Arabia Saudí-Irán: más de tres décadas de 'guerra fría'

Alexandra Dumitrascu
Pie de foto: protesta masiva por la ejecución del clero chií Sheikh Nimr Al-Nimr. En el cartel se puede divisar: “Abajo con el Reino de Arabia Saudí, abajo con Estados Unidos, abajo con Israel”.
La tensión que define las relaciones entre Arabia Saudí e Irán desde 1979 ha alcanzado este año de nuevo su punto álgido con la ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos estados. Así lo ha anunciado el ministro de Asuntos Exteriores saudí, Adel Al-Jubeir, el pasado 3 de enero, como represalia por los ataques a la Embajada del Reino en Irán, en donde una masa enfurecida irrumpió en el recinto de la delegación y le prendió fuego, tras conocerse la ejecución del clero chií Sheikh Nimr Al-Nimr. Además, el tráfico aéreo y el intercambio comercial entre los dos países se han interrumpido, aunque los peregrinos iraníes aún son bienvenidos a las ciudades sagradas de Meca y Medina. De acuerdo con el régimen saudí, Nimr Al-Nimr, en arresto desde 2012, estuvo detrás de las protestas chiíes que en 2011 irrumpieron en el Este del país – alentados por la ola de manifestaciones de la así llamada primavera árabe – para reclamar más derechos para esta minoría musulmana.
En señal de solidaridad, Kuwait, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos, también retiraron a sus respectivos embajadores del país persa. Las disputas territoriales que los tres mantienen con Irán han obligado a reforzar en los últimos años la alianza con Arabia Saudí, de cuyo apoyo dependen. Por su parte, Sudán expulsó toda la delegación diplomática iraní
La justificación del precipitado gesto saudí es la supuesta incitación a la violencia por parte de Teherán, aunque esta acusación ha quedado nula tras el anuncio del presidente de Irán, Hasan Rohani, acerca de la detención de alrededor de 40 personas sospechosas de haber participado en el ataque a la Embajada. El presidente iraní, no sólo ha calificado de injustificable el asalto, sino que ha tachado de extremistas a los supuestos responsables, mostrando con ello que Irán se desvincula de cualquier gesto de violencia que pueda despertar reminiscencias del pasado, más aún tras el acuerdo histórico alcanzado el pasado julio con las potencias occidentales. Además, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán se ha apresurado a dejar claro el compromiso del Gobierno con la protección de todas las misiones diplomáticas en el país.
Sorprendente, o no, Estados Unidos esta vez ha dejado de lado la histórica alianza con el Reino wahabí, para posicionares del lado de Irán. El Departamento de Estado estadounidense ha criticado la ejecución del clero chií, y ha aplaudido la diligencia con la que ha actuado Irán; aunque el Secretario de Estado, John Kerry, ya se ha puesto en contacto con las dos partes para encontrar una rápida y pacífica solución al conflicto.
Con la vista puesta en el posible resurgimiento del conflicto sectario en la región, dirigentes de todo el mundo se han apresurado a calmar las tensiones y todos han coincidido en reclamar la diplomacia como único recurso. No obstante, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas únicamente condenó el ataque contra la embajada de Arabia Saudí en Irán, sin hacer mención alguna a las 47 ejecuciones que el Reino llevó a cabo previo al mismo, entre los que se encontraban cuatro chiíes, Al-Nimr incluido.
El relajamiento de las relaciones de Irán con Occidente tras el acuerdo nuclear de julio de 2015, ha sido visto con recelo por Arabia Saudí desde el principio. Éste teme a que este contexto favorezca la aspiración iraní de convertirse en una potencia hegemónica en la región, más aún con la eliminación de las sanciones. En esta ocasión, el Gobierno saudí ha dicho que “no le preocupa si la ruptura enfada a la Casa Blanca”, consciente de que su tradicional aliado busca un nuevo orden regional en el que esté incluida, asimismo, la República Islámica de Irán.
Casi cuatro décadas de enfrentamiento
No es la primera vez que Arabia Saudí e Irán ponen fin a sus relaciones diplomáticas. En 1988, tras la guerra que enfrentó a Irán e Irak- y en la que Arabia Saudí proporcionó asistencia política y económica a Irak- las relaciones entre ambos se rompieron irremediablemente. A pesar de que algunos sucesos provocaron un cierto acercamiento entre las dos potencias de Oriente Medio, la crisis entre ambos ha sido una realidad y una constante.
