masivos contra la urbe.

4.500 bombas aéreas guiadas

El uso por parte de Rusia de bombas aéreas guiadas y de misiles balísticos –muy difíciles de neutralizar una vez que están en el aire– ha supuesto un punto de inflexión en esta guerra, que ha entrado en su tercer año con unas perspectivas muy oscuras para la población civil.

Las cifras son mareantes: Putin disparó 190 misiles, 140 drones suicidad Shahed y más de 600 bombas aéreas durante la última semana, y Ucrania no puede pararlo todo. En lo que va de año, se han contabilizado más de 4.500 de estas bombas aéreas guiadas, y esto es 16 veces más que en el mismo período de 2023.

Mientras el arsenal ruso se multiplica –nutrido por países como Irán o Corea del Norte–, el de Ucrania se reduce cada día que pasa. Con la ayuda estadounidense bloqueada, y la europea entrando con cuentagotas, el tiempo juega en contra de los ucranianos. Y es que, a la escasez de munición en el frente de combate, se suma la pérdida de parte de los sistemas de defensa antiaérea que mantenían a salvo a las ciudades.

Es un secreto a voces que, de los cinco sistemas Patriot que Ucrania recibió a lo largo de 2023, tan sólo quedarían operativos dos. El último habría sido alcanzado por Rusia este mes de marzo, cuando el Ejército de Zelenski acercó esto lanzadores al frente de combate para poder abatir los aviones bombarderos del Kremlin.

Operarios públicos de Kiev trabajan para reparar el socavón que ha dejado los restos de un misil ruso - PHOTO/MARÍA SENOVILLA

MIM-104 Patriot

Cuando Zelenski empezó a recibir los primeros sistemas de defensa antimisiles “Phased Array Tracking Radar to Intercept on Target” –más conocidos por su acrónimo “Patriot”–, el número de ataques contra objetivos civiles en las grandes ciudades se redujo drásticamente. La capital, Kiev, parecía estar “blindada” y sus residentes sintieron un poco de alivio por primera vez desde que empezó la invasión.

El Gobierno de Biden se había negado durante meses a proporcionar estos Patriot a Ucrania, por considerar que provocaría una mayor respuesta de Moscú y una escalada de las hostilidades. Pero la escalada ya estaba en marcha y estos misiles tierra-aire, finalmente, ayudaron a pararla. 

El “Phased Array Tracking Radar to Intercept on Target” es uno de los sistemas tierra-aire más avanzados y fiables del mundo. Fue concebido a finales de los años 60 en Estados Unidos, y la empresa Raytheon los empezó a fabricar en 1976. Su implantación se llevó a cabo a partir de 1984, y desde entonces se han vendido a países como Israel, Alemania, Bélgica, España, Polonia o Japón.

Son eficaces para derribar aviones enemigos, y también misiles balísticos –como se ha podido comprobar sobre el terreno en Ucrania–. Una sola batería Patriot consta de un radar, un puesto de comando, vehículos de apoyo y entre 6 y 8 lanzadores. Cada lanzador se puede armar con hasta 16 antimisiles MSE. El número máximo de lanzadores en una batería permite una salva completa de 128 unidades de estos MSE.

A veces es necesario lanzar varios antimisiles de forma simultánea para interceptar un solo objetivo balístico, y el precio de cada misil MSE ronda los 4 millones de dólares. Por lo que hablamos de un sistema efectivo pero caro y, además, escaso. La tasa de producción mundial es de 450 MSE por año, y eso no es suficiente para cubrir la demanda actual.

Laboratorios de pruebas

Fue Países Bajos quien suministró a Ucrania los dos primeros lanzadores Patriot en abril de 2023, tras la primera campaña rusa de bombardeos contra la red eléctrica ucraniana, que provocó apagones y cortes de calefacción en todo el país durante el gélido invierno de 2022. Alemania y EEUU aportarían el resto después.

Trabajos de reparación dentro de la Central Eléctrica 3 de Járkiv, tras un bombardeo ruso en octubre de 2022 - PHOTO/MARÍA SENOVILLA

Las fuerzas estadounidenses, además, entrenaron a los efectivos ucranianos en el uso de estos sistemas antiaéreos –son necesarias 90 personas para operar una sola batería de Patriot–. La formación fue altamente exitosa y, tan sólo un mes después de que entraran en servicio, se reportó el derribo de un misil balístico ruso Kinzhal (valorado en unos 10 millones de dólares).

