Efectos geopolíticos de la COVID-19: punto de situación

Comenzaremos por reconocer que, en el momento de confeccionar este estudio, todavía se desconocen, en toda su extensión y profundidad, los efectos que la reclusión, el cierre de fronteras y el drástico frenazo a la demanda y la producción, a los que está obligando la pandemia a nivel mundial, produciría en los equilibrios y pugnas de poder que se dan en el sistema internacional. Añade complejidad al análisis el hecho de que todo ello se ha producido de manera asimétrica en Estados y áreas geográficas.
Además, a día de hoy, todavía se ignora si el virus SARS-CoV-2 (COVID-19) es estacional o sensible a la temperatura y, por lo tanto, si persistirá o si habrá olas sucesivas en los próximos meses. Todo ello añade aún mayor dificultad a cualquier intento de prever sus consecuencias en cualquier ámbito.
Sin embargo, los estudios que hasta ahora se han emitido por analistas y organismos, van dibujando escenarios en los que existen similitudes y coincidencias. En este sentido, parece haber coincidencia en admitir la tricefalia de la crisis que conjuga tres simultáneas: una crisis sanitaria (la fundamental, origen y causa de las otras dos), una económica (que a su vez tendrá un gran impacto negativo de graves efectos sociales, con consecuencias políticas) y una geopolítica de consecuencias geoestratégicas.
El objeto de este documento es describir las características coincidentes de dichos análisis, admitiendo que la evolución de los acontecimientos, tanto positiva, como negativamente, jugará en contra de cualquier predicción que se pueda realizar.
A pesar de la incertidumbre, los efectos de la pandemia han empezado a hacer más visibles a dos agentes de cambio a nivel geopolítico, fundamentales e interconectados, que ya estaban presentes antes de la pandemia. Nos referimos a la regionalización y relocalización (reshoring) y a la desvinculación o separación (decoupling).
La regionalización y relocalización estaban produciendo el regreso de empresas y medios de producción a los países de origen o próximos a ellos (desde China y otros países asiáticos). Esto es debido al aumento de los costes que ha producido el incremento de la masa salarial en los países a los que dicha producción se había desplazado, así como para asegurar el abastecimiento ante un aumento repentino de la demanda, produciendo en proximidad. Dicho proceso se vería posiblemente acentuado por la necesidad de asegurar la cercanía y acceso de los bienes considerados estratégicos, a las zonas de consumo y por la prioridad que algunos de ellos recibirán para que sean producidos en los estados originarios, evitando una dependencia crítica de otros estados.
Por su parte, la desvinculación (también se utilizan los términos separación o compartimentación) es la tendencia por la que EE. UU. pretende separar a China del acceso a la tecnología occidental y cambiar a su favor el flujo global de mercancías y financiación1. El objetivo es salvaguardar intereses estratégicos preservándolos del pretendido predominio chino en el 5G, evitando así su prevalencia sobre otros ámbitos tecnológicos que pudieran reforzar su superioridad estratégica mundial. Pero esto está creando una fractura interna en el bloque occidental, ya que no todas las potencias del mismo están de acuerdo en conceder la exclusiva a Washington, ya que resultaría más cara, no aseguraría su compromiso de protección y le proporcionaría una herramienta más de presión y control sobre sus aliados y socios.
Una de las coincidencias más comunes resulta en los efectos negativos, potentes y persistentes que la crisis está ya provocando en la economía mundial.
Tras décadas de globalización creciente (en comercio, movimientos de capital y personas), parece que la tendencia ha girado hacia la desglobalización, impulsada también por la competición estratégica entre EE. UU. y China, por los efectos negativos que se estaban produciendo en determinados sectores sociales y por el papel cada vez menos relevante de la Organización Mundial del Comercio2. Es decir, la tendencia a la desglobalización ya estaba presente antes de la pandemia.