El estallido de la Revolución Islámica en 1979 en Irán desencadenó una relación un tanto complicada que se tradujo en el miedo por parte de Arabia Saudí de una posible exportación de dicha revolución a su territorio. La perpetuidad de este temor ha hecho que la Monarquía saudí siempre percibiera a Irán como una gran amenaza para su estabilidad. Por tanto, desde hace más de tres décadas, los esfuerzos de Arabia Saudí han estado dirigidos en impedir el contagio de la revolución del gigante persa, primero, y contener la expansión e influencia del mismo, después. Pero no fue hasta 2003, con la debilidad manifiesta de Irak tras la caída del régimen de Sadam Hussein, cuando Irán realmente encontrara su oportunidad de ascenso. El desmantelamiento de los pilares del autoritarismo de Sadam Husein, el partido Baath y sus militares afines, abrió el sistema política iraquí a la influencia extranjera, sobre todo a la de Irán. El estado de cosas emergido tras la intervención de Estados Unidos dio pie al país persa a comenzar a extender su influencia en la región y se erigiera como gran potencia regional, en competencia directa con el Reino saudí. Por eso, el régimen saudí, consciente de las repercusiones que una invasión extranjera en Irak pudiera afectar el equilibrio regional, ha sido uno de los países que opuso a la misma desde el primer momento.
Como consecuencia de ello, parte del sistema de alianzas tanto a nivel regional, como internacional, ha sido calculado en función de la amenaza que Irán suponía para la seguridad y estabilidad internas del Reino, lo que ha llevado a la consolidación de alianzas con los países del Golfo, Egipto, Jordania e Israel en orden a minar la expansión de la influencia de la República islámica en la región.
Proxy war
La rivalidad entre Arabia Saudí e Irán se lleva a cabo en terceros países como Siria, Líbano, Irak, Bahréin o Yemen, y tiene su reflejo en el sistema de alianzas que los dos establecen y que divergen considerablemente. Las divisiones sectarias conforman la base para comprender el modo en que uno y otro han afrontado los retos geopolíticos. Estos han constituido el pretexto perfecto a la hora de actuar de una u otra manera. Por tanto, la dinámica en torno a la que ha girado el modo de proceder de Arabia Saudí, así como de Irán, en el seno de cada conflicto regional ha sido una que ha impulsado hacia la instrumentalización de estas divisiones sectarias. Esto ha hecho que dichos conflictos se desvitalizaran hasta el punto de tomar la falsa apariencia de una disputa entre las respectivas comunidades de sunníes y chiíes de cada país. Como gran representante del mundo chií, Irán ha aspirado en los últimos años básicamente en proyectar su liderazgo sobre esta secta, a través de la dilatación de su influencia hacia países de mayoría chiíta como Irak o Líbano, para, así, minar el poder del mundo sunita.
Por su parte, Arabia Saudí ha intentado a lo largo de los años mantener el statu quo tanto a nivel nacional y regional, como internacional. No obstante, las protestas iniciadas en 2011 en varios países árabes del norte de África, y que más tarde se extendieron también a algunos países de la Península Arábiga parecían ser una pega más en el camino. Los acontecimientos posteriores al estallido de las primeras revueltas amenazaban con la imposición de un nuevo orden regional, por una parte, y vaticinaban el fortalecimiento del país persa, por otra, con el consiguiente ascenso de los chiíes, que podría amenazar la misma supervivencia del régimen saudí.
El rechazo de Estados Unidos y de la Unión Europea de intervenir en aquellos países afectados por la denominada primavera árabe, hizo que Arabia Saudí se movilizará en orden a conseguir una mayor colaboración con los países vecinos para contrarrestar la dependencia del exterior y contener la expansión de las manifestaciones.
Egipto ha sido el aliado tradicional de Arabia Saudí y país clave para contrarrestar la influencia de Irán. La caída del líder egipcio Hosni Mubarak en febrero de 2011 ha supuesto un duro golpe para Arabia Saudí que vio perder a su principal aliado, a la vez que representó un resultado positivo para Irán. Desde 2013, el Reino saudí, junto a Kuwait y Emiratos Árabes Unidos, ha concedido una ayuda millonaria al gobierno de Abdelfatah al-Sisi para poder afrontar la crisis política y económica que atraviesa el país y mantener, así, su seguridad y estabilidad. Desde Irán, los primeros cambios en el seno de los países árabes fueron interpretados de una manera genuina, al considerar que se inscribían dentro de unos movimientos islámicos como prolongación de su Revolución.
