Contra los tópicos españoles

Paco Soto
Pie de foto: Unos ciudadanos caminan por una calle comercial del centro de Madrid
La grave crisis económica, social, política y moral que golpea a España y muchos otros países europeos ha provocado un profundo pesimismo y desánimo en la sociedad española. Desde que murió el dictador Franco, en noviembre de 1975, nunca los españoles habían estado tan preocupados por el presente y el futuro del país. En una década, hemos pasado de “España va bien” de José María Aznar y “España está en la Champions League de la economía mundial” de José Luis Rodríguez Zapatero, a “España se hunde” en la actualidad. El desempleo masivo -21%-, el endeudamiento excesivo de familias y empresas, la enorme deuda pública, el aumento de las desigualdades y la ausencia de perspectivas de vida digna y trabajo estable para buena parte de la juventud se han convertido en una dura y triste realidad que preocupa a la gran mayoría de los españoles. Ocurre lo mismo en muchos países europeos. Es normal, porque los seres humanos, en general, no somos masoquistas y no nos gusta sufrir. Los gurús del apocalipsis, ya sean estos economistas, politólogos, sociólogos, periodistas, filósofos o escritores, nos ofrecen a diario un panorama desolador, y los medios de comunicación compiten entre ellos para saber quién va a dar primero la peor noticia. En los últimos años, España ha estado en boca de muchos analistas económicos internacionales, y periódicos y revistas influyentes de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia nos han puesto a parir numerosas veces. No siempre con razón.
En pocos años hemos dejado de ser un modelo de exitoso crecimiento económico y estabilidad política y nos hemos convertido en un país complicado. La mejora económica de los últimos años no ha sido asumida por la mayoría de la sociedad española y algunos círculos políticos, intelectuales y mediáticos europeos siguen cargando las tintas contra España. La situación que ha vivido España en los últimos años ha sido dura y preocupante, y los partidos políticos, la derecha, el centro, la izquierda y la ultraizquierda demagógica heredera del naufragio comunista nacional e internacional, han demostrado una gran irresponsabilidad e incapacidad por resolver los problemas de los ciudadanos. Simplemente, compiten entre ellos por el control del poder. El panorama nacional no es muy atractivo. Sin embargo, pienso que si el sentido común más elemental no hubiera abandonado nuestra sociedad y la reflexión no estuviera maltratada por demagogos y populistas que prometen resolver la crisis encarcelando a los ricos y regalando subsidios a los desamparados, si muchos medios no se hubieran convertido en órganos de propaganda al servicio de los políticos que gobiernan o de la oposición, y si algunos españoles no fueran tan paletos y sensibles a las sandeces que escribe de vez en cuando sobre España la prensa anglosajona, quizá, a lo mejor, hubiéramos sido capaces de enfrentarnos con más serenidad, inteligencia y civismo a las diversas crisis que ha sufrido nuestro país.
La queja permanente
Desgraciadamente, un sector significativo de la sociedad española, alentado por la televisión basura, intelectuales avinagrados, cantautores enfadados que no se han enterado de que la guerra civil acabó en 1939 y el Muro de Berlín cayó en 1989 y un montón de caraduras que dicen ser expertos y viven del cuento y del dolor ajeno, se ha instalado en la queja permanente, y confunde la crítica, condición básica para ser ciudadano, con soltar eslóganes y vociferar. Muchos españoles, en lugar de utilizar la cabeza, prefieren lamentarse por lo mal que está España, y echan por la borda alegremente los logros que hemos alcanzado entre todos en las últimas décadas. Se ha convertido casi en una obligación patalear e insultar al gobierno de turno, las instituciones, los partidos, los sindicatos y los empresarios, porque, según los demagogos y los derrotistas enfermizos, están minados por la corrupción y sólo tienen un objetivo: forrarse a costa de nuestro sufrimiento y hacernos el mayor daño posible.