Evidentemente, la amplitud y profundidad del impacto de la crisis sobre cada estado, dependerá de la situación económico-financiera en la que se encontrará antes de la misma, así como de la respuesta de los Gobiernos y las organizaciones internacionales a las que pertenezcan. En este sentido, la crisis dinamizará una tendencia que también estaba ya presente, aunque en menor medida: el refuerzo del Estado como actor fundamental y protagonista.
Por un lado, la caída en picado de los índices económicos mundiales durante las primeras semanas de enclaustramiento, provocada por la caída en el consumo y en la demanda, ha convencido a Estados y organizaciones internacionales de que la crisis económica será brutal y posiblemente duradera3. Los Estados se verán forzados a sacar del armario viejas herramientas que permitan impulsar la economía, una vez que la pandemia lo permita. Así, se está produciendo una catarata de anuncios de planes económicos por parte de muchos gobiernos y organizaciones internacionales, incluidos los más liberales. La figura del economista Keynes proyecta su larga sombra, recuperándose la figura del Estado como actor económico, imprescindible para proporcionar el impulso inicial que permita reactivar las economías nacionales, la mayoría de las cuales sufrirán de una anemia letárgica tras el obligado parón. Obsesionadas por la crisis de 1929, pero sobre todo por la de 2008, las principales economías del mundo (EE. UU., Alemania, Japón, Reino Unido, Francia, Italia, la Unión Europea, entre otras) han anunciado planes de recuperación económica (cifrados en cientos de miles de millones de dólares) que entrañan en gran parte la intervención pública del Estado, en lo que casi parece una competición keynesiana por anunciar el paquete económico más abultado. Dichas medidas (garantías de préstamos, anulación o demora de impuestos, subvenciones directas, etc.) pretenden crear un clima de confianza que fortalezca los espíritus para la gran prueba que se avecina: el despegue de la economía lo más rápido posible.
Por otro lado, en el aspecto puramente sanitario, el Estado se ha convertido en el único referente (fiable o no) en el que la población ha debido confiar para protegerse de los efectos del virus. Varias han sido las circunstancias que han provocado que el estado haya tenido que tomar cartas en el asunto. En primer lugar, la seguridad sanitaria de una nación, incluso en los estados más liberales como EE. UU., es, en mayor o menor medida, una responsabilidad gubernamental y de su actuación más o menos afortunada, se le exigirán responsabilidades. Además, está el prestigio internacional. El perfil internacional de aquellos Estados que mejor hayan gestionado la pandemia se verá claramente reforzado frente a los menos eficaces, lo que puede ser interpretado como un signo de declive4, algo especialmente preocupante para las grandes potencias.
Pero al margen de la gestión puramente sanitaria, la pandemia ha provocado que las cadenas de producción y distribución mundiales de material sanitario se hayan visto interrumpidas, bien porque los grandes productores han acaparado la producción para garantizarse su abastecimiento (como fue el caso de China hasta que consiguió doblegar la pandemia), bien porque el flujo de mercancías se ha visto afectado por el cese brusco de la actividad en muchos de sus nodos. El caso es que los estados han tenido que tomar las riendas de la situación al sentirse responsables últimos de la seguridad de sus ciudadanos, llegando incluso a competir por la adquisición de recursos y aplicando en ocasiones medidas draconianas (incluso en el seno de la Unión Europea, como Francia y Alemania hicieron en un primer momento, para luego rectificar, o cuando ningún socio europeo respondió inicialmente a la petición de ayuda desesperada de Italia) en un ejercicio de egoísmo realista comprensible ante el peligro que se ha cernido sobre sus poblaciones, en medio de una gran incertidumbre. Las fronteras han vuelto a ser importantes, incluso dentro de la Unión Europea5.