Una vez perdido a su aliado, Arabia Saudí dirigió su mirada hacia Siria cuya importancia es de orden estratégica, dado que es fundamental para contrarrestar la influencia de la República iraní en la región. La caída de Bashar Al Assad, supondría para Irán la pérdida de su mayor aliado.
El hecho de que la mayor parte de la insurgencia siria es predominantemente sunní, dio pie a Arabia Saudí de explicar el conflicto en clave sectaria al aludir que una mayoría perteneciente a dicha secta lleva a cabo una lucha de defensa en contra del eje chií conformado por el régimen alauita y sus aliados, Irán y Hezbolá. Aún más, el hecho de que los militantes chiíes se hayan situado a favor del Gobierno sirio mediante su apoyo al Ejército es lo que ha reforzado la idea de la existencia de un enfrentamiento sectario en el interior del país. Así, la constitución de la Brigada Abu al-Fadl al-Abbas que reúne a combatientes chiíes nacionales y extranjeros, así como la participación de militantes chiíes de Irak hizo que la guerra civil en la que está sumergida Siria tomará a veces tinte sectario. La competición entre Arabia Saudí e Irán se ha alimentado en Siria de la ayuda política, económica, militar y logística que el Gobierno persa ha proporcionado a Damasco, ayudando a este a persistir en el poder hasta la fecha.
En la actualidad, Yemen se ha sumado a los demás conflictos de Oriente Medio, y se ha convertido por su parte en un escenario en el que Arabia Saudí e Irán se disputan la hegemonía. A principios de 2015, el presidente Hadi, huido a Adén, suplicó la intervención internacional que se tradujo en una inmediata coalición conformada por diez Estados árabes- Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Bahrein, Qatar, Jordania, Marruecos, Egipto, Sudán y Pakistán- y liderada por Arabia Saudí. Así, el 26 de marzo comenzaron las primeras operaciones en el país en el que la coalición llevó a cabo ataques aéreos para combatir a los Houthi -la minoría chií del país-, operación que recibió igualmente el apoyo de la Liga Árabe. Desde Irán la respuesta fue inmediata al pedir el “cese inmediato” de la agresión militar en el país al interpretarla como “una violación fragante de la soberanía nacional”.
Desafíos presentes
El Reino saudí se enfrenta a grandes retos tanto a nivel nacional como internacional. La estabilidad y la seguridad internas han sido y son prioritarios para la Monarquía. En el ámbito internacional, las secuelas no resueltas del estallido de las protestas en el mundo árabe han dejado aún abierto el conflicto de Siria, en donde se cumplen cinco años de enfrentamientos internos. La guerra en Yemen, en donde Arabia Saudí participa activamente a base de bombardeos es otro frente abierto con el que Riad tiene que lidiar, y en el que la disputa con su adversario, Irán, se hace también patente.
Además de Al Qaeda en la Península Árabe (AQPA) y la complicada situación de Oriente Medio, se le ha sumado la organización terrorista Daesh. En la actualidad, su rápida expansión y los miles de llamados foreign fighters, entre ellos saudíes, hace que este sea también un enemigo a combatir. A pesar de ser un grupo de corte sunní, Arabia Saudí está muy comprometido con combatir al grupo yihadista -al igual que Irán-, que se ha convertido en una amenaza directa para la Monarquía. En mayo de 2015 el Estado Islámico reivindicó el ataque suicida en una mezquita chií en al-Qudeeh, al Este de Qatif, que se saldó con 21 fallecidos. El acto fue llevado a cabo por miembros de la provincia de Najd donde el Estado Islámico cuenta con una nueva ramificación. A pesar de coincidir en tal empeño, Arabia Saudí e Irán llevan su lucha separadamente. Por una parte Arabia Saudí forma parte de la coalición internacional que lidera Estados Unidos desde septiembre de 2014 y, por otra, Irán combate activamente al grupo islámico por su cuenta en Irak donde las Fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria conceden ayuda a los ejércitos iraquí y kurdo.
Los desafíos internos de Arabia Saudí, a la que se suma el problema de la futura sucesión, hace suponer que con el gesto de cortar las relaciones diplomáticas con Irán persigue distraer a su población de los problemas internos, más que desear un conflicto directo con el país persa, que, por otra parte, sería prácticamente inviable. Previsiblemente, el actual contexto solamente intensifique la guerra fría entre ambos en terceros países, como Siria o Yemen, dado que ninguno de los dos antojan un enfrentamiento directo que pudieran comprometer sus respectivas poblaciones y sus alianzas regionales y/o internacionales.