La responsabilidad de Europa en el Magreb (y II)

Por Ramón Moreno Castilla
Foto: Los expresidentes de Francia y de Túnez, Nicolas Sarkozy y Zine El Abidine Ben Ali.
 
Parece que ese es el sino de África: haber sido repartida como un pastel, explotada, humillada e ignorada por las potencias europeas, y sufrir los estragos de su implacable y depredador colonialismo. Y que siendo el continente más rico del planeta en materias primas, la inmensa mayoría de su población (unos 1.111 millones de habitantes) siga pasando hambrunas y todo tipo de sufrimientos y calamidades. Todo ello propiciado por Estados fallidos, regímenes corruptos, dirigentes sin escrúpulos y sátrapas de diverso pelaje. ¿Cómo se explica esto? ¿De quién es la responsabilidad? El neocolonialismo que sobre todo practica Francia en el Magreb y su área de influencia (y en el resto de sus excolonias de África Central y Occidental), hace que su responsabilidad sea mayor. Por ello, el colonialismo francés en el Magreb merece una atención especial. Y como la acción colonizadora de Francia en Marruecos y Argelia siguió el mismo patrón del imperialismo francés que en el resto de sus ‘provincias’ en el continente africano, con el sometimiento de la población, muertes, represiones y políticas extractivas beneficiosas para la metrópoli (Ver, ‘Marruecos, Argelia, los dos referentes del Magreb’); nos centraremos solamente en Túnez y Mauritania, dos ejemplos paradigmáticos del colonialismo francés, y que aún hoy en día, en alguna medida, siguen bajo la influencia francesa. Francia conquistó Túnez en 1881 en virtud de la autorización concedida en el Congreso de Berlín de 1878; y el gobierno francés, de acuerdo con su política imperialista, convierte a la ciudad de Túnez en un protectorado. Las tierras pasaron a manos de los colonos franceses, respetando a los colaboracionistas terratenientes locales, y los campesinos fueron expulsados a tierras estériles o bien pasaron a ser jornaleros en las propiedades francesas. 
 
De esa miseria social, producida por el modus operandi del colonialismo, a comienzo del siglo XX surgieron los movimientos independentistas dirigidos por las élites tunecinas; y en 1920 se fundó el Partido Liberal Constitucional Destur, que utilizó un tono moderado frente a la metrópoli. El abogado Habib Burguiba, educado en Francia, rechaza la tibia postura del Destur y el 2 de marzo de 1934 funda el partido Neo-desturiano, más beligerante, que enseguida se convierte en un partido de masas. Después de la II Guerra Mundial, Burguiba presentó un plan de independencia escalonada, que fue rechazado por Francia. Sin embargo, después de varios movimientos populares, Burguiba consigue la independencia de Túnez sin haber derramado una gota de sangre, conduciendo al país a la modernización. El 13 de agosto de 1956 se promulga una de las reformas más revolucionarias de la legislación islámica, que hace a la mujer tunecina igual al hombre, con los mismos derechos y libertades. Dada la precaria salud de Burguiba, el 7 de noviembre de 1987, pasa a ocupar la presidencia Zine El Abidine Ben Ali, quien emprende una política económica de corte liberal comprometiendo a su país en el pluralismo y la democracia. Su apego al cargo, tras 23 años en el poder, lo convirtió en un dictadorzuelo; y sus prácticas poco ortodoxas con las finanzas del Estado le perdió; huyendo del país y siendo acogido por Arabia Saudí, que le concedió el estatus de asilo político. Fueron los efectos regeneradores de la ‘Primavera Árabe’, en 2010, con las consecuencias de todos conocidas, que acabaron con los regímenes totalitarios y despóticos instalados en algunos países árabes, propiciando la caída del propio Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto. 
 
La obstinación de los regímenes de Libia y Siria (con la numantina resistencia del presidente Bashar al-Asad), desembocaron en la encarnizada guerra civil que asola a ambos países, y cuyas consecuencias son de todo punto inimaginables. Actualmente las noticias que llegan de Túnez no pueden ser más preocupantes: atentados terroristas, ataques islamistas a puestos fronterizos del Ejército, descontento social por el alto coste de la vida etc. En esta situación de caos absoluto en la región, Estados Unidos anunció el pasado 7 de agosto que destinará 110.000 millones de dólares (más de 82.000 millones de euros) anuales durante los próximos tres o cinco años para la formación de “fuerzas de paz” de respuesta rápida en África que pueda hacer frente a la amenaza yihadistas y otras crisis. Respecto a Mauritania, la colonización europea de este país comenzó a finales del siglo XIX. En 1899 el gobierno colonialista francés anunció a las demás potencias europeas que sus ejércitos ocuparían el territorio que iba desde la orilla derecha del Río Senegal hasta las fronteras de Argelia y Marruecos, al que dieron el nombre de ‘Mauritania Occidental’. En 1903 la zona se convirtió en protectorado militar francés y en 1920 se le dio el título de ‘Colonia’ en el seno del África Occidental francesa. Al ejército francés le resultó relativamente fácil controlar las poblaciones agrícolas del Sur y ejercer allí -por la fuerza de las armas, combinada con un pacto con las jerarquías locales y tribales- una cierta influencia cultural sobre la población negra. No ocurrió lo mismo con los nómadas del Norte, mucho más reacios a someterse a las exigencias económicas, políticas, sociales y culturales del colonialismo; aunque París, siempre buscó la amistad con los emires mediante generosas subvenciones y dádivas personales, para comprar su silencio y complicidad.
 