El Estado saldrá pues de la crisis con su figura mucho más reforzada y esto tendrá sus consecuencias. La primera de ellas económica y afectará a la mundialización. La involucración de los estados en el despegue económico cambiaría el papel tradicional de los mismos en el terreno económico en el que, de meros estimuladores, pasarían a convertirse en verdaderos protagonistas. Con el objetivo de asegurarse el abastecimiento de los productos que se juzguen estratégicos o críticos, los estados tenderán a nacionalizarlos en mayor o menor medida, lo que hará menos eficiente el sistema económico mundial, al forzar la acumulación de ciertos niveles de stocks que encarecerán el flujo de mercancías. Además, los intentos de preservar el despegue económico de cada Estado elevarían el proteccionismo económico y el deseo de asegurarse el abastecimiento de bienes críticos (reduciendo la dependencia externa) intensificaría la tendencia a la autarquía. Así, consideraciones económicas y de seguridad se conjugarían reforzando aún más la tendencia a la desglobalización6.
En otro orden de cosas, la asimetría con la que la pandemia está afectando a los diferentes Estados, incluso dentro de espacios geográficos próximos (véase el caso de Portugal, apenas afectado por la pandemia, frente a España, ambos en la península Ibérica, o el caso de Francia comparada con Alemania) provocará efectos económicos mucho más adversos en unos que en otros. Los análisis varían en sus cifras, pero las estimaciones apuntan a una caída en el PIB del 18 % en China, del 31 % en Japón, del 25 % en EE. UU. y Francia7, entre otras. Dichas cifras nos remiten a los peores momentos de la Gran Depresión de 1929. Hay que ser conscientes de que estas cifras, por negativas que parezcan, se han obtenido presuponiendo que la pandemia no continuará durante el tercer y cuarto trimestre, y que no se reproducirá con similar virulencia en 2021, en cuyo caso, los efectos económicos serían mucho más negativos.
Será durante la fase de recuperación económica cuando se producirán los cambios geopolíticos, ya que, aunque todos los Estados se verán afectados por el decaimiento de la economía mundial, frente a los que ya están saliendo de sus efectos o han sido poco afectados, se encuentran los que todavía se debaten por hacerlo y están sufriendo más. Los que antes dispongan de recursos económicos, antes podrán emplearlos en impulsar sus respectivas agendas internacionales en la defensa de sus intereses.
Es decir, la recuperación económica jugará un importante papel en el reposicionamiento de cada una de las grandes potencias y, por lo tanto, el desplazamiento, o no, de los equilibrios de poder geopolíticos. Aquellas potencias que salgan de la pandemia con graves problemas económicos verán reducidas de manera drástica sus opciones estratégicas. Pero otros factores también intervendrán, añadiendo complejidad al análisis. Así, China estaría en principio mejor situada que EE. UU., ya que ha salido de la pandemia con antelación y relativamente intacta, pero la intensificación de la regionalización y la desvinculación en los dos mercados más importantes del mundo, Europa y EE. UU., le afectaría (le está afectando ya) negativamente a su vez.
El peor de los escenarios sería: unos Gobiernos incapaces de cooperar para implementar políticas financieras, fiscales y monetarias que, unido a la competición estratégica entre EE. UU., China y la Unión Europea provocaría que las tendencias proteccionistas y autárquicas prevaleciesen, resultando en mayores restricciones en las exportaciones y disrupciones acentuadas en las cadenas de suministros, lo que podría acabar provocando el colapso de los mercados financieros. Aunque parece que los análisis coinciden en que existe una mayor probabilidad de que los estímulos inyectados en la economía conseguirían hacerla despegar, 2020 terminaría todavía en recesión económica8.
Así pues, la geoeconomía jugará un papel destacado e influirá de manera determinante en la geopolítica al dotar o restringir las opciones estratégicas de las potencias.
