Reivindicando la diferencia

Esther Pedraza

Cada 8 de marzo vuelve la matraca. Matraca viene etimológicamente del árabe, del verbo golpear, y se refiere a un instrumento musical. No tiene nada que ver con mater, aunque ambos tengan las tres primeras letras en común. Aunque muchos no lo crean, hay cada vez un porcentaje mayor de mujeres que piensan que esta fecha solo sirve para escenificar un circo espeluznante y acumular ocurrencias sinsentido. Este año, con los partidos emergentes en las instituciones, nos hemos superado. Lástima que en esto de las tonterías no haya un techo de cristal. Nosotras, las mujeres, se lo cedemos gustosas. Nuestro techo, digo.

Pretender que hombres y mujeres sean iguales siempre me ha parecido una tontería. Sin embargo,  que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades es un deber de toda sociedad que quiera avanzar. No es lo mismo, pese a las múltiples campañas donde la palabra igualdad ahoga la diferencia.

Mis delíricas llevan años en pie de guerra. Todos los mandamientos de los gurús que intentan obligarnos a lo que sea, los desechamos sin miramientos. Lo que nosotras queremos es poder elegir. ¡Fíjate que complicación!

Decía Simone de Beauvoir, feminista de nacimiento: “no deis a las mujeres la oportunidad de quedarse en casa, porque lo harán”, y ahí empezó nuestro calvario.

“La oportunidad la pintan calva, sonríe Inés, por eso hay que evitar que puedas escoger. Se trata de hacer lo que otros dicen que debes hacer para realizarte”.

“Y ahora nuestra realización pasa por quitar el nombre de diputados al congreso y por ver un muñeco con falda en el semáforo”. Julia se despacha. Porque Julia lleva mucho tiempo trabajando muy duro y viendo como compañeros menos competentes escalan puestos mientras ella continúa sin cambios. “Además, me parece terrible que el muñeco tenga falda. ¡Eso sí que es machismo!”. Julia se coloca el pantalón en la bota con gesto enérgico.

El otro día leía a Maribel Verdú verdaderamente molesta. ¿Por qué nadie le pregunta a Luis Tosar si quiere tener hijos?, era su lamento. “Eso, ¿por qué?, salta Julia. ¿Por qué una mujer no puede elegir libremente no ser madre sin tener que dar explicaciones? “

Empecemos a acostumbrarnos.  En Estados Unidos un 18% de las mujeres llega a los 45 años sin hijos, un 80% más que hace cuatro décadas. En España uno de cada cinco hogares son parejas sin hijos y uno de cada cuatro son hogares unipersonales.

“Las mujeres se han vuelto egoístas, dice con ironía Olga. Mujeres frías, ambiciosas y sin corazón. Mujeres que sólo buscan alcanzar la gloria profesional…” “Mujeres libres, le corta Inés. Mujeres que por decidir tienen que lidiar con una enorme presión social”. “Si no fuera tan patético, sería hasta divertido, añade Olga. Ya os veo excusándoos por vuestra elección e intentando que no sólo ellos, sino ellas, entiendan que no os sentís incompletas. ¿O si?”. Julia sonríe. “¿En que tiempo libre me puedo sentir incompleta si no llego a nada? No hay días en el año para todo lo que quiero hacer”. Y tomo nota. Ha dicho todo lo que quiero hacer, no lo que tengo que hacer. Olga, madre de tres hijos, la mira con algo de envidia.

Que algunas iluminadas decidan cambiar  “homenaje” por “donantage”  (el equivalente en castellano sería “mujeraje”) no va a acabar con esos hábitos. Parece que necesitaremos 70 años para equipararnos en derechos y deberes. Yo no lo veré.

Lo del Congreso de los diputados riza el rizo. “Aunque uno de los leones carece de atributos, no es leona. No te sorprendas de que lo próximo en su idea de paridad sea eso, cambiarlo”, ironiza Marta. Eso será para el año que viene. Este ya está cubierto con la idea de suprimir la palabra diputados.

“A mí lo que me ha encantado es ver el cartel de este señalado día con las fotos de Iglesias y Errejón. La gente no lo ha entendido, pero ahí, ahí está la igualdad. Ya no hay diferencias entre hombres y mujeres. ¡Ha sido llegar ellos y esto es una fiesta!”.

Yo, que siempre he sido cuidadosa con las palabras, porque creo que tienen una fuerza desconocida, en esto me rindo. Nuestro idioma, muy antiguo y enriquecido por multitud de lenguas, utiliza el masculino inclusivo para los dos géneros, pero también tiene algunos femeninos inclusivos. Nuestro grado de ignorancia nos ha llevado a añadir la “a” a todo lo que termina en “o” cuando es inclusivo. Y ahora, con mucha retranca, nos piden explicaciones aquellos cuya profesión u oficio no termina en o: “Los periodistas, los dentistas, los economistas, los anestesistas, los internistas, lo cineastas…están ya preparándose para solicitar el cambio”, apunta Inés. ¿El cambio o el recambio? Me llevo la mano al bolsillo.

