El bloque del Este se convierte en un contrapoder europeo contra la cooperación con el Sur del Mediterráneo
Paco Soto
Pie de foto: Un grupo de refugiados camina por territorio de Eslovenia.
Los países de Europa central y oriental que pertenecieron al bloque socialista e ingresaron en la Unión Europea (UE) en 2004, 2007 y 2013, han resultado ser los más insolidarios e intolerantes del Viejo Continente. Muchos ciudadanos de esta región de Europa abandonaron sus países durante la etapa comunista. Después, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, las tres repúblicas bálticas, Rumanía, Bulgaria y Croacia se adhirieron a la Europa comunitaria, y han recibido de Bruselas cuantiosas ayudas económicas. Millones de ciudadanos de estos países han emigrado a la parte más próspera de la UE. En el caso de España, hay en nuestro país unos 800.000 rumanos, 150.000 búlgaros, entre 60.000 y 100.000 polacos y miles de inmigrantes de otros países de Europa del Este que, en gran medida, se han integrado en la sociedad y tratan de llevar una vida digna. La parte oriental de la UE es la más pobre y, lógicamente, necesita del esfuerzo y la ayuda de la zona occidental, lo que en tiempos de crisis y desempleo masivo como los que hemos vivido en los últimos años es especialmente difícil.
Quizá algunos pensaron que Europa del Este, debido a su propia historia reciente, iba a adoptar una posición más constructiva frente a los grandes desafíos económicos, políticos, sociales, culturales, ambientales, migratorios y humanitarios de la UE. Desgraciadamente, no ha sido así, y Europa del Este se ha convertido en un contrapoder de Bruselas en la crisis de los refugiados procedentes de Próximo y Medio Oriente y África que tratan de llegar al Viejo Continente a través de Turquía, Grecia, Hungría y los Balcanes. Italia es otro camino para miles de seres humanos que huyen de la guerra, las persecuciones y la miseria. Países que no hacen parte de la UE pero aspiran a ser miembros de pleno derecho de este club en el futuro, como Serbia y Macedonia, también se han visto afectados por la crisis de los migrantes.
Hungría, un país gobernado por el derechista y populista Viktor Orban, ha sido el más duro e insolidario con los refugiados que tratan desesperadamente de llegar a Europa occidental, sobre todo a Alemania y los estados escandinavos. El Gobierno de Orban ha cerrado sus fronteras, levantado vallas con Serbia y puesto trabas de todo tipo a los refugiados, para que desviarán su ruta hacia Croacia. Pero este pequeño país balcánico, que fue el último de Europa del Este que entró en la UE, tampoco ha hecho grandes esfuerzos por atender a los refugiados, y lo mismo podríamos decir de la vecina Eslovenia, Chequia, Eslovaquia, Rumanía y Polonia.
En general, estos países no quieren participar en la solución global que plantea Bruselas y no aceptan cuotas de refugiados, porque consideran que son una imposición europea intolerable y no tienen suficiente capacidad económica y técnica para hacer frente a esta crisis humanitaria, aunque sea temporalmente; pero también porque sus respectivas sociedades, mayoritariamente, no aceptan que vengan personas musulmanas a las que confunden con terroristas yihadistas o islamistas radicales.
Liderazgo polaco
La victoria de la extrema derecha nacional católica y euroescéptica representada por el partido Ley y Justicia (PiS) en las elecciones generales del pasado 25 de octubre en Polonia, complica aún más el panorama. Polonia, que tiene 38 millones de habitantes y cuenta con el mayor peso económico de Europa del Este, es el único país grande en la región y con cierta capacidad política para desestabilizar la UE y bloquear las decisiones de Bruselas en materia de asilados. Además, los nuevos gobernantes polacos aspiran a convertir a Polonia en una especie de segunda Hungría, pero a lo grande, y no descartan dirigir un bloque de estados del Este abiertamente contrarios a las políticas de diálogo y negociación con los países musulmanes de la ribera sur del Mediterráneo que lideran países como España, Francia e Italia.
Este diálogo Norte-Sur es clave para la UE desde el punto de vista económico, político, migratorio y geoestratégico. Pero tanto Polonia como otros estados de la zona miran hacia la parte este del Viejo Continente, sobre todo hacia países de la antigua URSS que desean estrechar lazos con la UE, como Ucrania y Bielorrusia, y no a lo que se cuece en la ribera sureña del Mare Nostrum. El diálogo y la colaboración con el mundo islámico no hacen parte de las prioridades de Europa del Este.
Hay, evidentemente, motivos históricos y culturales en el caso de países como Polonia, Chequia o Hungría, pero también hay una causa social y política de peso: la xenofobia y el miedo al islam y los musulmanes que corroen unas sociedades con escasa cultura democrática, relativamente homogéneas, acomplejadas y obsesionadas con el pasado y la conservación enfermiza de rasgos culturales muy extendidos, como el catolicismo ultraconservador en el caso polaco. El islam es para la mayoría social y los gobernantes de estos países un elemento inquietante y distorsionador. No es una cuestión meramente política y de derecha e izquierda, sino un fenómeno más complejo que responde a miedos atávicos, incultura y una buena dosis de nacionalismo victimista y excluyente. Muchos de los países que conforman el bloque contrario a los refugiados musulmanes están gobernados por políticos de izquierda y socialdemócratas. Es el caso de Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Rumanía…
La peor xenofobia de Europa
El caso más paradigmático es el de Eslovaquia, cuyo primer ministro, Robert Fico, se niega tajantemente a dejar entrar en su país a refugiados musulmanes y sólo aceptaría a un reducido grupo de 300 asilados sirios de confesión cristiana. “Eslovaquia para los eslovacos y no para las minorías”, declaró recientemente Fico, en su afán por emular a la peor extrema derecha europea. Hace unos días, la ONU puso en la picota a la República de Chequia, presidida y gobernada por la izquierda. El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra'ad Al Hussein, denunció el trato “degradante” que impone Chequia a los demandantes de asilo e inmigrantes que llegan a sus fronteras huyendo de la guerra y la miseria en países como Siria, Irak y Afganistán.