Hemos dicho que la multifacética crisis desatada por la pandemia tendrá graves efectos económicos y que estos podrían ser duraderos. Pero la cara más lúgubre de ello es el shock humano que provocará. Su impacto, extensión y profundidad pudiera llevar a Estados relativamente bien situados a una situación social próxima a la de Estados frágiles o incluso fallidos9. La crisis económica de 2008 afectó gravemente a la pequeña y mediana empresa y a la clase media que vio reducida sustancialmente su base social, además de dar a luz al grupo social denominado «precariado»10, compuesto por aquellos que ocupan puestos de trabajo precarios y por los que recibe un salario insuficiente para garantizar su sostenimiento. La suma de dichos factores ha reducido la cohesión social, ha propiciado el auge de los nacionalismos, los movimientos antisistema y del populismo político. La nueva crisis económica acentuaría la reducción de la clase media y podría empujar a importantes masas de población al precariado. La falta de expectativas socioeconómicas a corto y, sobre todo, a medio plazo, fortalecerían los movimientos antisistema y las soflamas populistas, lo que podría espolear a un sector desesperado de la población hacia los disturbios. De ser así, los Estados se verían obligados a sofocarlos, convirtiendo las ciudades, nudos de comunicación, infraestructuras estratégicas, etc., en el escenario de confrontaciones, en una espiral de violencia y desintegración social que pudiera amenazar la estabilidad misma de las sociedades. Aquellas naciones aquejadas de fracturas previas (étnicas, religiosas, políticas, etc.) serían especialmente vulnerables.
Así pues, se estima que, en la fase inmediatamente posterior a la finalización de la pandemia, los esfuerzos estatales encaminados a la reactivación económica, fundamentales e imprescindibles, deberían ir acompañados de medidas sociales que eviten el estallido social. La inestabilidad de los Estados sometidos a una gran presión social repercutiría sobre el sistema internacional.
La conjugación, cuanto se ha comentado, producirá un múltiple efecto sobre el sistema internacional. Por una parte, se acelerarán (se están ya acelerando) procesos estratégicos en curso. El enconamiento de la rivalidad entre Estados vendrá acompañado a su vez del de los antagonismos dentro de los mismos, especialmente en aquellos con fracturas preexistentes.
Por otra parte, Estados sometidos a una gran presión social y cuya estabilidad se vea amenazada podrían derivar la atención de la población, mediante el enconamiento nacionalista. Este riesgo sería especialmente factible en aquellos de perfil autoritario en los que la posición del líder se vea amenazada, quiénes podrían canalizar la insatisfacción social contra adversarios extranjeros, étnicos, religiosos, etc., reales o imaginarios11.
Por otro lado, está el liderazgo mundial. Washington no solo ha desperdiciado la oportunidad de liderar la respuesta ante la pandemia dejando el campo vacío a China, quien no ha dudado en acudir en auxilio de países aliados tradicionales del bloque occidental, como Italia y España, e incluso el mismo EE. UU.12. Además, lanzó un torpedo en la línea de flotación del único organismo mundial con capacidad de coordinación global frente a la pandemia, cuando a mediados de abril anunció la retirada de la contribución estadounidense a la Organización Mundial de la Salud. Por si esto fuera poco, prohibió los vuelos entre EE. UU. y Europa, interrumpiendo el flujo de recursos necesarios para luchar contra la pandemia (sin aviso previo a sus aliados y socios)13, deteriorando aún más la relación transatlántica.
Qué duda cabe de que el liderazgo mundial se viene ejerciendo por aquellas superpotencias que han adquirido el poder (y la riqueza que lo proporciona y sostiene) que así se lo ha permitido. Pero dicho liderazgo también emana de la capacidad para forjar respuestas globales ante situaciones que así lo requieran, aunando esfuerzos de tendencias a priori dispares o aportando recursos a los más necesitados. En este sentido, Washington ha renunciado a ejercer el liderazgo mundial que se hubiera esperado de él, además de sembrar serias dudas sobre su capacidad interna de gestión de la pandemia, dejando el campo libre a Pekín, que no ha dudado en ocuparlo. China ha conseguido dos éxitos. En primer lugar, ha conseguido situarse como modelo de gestión de la pandemia (a pesar de haber sido la culpable de esta y de haber ocultado su gravedad y extensión en un primer momento). En segundo lugar, ha acudido en auxilio de aquellos que se han encontrado en una situación desesperada, proporcionando material sanitario de todo tipo, tanto a países asiáticos, como africanos y occidentales. Está desplegando una panoplia de ayudas que algún analista ha calificado de «diplomacia de máscaras»14 que, junto al relanzamiento de su economía antes que los demás, le está permitiendo anunciar a los cuatro vientos las virtudes de su régimen político, reivindicando una posición de superioridad mundial. Desde hace semanas, Pekín destila la idea de que el modelo chino influenciará y guiará al mundo que surja tras la pandemia, de la que China está saliendo con un perfil claramente globalizador y cooperativo, mientras que EE. UU. lo está haciendo con uno aislacionista.
