El senador por Vermont concurre de nuevo a unas primarias después de haber logrado el viraje a la izquierda en su partido

La victoria prematura de Sanders

PHOTO/AP - Sanders volverá a intentar ser el candidato de los demócratas. En esta imagen, participa en un acto de campaña en Des Moines, Iowa

“Me postulo para presidente para que, cuando estemos en la Casa Blanca, el movimiento que construyamos juntos pueda lograr justicia económica, racial, social y ambiental para todos”. Este es el mensaje de bienvenida que la página web oficial de Bernie Sanders (Brooklyn, Nueva York, 1941) ofrece a quienes pinchan en la pestaña de ‘Temas’. Es complicado decir más cosas en menos espacio; no solo por lo que está escrito, sino por todo lo que implica.

Aunque se describe a sí mismo como un “socialista democrático”, muchos lo ven como un auténtico revolucionario. En cierto modo, puede que lo sea. En una sociedad poco acostumbrada a los cambios de fondo, las ideas de un político como Sanders habrían causado sudores fríos al senador Joseph McCarthy en los años 50. Desde los tiempos de la caza de brujas en la Guerra Fría, Estados Unidos ha cambiado y se ha ido quitando de encima algunos complejos.

Donald Trump es un ejemplo de ello. El actual presidente no tiene el más mínimo inconveniente en soltar en público -o vía Twitter, que para el caso es lo mismo- mensajes de todo tipo. Poco importa que sean machistas, racistas o directamente insultantes hacia algún rival político. No es que Trump diga lo primero que se le pase por la cabeza sin más; su estrategia de comunicación está perfectamente planificada para que parezca que se expresa como el hombre de la calle, ese que hasta ahora había vivido constreñido por la dictadura de lo políticamente correcto.

Con Sanders ocurre algo parecido. Hasta que lanzó su iniciativa para representar a los demócratas en las presidenciales de 2016, el espacio situado más allá del centro en el espectro ideológico había sido territorio vedado en la esfera política estadounidense. A lo largo de las décadas anteriores, Barack Obama y, quizá, Al Gore habían sido los candidatos más progresistas del partido. 

Carpintero de profesión, Sanders ha dedicado su vida a representar en Washington los intereses del estado de Vermont, al que se trasladó siendo joven
Sanders, el pagano

Sanders, a su manera, fue un pionero: un político que no solo no consideraba herética la socialdemocracia, sino que llevaba muy a gala el situarse en esta corriente. Se dice que, en las últimas primarias, perdió contra su propio partido. Su adversaria era ni más ni menos que Hillary Clinton, la personificación absoluta del aparato de poder de Washington. Sin embargo, no se quedó lejos. La ola de ilusión que generó entre sus simpatizantes lo llevó a morir prácticamente en la orilla, con el 43% del voto popular.

En este segundo intento, las primarias están, de entrada, mucho más abiertas. La competencia no llega solo del ala centrista -que también-, sino de los propios sectores de la izquierda. Elizabeth Warren será la principal contrincante de Sanders; una rival imponente, de gran altura tanto en el plano intelectual como en el de la gestión pública. 

En la batalla de la izquierda, no obstante, parece que el veterano senador de Vermont lleva la delantera. A lo largo de las últimas semanas, las encuestas señalan una remontada de Sanders, que no deja de crecer en intención de voto. Su equipo no ha dejado de trabajar discretamente desde la amarga derrota de 2016 y, poco a poco, ha ido sembrando un apoyo popular que, a la hora de la verdad, puede reportarle sus frutos.

Un partidario de Bernie Sanders durante un acto de campaña en Carolina del Sur, uno de los primeros estados en votar en las primarias
El factor AOC

Sanders, además cuenta varias ventajas estratégicas. La primera es su carisma. Sanders es Sanders. Para bien o para mal. Su imagen de antihéroe, del candidato que lleva siempre las de perder y encuentra más dificultades que nadie, sigue intacta. Nunca ha dejado de ser el ‘underdog’, ese que parte en una desventaja aparente; un perro viejo que ha recibido más palos que nadie, pero que continúa al pie del cañón, hablando en nombre de quienes reciben esos mismos palos en su vida cotidiana. Precisamente por eso, su perfil está revestido de una credibilidad y un magnetismo muy especial.