En aquel momento, los propios funcionarios de Defensa estadounidenses confirmaron a la prensa la efectividad del Patriot contra los Kinzhal, revelando que los ucranianos habrían realizado modificaciones en el software del Patriot que permitían rastrear los misiles hipersónicos.

Después de ver su efectividad en Ucrania, la demanda de estos sistemas para su uso como defensa antiaérea se extenderá por todo el mundo. Pero el reto, una vez más, es la velocidad de producción, y no sólo de los lanzadores, también de los proyectiles MSE, que son los únicos que puede disparar.

Occidente también ha enviado a Ucrania baterías de NASAMS de diseño noruego –tres veces más baratas que los Patriot–, pero no tienen la misma versatilidad. Esta guerra y los continuos ataques masivos rusos han permitido medir rápidamente las capacidades de estos sistemas y, aunque los NASAMS funcionan contra misiles de crucero y drones suicidas, no pueden neutralizar los balísticos. 

Desenergizar Ucrania

La guerra en Ucrania ha revitalizado –y revolucionado también– la industria de la defensa en todo el mundo. Pero mientras las grandes empresas analizan los datos del gran laboratorio de pruebas bélicas en que se ha convertido el país exsoviético, su población –que sigue aspirando a ser parte de la Unión Europea– sufre las consecuencias de una escalada de violencia por parte de Rusia que parece no tener fin.

A la psicosis que provocan los bombardeos rusos aleatorios, que se pueden producir en cualquier momento y contra cualquier ciudad ucraniana –algo que las sirenas recuerdan sonando de día y de noche–, se suma la desesperación de los cortes eléctricos y de agua corriente que ya se han empezado a producir. 

Es difícil imaginar desde Madrid, París o Roma lo que supone levantarse por la mañana y no tener electricidad para preparar un café, agua corriente para ducharse o la posibilidad de poder ir a trabajar. Es difícil imaginar la desesperación que se siente porque, en tu hogar de Occidente, pulsas un interruptor y todo funciona. Pero muchos ucranianos ya se plantean, especialmente cuando hay niños de por medio, dejar sus hogares y su país.

Puede que estemos a las puertas de otro éxodo masivo de refugiados ucranianos, que no podrán resistir el próximo invierno en sus casas si el Kremlin continúa machacando impunemente la infraestructura crítica del país. En los últimos días, Putin ha destruido la central de energía más grande de Kiev –en Trypilska–, y ha vuelto a bombardear las plantas eléctricas de Járkiv –que ya habían sufrido importantes ataques en 2022, por lo que su reparación es ya prácticamente imposible–.  

Una mujer ucraniana contempla los destrozos que ha provocado en la fachada de su edificio, en Kiev, un bombardeo ruso con misiles - PHOTO/MARÍA SENOVILLA

Llamada a Europa

El presidente Zelenski y su Ejecutivo sí son conscientes de la situación que van a tener que afrontar durante los próximos meses, y por eso su empeño en pedir incesantemente a sus socios de Occidente que envíen más Patriot. De momento, Alemania ha sido el primer país en responder, confirmando este fin de semana el envío –unilateral–  de una batería antiaérea a Kiev. 

“Debido al aumento de los ataques rusos contra Ucrania, el Gobierno Federal ha decidido fortalecer la defensa aérea ucraniana”, subrayaba el ministro de Defensa alemán Boris Pistorius. “El terrorismo ruso contra las ciudades ucranianas y la infraestructura del país está provocando un sufrimiento inconmensurable”. 

Un Patriot probablemente no sea suficiente para remendar la cúpula antiaérea ucraniana y contener esta nueva ofensiva rusa contra la infraestructura energética, que está al límite en estos momentos. Pero le dará un poco de oxigeno a la población civil, que también va a recibir sistemas anti-drones y generadores por parte del Gobierno lituano.

El sonido de los misiles que ha lanzado Irán contra Israel este fin de semana –en una zona del planeta cada vez más tensionada y preocupante– ha puesto de manifiesto la importancia de los sistemas antiaéreos, demostrando que se pueden impedir escaladas de violencia aún peores con una buena defensa. 

Tal vez los países de Occidente tomen nota esta vez, y apliquen las conclusiones con Ucrania, que necesita desesperadamente esos Patriot para parar –aunque sea una parte– de los ataques indiscriminados y sistemáticos del Kremlin que tienen como objetivo hacer inhabitables las ciudades ucranianas y provocar un nuevo éxodo masivo de refugiados.