Así pues, las rivalidades chino-estadounidenses en los campos comercial y militar habrían pasado a ser dos de los aspectos de una nueva rivalidad que abarcaría todos los ámbitos, en búsqueda de la supremacía mundial. Dicha rivalidad obligaría a posicionarse a terceros actores en una progresiva bipolarización del sistema internacional, aunque posiblemente en una versión más flexible de la producida durante la Guerra Fría, acentuando la tendencia de la desvinculación.
En cuanto al futuro de la Unión Europea, no parece dibujarse en tonos muy optimistas. La crisis económica muy probablemente se cebará de nuevo sobre aquellos socios que ya sufrieron especialmente la del 2008, de la que apenas habían comenzado a recuperarse. La división existente entre el exitoso norte y el endeudado sur, muy posiblemente se acrecentará y la emigración desde el cada vez más despoblado este, hacia las zonas más ricas, correría el riesgo de acentuar los sentimientos antinmigración y el reforzamiento de los movimientos nacionalistas y populistas. Así, la Unión se dirigiría hacia un escenario de mayor fractura y división15, lo que dificultaría aún más avanzar hacia la pretendida autonomía estratégica, en la que los 27 actúen como uno solo ante las múltiples amenazas y desafíos que se gestan en el sistema internacional. La triple tensión a la que se verá sometida por parte de EE. UU., China y Rusia, a la que algunos pudieran preferir responder de manera individual con la esperanza de obtener ganancias cortoplacistas, acrecentará la tendencia centrípeta.
Además, ante el reforzamiento del Estado y el ejemplo exitoso de la gestión china, los socios europeos que habían comenzado a deslizarse por la pendiente hacia un mayor autoritarismo (democracias iliberales) podrían ver respaldada su deriva y acentuarla, lo que agravaría aún más las fracturas internas de la Unión.
Todo dependerá de si la recesión económica es breve (en función de la permanencia y severidad del virus) y de si se consigue acordar un volumen suficiente de financiación económica, en unas condiciones que no resulten tan traumáticas socialmente, como lo fueron en la crisis económica anterior. En este sentido, la Unión tiene herramientas para demostrar que, si bien la acción geopolítica es una de sus principales debilidades, el ámbito económico representa su gran fortaleza por su capacidad de activar mecanismos de recuperación económica que palien en gran parte los efectos de la inevitable recesión económica.
Otras tendencias latentes han comenzado a acentuarse o muy posiblemente lo harán, con efectos negativos en la seguridad de Estados frágiles o fallidos. Conflictos en marcha en los que hay desplegadas fuerzas internacionales (de la Unión Africana, de la Unión Europea, etc.) han empezado a ver como dichas fuerzas han paralizado sus actividades o directamente se han replegado en gran parte a sus países de origen, lo que ha agudizado los conflictos, a pesar de la pandemia.
