El tribalismo constituye una rémora ante la crisis mundial

El tribalismo como sistema de cohesión social y de equilibrio del poder, vive sus últimos coletazos históricos. Presente principalmente en los países africanos, su anclaje en las tradiciones y en el papel de los patriarcas y jefes tribales constituye un freno al progreso de la sociedad basado en la ciencia, en la igualdad social y en los derechos humanos. La psicosis originada en varios países de África del oeste por la pandemia actual; las manifestaciones de cientos de jóvenes enfurecidos contra el coronavirus en varias ciudades de Marruecos; el pánico y el racismo desatado contra los ciudadanos procedentes de países con focos activos, son muestras de la persistencia de fenómenos atávicos como el tribalismo.
El futuro del Sáhara Occidental y de su sociedad ancestral, está a debate entre las poblaciones de los países directamente concernidos, Marruecos, Argelia, Mauritania y España. El movimiento Frente Polisario está en el ojo del huracán. Su estructura tribal no resiste ni al coronavirus, ni al clamor de quienes creyeron en su utopía. El miedo se ha instalado en los campamentos de refugiados en la región argelina de Tinduf.
ATALAYAR se ha hecho eco desde que comenzó su andadura editorial de todos los aspectos del conflicto. Hoy queremos añadir un peldaño más publicando un Documento elaborado por una corriente crítica del propio movimiento que se cuestiona su futuro. El Sáhara nos concierne a todos, a los países del Magreb y a España.
Sáhara Occidental, opciones y retos de futuro
En este año 2020 se cumplen 50 años del primer grito de libertad lanzado por el pueblo saharaui tras la colonización española iniciada a finales del siglo XIX. Se cumple también el 45 aniversario de la retirada española del territorio, dejando tras de sí una guerra que sigue abierta y abierto el drama del pueblo saharaui.
Es innegable que en estas cinco décadas de resistencia se han hecho importantes logros, pero en lugar de consolidar y afianzar el proceso hacia la victoria final, éste ha ido desinflándose y menguando.
En el plano social se han construido algunas instituciones sanitarias y educativas que, en las condiciones extremas de exilio y precariedad, han logrado cubrir necesidades básicas de la población desplazada. Fue maravilloso y ejemplar el trabajo voluntario de los cuadros y de la gente en general durante los primeros años de movilización. Se construyeron escuelas, guarderías, dispensarios y centros administrativos sin los cuales la vida en los campamentos de refugiados habría sido aún más difícil. Esas dependencias e instalaciones, hoy mermadas por el paso del tiempo, apenas prestan unos servicios mínimos y de baja calidad.
Muchos de los profesionales se fugaron al exterior en busca de mejores salarios y condiciones de empleo. Por otro lado, la ayuda humanitaria y la cooperación, de la que dependen estos servicios, se redujeron considerablemente a causa de la crisis económica en los países donantes y del mal uso de las ayudas por parte de los responsables locales.
Sobre el terreno, el Ejército saharaui logró importantes victorias militares cubriendo dos vastos frentes al sur y al norte. Las unidades de la guerrilla, estrenadas a base de pequeñas escaramuzas y acciones contra los puestos del Ejército español en 1973, se transformaron dos años después en un ejército regular, gracias a la incorporación de contingentes de tropas nómadas y de la policía territorial de la época española.
El ejército saharaui pudo compensar su inferioridad numérica con estrategias audaces, gracias al conocimiento del terreno, a la motivación de sus combatientes y al uso de armas y técnicas modernas.
El avance espectacular de la primera década, que entre otras cosas consiguió sacar a Mauritania de la guerra, se vio frenado por los muros defensivos construidos por el ejército marroquí a mediados de los años ochenta. Más de 3 mil soldados marroquíes fueron hechos prisioneros en 16 años de enfrentamientos armados.
