La transición democrática en Argelia asemeja a un rompecabezas
04 de septiembre de 2014 (16:10 h.)
Por Pedro Canales
Foto: El presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika.
El proceso de transición democrática en Argelia no tiene comparación con ningún modelo precedente, ni los llevados a cabo en las dictaduras, como la española en los años 70 o las iberoamericanas en el último cuarto del siglo XX, ni tampoco el de los países árabes de su entorno geográfico y cultural, caídas unas por la ‘primavera árabe’ como Túnez y Yemen; arrastradas otras a cruentas guerras civiles ensombrecidas por la irrupción del terrorismo yihadista, como Siria y Libia; o recuperadas, como Egipto. Lo ocurrido en Argelia en estos dos últimos años con un proceso electoral caótico y cambios repentinos en la cúpula dirigente tocada por numerosos escándalos de corrupción, pone de manifiesto la peculiaridad de un sistema político de poder instalado en el país desde hace medio siglo y las dificultades objetivas de su transformación democrática. El actual jefe del Estado, Abdelaziz Buteflika, inicia un cuarto mandato presidencial, al que ningún observador internacional prestaba credibilidad. Un presidente enfermo, mermado en sus condiciones físicas y psíquicas, que no reúne el consejo de ministros que preside y recibe a mandatarios extranjeros a cuentagotas. El Gobierno por él designado y presidido por Abdelmalek Sellal, afirma que la transición democrática no es necesaria “porque el país está dotado de instituciones” y además ha puesto en marcha su propio plan de reformas. En efecto, el consejero presidencial Ahmed Uyahia, ha sido encargado de presentar un enésimo proyecto de reforma constitucional, y para ello ha consultado a partidos políticos y personalidades del país, aunque ni todos ni los más representativos social y políticamente. Nadie aclara lo que la reforma contiene de novedad.
Diversos grupos
Los diversos grupos y partidos de la oposición, más activos que en el pasado, han formado desde las elecciones presidenciales de la primavera pasada, diferentes comités de coordinación, todos ellos centrados en una idea básica: Argelia necesita una transición democrática. Todos los grupos de oposición coinciden no sólo en exigir el respeto de las libertades y de los derechos humanos, sino que convergen cada vez más en que la transición debe ser consensuada, pacífica y fruto de un amplio pacto nacional. En esta línea se han pronunciado diferentes líderes políticos y de opinión que han intervenido en las “universidades de verano” organizadas en estos dos últimos meses por los agrupamientos de oposición como el Consejo Nacional para la Transición, el Foro para el Cambio, el Frente de Fuerzas Socialistas, o los periódicos ‘Liberté’ y ‘El Watan’, entre otros. Los exprimeros ministros Ali Benflis, Mulud Hamruche y Sid Ahmed Ghozali, al igual que los líderes de un gran número de partidos desde los islamistas, hasta liberales y nacionalistas laicos, han exigido al régimen la apertura de un proceso de transición pactado sin dilación. El mismo tono reivindicativo se puede observar en la sociedad civil, entre los actores de organizaciones como la LADH (Liga Argelina de Derechos Humanos), los sindicatos independientes, las asociaciones de parados, organizaciones estudiantiles, e incluso por parte de organizaciones patronales, para quienes la economía dirigista estatal y el opaco sistema de atribución de mercados en el que imperan el nepotismo y los comisionistas, son un freno al desarrollo económico del país.
Elecciones transparentes
Desde todos los ámbitos de la sociedad se reclama la democratización de las instituciones, una Constitución verdaderamente consensuada y la organización de elecciones limpias y transparentes. Sin embargo hay varios puntos en los que las diferentes posiciones se tornan inconciliables, en particular en relación con la función de los servicios de inteligencia y seguridad, y el papel de las Fuerzas Armadas. En relación con el primero, varios sectores de la oposición más intransigente exigen que se aclare la verdad del pasado, que se ponga al desnudo y se condene la represión ejercida por algunos grupos de los servicios de seguridad que actuaron como “escuadrones de la muerte”, que se desvele la suerte de los miles de desaparecidos durante los 10 años de guerra civil interna en la década de los 90. Mientras que unos se muestran partidarios de “pasar página”, otros quieren que no se perdonen “los crímenes de sangre” ni por parte de los yihadistas terroristas, ni por parte de las fuerzas de seguridad. El otro punto que se presta a debate y que muestra la “particularidad” argelina concierne al Ejército. Son cada vez más las personalidades que piden a las Fuerzas Armadas un “papel más activo” en la transición democrática. Lo planteó hace unas semanas el exjefe de gobierno Mulud Hamruche, y estos días el exsenador y uno de los fundadores del partido RCD (Reagrupamiento por la Cultura y la Democracia), Mokran Ait Larbi, que ha hecho un llamamiento directo al Ejército “para convencer a Buteflika” de realizar una transición democrática pactada entre el poder y la oposición.
Papel del Ejército
La consideración principal que inspira a quienes reclaman “un papel más activo del Ejército en los cambios políticos”, se basa en la premisa de que todos los presidentes de Argelia desde la Independencia en 1962 hasta hoy, Ahmed Ben Bella, Huari Bumedián, Rabah Bitat, Chadli Benyedid, Mohamed Budiaf, Ali Kafi, Liamin Zerual y Abdelaziz Buteflika, fueron emplazados por el Ejército; unos eran militares, otros civiles, pero todos ellos respondieron ante el estamento militar. Esta especificidad del régimen argelino se debe a que su Ejército, de Liberación primero y Nacional después, fue quien forjó el Estado, el que construyó las estructuras del país independiente, el que nacionalizó las riquezas petrolíferas y dotó al régimen de los medios necesarios para su política. El Ejército tiene, además de prestigio entre la población, legitimidad histórica que le permite jugar un papel en la transición democrática. La incógnita, difícil de elucidar, es saber si el presidente, que constitucionalmente tiene todos los poderes en sus manos, escuchará el llamamiento, o tensará la cuerda hasta el límite; en cuyo caso la transición pasaría por una por una fase cruenta que nadie dice querer.