La política exterior española

Por Ramón Moreno Castilla
Foto: Los Reyes de España y de Marruecos, Felipe VI y Mohamed VI, y sus respectivas esposas.
La ausencia de algún ministro/a del Gobierno de España en la Fiesta del Trono, celebrada la pasada semana en Madrid, organizada por la Embajada del vecino país para conmemorar el 15ª Aniversario de la Exaltación al Trono de Mohamed VI como Rey de Marruecos (ver, “Mohamed VI: 15 años de fructífero Reinado”); constituye, desde mi punto de vista, un claro despropósito que pone de manifiesto los reiterados ‘lapsus’ de la política exterior española, a los que no es ajeno el Partido Popular. ¿Cómo se reaccionaría en el Estado español, si a la conmemoración del I Aniversario de la Exaltación al Trono de Felipe VI como Rey de España, que previsiblemente celebrará la Embajada española en Rabat el 19 de junio de 2015, el Ejecutivo marroquí se limitara a enviar sólo a dos altos cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores, en lugar de a un ministro/a? ¿No sería considerado este hecho, lógicamente, un acto desdeñoso por parte de Marruecos?
Por ello, conviene abordar, siquiera de pasada, algunos aspectos de la política exterior española, sobre todo, con Marruecos; donde la prepotencia, la suficiencia y la política de “leña al moro”, siguen siendo una desafortunada constante. Y en este sentido, cabe preguntarse: ¿los intereses de Estado de España pueden estar supeditados a la ideología del partido político gobernante? ¿No son esos intereses, por su propia naturaleza, una cuestión de Estado en la que deben involucrarse todas las fuerzas políticas del arco parlamentario español? Los modos y las formas de la acción exterior de España, se reflejan en ciertos planteamientos beligerantes, que trascienden la propia diplomacia; así como, en algunas actitudes y comportamientos nada edificantes, que dificultan sobremanera las relaciones bilaterales España-Marruecos.
En efecto, ya el propio eje defensivo Baleares-Estrecho-Canarias, considerado desde 1980 el “eje de gravedad” del planeamiento estratégico español, según el prestigioso think tank Real Instituto Elcano de Estudios Políticos y Estratégicos, parte del supuesto táctico de que “el enemigo viene del Sur”. ¿Ese ‘previsor’ dispositivo estratégico de defensa, no despierta ciertas suspicacias en Marruecos? ¿Cómo se puede pretender ser ‘amigo’ de un país vecino al que, al mismo tiempo, se le considera enemigo? ¿No sería deseable, dados los importantes intereses de Estado entre España y Marruecos, un Tratado de Defensa bilateral para preservar la seguridad del Estrecho y del Mediterráneo y, por extensión, la fachada atlántica donde está situada Canarias? Por cierto, ¿por qué Ceuta y Melilla quedan fuera del paraguas protector de la OTAN?
Otro aspecto que dificulta las relaciones hispano-marroquíes es, precisamente, el contencioso de las llamadas ‘Plazas de Soberanía’ Ceuta y Melilla. Recuérdese que en algún momento ya se ha hablado de soberanía compartida de estos dos enclaves, como paso previo a su cesión a Marruecos; y recordemos la ‘célula de reflexión’ puesta sobre la mesa por el fallecido Rey Hassan II. Ello daría fin a uno de los anacronismos más flagrantes del siglo XXI; y, al mismo tiempo, solucionaría el drama dantesco de la inmigración subsahariana que pretende alcanzar Europa por el Estrecho. Las relaciones hispano-marroquíes podrían mejorar sustancialmente si hubiera verdadera voluntad política por parte española de cambiar las cosas; y se abandonara esa especie de ‘cruzada’ emprendida por ciertos sectores fundamentalistas y retrógrados de determinada clase política española. En España hay una importante colonia marroquí perfectamente asentada e integrada; y en Marruecos, hay seis millones de hispanoparlantes.
España, además, ha desbancado a Francia como primer socio comercial de Marruecos; y son numerosas las empresas españolas, de diversos sectores, que operan en suelo marroquí. ¿Cuáles son, pues, las causas para no desterrar para siempre esa indisimulada animadversión y reticencias al ‘moro’, que entorpecen las necesarias buenas relaciones de amistad y cooperación entre España y Marruecos? Téngase en cuenta que durante el mandato de José María Aznar -cuyo tercer nieto se llama curiosamente Pelayo, olvidándose de la Guardia Mora de Franco-, las relaciones entre España y Marruecos no atravesaron su mejor momento; debido, sobre todo, a una incomprensible “enemistad” fomentada por los sectores más carcas y reaccionarios de la derecha española. Recordemos el rocambolesco episodio del Islote Perejil (Leila, en el mar territorial de Marruecos, al otro lado de la virtual mediana), que tanto revuelo causó en las cancillerías europeas y en el propio Departamento de Estado USA. El responsable de aquel “heroico acto militar”, a la sazón ministro de Defensa, Federico Trillo, es el actual embajador de España en el Reino Unido.
En este orden de cosas, determinadas actitudes y comportamientos que pueden parecer nimios, no son bien entendidos ni comprendidos en el mundo árabe; ni en Marruecos, que es un país árabe-bereber. Como tampoco, la frase “moro bueno, moro muerto”; la carga peyorativa del apellido -muy respetable- Matamoros; o las famosas fiestas de Moros y Cristianos, declaradas de interés turístico nacional. ¿Puede basarse el patrimonio cultural de un país en acontecimientos históricos que hieren la sensibilidad y atentan contra la idiosincrasia de otros pueblos? ¿No fue Al-Ándalus durante la Edad Media, entre los años 711 y 1492, fecha de la toma de Granada por los Reyes Católicos, una época esplendorosa en el conjunto de la historia de España? ¿No ha sido su patrimonio histórico-artístico declarado bien inmaterial por la UNESCO, constituyendo ahora una de las señas de identidad de la “Marca España”?
Otros hechos significativos de la política del PP, que resultan curiosos para cualquier analista político, serían el nombramiento de la número dos del CNI, Elena Sánchez Blanco; y la desaparición de la escena política española de Gustavo de Arístegui. En el caso de Elena Sánchez, no sorprenden sus orígenes familiares pero sí su poco conocida ‘inclinación’ dado el cargo que ocupa. Hija y nieta de militares que hicieron la guerra a Marruecos, nació en El Aaiún en 1962 y es una reconocida experta en Ceuta y Melilla; lo que se correspondería, en clave española, con su, al parecer, debilidad por la ‘causa saharaui’. ¿Alguien duda por un momento de que el Sáhara es una irrenunciable cuestión de Estado para Marruecos?
Respecto a Gustavo de Arístegui, acreditado diplomático de carrera y brillante político que iba para ministro de Asuntos Exteriores, su situación actual (¿?) da mucho que pensar. ¿Tendrá algo que ver su defenestración política con el hecho de haberse casado, en segundas nupcias, con una dama de la alta sociedad marroquí? ¿No despiertan, asimismo, estos hechos las lógicas suspicacias del vecino del Sur? Y en este contexto, ¿qué hace ese observatorio llamado FAES presidido, precisamente, por Aznar? ¿Está entre sus prioridades estudiar y analizar a fondo las relaciones hispano-marroquíes, para mejorarlas y potenciarlas, por el bien de España? En definitiva, España y Marruecos no solo están condenados a entenderse, sino que deben entenderse imperiosamente. Porque las desavenencias y desencuentros entre Madrid y Rabat, quienes primero las padecemos somos los canarios; y Canarias, no puede estar supeditada a estos avatares y a expensas de los vaivenes de la política exterior española en esta zona geopolítica, de gran valor estratégico.