A partir de 1991 la actividad militar se ha ido limitando a algún que otro desfile o ejercicio conmemorativo. El cese de los enfrentamientos y la conversión de las unidades guerrilleras en un ejército casi profesional cuyos miembros dependen ya de una paga simbólica, hizo que el brazo armado del Polisario fuese perdiendo peso y protagonismo. Muchos de sus efectivos se deshicieron del uniforme militar para dedicarse a otra actividad y buscarse la vida de otro modo.
En el plano diplomático, tras los avances que se dieron en los primeros años tanto en las organizaciones internacionales y regionales como a nivel de las relaciones bilaterales, las últimas dos décadas han venido marcadas por importantes retrocesos.
Ello se debió, entre otras causas, a la deficiente gestión de la política exterior, a los cambios en la coyuntura internacional y al activismo de Marruecos y sus aliados.
De los más de ochenta países del mundo que reconocieron al Estado saharaui (RASD) durante las primeras tres décadas, apenas quedan hoy una treintena, la mayoría africanos.
La involución se pudo apreciar también en las diversas organizaciones internacionales, a excepción de la Unión Africana donde la República Saharaui conserva la condición de miembro de pleno derecho. No es el caso de la ONU, donde la cuestión saharaui ya no goza de la atención e interés de antaño, sobre todo en la Asamblea General.
En esa instancia, los países No Alineados constituyeron durante la guerra fría un frente poderoso en defensa de la autodeterminación del pueblo saharaui.
Hoy en cambio la cuestión saharaui tan sólo está en el orden del día una o dos veces al año en el seno del Consejo de Seguridad, organismo donde la otra parte, Marruecos, cuenta con el apoyo explícito de sus miembros más influyentes.
El plan de paz de la ONU de 1991, que tantas esperanzas y expectativas despertó entre los saharauis, se ha convertido en letra muerta. Tras pasar por las manos de cinco Secretarios Generales y no menos de diez Enviados Especiales, el conflicto del Sahara Occidental ha pasado a ser un problema de bajo perfil en la agenda del alto organismo: ya no es un conflicto real que preocupe internacionalmente.
En el otro frente, el de la “Intifada” tampoco se produjo la progresión prometida. Desde la tragedia de Gdeim Izik, la sublevación no ha podido alcanzar el grado de intensidad o amplitud requeridos para incidir en el curso de los acontecimientos o llamar la atención mundial como sucedió en los territorios palestinos.
Pese a los recursos invertidos, las movilizaciones y revueltas en el territorio no han podido ir más allá de pequeñas y aisladas concentraciones, generalmente femeninas que ni siquiera perturban el tránsito. Los distintos responsables que asumieron el cargo, en lugar de atizar la llama de la “intifada” la extinguieron sembrando el veneno del tribalismo, del nepotismo y la división entre los activistas.
A modo de síntesis hemos de reconocer que muchos han sido los sacrificios y penalidades soportados por los saharauis sin que se hayan logrado los objetivos prometidos. No es una exageración pues afirmar que hemos estado arando en el mar.
¿Por qué? ¿Qué se hizo mal? ¿En qué erramos? Ha llegado la hora de emplazar a la dirección del Polisario para que rinda cuentas, saber dónde estamos y a dónde nos dirigimos; pues en ella depositamos entonces nuestras esperanzas y anhelos y a ella entregamos un cheque en blanco sin límites en sacrificios, sufrimientos y paciencia. ¿Mereció la pena? ¿Hay razones aún para la esperanza? ¿O tan solo vamos en pos de un espejismo?
Haciendo un repaso de los acontecimientos, aun con el riesgo de incurrir en algún que otro sesgo de retrospección, es inevitable ver cómo estamos pagando hoy la factura de errores estratégicos y decisiones precipitadas y pueriles en la gestión global del conflicto.
Por ingenuidad e inmadurez los dirigentes del Polisario han tenido entre sus manos oportunidades y contextos favorables que se desperdiciaron de la manera más torpe y absurda.