El contexto europeo no nos facilita las cosas a los españoles. Nuestros vecinos franceses, portugueses e italianos son tan pesimistas como nosotros y su estado económico, social y político no es mucho mejor. Hay que saber idiomas y leer periódicos y ver televisiones de estos países para darse cuenta. No hace falta ser un genio, hay que utilizar las neuronas. Es cierto que el mal ajeno no tiene que ser un consuelo para los españoles. No estamos para tirar cohetes, sin lugar a duda, pero no tiene sentido que nos refugiemos en el pesimismo crónico o abracemos sin espíritu crítico las lamentaciones de la Generación del 98. Fue el nombre que se le dio a un nutrido grupo de escritores, poetas, filósofos y ensayistas que a finales del siglo XIX se vieron profundamente afectados por la decadencia política, militar, económica, social y moral de España. Volver al pasado es una empresa inútil, porque es imposible, y la mayoría de nosotros no tenemos la brillantez intelectual de Pío Baroja, José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno o Antonio Machado.
Pie de foto: Un cola de desempleados ante una oficina de empleo en Andalucía.
¿Condenados al fracaso?
Ningún país está condenado al fracaso. Tampoco España. La historia no está escrita de antemano. El ‘alma de los pueblos’ es un invento de los románticos del siglo XIX, una auténtica chorrada. Las jeremiadas sobre lo absurdo que significa ser español de intelectuales como Fernando Sánchez Dragó asustan a los incautos o dejan mal sabor de boca, pero no dan salida a los problemas. España no necesita plañideras, bufones y provocadores, sino ciudadanos responsables, trabajadores, honrados y valientes que obren a favor de la autoestima nacional y se esfuercen por sacar al país adelante. Creo que es importante destacar que la España pobre, agraria, analfabeta, autoritaria y violenta de la época de la Generación del 98 pasó a la historia, por mucho que algunos pelmazos profesionales se empeñen en decir lo contrario. En las últimas décadas, España ha experimentado un profundo cambio económico que ha generado transformaciones sociales de gran calado, y llevamos 40 años de vida democrática. Basta con leer y tener curiosidad intelectual para estar al tanto de la nueva realidad de nuestro país. Vivir anclados en tópicos no nos ayuda. ¿Somos tan necios que el árbol frondoso de la crisis económica, social, política y moral nos impide ver el bosque del gran salto histórico que hemos dado en las últimas décadas?
Por mucho que algunos se empeñen en ensuciarlo todo, quizá porque no tienen nada interesante que decir, cabe destacar que, a pesar de la crisis que nos ha golpeado, España es un país desarrollado, posindustrial y de servicios, formado mayoritariamente por clases medias urbanas que comparten los mismos problemas, anhelos y valores que sus vecinos europeos. España tiene muchos problemas y debilidades estructurales. El sistema educativo manifiestamente mejorable, la enorme dualidad laboral y la falta de cohesión nacional son algunos de estos problemas estructurales. Ahora bien, España también tiene fortalezas y ha conseguido metas importantes. Me parece que todo sería más fácil en estos momentos de dificultades e incertidumbre si la mayoría de la sociedad española no se dejara arrastrar por las emociones negativas y tuviera un poco más de lucidez, conocimiento, cariño y respeto por su país y el esfuerzo que hicieron las generaciones anteriores por sacar a España del pozo del subdesarrollo y el atraso. No estoy reivindicando ningún trasnochado nacionalismo español, porque esto nos hundiría en el pantano del victimismo, sino apelando al patriotismo cívico y la responsabilidad política, ética y moral.
