Machado, Escohotado y el coronavirus

Coronavirus Sevilla

Una de las alegrías de estos duros días de confinamiento es disfrutar con mayor intensidad del aroma del azahar que perfuma, como cada primavera, las calles de la ciudad de Sevilla. Una fragancia que se cuela hasta nuestras casas nítida, sin verse afectada por los humos de tubos de escape y otros olores generados por los humanos. El azahar ha florecido inocente y ajeno a la guerra biológica que estamos librando ciudadanos y autoridades. La flor del naranjo es a la vez la evocación de tantas primaveras felices en la ciudad y un estímulo para seguir resistiendo ante la adversidad y el infortunio que tenemos encima. Si para el sevillano cofrade el azahar es a menudo el heraldo de la Semana Santa, este año para el común de los vecinos es apenas el sueño de una nueva primavera de libertad que solo podemos aún atisbar desde el otro lado de la ventana.

Lo cierto es que estas largas jornadas coronavíricas están poniendo a prueba –y más que lo van a hacer— nuestra capacidad de resistencia. Y de saber llenar de manera provechosa tantas horas dedicadas en condiciones normales a otros hábitos u ocupaciones sociales: la cervecita con los amigos, el gimnasio, las compras. Mayor reto aún debe de estar siendo para aquellos que pasan estos días en cuarentena sin la posibilidad de estar junto a sus seres queridos y amigos. (Dejo al margen aquí a quienes se encuentran recibiendo cuidados médicos y al propio personal sanitario que los atiende, al que no podemos sino reiterarle las gracias). La sociedad actual no nos prepara para la soledad a pesar de que quizá estemos emocionalmente más solos que nunca. El filósofo Antonio Escohotado nos viene advirtiendo desde hace años de la incapacidad de nuestros contemporáneos para emplear como hombres adultos nuestra soledad. Y no hay otra manera de hacerlo que entregándonos de lleno al conocimiento. Lo cierto es que la situación actual nos está brindando la mejor de las oportunidades para ensanchar nuestras horas con la lectura, el cine o la contemplación del arte, y alejarnos de tanta pérdida de tiempo. El aburrimiento, nos recuerda el pensador madrileño la dolorosa verdad, es signo de pobreza de espíritu y de un estado infantil del alma.

Como siempre ocurre en las ocasiones importantes, los españoles –pero no solo nosotros, miremos a vecinos como Portugal o Marruecos a los que hay que felicitar- hemos demostrado estar muy por encima de nuestro Gobierno, que ha actuado tarde y solo después de haber cometido graves irresponsabilidades en las últimas semanas. Además, la lucha descoordinada y desigual entre comunidades, bien aderezada de cainismo hispánico (vamos a obviar hoy al esperpento del presidente de la Generalitat Quim Torra), vuelve a poner en evidencia al Estado autonómico. Esperemos que de esta crisis emerja con más fuerza nuestra sociedad civil, aún cargada de civismo, fortaleza y generosidad. “En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo”, dijo el poeta Antonio Machado. 

“Sevilla… sin sevillanos”, dicen que dijo el propio Machado. Aforismo que se ha vinculado tradicionalmente con la paradoja de una ciudad encantadora y bella y un vecindario a menudo antipático en su pretendida gracia (Algo parecido le pasa a París). Una paradoja que alimenta el malditismo de una urbe que se vuelve insoportable y acaba expulsando a algunas de sus mentes más preclaras (Cernuda, Machado, Blanco White). Lo cierto es que la frase atribuida a don Antonio alcanza ahora su plasmación gracias al bichito de marras. En el silencio de estos días Sevilla –pero seguro que vale para su ciudad también- se nos presenta inocente, natural, sin filtros; liberada, en fin, de los corsés del calendario, de sus fiestas mayores y menores, de sus cuitas, miserias y obligaciones. Miro por la ventana, mentalizado de lo que nos queda aún por delante, y recuerdo los versos postreros que encontraron escritos en una cuartilla amarillenta en la chaqueta de don Antonio en Collioure. “Estos días azules y este sol de la infancia”. Pues eso. Mucho ánimo y fuerza para todos.