Joe Biden: un moderado con querencia por los escándalos
El 8 de noviembre de 2016 es una fecha que Estados Unidos no olvidará. Puede que sea el punto de inflexión más brusco de la historia política del país. Ese día, un magnate sin experiencia en gestión pública, más conocido por sus algaradas racistas y por las acusaciones de abusos sexuales que tenía en su contra que por sus éxitos como empresario, ganó las elecciones a la Presidencia. La victoria de Donald Trump sorprendió al mundo; tanto es así que, cuatro años después, los politólogos siguen preguntándose cómo fue posible que tal evento sucediese.
Naturalmente, el shock golpeó primero en el Partido Demócrata. Una candidata de postín como Hillary Clinton los había conducido a una derrota sin remisión. No importaron sus cerca de dos décadas de experiencia en política, ni el hecho de que su rival hubiese amenazado con encarcelarla en mitad de la campaña. El sambenito de “candidata del establishment” resultó demasiado pesado. A medida que avanzaba la noche electoral, prácticamente todos los estados bisagra -aquellos que suelen entronizar a unos y defenestrar a otros- fueron cayendo en la saca de los republicanos: Pensilvania, Ohio, Michigan, Florida… El sueño demócrata de ver por primera vez a una mujer al frente de la Casa Blanca se tornó, efectivamente, en una pesadilla.
Cuando se despertaron, lo hicieron decididos a evitar a toda costa un segundo mandato del magnate neoyorquino. El despertador, en forma de convocatoria de primarias para designar un candidato a los comicios de 2020, sonó para muchas personas con ganas de ser presidente en lugar del presidente. En total, 29 candidatos han concurrido, en un momento u otro, a la carrera por hacerse con la nominación. Entre todos, han contribuido a componer un interesante mosaico en cuanto a ideas políticas y orígenes personales. Ha habido -y hay- miembros prominentes del partido; otros, menos conocidos; y otros que ni siquiera están afiliados. Sin embargo, el complicado sistema de cortes de las primarias, basado en el dinero recaudado por el candidato y la valoración que tenga en las encuestas, ha dejado a muchos por el camino. En la actualidad, ya solamente quedan 12.
A apenas una semana del la primera cita con las urnas, el mejor posicionado en la carrera es, ni más ni menos, Joe Biden (Scranton, Pensilvania; 1942). El promedio de las encuestas realizado por el portal Real Clear Politics otorga al exvicepresidente el puesto de cabeza en la media nacional. Aunque ha perdido algo de fuelle en el último mes, se mantiene con holgada ventaja, por lo menos en lo que se refiere a las previsiones.
Igualmente, Biden es el preferido para los votantes de Iowa. El caucus de este estado del medio oeste, un encuentro electoral que reviste tintes épicos en la política de Estados Unidos, es el que dará el pistoletazo de salida para que los militantes empiecen a votar. Biden reúne, aproximadamente, un apoyo del 21%, más de tres puntos por encima de Bernie Sanders. El antiguo número dos de Barack Obama también va en cabeza en Nevada y Carolina del Sur, otros dos estados que son de los primeros en elegir. Al menos, eso es lo que dicen las encuestas de los medios especializados. Además, es, de largo, el contendiente que más apoyos públicos ha recibido.
Sin embargo, Biden es un candidato algo anodino; al menos, en apariencia. Es la quintaesencia del político profesional, con más de cinco décadas de servicio público a distintos niveles. Desde luego, de aguante y tablas en el teatro político norteamericano va sobrado.
No es un orador excelso -hasta el punto de que su tartamudez le ha jugado más de una mala pasada-, y tampoco representa ni la renovación ni la diversidad que algunos sectores del partido quieren reivindicar; Biden es varón blanco y es mayor. Muy mayor. Tiene 77 años. En caso de que ganase las primarias y después las elecciones, se convertiría el presidente de más edad en ser investido en un primer mandato. El récord actual recae, precisamente, sobre Trump.
El gerontocrático no es el único componente que puede jugar en contra de Biden. A lo largo de los últimos meses, una de las estrellas invitadas en el debate público estadounidense ha sido Ucrania. El país del este de Europa se encuentra en el medio de todo el embrollo por el que se procedió a someter a Trump al impeachment. La cuestión, sin embargo, también afecta al político demócrata. Y de lleno.