Obcecados por las ideas revolucionarias y la generosidad del líder libio Muamar Gadafi, la dirección del Polisario no supo leer y aprovechar adecuadamente el momento histórico que atravesaba la potencia colonial española tirando por la borda la posibilidad de un acuerdo para la descolonización del territorio.
Parece que en aquellos días entre 1974 y 1975, los dirigentes del Polisario se preocuparon sobre todo de entorpecer la autonomía o independencia del Sáhara que surgiría de un hipotético acuerdo entre la potencia colonial, la Asamblea de notables y el Partido Unión Nacional Saharaui (PUNS).
Para los nuevos aliados locales de Gadafi la prioridad entonces era desestabilizar a los regímenes “reaccionarios” y extender por la vía armada la ideología e influencia libias en la región. En el altar de los proyectos hegemónicos del coronel fueron sacrificados pues, nuestros primeros sueños de emancipación.
Cuatro años más tarde el Polisario incurriría en otro error no menos grave, está vez con Mauritania. La soberbia de su número “dos” y hombre fuerte del Movimiento, Bachir Mustafa Sayed, le llevó a rechazar el ofrecimiento de las autoridades mauritanas, surgidas a raíz del golpe de estado de 1978, para recuperar a través de la ONU la parte sur del territorio que le correspondió a Mauritania según los Acuerdos tripartitos de Madrid.
En las memorias del expresidente mauritano Khouna Ould Heidala, recién publicadas, quedó registrado para la posteridad otro capítulo de nuestra historia en el que la necedad y la chulería volvieron a vencer al sentido común y la cordura.
En la lista de infortunios y desaciertos habrá que incluir también los términos del Acuerdo del alto el fuego y el Plan de paz de la ONU para el referéndum suscrito en 1991. El número “dos”, Bachir Mustafa Sayed volvió a dejar su impronta personal en un pacto repleto de lagunas e imprecisiones que terminaron desvirtuando y dando al traste con el proceso de paz. En el plano interno se han registrado no solo errores de gestión, sino abusos y atropellos que aún no han sido investigados, ni tampoco depuradas las responsabilidades políticas y penales correspondientes.
Cientos de ciudadanos inocentes fueron encarcelados y torturados en la cárcel secreta de Rashid, ubicada en las proximidades de los campamentos de refugiados de Tinduf. Muchos de ellos fueron asesinados, ejecutados extrajudicialmente, otros tantos lograron salir con vida a finales de los años ochenta, pero arrastrando estigmas físicos y psicológicos imborrables.
Es inadmisible, desde el punto de vista político y moral, que personajes, presuntamente implicados en crímenes contra la humanidad, sigan ocupando cargos de responsabilidad y disfrutando de total impunidad cuatro décadas después de los hechos.
En lo que a la institucionalidad y a la construcción de un Estado de Derecho se refiere, vemos cómo el Polisario ha quedado congelado en el tiempo, incapaz de adaptarse a la evolución y a las exigencias del siglo XXI. Ni siquiera extrajo lecciones del entorno o de las propias contradicciones y sacudidas internas como la que sucedió en 1988, que terminó provocando fracturas y divisiones traumáticas e institucionalizando el tribalismo como ideología del movimiento.
Treinta años después, el sistema político del Polisario, una copia casi exacta del modelo libio del malogrado Muamar Gadafi sigue intacto. Ni la caída del muro de Berlín, ni el trágico final del coronel han producido ningún cambio efectivo. El tribalismo, la corrupción, el nepotismo y otros vicios propios de los regímenes totalitarios siguen campando por sus respetos. En lugar de proporcionar más igualdad y bienestar a la población, han acabado creando una casta dirigente que, en aras de conservar sus privilegios y excusándose en la situación de excepcionalidad, cierra filas ante cualquier reivindicación de cambio que implique más libertad o democracia interna.
Han sido pues cincuenta años repletos de esfuerzos sobrehumanos, de entrega y penalidades, pero con un resultado muy por debajo de las expectativas y maravillas anunciadas por las proclamas oficiales.
