Claves para frenar la sinrazón yihadista

Por el Teniente Coronel Jesús Díez Alcalde
Analista Instituto Español de Estudios Estratégicos
 
Nota del editor: repetimos este artículo por su desgraciada actualidad
 
El terrorismo yihadista atenaza nuestro día a día, y ya se ha convertido en la amenaza más transversal y cruenta contra la paz y la seguridad internacionales: su expansión no conoce límites y ya no existe lugar blindado frente a la sinrazón extremista. Sin embargo, la incidencia de los ataques terroristas es muy superior fuera de las fronteras de Occidente, volcado en preservar la seguridad de sus ciudadanos y en liderar el enorme y complejo desafío que supone la extirpación de este cáncer mortal. Así, como señala el profesor Javier Jordán, la mayoría de las víctimas del yihadismo son musulmanas –en noviembre de 2014, este dramático porcentaje ya alcanzó el 100%–, y el riesgo de atentados en suelo occidental, aun estando presente, es ínfimo en comparación con el que soporta Oriente Medio, el norte de África o el Sahel. 
 
Sin duda, estos dos parámetros –efecto y proximidad– determinan distintas percepciones sociales sobre la violencia yihadista, su comprensión real y los esfuerzos que demanda nuestra seguridad. Quizás en Occidente hayamos fomentado, con una fuerza excesiva y perniciosa, que la solución vendrá dada por una amalgama de acciones represivas, enmarcadas casi siempre en el ámbito de la seguridad. Pero, aun siendo de vital importancia, estas medidas nunca pondrán punto y final a las causas profundas de la alarmante capacidad de captación de los extremistas islámicos, que se está incrementando muy lejos de sus lugares de origen, y que ya alcanza con fuerza a toda Europa.
 
Tan solo desde una perspectiva más profunda y ambiciosa, la derrota del yihadismo comenzará a ser una realidad. Y para ello se requiere de un amplio consenso y compromiso internacional, aunque la máxima responsabilidad y liderazgo recaerá siempre en los gobiernos de los países y de las regiones que están sufriendo, en sus propios territorios, la expansión y la barbarie terrorista. Porque, detrás de su ideario extremista, que siempre es peligroso minusvalorar, los yihadistas también esconden otras tantas intenciones espurias: entre otras, una desmedida ansia de poder y de liderazgo o la pretensión de acopiar los dividendos que reporta el crimen organizado. Así, ideología, dominio y beneficio subyacen bajo la compleja maraña del yihadismo, y cualquier estrategia para enfrentarlo debe gravitar sobre la capacidad y fortaleza de los Estados para afianzar la libertad, la seguridad y el desarrollo de su población.
 
Es, por tanto, apremiante investigar profusamente para poder eliminar las razones que instigan el reclutamiento yihadista. Solo llegando a la raíz se puede vislumbrar la solución, y esta empieza por diagnosticar los motivos –sean religiosos o no– que llevan a los individuos a sumarse la violencia o a apoyarla, engañados por los “beneficios” que el yihadismo pueda reportar a sus vidas. A largo plazo, ninguna acción será resolutiva hasta que, por un lado, no se consiga paliar la desigualdad, la pobreza y la frustración social, que conforman el sustrato perfecto para la execrable captación yihadista; y, por otro, no se evite y condene –dentro y fuera del mundo musulmán– la interpretación radical y violenta de la confesión islámica, que nada tiene que ver con la práctica totalidad de los musulmanes. 
 
Además, debe atajarse la financiación ilegal de los grupos yihadistas, que han encontrado en el crimen organizado su cardinal y miserable fuente de ingresos. Hoy, yihadismo y criminalidad conforman una difusa y compleja amenaza que carcome los cimientos del cualquier Estado, con más fuerza cuanto más débiles sean sus estructuras. Para la tiranía extremista, cualquier práctica, desde el tráfico de drogas hasta la trata de seres humanos, es lícita; y, con ello, enarbola su fortaleza económica para desplegar una suerte de perversa “acción social” y captar adeptos allá donde la miseria y la desesperación son las únicas compañeras de viaje. 
 
Y en la consecución de estos objetivos, garantizar la seguridad es conditio sine qua non: nada se conseguirá mientras que los yihadistas puedan secuestrar, por la violencia y el terror, la voluntad y la libertad de los pueblos. En muchos países lastrados por esta amenaza, las fuerzas militares y policiales son ineficaces y están mal dimensionadas, adiestradas y equipadas; o, lo que es todavía más nocivo, son poco fiables o represivas. Con todo, es necesario que los gobiernos atiendan a la reforma de su sector de seguridad, y que revisen unas estrategias que, hasta la fecha, están resultando fallidas para frenar la escalada del yihadismo dentro de sus fronteras. 
Ante la magnitud de los desafíos, será imprescindible que la cooperación internacional se mantenga firme durante demasiado tiempo y, más aún, que la sociedad comprenda y valore la gravedad del extremismo islamista, así como las medidas necesarias para erradicarlo Para conseguirlo, también sería muy conveniente que los medios de comunicación contextualicen siempre la información, para evitar así simplificar una amenaza extremadamente difusa y compleja. Porque el terrorismo yihadista no sólo deja un rastro indeleble de muerte y destrucción, sino que está socavando irremediablemente el futuro de toda la humanidad.