La segunda ventaja con la que cuenta el de Vermont es que el mayor vendaval que ha conocido la política estadounidense en los últimos años -con permiso de Trump y de él mismo- sopla a su favor. Alexandria Ocasio-Cortez (AOC, como se abrevia su nombre) se convirtió, en noviembre de 2018, en la congresista más joven de la historia. Con solo 29 años, arrasó en las legislativas y ganó para los demócratas el escaño correspondiente al distrito 14 del estado de Nueva York, que abarca la zona del Bronx y parte de Queens. 

Esta activista de origen portorriqueño tiene más de seis millones de seguidores en su perfil de Twitter y otros cuatro en su cuenta de Instagram. Desde aquella campaña en los comicios para renovar la Cámara Baja del Congreso, AOC parece estar en todos sitios. Pocos representantes públicos atraen tantas miradas como ella. Es consciente de ello y ha aprovechado los focos para denunciar sin descanso la retórica y los desmanes de la actual Administración.

Ocasio-Cortez es una estrella. Aunque lleva un tiempo brillando con una luz indiscutiblemente propia, su nombre está ligado al de Sanders. Forma parte del movimiento Socialistas Democráticos de América y, en las últimas semanas, se ha prodigado bastante en actos públicos y comparecencias a través de redes sociales en las que también ha participado el senador. Otras congresistas igualmente combativas, como Rashida Tlaib e Ilhan Omar, que han sido blanco recurrente de las iras de Trump, también se han posicionado junto al veterano político.

Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez presentan su propuesta para un ‘New Deal’ verde
Maneras de ganar

La eventual confrontación con el presidente es, sin embargo, lo que genera más dudas. Aunque Sanders pueda imponerse a Warren, cabe preguntarse qué posibilidades reales tendría de cara a un enfrentamiento en los comicios del próximo noviembre. Es probable que la inclinación de muchos estados se decida en función de lo que hagan los indecisos. En ese campo, parece improbable que un votante desencantado con Trump, por ejemplo, pueda plantearse siquiera darle su respaldo a un candidato como Sanders

Por ese motivo, muchos sugieren que un candidato más centrista, como Biden o Buttigieg, sería una opción de más peso para concentrar el voto y, así, derrotar a Trump. La división es palpable igualmente dentro de su propia formación, en la que los sectores más ligados al aparato han desconfiado y desconfían de Sanders como candidato, al que consideran demasiado radical.

En todo caso, sea finalmente el elegido por los simpatizantes demócratas o no, Sanders no se irá en ningún caso con las manos vacías. Su aparición fulgurante en la campaña de 2016 marcó un antes y un después en su partido. Desde entonces, las posturas más izquierdistas se han ido normalizando poco a poco hasta el punto de consolidarse entre amplios sectores de sus bases. Y no solo eso: en términos más generales, todo el Partido Demócrata parece haberse desplazado en un cierto grado hacia la izquierda, aunque solo haya sido por contagio.

Sanders, un político incombustible que ha renovado el Partido Demócrata

Sus propuestas más destacadas ya no son vistas como una extravagancia; a pesar de que todavía no se hayan trasladado a la agenda gubernamental, están presentes en las conversaciones diarias. La sanidad universal, las viviendas para todos, la condonación de las deudas a los universitarios o la revolución verde ya no se consideran desvaríos, sino premisas que, más o menos realistas, pueden perfilar una estrategia para la dirección del país. De hecho, Warren y otros candidatos de menor entidad han abrazado la mayor parte de su programa.

Por todo ello y salvando todas las distancias, puede decirse que Sanders ya ha ganado antes incluso de que se hayan puesto las urnas. Es la suya una victoria mucho más sutil que la que puede arrojar cualquier proceso electoral; su influencia en las distintas corrientes de opinión pública, sobre todo entre los jóvenes, ya se deja sentir. El fantasma de la socialdemocracia empieza a recorrer Estados Unidos. Y a más de uno ya le ha dado un susto.