Potencia económica
El economista Fernando Eguidazu advierte de que “la encrucijada en la que hoy se encuentra la economía española es posiblemente la más crítica de los últimos cincuenta años. En alguna medida, la situación presente tiene parecidos con la que España hubo de vivir a finales de los años cincuenta, cuando el inminente colapso de la economía forzó al gobierno a adoptar un conjunto de medidas (el Plan de Estabilización de 1959) para imprimir un radical cambio de rumbo en la política económica”. Eguidazu, que ha desempeñado altos cargos en los aparatos económicos del Estado y en grandes empresas, añade: “La España de hoy, y su economía, se encuentra a años luz de la de aquellos años” del Plan de Estabilización del franquismo tecnocrático, pero “nuestro país tuvo (y tiene) que enfrentarse a la necesidad de superar un modelo de crecimiento ya agotado”. Eguidazu pone el acento en que “la España de hoy es una potencia económica a enorme distancia de aquel país subdesarrollado de los años cincuenta, y por ello cualquier comparación podría parecer frívola como injusta”. Pero considera que existen “algunas similitudes entre aquella época y la presente”, y cita tres de los graves problemas que, a su juicio, tiene la economía española: la baja productividad, la continuada pérdida de competitividad y el colapso de un sector como la construcción, que en los años de bonanza fue uno de los motores de crecimiento del PIB.
Otro experto, Luis Garicano, responsable económico del partido Ciudadanos (C´s), no es tan alarmista y señala que la pérdida de competitividad es un problema relativo, porque “la cuota española en las exportaciones mundiales se ha mantenido asombrosamente estable en los últimos 10 años. Mientras la cuota de países como EEUU o el Reino Unido se derrumbaba en un 30%, la de España resistía a los BRICs (países emergentes) de forma que al final de la década estaba al mismo nivel del principio de ésta”. Citando al economista Pol Antràs, Garicano asegura que la economía española “funciona como nuestra liga de fútbol: hay muchos equipos en apuros, sobre endeudados, al borde de la desaparición. Pero nuestro fútbol internacional no está en crisis, al contrario: nuestra cuota de títulos internacionales sigue aumentando. Como en el fútbol, en España hay un núcleo reducido de grandes empresas que consigue mantener su cuota de mercado en el extranjero contra viento y marea, mientras el resto de las empresas, las que participan de la economía nacional, están extenuadas, al borde del abismo. En definitiva, tenemos un sistema productivo dual, en el que existe un número muy elevado de pequeñas empresas y un número reducido de multinacionales muy potentes, capaces de seguir exportando. Desgraciadamente falta el medio. Comparado con otros países de nuestro entorno, no tenemos suficientes empresas medianas capaces de competir en los mercados internacionales”.
Competitividad empresarial
Un análisis de Rafael Domenech, del servicio de estudios del BBVA, sobre la productividad muestra que, a igual tamaño de empresa, las firmas españolas son tan productivas como las americanas. Es decir, una empresa española pequeña es igual de productiva que una extranjera. Una empresa mediana, también es igual de productiva comparada con otra mediana extranjera. La diferencia viene de la composición de tamaños: en España, hay muchas más empresas pequeñas que en Estados Unidos o Alemania, y muchas menos medianas y grandes. Mientras que en Estados Unidos menos del 15% del empleo está concentrado en empresas de menos de 20 empleados, en España el 27% está en esta categoría. Sólo Portugal, Italia y Grecia están peor situado que España en este ranking.
El diario El País recordaba hace unos años en un artículo que en una entrevista con José Luis Rodríguez Zapatero realizada antes de que estallara la crisis internacional, el entonces presidente del Gobierno declaró: “Estamos seguros de que vamos a superar a Alemania y a Italia en renta per cápita de aquí a dos, tres años. Les vamos a coger.” “En esta Champions League de las economías mundiales, España es la que más partidos gana, la que más goles marca y la menos goleada”, dijo Zapatero a El País. A estas alturas, las palabras del antiguo presidente español parecen, en el mejor de los casos, una ingenuidad; en el peor de los escenarios, una chulería impropia de un responsable político. En la actualidad, según diversas estimaciones, España podría superar en 2017 a Italia en renta per cápita; tiene un nivel económico y social parecido al del estado transalpino, pero menor potencial industrial. Pero España está por detrás de Francia y Reino Unido y muy lejos de Alemania.