Por otro lado, la aguda crisis económica que se perfila provocará la disminución de los recursos para combatir el terrorismo, el crimen organizado, el tráfico de armas, etc., tanto de los Estados frágiles y fallidos, como de las potencias y organizaciones internacionales que hasta ahora les proveían de ayuda financiera, humanitaria y/o militar. Esto podría afectar a amplias áreas geográficas, cuyos conflictos podrían pasar a ser considerados como periféricos al sufrir de un cierto distanciamiento estratégico, quedando cuasi abandonadas a su propia suerte. El Sahel, el África subsahariana y Oriente Medio (donde la pandemia se está cebando sobre Irán, lo que afectará negativamente a su posicionamiento como potencia regional) podrían sufrir esa suerte. Los efectos colaterales de todo ello podrían provocar que las tensiones y crisis se extendieran a áreas próximas, donde surgirían nuevas tensiones, en un efecto dominó que podría desestabilizar regiones geográficas más extensas aún.
Así, las fuertes asimetrías que se están produciendo entre los Estados por el impacto de la pandemia, podrían producir cambios en la distribución de poder entre los mismos, a escala regional y global, afectando a terceros estados y zonas geográficas, poniendo de manifiesto la estrecha relación existente entre las pandemias letales y las relaciones internacionales.
Aunque las conclusiones que se puedan obtener a día de hoy podrían considerarse apresuradas, queda claro que, si bien la tendencia hacia la desglobalización ya estaba presente antes de la pandemia, la vulnerabilidad que ha demostrado la globalización ante crisis mundiales obligaría a su vez, a modificarla para dotarla de una mayor resiliencia. Las medidas económicas keynesianas que han anunciado la mayoría de las potencias acelerarían dicho proceso. Esto podría producir precisamente el efecto contrario al pretendido, ya que el crecimiento del proteccionismo y la autarquía, unidos a la regionalización-relocalización y a la desvinculación, afectarían negativamente a la recuperación económica global.
Por otro lado, se está produciendo un refuerzo del Estado, cuyo papel principal en la recuperación económica, en asegurar el suministro de los bienes que se consideren estratégicos y el endurecimiento de fronteras pudiera, a su vez, desencadenar un efecto multiplicador negativo16 que dificultaría aún más la evolución positiva de la economía.
La crisis económica se cebará en aquellos países a los que la pandemia ha afectado con especial virulencia y cuyas economías apenas se habían recuperado de la anterior. Las medidas de recuperación económica deberían ir acompañadas de otras de tipo social, cuyo objetivo debe ser evitar que la desesperación ante la falta perspectivas socioeconómicas mine la cohesión social, amenazando la estabilidad misma de las sociedades.
Todo parece indicar que en el sistema internacional se está fraguando una competencia bipolar multidimensional entre China y EE. UU., que las consecuencias de la pandemia habrían acelerado. China parece que está surgiendo de la crisis con una posición internacional más reforzada y con deseos de liderar en todos los ámbitos a nivel global. Frente a ella, EE. UU. ha preferido reafirmarse en su tendencia aislacionista, cediendo el liderazgo a China, violentando una vez más a sus tradicionales aliados occidentales y lanzando una sombra de duda sobre su capacidad interna de gestión de la crisis sanitaria, en detrimento de su prestigio internacional.
La crisis afectará también de manera muy negativa a aquellos Estados que sufrían de fracturas previas (religiosas, étnicas, políticas, etc.) aumentando la inestabilidad en áreas geográficas ya de por sí vulnerables. Amenazas como el terrorismo, el crimen organizado, o la radicalización de la juventud sin esperanza de futuro, etc., recibirán menos atención debido a la escasez de recursos de los Estados frágiles y fallidos, pero también por la disminución de la ayuda proveniente de otras potencias y organizaciones internacionales que también sufrirán la crisis. Así, se podrían producir zonas geográficas que quedarían marginadas en el Sahel, África subsahariana, Oriente medio y otras.
La Unión Europea se enfrentaría a más tensiones, en esta ocasión los países endeudados del sur, frente a los reticentes a aumentar dicha deuda del norte, lo que podría producir una fractura de repercusiones muy profundas que, sin duda, se extendería a otros ámbitos. De hecho, pudiera ser un avance definitivo hacia el abandono de toda pretensión de alcanzar una Europa unida y, como consecuencia, la autonomía estratégica. Los siguientes meses serían una prueba de estrés de importancia vital para la Unión.
