Estados Unidos redobla sus esfuerzos diplomáticos para lograr la paz en Afganistán
Afganistán ha recibido a una importante delegación estadounidense que ha viajado al país asiático con el objetivo de lograr un acuerdo político de paz. Si bien ha estado encabezada por el secretario de Defensa y jefe del Pentágono, Mark T. Esper, la sorpresa ha llegado cuando ha saltado la noticia de que la presidenta de la Cámara de los Representantes, Nancy Pelosi, también había viajado a Afganistán de forma paralela.
Acompañada por otros miembros del Congreso -ocho demócratas y un republicano-, se ha reunido con el presidente del país asiático, Ashraf Ghani, con el presidente ejecutivo Abdullah Abdullah, con líderes de la sociedad civil -entre ellos, mujeres-, y con los efectivos estadounidenses desplegados sobre el terreno. Inevitablemente, también se ha producido un encuentro entre Esper y Pelosi, quien, cabe recordar, está liderando el proceso de juicio político (impeachment) contra el presidente del gigante norteamericano, Donald Trump. Hasta el momento, no han trascendido detalles de dicha reunión.
Aunque las dos delegaciones han viajado de forma paralela -mientras que la visita del secretario de Defensa estaba anunciada, la de la presidenta de la Cámara no- su objetivo se orienta en la misma línea: lograr materializar los esfuerzos de reconciliación entre el Gobierno central de Kabul y los talibanes, enfrentados en una cruenta guerra desde el año 2001, tras el estallido de la Guerra contra el Terror orquestada por Estados Unidos en respuesta a los atentados del 11-S en Nueva York.
El papel que ha desempeñado la Casa Blanca en este escenario ha ido virando desde aquel momento. Desde hace justo un año, se han sucedido nueve rondas de negociaciones entre representantes estadounidenses y delegados talibanes, siempre con la meta de alcanzar un acuerdo que desbloquee el conflicto enquistado en el país. El último intento de diálogo, que se estaba celebrando en Camp David, a las afueras de Washington DC, se rompió el 8 de septiembre, tras un ataque talibán que mató a un soldado estadounidense. “Si no pueden aceptar un alto el fuego durante estas conversaciones de paz, muy importantes, […] entonces probablemente no tengan el poder de negociar un acuerdo significativo de todos modos”, publicó Trump en su cuenta de Twitter.
Desde entonces, no se ha conocido ningún avance en el proceso de paz, más allá de una reunión de una hora mantenida entre una delegación talibán y el enviado de Estados Unidos para Afganistán, Zalmay Khalilzad, quien está considerado como uno de los artífices del entendimiento por excelencia entre las dos facciones. De hecho, la situación se tensó aún más, sobre todo, tras las declaraciones del mandatario estadounidense en las que amenazaba con atacar a los talibanes “más fuerte que antes”. “Nunca habrán visto algo como lo que les sucederá”, llegó a escribir Trump en su perfil de la red social.
La condición inamovible que siempre han exigido los talibanes para sentarse a la mesa del diálogo ha sido la retirada de las tropas estadounidenses desplegadas en el terreno que, actualmente, comprende cerca de 14.000 soldados. El 2 de septiembre, se filtró el borrador de un principio de acuerdo que ambas partes habían logrado. En el documento, que fue remitido a las autoridades afganas, se recogía la decisión adoptada para retirar a 5.000 efectivos de Afganistán, lo que además implicaría el cierre de cinco bases. El plazo estipulado era de 135 días, es decir, 20 semanas. En respuesta, los talibanes se comprometían a evitar que los grupos terroristas como Daesh o Al Qaeda se aprovecharan del vacío de poder.
Sin embargo, todo lo pactado en un principio no se ha materializado, debido a la ruptura abrupta de las negociaciones. Por ello, Esper busca un nuevo acercamiento con los talibanes, de tal forma que vuelvan a la senda del diálogo y se logre un acuerdo definitivo. “Podemos llegar a reducir nuestra presencia hasta las 8.600 tropas”, una cifra que no comprometería las operaciones terroristas, declaró el secretario de Defensa en el avión de camino a Afganistán.
Las voces críticas que advierten sobre los riesgos de un proceso de retirada de las tropas han proliferado en los últimos tiempos. Para el experto Carter Malkasian, de Foreign Affairs, “un retiro de Estados Unidos estaría seguido de un avance talibán”, algo que ya fue probado con los eventos que tuvieron lugar en 2014 y 2016. “Hacia el final del proceso de retirada, el equilibrio de la fuerza militar en el país se inclinaría” a favor de los talibanes y en detrimento del Ejército y la Policía afgana, alerta Malkasian. Entonces, “los talibanes controlarían al menos la mitad del país, incluidas varias ciudades, tierras de cultivo fértiles y depósitos minerales. En tales circunstancias, Al Qaeda, Daesh y grupos afines obtendrían acceso a territorios y recursos”, concluye el analista.
Ya el 3 de septiembre, el día posterior al acuerdo inicial, los exembajadores estadounidenses en Afganistán remitieron una carta condenando el enfoque adoptado por la Casa Blanca sobre la retirada de tropas, pues podría conducir a “una guerra total”. “El borrador del acuerdo de retirada tampoco define cómo se debe gobernar Afganistán una vez que las tropas estadounidenses se hayan ido […] Eso podría preparar el escenario para una guerra civil intensificada”, explica, en la misma línea, la analista Emma Graham-Harrison a The Guardian.
Esper se reunió en la noche de este domingo con Ashraf Ghani. “Estamos de acuerdo en que Afganistán nunca más debe convertirse en un refugio seguro para que los terroristas ataquen Estados Unidos”, publicó Esper en su cuenta de Twitter al término de la cumbre. Además, el secretario ha mantenido encuentros con los ministros de Defensa, Khalid, y del Interior, Andradi, con los que ha coincidido en la idea de que “un acuerdo político es la única solución a largo plazo para la paz y la seguridad en Afganistán.”.
Cabe destacar, en este punto, que el proceso de paz entre el Gobierno central y los talibanes se encuentra inmerso en un contexto vertebrado por la inestabilidad política y la inseguridad, lo que podría jugar en contra de cualquier posible entendimiento. El país asiático celebró elecciones presidenciales el pasado 28 de septiembre, en las que Ghani buscaba su reelección para un segundo mandato de cinco años. A pesar de que los resultados todavía no se han hecho públicos -debido a fallos técnicos y problemas de transparencia, según ha explicado la Comisión Electoral Independiente-, los dos candidatos a la cabeza, el actual presidente Ghani y el presidente ejecutivo, Abdullah Abdullah, ya han asegurado que esperan ganar y que, por lo tanto, ninguno reconocerá su derrota.
“A pesar de que ambos hombres han dicho que asegurar un acuerdo de paz para poner fin a la guerra de 18 años del país es una de las principales prioridades, una votación muy disputada socavaría la posición de cualquier gobierno afgano en las conversaciones de paz con los talibanes”, advierte los analistas Susannah George y Sayed Salahuddin, en The Washington Post.
Las elecciones, además, han estado marcadas por un fuerte tinte violento. Los atentados contra los mítines de los candidatos y en otros puntos de las ciudades afganas se han sucedido durante toda la campaña electoral. El último ataque tuvo lugar contra una austera mezquita de adobe de la ciudad de Jawdara, en la provincia de Nangarhar, que dejó un balance de 69 muertos, siendo la mayoría de ellos, niños y niñas y ciudadanos pobres que habían acudido a los rezos del viernes. Los talibanes negaron cualquier implicación en el atentado.