Pie de foto: Una autovía en la comunidad de Castilla y León.
El espejismo de la prosperidad
Entonces, ¿qué pasó para que Rodríguez Zapatero declarara semejante tontería a El País? Probablemente, el exprimer ministro español se dejó arrastrar por el optimismo desmesurado que invadía a España en aquellos años anteriores al desastre económico del 2008. Como dice el diario madrileño, “España se encomendó al endeudamiento y la plusvalía más que a la economía productiva”, y después tuvo que “despertar de un sueño, de un embeleso con un milagro económico que resultó no ser tal. Y, a la vez, el comienzo de una larga pesadilla que ha puesto casi todo en cuestión: el sistema financiero, las relaciones laborales, el modelo de Estado, la calidad de la democracia, la sostenibilidad del Estado del bienestar (sanidad, educación, pensiones, dependencia…), la inversión en obras públicas”. Como señala Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales, en dicho artículo de El País: “En el verano de 2007 se interrumpe la lenta digestión de los excesos acumulados en uno de los periodos más dilatados y brillantes de la economía española. Los desequilibrios que afloran entonces requerirán varios años de ajuste y la adaptación de un buen número de sectores a condiciones mucho menos favorables de oferta y demanda”. Por su parte, Antón Costas, catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, pone de manifiesto que “otro rasgo de esa enfermedad fue creer que el gasto en obras públicas faraónicas (autopistas, AVE, aeropuertos, pabellones deportivos, museos, etcétera) generaría por sí solo riqueza. Ese es el sueño del que hemos despertado. Para bien”.
Para Carmen Alcaide, expresidenta del Instituto Nacional de Estadística (INE), “hemos vivido una especie de espejismo con cierto abandono de la economía real y una prepotencia de la economía financiera que nos ha empujado a actuaciones poco realistas y nada adecuadas a nuestro verdadero nivel de producción y riqueza”. A pesar de todas estas críticas, el artículo de El País, citando a Guillermo de la Dehesa, que fue secretario de Estado de Economía de 1986 a 1988, incide en que “en los 50 años que han pasado entre el Plan de Estabilización de 1959 y 2009, España está en el grupo de países que más ha crecido en el mundo junto con Japón, Singapur e Irlanda. En la última década, entre 2000 y 2009, España creció un 24,4%, el doble que el área euro, casi tres veces más que Alemania, dos veces más que Francia y 10 veces más que Italia”. De la Dehesa dice que “las crisis y recesiones tienen que ser utilizadas como oportunidades para hacer las reformas estructurales más necesarias, que nunca se toman en los periodos de auge, y que son las que pueden aumentar el crecimiento potencial de la economía. Para poder recuperar tasas de crecimiento aceptables lo antes posible, no hay otra alternativa que reformar a fondo el mercado laboral, la negociación colectiva, la educación y la formación profesional”. Antón Costa defiende la tesis de que en España ha habido un milagro económico que “se apoya en cuatro pies: Primero, una transformación del tejido empresarial, que ha creado un grupo importante de empresas capaces de competir en los mercados internacionales. Segundo, la aparición de una nueva generación de directivos y de profesionales liberados del tradicional complejo de inferioridad de generaciones nacidas durante el franquismo. Tercero, la consolidación de unas instituciones de enseñanza superior e investigación potentes. Y, cuarto, unas instituciones de bienestar que han fomentado la igualdad de oportunidades y la mejora de la salud y la vejez”.
