Contemos los garbanzos y no los tópicos

Por Guillermo Gayà
Foto: Un grupo de inmigrantes temporeros del Este de Europa en los campos de fresas de la provincia andaluza de Huelva.
Ya los tenemos aquí. Son los de siempre, los ignorantes de la mirada vidriosa. Los que han leído dos libros en toda su vida y creen que tienen todas las respuestas. Los que prejuzgan a un desconocido por su nombre y por el color de su piel. Los que no soportan a los que son diferentes. Los mismos perros, con distintos collares. Son los muñidores del miedo. Han vuelto porque la agonía provocada por la crisis les ha brindado una oportunidad única. Y no la piensan desaprovechar. Los estamos viendo crecerse en toda Europa desde hace años, mirándose en el espejo del rampante Front National de los Lepen en Francia. La marea populista se expande por Austria, Holanda, Bélgica, Grecia y, ahora, ya los tenemos campando a sus anchas por los suburbios de las grandes ciudades de nuestro país. Partidos xenófobos como España 2000, Partido por la Libertad o Plataforma per Catalunya reparten alimentos entre los necesitados con una única condición: no ser inmigrante. Garbanzos solo para españoles. La desesperación de las clases bajas machacadas por la Gran Recesión les ofrece un formidable caladero de votos. Los nuevos ultras, además, no esconden su componente claramente islamófobo. Más bien al contrario, lo exhiben sin complejos.
Los nuevos populistas de extrema derecha adoptan poses de radicalidad ‘antisistema’, pero su verdadero objetivo no es acabar con la corrupción política ni atacar a los poderes fácticos. Su punto de mira se ha fijado en un blanco mucho más fácil. El chivo expiatorio ha sido designado y no van a soltar fácilmente su presa: los culpables son los extranjeros, los inmigrantes; ellos nos roban las ayudas del Estado, ellos nos expulsan del mercado de trabajo, ellos deben ser castigados, silenciados, privados de pasaportes, expulsados. Es una historia tan antigua que huele al cuero rancio de los correajes. Ante tal ofensiva, conviene empezar a contar los garbanzos que han aportado los inmigrantes. Y eso significa tener claros los datos y los trabajos de prospectiva. Tal como ha afirmado en estas mismas páginas el investigador Mohamed Dahiri, “hay que hablar sobre la realidad de la inmigración árabe y no sobre tópicos”. Una realidad que nos muestra que los inmigrantes –de cualquier origen- han sido uno de los pilares en lo que se ha sustentado el desarrollo económico de España. Según un estudio de la Obra Social de La Caixa, el 30% del crecimiento del PIB en la década 1995-2006, la de mayor crecimiento en la historia reciente de nuestro país, se puede atribuir al proceso de inmigración que se intensificó en los primeros años del siglo XXI.
Otro dato relevante: la llegada de mano de obra extranjera en esa década evitó una catástrofe en el sector agrario, desertado por los trabajadores españoles. Si no hubiese sido por los inmigrantes, la mayor parte de las campañas agrícolas en el periodo 1995-2007 no habrían podido salir adelante. Sin los inmigrantes, en definitiva, España hubiese crecido mucho menos y muy probablemente hubiese entrado antes en la crisis económica. Según muestran todos los estudios serios realizados hasta el momento, el persistente tópico de que los inmigrantes reciben más del Estado de lo que aportan es totalmente falso. La tozuda realidad indica justamente lo contrario. Repasemos los datos: según la Oficina Económica del Gobierno, en 2005 los inmigrantes aportaron al Estado 4.800 millones de euros más de lo que recibieron, es decir, un 0,5% del PIB español. Incluso en tiempos de crisis, los expertos están de acuerdo en que los inmigrantes –un 10 por ciento de la población- siguen aportando a las arcas públicas más de lo que reciben. A la vista de los datos, también es falso el tópico de que el inmigrante desbanca al ciudadano español en el triste panorama del mercado laboral. Desde 2008, la tasa de paro de los extranjeros (34%) ha crecido más que la de los ciudadanos españoles (23%), según los últimos datos disponibles.
Acabaré la exposición de datos con una previsión. En el año 2010, la Comisión Europea calculó que España necesitaría recibir al menos siete millones de inmigrantes hasta 2030 para poder mantener su sistema de pensiones, amenazado por el envejecimiento previsto de la población. Eso suponía unas entradas de 350.000 inmigrantes anuales. Pero desde 2010 el saldo migratorio del país ha sido negativo. Y el año pasado, más de medio millón de personas se fueron de España en busca de mejores perspectivas. Un reciente informe del Banco de España ha alertado de que al ritmo actual, la emigración impactará negativamente en el crecimiento de la economía y pide al gobierno medidas laborales para facilitar el regreso de los que se han marchado con la crisis. Por mucho que estos datos sean públicos y fácilmente contrastables, no parecen hacer mella en la expansión del discurso xenófobo ligado a los estereotipos. Probablemente, esto es así porque dicho discurso se apoya en un sentimiento de miedo que, por irracional, puede ser muy resistente al razonamiento. Como nos enseña la historia, el miedo canalizado políticamente es un instrumento de control tremendamente poderoso.