La inteligencia artificial, ¿comida rápida intelectual?
- El impacto de la IA en la educación
- Riesgos cognitivos y necesidad de equilibrio
- Las dimensiones sociales y humanas del aprendizaje
- Una integración centrada en la persona
Aunque la inteligencia artificial ofrezca acceso inmediato a respuestas y pueda simular diálogos, claramente tiene limitaciones. Su uso exclusivo en el proceso de aprendizaje es una especie de comida rápida intelectual: conveniente y aparentemente satisfactoria, pero carente de la profundidad de una experiencia educativa bien elaborada.
En cambio, el aprendizaje real es un proceso lento, complejo y reflexivo, moldeado por la incertidumbre, el esfuerzo y el descubrimiento, que no puede ser totalmente externalizado ni acelerado. Aprender implica construir conocimiento mediante una participación directa, no consumir pasivamente contenido ya procesado.
El desarrollo de habilidades cognitivas como el pensamiento crítico, la introspección, el razonamiento lógico y la metacognición requiere de esfuerzo e intencionalidad. Estas son habilidades de orden superior que la IA no puede desarrollar por nosotros: deben ser cultivadas activamente por el estudiante. Aunque la IA puede apoyar este proceso, no puede reemplazar la disciplina mental ni la reflexión necesarias para un verdadero crecimiento intelectual.
El impacto de la IA en la educación
Investigaciones recientes muestran que las herramientas de IA influyen positivamente en el pensamiento creativo de los estudiantes, en particular al aumentar su autoconfianza y reducir la ansiedad. Estos hallazgos sugieren que, si se integran de manera reflexiva, las tecnologías de IA pueden potenciar tanto la innovación como el rendimiento académico.
En su libro Brave New Words (2024), Salman Khan presenta una visión fundamentada y optimista de cómo la IA puede mejorar la educación. Basándose en su experiencia con Khan Academy, el autor visualiza la IA como un socio que fomenta el diálogo socrático como herramienta para explorar ideas con curiosidad y creatividad. Según Khan, la IA puede personalizar la enseñanza, reducir la carga administrativa de los docentes y cerrar brechas educativas persistentes.
No obstante, también advierte sobre los peligros de su implementación sin control: riesgos relacionados con la privacidad de los datos, algoritmos sesgados e inequidad en el acceso. Khan propone una integración equilibrada y centrada en las personas, que promueva tanto la alfabetización en IA como una conciencia ética de su uso.
Riesgos cognitivos y necesidad de equilibrio
Más allá de las ventajas para el aprendizaje que ofrece la IA, un número creciente de investigaciones advierte sobre las consecuencias de su uso excesivo o exclusivo.
Un estudio publicado en 2024 destaca los peligros de la delegación cognitiva: la tendencia a sustituir el trabajo mental –como el razonamiento o la resolución de problemas– por el uso de la IA. Esta práctica, se argumenta, erosiona la implicación cognitiva profunda de los estudiantes y debilita el pensamiento crítico.
Una investigación publicada en 2023 mostró que los estudiantes que confiaron en resúmenes generados por IA obtuvieron resultados significativamente inferiores –hasta un 25 % menos– en pruebas de comprensión, en comparación con aquellos que estudiaron directamente de los materiales originales.
Se ha identificado también una tendencia hacia la pereza metacognitiva, pues las herramientas de IA reducen la motivación de los estudiantes para pensar de manera autónoma. Los expertos señalan que el uso pasivo de la IA debilita el aprendizaje controlado por el individuo y fomenta una participación superficial.
Estos resultados no invalidan el valor de la IA pero sí subrayan la importancia de una integración consciente y deliberada. La inteligencia artificial debe ser un andamiaje para el pensamiento, no un sustituto del mismo.
Las dimensiones sociales y humanas del aprendizaje
El aprendizaje no es solo un proceso cognitivo, también es profundamente social. En las universidades, buena parte del aprendizaje más significativo ocurre fuera del aula: en conversaciones informales con compañeros, en mentorías con profesores y en la búsqueda compartida de sentido, conocimiento y relaciones en las diversas comunidades que conforman la institución. Estas interacciones humanas son irremplazables. La IA puede simular respuestas, pero no puede replicar la empatía, la complejidad o el impacto transformador de una conexión humana real.
Aquí es donde el estudio de las humanidades desempeña un papel fundamental. Disciplinas como la filosofía, la historia, la literatura y las artes cultivan cualidades que las máquinas no pueden generar de forma original: juicio moral, creatividad, empatía y conciencia cívica.
Desde el comienzo de las universidades, las humanidades han sido esenciales para preparar a los estudiantes a vivir con sentido en un mundo diverso y complejo, a gestionar la incertidumbre y abordar preguntas no solo sobre lo que podemos hacer sino sobre lo que debemos ser. Una generación técnicamente competente pero éticamente desorientada no representa progreso.
Una integración centrada en la persona
La IA es una herramienta poderosa, pero el centro de la educación reside en la curiosidad humana, la investigación crítica y el coraje de enfrentar la complejidad. Estas son las cualidades que transforman la información en comprensión y el conocimiento en sabiduría.
Por eso se necesita una integración equilibrada e intencional de la IA en la educación. Una adopción pasiva o un entusiasmo ciego no producirá resultados satisfactorios en el aprendizaje, y los educadores hemos de reflexionar críticamente sobre qué papel debe desempeñar la IA en el proceso educativo.
Para que la inteligencia artificial cumpla verdaderamente su cometido debe estar alineada con los valores fundamentales de la educación: el pensamiento independiente, la reflexión ética y la conexión humana significativa. Solo entonces podrá amplificar el potencial humano en lugar de reemplazarlo.
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Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.