Altura de miras y responsabilidad
La crisis ha puesto en tela de juicio el manteamiento del actual Estado del bienestar, y los recortes en educación, sanidad y servicios sociales han provocado una ola de descontento y protestas en toda España. Es lógico, porque la ciudadanía no quiere perder una parte de los derechos sociales adquiridos en los últimos años y tampoco está dispuesta a que su nivel de vida empeore notablemente. El cuadro macroeconómico español ha mejorado, la economía crece y el desempleo disminuye. Mariano Rajoy ha tenido algunos aciertos en materia económica y financiera, y que yo sepa no es un vampiro sediento de sangre y que sueña con fastidiarnos la vida a los españoles. Se ha equivocado en muchas cosas, ha sido presidente en tiempos convulsos, pero no creo que haya sido peor político que los anteriores mandatarios. Pero los problemas españoles siguen siendo graves y el contexto internacional es inestable. En estos momentos complejos cabe esperar de los agentes políticos, sociales y económicos del país altura de miras, inteligencia y responsabilidad.
Al margen de la opción política que ha gobernado España en los últimos cuatro años, creo que es de puro sentido común asumir que si no acometemos profundas reformas estructurales en los próximos años que nos permitan aumentar la productividad y competitividad de la economía española, no podremos mantener el alto nivel de vida que hemos conseguido. La vía del endeudamiento y el despilfarro público ha demostrado ser un fracaso; es pan para hoy y hambre para mañana. España, tras años de borrachera, se ha despertado del sueño de la riqueza con dolor de cabeza, y se ha dado cuenta que está lejos de alcanzar a Alemania, como profetizaba José Luis Rodríguez Zapatero en tiempos del dinero a bajo interés, la burbuja inmobiliaria y el endeudamiento sin límites de familias y empresas. Ahora bien, no está escrito en ninguna parte en el libro del desarrollo económico español que no seamos capaces de superar las dificultades actuales. Y no creo que las profecías de los cantamañanas de turno que ganan mucho dinero publicando libros alarmistas y carentes de rigor vayan a cumplirse.
Historia exitosa
Ya lo he escrito otras veces: desde la muerte de Franco, la historia económica de España ha sido un éxito. En rigor, cabe recalcar que el despegue económico español empezó en los años 60 del siglo XX. España es hoy en día la duodécima economía mundial. Tuvimos un siglo XIX complicado, plagado de guerras civiles, pronunciamientos militares, pérdida de colonias y conflictos políticos y sociales; la revolución industrial tardó en llegar y hasta bien entrado el siglo XX el país no fue capaz de recuperar gran parte del atraso acumulado. España ha sabido reinventarse en las últimas décadas. Si en 1993 había 12 millones de personas empleadas en España, en 2007, antes de la crisis, eran ya unos 22 millones. Entre 1994 y 2007, la media de crecimiento fue de 3,6%. En la pasada década, España creó uno de cada tres nuevos puestos de trabajo en la eurozona. En los últimos 20 años han nacido grandes multinacionales españolas y España hace parte del grupo de países que más capitales invierten en el extranjero. También se encuentre en el TOP10 mundial en infraestructuras. El crecimiento económico atrajo a nuestro país a unos cinco millones de inmigrantes. ¿Quién hubiera dicho hace tan sólo 30 años que España alcanzaría el alto nivel de desarrollo económico, social y político que ha logrado? Poca gente, sin lugar a duda.
Ahora bien, si el éxito hace unos años nos atontó y nos corrompió, la crisis no nos debe nublar la vista. No seamos ni chulos y prepotentes ni tontos acomplejados. No hagamos como nuestro vecino del norte, Francia, que sigue pensando que es un imperio y no se da cuenta que sufre una profunda decadencia económica, política, social y cultural, mientras el estado sobre endeudado e hiperburocratizado galo vive de espaldas a la realidad y buena parte de la sociedad sueña con glorias pasadas y aspira a un puesto fijo de funcionario o a seguir chupando de las generosas ayudas y subvenciones públicas que no contribuyen a crear riqueza, pero mantienen a muchos ciudadanos anestesiados. Italia tampoco es un buen ejemplo para España, porque este gran país que experimentó un milagro económico en los años 50 y 60 del siglo pasado y exportó al mundo entero un cine, un teatro y una literatura de alto nivel, es en la actualidad en muchos aspectos una nación inestable, e incluso una charca donde chapotean gustosamente políticos ignorantes, puteros y corruptos, empresarios inútiles, jueces vendidos y policías despreciables. Y las mafias campan a sus anchas, se han infiltrado en los aparatos del Estado y tienen secuestrada a la mitad sur del país.
