Cataluña ha votado: ¿Y ahora qué?

Paco Soto

Pie de foto: Un grupo de independentistas catalanes celebra su victoria en las urnas.

El domingo pasado los catalanes han votado para renovar el Parlamento y lo han hecho masivamente: 77,44% de participación. La coalición independentista Junts pel Sí, que agrupa a CDC, el partido del presidente en funciones, Artur Mas, ERC, los críticos de UDC y diversos grupos y colectivos, ha ganado las elecciones al lograr 62 escaños, pero no ha conseguido su objetivo: convertir estos comicios en un plebiscito a favor de la secesión de Cataluña. Es más, la coalición soberanista y sin programa electoral ha sacado peores resultados que en las pasadas autonómicas. Detrás de esta coalición heterogénea conformada por burgueses partidarios del orden y la economía de mercado, excomunistas  como Raül Romeva, nacionalistas xenófobos, independentistas iluminados, clases medias aposentadas y un buen número de personas confusas y despistadas que no se han enterado de que Franco murió hace 40 años y España es un país democrático y desarrollado y uno de los grandes Estados de la Unión Europea (UE), se sitúa la formación Ciudadanos que, al conseguir 25 diputados, triplica sus pasados resultados y se convierte en la principal fuerza de oposición al soberanismo. El PSC de Miquel Iceta, que es un pálido reflejo de lo que fue en otros tiempos más gloriosos, obtiene 16 diputados y salva los muebles ‘in extremis’. No es el caso del PP de Xavier García Albiol, quien fracasa como líder y no logra que su partido, que se queda con 11 escaños, vaya a ser una fuerza relevante en la Cámara autonómica.

La coalición Catalunya Sí que es Pot, que reúne a los populistas ideológicamente indefinidos de Podemos, ecosocialistas y excomunistas más o menos reciclados de ICV, activistas sociales e izquierdistas como el antiguo trotskista Lluís Rabell, tampoco consigue un buen resultado: 11 diputados, menos que  Iniciativa en las pasadas autonómicas. Lo ha reconocido el arrogante Pablo Iglesias Turrión. Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina e Iglesias y sus colegas radicales están francamente preocupados porque ya no están seguros de llegar a La Moncloa. La CUP, que estructura en estos momentos al grueso del independentismo antisistema, logra 10 parlamentarios, tres veces más que los obtenidos en la legislatura que ha acabado. Cuesta entender que un hombre inteligente e intelectualmente sólido como el periodista y cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños, se haya metido en una formación anacrónica que se ha equivocado de país y de siglo para actuar políticamente y se lleva de maravilla con la izquierda abertzale pro etarra.

Los democristianos de UDC se quedan fuera del Parlamento, lo que podría significar el fin de la carrera política de Josep Antoni Duran i Lleida. Así las cosas, es evidente que el bloque soberanista, es decir Junts pel Sí y la CUP, tendrá mayoría absoluta en el nuevo Parlamento: 72 de los 135 escaños. No hay vuelta de hoja en esta cuestión. Ahora bien, si analizamos la problemática desde el objetivo que plantearon los soberanistas, convertir las elecciones en un plebiscito a favor de la independencia de Cataluña, se mire como se mire, es evidente que ese reto no se ha cumplido. Nadie en su sano juicio puede afirmar que se ha abierto la puerta hacia la independencia de Cataluña cuando sus partidarios han logrado un resultado en torno al 47% de los votos, menos que el bloque no soberanista.