“Señoras y señores feministas, las palabras en nuestro idioma tienen género. Marta se pone en plan diputada. La pelota es chica y el balón es chico, el sable es chico y la espada chica. Si se eligió el plural masculino como genérico hace mil años fue, seguramente, por casualidad o por no menoscabar el honor del macho alfa. Pero, de verdad, que todo eso no es importante”.

Yolanda está pensativa. “He tenido que ir al médico, que es una médica por cierto, y ahora que hablamos de esto me doy cuenta de que si hay que hacerse analítica te mandan a la enfermera, que a veces es enfermero”. “¿Y no dices cajera, azafata o matrona aunque luego el que venga sea un chico?”, pregunta Julia. Lo hacemos. Esto es lo que llamamos femenino inclusivo. Me temo que los bienpensantes académicos no van a dar abasto para contentar al personal.

“Yo soy muy práctica, dice Marta. Esta cuestión me pone muy nerviosa. Cuando oigo lo de ciudadanos y ciudadanas me sale sarpullido. Primero porque pierdes un tiempo precioso y el discurso se hace de digestión lenta. Segundo porque parece que separas a un grupo en dos, cuando lo que quieren es la igualdad. Prefiero reinvindicarme de otra manera. Yo abogo por la diferencia!” “Sí, levanta la copa Inés, ¡que para la igualdad hay que esperar 70 años!”

Según un estudio de Peterson Institute for Internacional Economics, y tras analizar más de 20.000 compañías de 91 países, las empresas mejoran cuanto mayor es la proporción de mujeres en posiciones de liderazgo corporativo. Tener al menos un 30% de presencia femenina supone un 15% mas de beneficios.

Cristina Lagarde, directora gerente del FMI, ha comentado a “Vanity-Fair” que si hubiera habido más mujeres al frente de la economía, la crisis habría sido menos dura. Ella, como yo y como algún hombre, acusa a la testosterona de los riesgos innecesarios que se han vivido y de la ambición sin límites de algunos ejecutivos. “Las mujeres no son mejores que los hombres, son diferentes. Cada cual tiene que aportar su diferencia”.

Las mujeres universitarias suponen ya más de la mitad de los licenciados y su rendimiento supera al masculino en diez puntos porcentuales.

Esa diferencia, y la de que leamos más, tengamos una vida cultural más activa,  mas conexiones neuronales entre el hemisferio izquierdo y derecho del cerebro o que nuestro nivel de testosterona sea 20 veces menor que el de ellos, amén de poder, si queremos, parir,  nos ayuda a no rendirnos.

La igualdad  en las cátedras, en el salario, en la conciliación, en el reparto de las tareas del hogar, en los puestos ejecutivos, en los puestos de responsabilidad pública, en el trato, en el contrato…está por llegar. Las mujeres de todo el mundo tienen un lazo invisible que les une. Un día Rosetta Forner defendía que nunca se había sentido menoscabada por ser mujer y que debíamos desterrar este falso victimismo. Eugenia Rico acaba de presentar su libro : “En el país de las vacas sin ojos”. Había llegado de la India con mil y un dolor, el de todas las mujeres con las que había convivido. Sus ojos echaban chispas.

Cuando celebramos el día de la mujer en el primer mundo podemos permitirnos frivolizar con los muñecos del semáforo o cambiando una palabra. Pero para miles de mujeres invisibles, la lucha es otra. Saber que una mujer puede ser condenada a compensar a su marido por las lesiones que éste se causó en las manos al darle una paliza, como ha ocurrido en Turquía, nos pone los pies en el suelo. Como decía Carmen Sarmientos, más allá de los marginados están sus mujeres. En India, cuenta Eugenia, “una familia podrá sobrevivir al nacimiento de una hija, pero dos o tres los reducirán a la miseria. En el campo se las solía ahogar al nacer, pero desde que Indira Gandhi prohibió los infanticidios  se las deja morir de hambre: no hay muerte mas natural. Si la niña llega a mayor , y su familia consigue casarla, es probable que acabe asesinada en la cocina de su marido si los plazos en que se ha dividido el pago de la dote no son satisfechos”.

Esa diferencia que mantienen las mujeres en una gran parte del mundo es la que combatimos.  Querida Eugenia, nosotras, como tú, también creemos que lo esperado puede llegar, pero solo a través de un camino inesperado.