Orgullosos y autocríticos
Los españoles tenemos que ser autocríticos, pero también nos podemos sentir legítimamente orgullosos de nuestros avances. Ser patriota y amar a tu país no significa ser un imbécil y no asumir los fallos y los errores cometidos. Uno de ellos, quizá el principal, es que el milagro español de los últimos 20 años, hasta que llegó la crisis, se sustentó fundamentalmente en la construcción, el turismo y un sector servicios de bajo valor añadido. Además, seguimos invirtiendo menos que la media de la Unión Europea (UE) y la OCDE en Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I) y el Gobierno de Rajoy recortó la partida para este sector estratégico. Craso error. Durante mucho tiempo hemos importado más que lo que exportábamos. La ventaja salarial española respecto de los países más potentes de Europa se eclipsó hace años cuando China, India, Brasil y otros estados emergentes se convirtieron en la fábrica del mundo. La economía española es poco productiva e insuficientemente competitiva, el mercado laboral podría estar más adaptado al siglo XXI, el sistema educativo es deficiente y la formación en capital humano deja que desear. Como dice un experto, “el atleta de la zona euro tenía tobillos de cristal”. Dicho esto, me parece que no está de más destacar que ni todo es un desastre en España ni todo lo que hemos llevado a cabo en las últimas décadas ha sido un error monumental.
Escribo esto último sin haberles pedido permiso a defensores del apocalipsis hispano como los escritores Arturo Pérez Reverte y Pepe Ribas y el académico Félix de Azúa. Y espero que no se enfade el cantautor gruñón y fuera de órbita Paco Ibáñez, quien todavía no se ha enterado de que la II República española pasó a la historia. El pesimismo crónico, y bien retribuido en algunos casos, de los gurús que anuncian un futuro peor que el presente es una actitud intelectual equivocada, porque no soluciona los problemas y siembra desconcierto. Y España, como el resto de los países europeos en crisis, no necesita sembrar dudas innecesarias sobre su capacidad para salir del pozo, sino agarrar el toro por los cuernos de las reformas estructurales imprescindibles que nos permitan, a medio y largo plazo, sentar las bases de un futuro de crecimiento, creación de empleo y prosperidad.
Lo último que he dicho se ha convertido en un lugar común, porque los políticos, tanto los que gobiernan en funciones España en este momento como los que están en la oposición, repiten esta fórmula una y otra vez. No veo otra solución para superar la crisis que no sea reconocer los errores cometidos y acometer las reformas que el país necesita en el ámbito político, económico e institucional, sin olvidar que nuestra recuperación dependerá también del contexto europeo, sobre todo de la zona euro, e internacional. Repetir machaconamente que somos unos inútiles y unos vagos, además de unos manirrotos, no corresponde a la realidad, que es mucho más compleja que los tópicos en boga. Los tópicos de brocha gorda, además de injustos, nos hacen daño, como sociedad nos paralizan y sólo benefician a los vendedores de humo nacionales y a nuestros competidores en el mundo globalizado del siglo XXI.
Nos parecemos a Italia
Sí, es verdad, España no es Alemania; tampoco Francia. Nos guste o no, nos parecemos a Italia en los aciertos y los problemas; tenemos un PIB por habitante semejante al de este país latino, un potencial industrial menor, pero una situación territorial más saneada. Nuestra situación, por muy mala que sea, no es la de Grecia ni Portugal, y nuestro potencial es mayor que el de Irlanda y los países de la antigua Europa comunista que ingresaron en la Unión Europea (UE). Resulta aburrido tener que recordar estas obviedades, pero teniendo en cuenta la cantidad de barbaridades que se escuchan y se leen en España desde que empezó la crisis, me veo en la obligación de repetir lo que es evidente. El economista Juan Velarde alerta que “no está escrito que un país que ha crecido muy rápidamente no pueda hundirse en una depresión prolongada”. El profesor Velarde, que fue uno de los autores intelectuales del cambio de modelo económico que experimentó España con el Plan de Estabilización, en 1959, cree que uno de los problemas de nuestro país radica en que “nos hemos enriquecido muy rápidamente” ya que “el PIB ha aumentado por ocho” en los últimos 50 años.