En 1960 se da por terminada la colonización francesa, y el país accede a la independencia política, tras proclamarse la República Islámica de Mauritania. Sin embargo, el nuevo Estado carecía de la más mínima infraestructura: ni carreteras, ni líneas eléctricas ni telefónicas etc.; solo un pequeño tramo de ferrocarril que enlazaba con los principales yacimientos mineros. Francia, que nada había dejado para bien de los nativos en 50 años de colonialismo, quiso seguir tutelando los destinos de la nueva República tras erigirse en ‘protectora’ del primer presidente, Moktar Uld Daddah. El descubrimiento de importantes yacimientos de hierro y cobre, pareció impulsar a la nueva República, pero fue la multinacional francesa MIFERMA, propietaria de las minas de hierro, y que tenía más poder y medios que el propio Estado mauritano, la que proporcionó el 80 % de las exportaciones del país, ocupando al 25 % de todos los trabajadores asalariados. Mauritania, que era un país arruinado durante el protectorado, siguió siendo mísero bajo la colonización y continuó del mismo modo tras la independencia. La esclavitud sigue siendo una práctica habitual; y las castas son las que mandan en un país con grandes riquezas mineras, y que también está en el punto de mira del yihadismo, con la presencia en su territorio de AQMI, que comete asesinatos y secuestros. 
 
Pese a todo, el nuevo presidente mauritano, Mohamed Uld Abdel Aziz, reelegido por una abrumadora mayoría -el 81,89 % de los sufragios- parece que está sacando adelante a este país del ostracismo. Actualmente operan en suelo mauritano multinacionales de diversos sectores, como la canadiense Kinross, que explota importantes minas de oro, y que tiene su sede en Las Palmas de Gran Canaria. Por otra parte, en los países del Magreb se crearon grandes expectativas con el triunfo de François Hollande; máxime teniendo en cuenta ciertas cuestiones sobre algunas prácticas del Islam planteadas por Nicolás Sarkozy al final de su mandato, que tantas desconfianzas despertaron en los musulmanes. Y si esas expectativas son tan grandes se deben, fundamentalmente, a la relación histórica de la izquierda francesa con el Magreb, a la manera que esta relación es percibida y a los malentendidos derivados de la misma. En algunos sectores políticos del Norte de África se recuerda todavía el rechazo frontal de Guy Mollet (primer ministro de la IV República francesa entre 1956 y 1957) a la independencia de Argelia. Otros le atribuyen al Gobierno socialista francés una simpatía a priori por el régimen de Argel y haber tomado parte por este país en la rivalidad argelino-marroquí heredada de la vieja solidaridad con los movimientos de liberación nacional (recuérdese, que Argel era la sede de todos los MLN de África, que contaban con amplia infraestructura, cobertura diplomática y ayudas económicas). 
 
Estas expectativas resultan más consistentes en la medida que los norteafricanos se sienten más cercanos a Europa, siendo inclusive considerados “europeos” por otros árabes. Lo que es una verdad a medias. Este contexto actual pone de relieve un potencial estratégico de interacciones entre el Magreb y Europa a través de Francia; y son varias las razones que obligan a intensificar las relaciones entre el Magreb y la UE. En primer lugar, la situación geopolítica del Magreb como eje natural entre Europa y el África Subsahariana, que empieza a despuntar como el continente emergente de futuro, y no puede ser descuidado por la UE. En segundo lugar, y debido no sólo a su orientación hacia Europa sino a su arraigo africano, que los países del Magreb serán socios clave de cualquier política euromeditarránea y la posible solución para la actual crisis de la región sahelo-sahariana. Todos los países del Magreb que sufrieron de manera diferente la onda expansiva de la ‘Primavera Árabe’, están en una fase de metamorfosis [Edgar Morin, “La idea de la metamorfosis es que en el fondo todo tiene que cambiar” (…)]; y este frágil y complejo proceso requiere una atención especial por parte de los europeos para acompañar las mutaciones en curso y prevenir los posibles riesgos de una segunda oleada revolucionaria dirigida contra gobiernos electos democráticamente. Y en tercer lugar, las circunstancias actuales son propicias y suponen una verdadera oportunidad para una revisión de la política francesa y europea: la voluntad que se le presupone al presidente Hollande de dar prioridad política a la proximidad con el Magreb y los gestos realizados hacia Túnez, Argel y Rabat en pro de una reactivación de la dinámica magrebí, son pasos a tener en cuenta.