El Alto Comisionado denunció que, “según informes creíbles provenientes de diversas fuentes, las violaciones de los derechos humanos de los inmigrantes no son ni aisladas ni un hecho del azar, sino sistemáticas”. Tanto el presidente checo, Milos Zeman, como el Gobierno del socialdemócrata Bohuslav Sobotka consideran que Chequia no está en condiciones económicas de abrir sus puertas a refugiados musulmanes y temen que entre los demandantes de asilo puedan infiltrarse terroristas yihadistas.
Zeman también aseguró que los musulmanes no podrían integrarse en un país como Chequia, que es lo mismo que dicen en Eslovaquia Robert Fico y otros dirigentes políticos, Viktor Orban en Hungría y la derecha extremista y euroescéptica en Polonia. El presidente del PiS polaco, el integrista Jaroslaw Kaczynski, llegó a decir en plena campaña electoral que los refugiados son un peligro para Europa porque son portadores de enfermedades como el cólera, y aseguró que el Gobierno de centroderecha liberal de Ewa Kopacz firmó un acuerdo con Bruselas para acoger a 100.000 migrantes musulmanes en el país centroeuropeo.
Pie de foto: El primer ministro de Hungría, Viktor Orban.
En una entrevista con el diario español ABC, Viktor Orban dejó claro que no piensa cambiar su política migratoria. “Si mantenemos la política de invitación a los inmigrantes, la aceptarán”, dijo el primer ministro húngaro, quien destacó que “no somos una nación que ame las vallas. La valla responde a una obligación internacional. Y es efectiva, como lo son otras que hay en Europa”.
Lo que no dijo Orban en la entrevista es que su empeño por frenar la llegada de refugiados a Hungría obedece también a razones electoralistas, porque su partido, el conservador FIDESZ, compite en algunas cuestiones como la identidad húngara y la inmigración con la poderosa, racista y antisemita formación de extrema derecha Jobbik, que es tercera fuerza parlamentaria y tiene el apoyo del 20% del electorado. Asimismo, mientras Eslovenia y Croacia se van pasando la patata caliente en esta crisis, Bulgaria, Rumanía y Serbia hicieron saber en vísperas de la reunión de 10 líderes europeos convocada el pasado 25 de octubre en Bruselas para abordar el polémico y dramático asunto migratorio, que podrían cerrar sus fronteras a los refugiados. El primer ministro de Bulgaria, el derechista Boiko Borissov, aseguró que los tres países balcánicos cerrarán sus fronteras si Alemania, Austria u otros países europeos hacen lo mismo. Borissov abordó la crisis de los refugiados en Sofía con sus homólogos de Rumanía y Serbia, el socialdemócrata Victor Ponta y el conservador y europeísta Alexsandar Vucic.
Reunión descafeinada
La rebelión de los países díscolos de Europa del Este entorpeció el buen desarrollo de la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de Bruselas, que, como recalcó un diario español, se convirtió en una “cena informal”, descafeinada y de escaso contenido y declaraciones de buenas intenciones. Es evidente que se ha abierto una fractura entre el Oeste y el Este de la UE. La semana pasada, los ministros del Interior de la UE aprobaron el reparto de 120.000 refugiados a lo largo de dos años, y este acuerdo capital fue fruto de una mayoría cualificada y no del consenso entre países, porque Chequia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía se opusieron.
Los dirigentes de estos países están dispuestos a recurrir a la Justicia europea, porque no quieren aceptar las cuotas obligatorias de refugiados propuestas por Bruselas, y no les importa que sus países puedan ser multados o que la UE recorte los fondos estructurales. Todo indica que la entrada de Polonia en el club de los intransigentes empeorará la fractura entre las dos zonas de la Unión. La crisis política y moral que ha provocado en la UE el drama de los refugiados, deja al desnudo los graves problemas de liderazgo que debilitan a la Europa comunitaria.
Pie de foto: Manifestantes de extrema derecha contra los refugiados y el islam en las calles de Varsovia.
Los insolidarios países del Este, que parecen vivir en otro tiempo histórico y sólo esperan dinero de Bruselas para enriquecerse, sin aceptar a cambio los valores democráticos que alentaron a los fundadores de la Unión, siguen empeñados en avergonzar a Europa. Y ni siquiera Francia y Alemania tienen fuerza suficiente para hacerles entrar en razón. Sin embargo, a pesar de las dificultades, como señalan muchos expertos, Europa no puede permanecer impasible ante el drama de los refugiados, y a pesar de las zancadillas que ponga el bloque del Este, tiene que saber adelantarse a los acontecimientos y acelerar las políticas de ayuda y cooperación con los países situados en la parte sur del Mediterráneo. Es un elemento clave de la política exterior de la UE y la mejor manera de contribuir al desarrollo económico y social y la democratización de nuestros vecinos del Sur. No cabe ninguna duda de que los países europeos que tienen que situarse en la vanguardia de este combate democrático por el bienestar económico, social y político son España, Francia e Italia.