Otros países, señala Velarde, como Estados Unidos, han multiplicado su PIB por tres desde 1952 hasta el año 2000. “El caso de Japón es el único comparable al nuestro, pues se multiplicó por ocho en 46 años”, apunta el economista, quien también recuerda que el antiguo imperio del sol naciente ha vivido una larga etapa de estancamiento económico. He dicho en este artículo que los españoles somos demasiado sensibles a lo que dicen de nuestro país algunos medios extranjeros, sobre todo los anglosajones. Pues bien, a veces, estos medios nos tratan bien. En un momento especialmente duro de la crisis, a mediados de junio de 2012, el semanario estadounidense Newsweek, en un amplio artículo dedicado a España, puso de manifiesto que nuestro país tiene puntos fuertes, y ensalzó la competitividad de empresas como Inditex –que es la primera multinacional del textil- y Mercadona.
Como Alemania y Francia
El reportaje, escrito por la periodista Fiona Bravo y titulado ‘España es más competitiva de lo que piensas’, alaba todos los ámbitos positivos, desde los trenes de alta velocidad hasta el fútbol, pasando por el elevado número de ingenieros. La periodista destaca que mientras los salarios crecieron en España durante la época anterior a la crisis más rápido que en el resto de la zona euro, los exportadores mantuvieron los precios bajo control, lo que facilitó que siguieran siendo relativamente competitivos. Además, las empresas españolas con más de 250 trabajadores mantienen el mismo nivel de productividad que las alemanas, italianas y franceses, según un estudio del BBVA citado por la periodista. Por todo ello, España ha conseguido no perder su cuota de mercado de exportaciones, señala la periodista de Newsweek. La revista cita también a Mercadona, que “lo está haciendo bien dentro de España”, y por eso “su modelo es estudiado en las mejores escuelas de negocio de Norteamérica”. Otro ejemplo positivo lo da la periodista alemana Stefanie Claudia Müller, que vive en Madrid, en un artículo sobre ‘La verdadera imagen económica de España y Alemania, vista por una corresponsal’.
Escribe: “Tengo el corazón dividido. Vivo en un país que parece sufrir ataques desde distintos lugares del mundo y soy de un país acusado de ser dominante y abusivo por su poder económico, su hegemonía y su relación privilegiada con Francia… Se me parte el corazón porque entiendo a ambos países, sé que hay algo de verdad… España y Alemania tienen razones para sentirse ofendidos con la imagen reducida a estereotipos que se ofrece del otro”. Müller, quien también sabe ser muy dura con España cuando toca, ensalza la fortaleza de firmas españolas como “Telefónica, Iberdrola, Banco de Santander e Inditex, para mencionar solamente algunas empresas que han superado a muchas alemanas del sector… La infraestructura española, la red de trenes de alta velocidad, es una de las mejores del mundo y no hablemos del muy alto nivel de la medicina en España, primer país de trasplantes de órganos a nivel mundial. Pero de alguna manera, a España le cuesta venderse a nivel económico, así se queda esta imagen de una nación de fiesta, sol y sangría”. Mucho me temo que ni mil artículos como los que he citado conseguirían acabar con el pesimismo generalizado que impera en España. Los estereotipos han echado raíces y los dogmas catastrofistas gozan de buena salud. En España nos gusta tirar piedras sobre nuestro propio tejado, flagelarnos en público y alimentarnos de tópicos sobre nosotros mismos. Pero podemos cambiar si nos lo proponemos.