La relación logros-sacrificios ha sido decepcionante, un fiasco. Las cuatro décadas de resistencia y lucha no han cambiado nada. El exilio y su incertidumbre continúan marcando el presente y proyectándose sobre el futuro. Entre los saharauis ya son cada vez menos los que siguen creyendo en el desenlace glorioso. El tiempo, las frustraciones y la crudeza de la vida en la “Hamada” argelina (zona del desierto argelino en la que están instalados los campamentos) han acabado haciendo mella en el discurso y también en la credibilidad y en la legitimidad de la dirección política del Polisario.
Para tratar de corregir la deriva e introducir un punto de inflexión en el proceso, surgió a finales de 2017 Iniciativa Saharaui por el Cambio (ISC), concebida por sus promotores como una corriente política crítica dentro del movimiento saharaui. Es el resultado o síntesis de un amplio proceso de debates, de un largo periodo de reflexión, manifestaciones y reivindicaciones sobre el terreno y a todos los niveles.
En estos dos años de vida ISC ha llevado a cabo una campaña de sensibilización intensa entre la población saharaui con especial hincapié entre la élite cultural y política. El propósito no era otro que el de crear un estado de opinión sobre la necesidad de adaptar nuestro movimiento a los nuevos tiempos, aceptando y asumiendo la cultura de la diversidad y de las corrientes políticas. Dicho de otro modo, corregir desde dentro el evidente déficit democrático que arrastra el Polisario desde su nacimiento e incidir en el curso de los acontecimientos a través del contraste de enfoques y opiniones.
Dos años después de comenzar esta labor de oposición constructiva llegamos a la conclusión de que el esfuerzo ha sido en vano. Se creía que el XV Congreso del Frente Polisario, el primero después del extraordinario celebrado tras el fallecimiento del presidente Mohamed Abdelaziz, podría ser la gran oportunidad para un cambio de rumbo, el inicio de un nuevo ciclo y la entrada del Polisario en un proceso de transición y transformación indispensable para su homologación con los movimientos políticos democráticos de nuestro siglo. Incluso se confió, como última esperanza, en el ejemplo o efecto contagio que podría derivarse de los cambios surgidos en su aliado principal, Argelia.
Una vez conocidos los resultados del XV Congreso, especialmente la rotación en sus puestos de la vieja guardia, y a la vista de la persistente atrofia política que bloquea toda renovación o refundación del movimiento, es fácil deducir que nada ha cambiado, ni siquiera en la apariencia que hubiese supuesto el hecho de apartar a tres o cuatro personajes implicados en violaciones de los Derechos Humanos. Como era de esperar, ningún cambio en los Estatutos y ni en las normas internas para dar cabida a sensibilidades o corrientes políticas internas.
Ante los desafíos que afronta la causa saharaui y la desidia del Polisario para rectificar, Iniciativa Saharaui por el Cambio (ISC) se ha propuesto convocar, en el marco de su Segunda Asamblea General prevista para el primer semestre del año 2020, una Conferencia Nacional para estudiar y debatir la situación de nuestro pueblo a la luz de los últimos desarrollos y recabar las opiniones e inquietudes de nuestra gente.
Considero un gran acierto que ISC haya decidido culminar su recorrido político como corriente interna, impulsando un proceso de diálogo y de concertación.
Es, sin duda, una necesidad histórica y la vez un acto legítimo y oportuno que, en un momento crucial como éste, se convoque a los saharauis a la reflexión, para evaluar el pasado y presente, debatir nuestras opciones de futuro, explorar y consensuar vías o enfoques alternativos, crear si cabe nuevos instrumentos políticos que enmienden la representatividad usurpada y mitiguen, en lo posible los efectos de un proyecto aparentemente fallido; por último rescatar, reunificar a nuestro pueblo y encauzarlo hacia un destino mejor. La historia nos vuelve a emplazar, como en 1975. Ojalá acertemos esta vez.
Hach Ahmed
Ex ministro del Polisario y Portavoz de ISC