Triunfalismo y voluntarismo

Las declaraciones triunfalistas de Artur Mas y de sus amigos políticos del momento conmueven a sus votantes, pero son el árbol que esconde el bosque de la compleja y contradictoria realidad catalana. La realidad es tozuda y el voluntarismo de Junts pel Sí y la CUP, cuyos dirigentes han dicho que no apoyarán ni por activa ni por pasiva la investidura de Mas como presidente, es irresponsable porque crispa y divide aún más a la sociedad catalana, y corre el riesgo de convertirse en un callejón de difícil salida. ¿Qué hará la coalición ganadora para lograr la investidura del presidente y formar un gobierno estable? ¿Junts pel Sí aplicará su hoja de ruta soberanista en 18 meses, como ha prometido? Los tiempos que vienen se anuncian confusos y difíciles. La mayoría de los medios españoles y extranjeros así lo reflejan. “Derrota y victoria”, recalca el diario El País en su editorial tras las autonómicas catalanas. Para El Mundo, “El separatismo pierde su plebiscito”. Según ABC, “Cataluña vota ‘no’ a Mas y ‘sí’ a la unidad de España”. En cambio, La Vanguardia destaca que en Cataluña hay una “Mayoría absoluta independentista”.

El diario nacionalista Ara coincide con el rotativo del conde de Godó al recalcar que hay una “Mayoría absoluta soberanista”, pero pone el acento sobre “una victoria con interrogantes”. En el Reino Unido, la BBC indica que “Los partidos independentistas ganan las elecciones” en Cataluña, y el periódico francés Le Monde se pregunta si “Después de la victoria de los independentistas, Cataluña se dirige hacia la secesión.” Dicho esto, me pregunto si los dirigentes españoles, empezando por el actual Gobierno de Mariano Rajoy, pueden seguir actuando como si no hubiera pasado nada en Cataluña el 27 de septiembre. Creo que no.

Me sorprende el inmovilismo de la cúpula del PP, y creo que el PSOE carece de credibilidad política, porque su defensa de una reforma constitucional y un modelo federal para España choca con su irresponsabilidad a la hora de pactar o ceder ayuntamientos y gobiernos autonómicos a Podemos y sus aliados, que no creen en un proyecto nacional español, y a independentistas en Madrid, Castilla-La Mancha, Aragón, Madrid, Andalucía, Cataluña, Comunidad Valenciana y Baleares. En Cataluña, existen en estos momentos dos grandes bloques sociales y políticos prácticamente iguales que, aunque no sean homogéneos, representan a partidarios y contrarios a la secesión.

La batalla de las ideas

La España democrática del siglo XXI debe de darse cuenta que tiene un problema con Cataluña. Y el problema es que casi dos millones de catalanes sobre una población de siete millones y medio no quieren seguir siendo españoles y desean un Estado propio. ¿Esto significa que el Gobierno de Rajoy tenga que renunciar a defender la legalidad constitucional frente a los independentistas que la burlan a diario y se ríen de millones de catalanes que no son soberanistas y del resto de los españoles? No, por supuesto. La legalidad democrática es la que es y se tiene que respetar. Y si no gusta hay que cambiarla a través de los procedimientos constitucionales adecuados. Pero pregunto: ¿es suficiente la defensa de la legalidad vigente para resolver el conflicto catalán? En mi modesta opinión, no. El Gobierno, las fuerzas constitucionalistas, los medios de comunicación y el conjunto de la sociedad civil tienen que ganar la batalla de las ideas.

Esto, a mi juicio, ha sido el fracaso de los constitucionalistas en Cataluña; no han sabido seducir y convencer a un mayor número de catalanes de que la independencia es una patraña, una gran ilusión que haría más daño que bien a la inmensa mayoría de la sociedad catalana. En este sentido, hay que reconocer que los soberanistas han sabido jugar con las emociones y los sentimientos, y bastante a menudo las bajas pasiones, de muchos catalanes. Los secesionistas no son la inmensa mayoría de la población, pero son muchos, demasiados como para que los gobernantes españoles no lo tengan en cuenta. Artur Mas y los suyos no han conseguido los resultados que esperaban en las elecciones autonómicas.