José Luis Pontijas Calderón*
Coronel de Artillería, DEM Analista de Seguridad Euroatlántica en el IEEE
Doctor en Economía Aplicada (Univ. Alcalá de Henares)
Bibliografía
1-GARCÍA HERRERO, Alicia; “From Globalization to Deglobalization: Zooming Into Trade”, 2 diciembre 2019). Disponible en: https://ssrn.com/abstract=3496563
2-Desde 2018 la Administración Trump ha bloqueado el nombramiento de nuevos jueces al tribunal de apelación de la OMC (continuando la tendencia iniciada por Obama), que en la actualidad sólo dispone de un juez (de los 7 que lo deberían componer) lo que ha reducido el 90 de su operatividad como mecanismo resolución de disputas comerciales.
3-De hecho, un estudio del banco de la Reserva Federal de San Francisco advierte que los efectos económicos de la pandemia pudieran alargarse varias décadas. Longer Run Economic Consequences of Pandemics, Federal Reserve Bank of San Francisco; Disponible en: https://www.frbsf.org/economic- research/publications/working-papers/2020/09/
4-AALTOLA, Mika. “COVID-19 A Trigger for Global Transformation?”, FIIA Working Paper 113, marzo 2020.
5-HEISBOURG, Francois; From Wuhan to the World: How the Pandemic Will Reshape Geopolitics, Survival, vol 62, no 3, p. 7-24.
6-BRET, Cyrille. “COVID-19 Géopolitique du monde qui vient”, La revue géopolitique, 29 abril 2020.
7-HEISBOURG, Francois; From Wuhan to the World: How the Pandemic Will Reshape Geopolitics, Survival, vol 62, no 3, p. 7-24.
8-MONDERER, Michael. “Reassessing the Global Economic Fallout from COVID-19”. Disponible en: https://worldview.stratfor.com/article/reassessing-global-economic-fallout-covid-19-coronavirus-pandemic-economy
9-RUIZ ARÉVALO, Javier M. “Coronavirus: efectos del cisne negro en el orden mundial”. Disponible en: https://global-strategy.org/coronavirus-efectos-del-cisne-negro-en-el-orden-mundial/, consultado el 21 de mayo de 2020.
10-FUKUYAMA, Francis. “Against Identity Politics. The New Tribalism and the Crisis of Democracy”, Foreign Affairs, 14 agosto 2018.
11-China ya lo hizo cuando acusó a EE. UU. de haber inoculado el virus aprovechando las olimpiadas militares en Wuhan, de noviembre de 2019.
12-MIHALCIK, Carrie. “Alibaba’s Jack Ma donating coronavirus test kits, masks to US, Europe, Africa”, CNET, 16 de marzo. Disponible en: https://www.cnet.com/news/alibaba-co-founder-jack-ma- donatescoronavirus-test-kits-face-maks-to-us-europe-africa/ Consultado el 23 de mayo de 2020.
13-CAMPBELL, Kurt y DOSHI, Rush. “The Coronavirus Could Reshape Global. China Is Maneuvering for International Leadership as the United States Falters”, Foreign Affairs. 18 de marzo. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/articles/2020-03-18/coronavirus-couldreshape-global-order Consultado el 21 de mayo de 2020.
14-FRACHON, Alain. “La diplomatie du masque de la Chine a fait flop”. Disponible en: https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/04/23/la-diplomatie-du-masque-de-la-chine-a-fait- flop_6037468_3232.html Consultado el 23 de mayo.
15-DEEN, Bob y KRUIJVER, Kimberley; Corona: EU’s existential crisis; Clingendael (Netherlands Institute of International Relations), abril 2020.
16-HUTT, Rosamond. “The Economic Effects of COVID-19 Around the World”, World Economic Forum, 21 marzo 2020. Disponible en: https://www.weforum.org/agenda/2020/02/coronavirus-economic-effects- global-economy-trade-travel/ Consultado el 23 de mayo de 2020.