Supuestamente, Donald Trump presionó a su homólogo Volodimir Zelenskiy para que investigase los trapos sucios de Biden en el país. Al parecer, el exvicepresidente y su hijo Hunter han mantenido contactos de dudosa limpieza con Burisma Holdings, una compañía de explotación de gas con base en el país europeo, pero sede legal en Chipre. Un artículo publicado por The New York Times afirmó que la empresa había incurrido en delitos como blanqueo de dinero y evasión fiscal durante la época en que Viktor Yanukovich fue presidente de Ucrania.
Si bien es cierto que Hunter Biden pasó a formar parte del consejo de administración años después y sus atribuciones legales no estaban claras, se plantearon muchos interrogantes sobre la vertiente ética de la cuestión. El más importante, acerca del posible conflicto de intereses que la presencia de su hijo en el panel directivo podía suponer para el entonces vicepresidente.
Todavía no ha habido respuestas concluyentes que hayan esclarecido este complicado asunto y es una baza que los republicanos usarán para debilitar a Biden, más aún en el caso probable de que Trump sea absuelto por el Senado en el juicio político que está actualmente en marcha.
Por si fuera poco, Biden tiene un amplio historial de acusaciones de comportamientos inadecuados con mujeres. Hasta ocho mujeres distintas han hablado públicamente sobre situaciones en que el exvicepresidente las tocó de forma inapropiada o bien violó su espacio personal. Lejos de mostrar arrepentimiento, Biden ha optado por quitarle importancia al asunto; una estrategia por la que ha sido a menudo tildado de “metepatas”. En la época del ‘Me too’, es un bagaje que podría desmovilizar a parte del electorado femenino o más joven.
¿Qué tiene que ofrecer, entonces, Biden? En pocas palabras, puede ser calificado como el candidato del establishment sin ser del establishment; en ese sentido, no se le percibe, por ejemplo, como se percibía a Hillary Clinton. ¿Por qué? Biden ha sabido labrarse una interesante reputación. Ha construido a su alrededor una imagen de político cercano; alguien que, a pesar de llevar toda la vida en Washington, sigue siendo un defensor de la gente de a pie, que se para a hablar con los ciudadanos para tratar de entender sus problemas y darles respuesta.
Ideológicamente, Biden se enmarca en el carril más centrista de su partido. Aunque esta circunstancia puede alejarlo de algunos sectores en las primarias, más afines a Sanders o a Elizabeth Warren, la moderación puede ser una receta para el éxito en un eventual cara a cara con Trump. Es de Perogrullo, pero, en estas primarias, el objetivo principal de los demócratas radica en elegir a alguien que pueda plantar cara y ganar a Trump.
Un candidato como Biden puede, quizá, arañar más votantes indecisos en los estados bisagra y, en particular, los que conforman el llamado ‘Rust Belt’ (alrededor de los Grandes Lagos; allí donde viven los perdedores de la globalización, trabajadores de industrias automovilísticas que se sintieron abandonados ante el cierre masivo y la deslocalización de las compañías desde que estalló la crisis financiera a finales de 2007. Biden, además, es natural de Pensilvania, donde Trump fue el primer republicano en ganar los delegados electorales desde George Bush padre en 1988.
Además de todo lo anterior, a Joe Biden siempre se le relacionará con la marca Obama. El nombre del expresidente continúa teniendo un peso muy importante en la esfera pública del país. En el imaginario colectivo demócrata, su primera en victoria en las elecciones de 2008 contra el fallecido John McCain se mantiene intacta como el momento de mayor esplendor del progresismo de Estados Unidos en el siglo XXI, marcado por el fiasco de Al Gore en el 2000 y la legislatura actual de Trump.
Por motivos evidentes, es imposible que una candidatura de Biden pueda igualar los niveles de ilusión que generó su compañero de tantos años en la Casa Blanca. No obstante, aún puede explotar a su favor esa herencia recibida para diferenciarse de sus rivales en las primarias.
Sin embargo, aunque la sombra del expresidente sea alargada, con eso no bastará: Biden deberá emplearse a fondo, puesto que es previsible que los demás candidatos intenten atacarle a través de sus puntos débiles. Los tiene y muchos. Aunque Biden tiene suficiente mili encima como para minimizarlos, hasta ahora ha eludido encarar de frente sus asuntos más polémicos. Cuando se enfrente al escrutinio de sus bases, se sabrá si le salió bien la jugada.