Mas estaba convencido de que las urnas le iban a dar la mayoría absoluta. Pero los electores se han pronunciado de forma distinta a lo que habían soñado Mas y Junts pel Sí. Pero no creo que el líder nacionalista quiera adaptarse a la verdadera realidad política. Mas no ha ganado la guerra, pero tampoco ha perdido completamente la batalla, y es un error propio de ignorantes que desconocen lo que es Cataluña pensar que en los comicios del domingo pasado ha fracasado estrepitosamente el independentismo catalán y ha ganado España. Tomar nuestros deseos por realidades es legítimo y, en principio, no hace daño a nadie, pero equivocarse en el diagnóstico es una manera de perder el tiempo y no darse cuenta de lo que está pasando a nuestro alrededor. Es cierto que los delirios independentistas de Mas no se han cumplido, pero el soberanismo no ha sido derrotado en las urnas, goza de buena salud y cala incluso en algún sector del PSC y de los aliados catalanes de Pablo Iglesias.

Reconocer el problema

Mas puede fracasar en el intento de ser el nuevo mesías nacionalista que conducirá a los catalanes hacia el supuesto paraíso de la soberanía política y económica, pero ni está loco ni es tonto. Es irresponsable, pero no estúpido, y sabe perfectamente que, aunque él fracase, el soberanismo habrá calado hondo en la población catalana. Hace 10 años, los independentistas representaban el 20% de la población. Ahora, según los sondeos, se sitúan en torno al 50%. No todos son independentistas convencidos y antiespañoles; hay muchos ciudadanos que han optado por esa opción política, porque creen que de esa forma Cataluña superará antes la grave crisis económica, social, política e institucional que ha golpeado al conjunto de España estos últimos años. Repito: España tiene un problema con Cataluña, y si lo tiene España también lo tiene la Unión Europea (UE). Las diversas corrientes ideológicas del nacionalismo catalán tienen muchas obsesiones, en mayor o menor medida, viven del resentimiento, se nutren de mitos y medias verdades, y pretenden construir una nación sin tener en cuenta la pluralidad, variedad y complejidad de la sociedad catalana real.

Ahora bien, podríamos estar horas disertando sobre las miserias del nacionalismo catalán. Pero esto no es el objetivo de mi artículo. Deseo simplemente poner de manifiesto que la política del avestruz no es una buena estrategia para encarar el denominado problema catalán, que tiene siglo y medio de existencia. A día de hoy, por diversos motivos que no voy a analizar aquí, en Cataluña, que es una de las comunidades más avanzadas y dinámicas de la España democrática, una parte importante de la población quiere romper con el resto de españoles. No nos engañemos, ni el deseo ni la expresión política de las aspiraciones soberanistas van a desaparecer por arte de birlibirloque.

Es hora de que la España democrática y moderna se dé cuenta y asuma esa realidad. La Constitución y las leyes impiden la autodeterminación y la separación de una parte del territorio nacional. Las leyes hay que cumplirlas, claro que sí. Pero, ¿son suficientes las leyes para que desaparezca el ardor independentista en Cataluña? Lo dudo. Por lo tanto, pienso que España sólo tiene tres alternativas: ignorar lo que ocurre en Cataluña, lo que sería un tremendo error porque empeoraría la situación; conceder la independencia a ese territorio, lo que está completamente fuera de lugar; o llevar a cabo un proceso de negociación en Cataluña, en el marco de la legalidad vigente, que desemboque en un pacto político satisfactorio entre las partes enfrentadas. Los conflictos políticos se solucionan por la vía de la inteligencia, la palabra, la negociación y el acuerdo justo y no por el tortuoso camino de la negación y la cerrazón mental y política.

Me parece muy adecuado lo que escribe en el diario ABC el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle: “Resulta sorprendente y lamentable que las cosas se hayan dejado correr hasta aquí. Sorprendente y lamentable porque la ambición del nacionalismo secesionista ha crecido y crecido alimentada por desencuentros que han tenido muchos componentes simbólicos y sentimentales que podrían haberse evitado por ambas partes con más buena voluntad y muchas dosis de inteligencia emocional. Si desde el resto de España fuésemos capaces de transmitir que sentimos el catalán como una lengua tan española como el castellano, o que Pla o Dalí son tan españoles como Cervantes o Picasso, entonces, mucho del desencuentro que nos desestabiliza como nación se desandaría en un abrir y cerrar de ojos. ¿Estamos a tiempo de poder hacerlo? Creo que sí. Siempre hay tiempo para enderezar las cosas”.